Martín Río por la memoria combatiente

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“El poder necesita a la impunidad y a la cultura que nace a partir de ella”.

Entrevista a Valentín Río*

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Foto Martín Barzilai 

Nota del entrevistado:

Primero que nada quisiera hacer unas aclaraciones/puntualizaciones: Debo confesar que cuando leí las preguntas no se me hizo nada evidente el qué responder. Pero por suerte, además de intimidado, me sentí motivado porque me vería forzado a reflexionar bastante. Otro detalle que me pareció interesante es que las preguntas están planteadas en clave de actualidad, no apelan a meras anécdotas o reafirmaciones autorreferenciales de cosas que se hicieron o pensaron alguna vez y que poco aportan a la reflexión de saber donde estamos parados, hoy. Otro apunte es que las preguntas parecen estar planteadas desde una perspectiva académica, o por lo menos haciendo uso de conceptos que provienen de la reflexión académica en torno a la memoria o las memorias. Aspecto que no cuestiono, pero que si señalo porque intentaré responder desmarcándome totalmente del saber académico en esta materia. En primer lugar porque excede mis posibilidades, y en segundo, porque quiero ensayar respuestas que no puedan ni deban categorizarse en ningún campo de saber, sin más pretensión de que sean interpretadas como un intento personal de pensar libremente sobre temas que a todos nos atañen, más allá de nuestros bagajes.

Hemisferio Izquierdo (HI): Desde el fin de la dictadura al presente se han atravesado diferentes momentos y coyunturas en torno a las pugnas por la memoria y la significación del pasado reciente de terrorismo de estado en el Uruguay. ¿Cuáles crees que son los principales relatos en pugna que se disputan hegemonía en la actualidad de nuestro país? ¿Qué escenario político plantean para las organizaciones de DD.HH y para la sociedad en su conjunto?

Valentín Río (VR): En estos más de 30 años sin dudas las coyunturas han sido variadísimas, pero me animo a decir que todas ellas “customizadas” por la misma reticencia y falta de voluntad desde el sistema político. Esta puntualización, aunque evidente, es para decir que sería al “cuete” intentar caracterizar las distintas coyunturas, porque desde mi punto de vista lo mas importante es que todas han tenido rasgos esenciales que operan hasta el día de hoy. Y que estos rasgos esenciales lejos de perder potencia se reconfiguran y adaptan a cada nuevo momento. ¿Cuáles son estos rasgos esenciales? Bueno se me vienen varios a la cabeza pero quizás puedan sintetizarse en uno: el poder necesita a la impunidad y a la cultura que nace a partir de ella. Por otra parte podemos analizar que sucede con el tiempo en esta concatenación de coyunturas, y lo que observo es que el transcurso del tiempo opera de manera bivalente o bidireccional. Por un lado nos “aleja” de los acontecimientos en cuestión, “la historia reciente” es cada vez menos reciente. Vemos como la impunidad conjugada con su perpetuación en el tiempo afectan objetivamente al reclamo de verdad y la justicia, haciendo que sea cada vez menos probable y efectivo. Se reduce día a día la posibilidad de que una madre encuentre los restos de su hijo desaparecido, o de que un decrépito torturador pague con “tiempo” sus crímenes.

Sin embargo, por otro lado, podemos observar como a medida que avanza el tiempo se “amplía” la existencia de un problema que empieza a trascender a quienes fueran sus protagonistas directos a partir de que las nuevas generaciones entienden su carácter social, y que lejos de desentenderse lo asumen como propio, aportando nuevas miradas y renovados bríos. Y ojo que cuando digo “amplía” no solo me refiero a un desborde cuantitativo sino también cualitativo, como por ejemplo lo que está sucediendo en estos momentos en Argentina con los hijas de los represores que anteponen una mirada critica y muchas veces interpelante respecto a lo que hicieron sus propios padres.

 Este doble movimiento es el que define desde mi perspectiva el escenario político próximo. Y siguiendo esa misma línea de razonamiento es que diría que las organizaciones de DDHH a mi juicio deberían ser cada vez menos importante. Y esto por dos razones principales: los crímenes de lesa humanidad y su correlativa impunidad son un tema estrictamente social, es decir que a todos afecta y por lo tanto involucra, y la segunda y quizás más importante es que la denominación DDHH o más específicamente “organización de DDHH”, en los hechos, oficia de “rótulo” que recorta la dimensión y alcance del problema.

 Sin desmerecer el trabajo crucial que realizan muchas organizaciones de DDHH, digo con mucho respeto que su trabajo debería estar orientado a traspasar su caudal de experiencia y aprendizaje a las nuevas generaciones para que estas sean las verdaderas protagonistas. En definitiva lo que está en juego es que tipo de sociedad se quiere, y los desaparecidos son social y políticamente importantes sólo en la medida que su búsqueda aporte en ese sentido. Por otra parte haciendo esto se estaría colaborando en derribar algunas categorizaciones que le son altamente funcionales al sistema de poder. Quienes hábilmente han reducido una lista de principios rectores para el respeto de la vida humana al ámbito cerrado de la institucionalidad creada alrededor de los DDHH, siendo este a mi parecer, uno de los factores fundamentales en la escisión de la política con la ética, y de lo político con lo social.

HI: ¿Cuál ha sido la impronta de Hijos a lo largo de su historia como colectivo en la disputa de sentido por la memoria?

VR: Hijos tuvo distintos momentos. Paradójicamente surgimos en un momento muy complicado, esto fue en julio de 1996. En Argentina los hijos se habían empezado a juntar hacia un año, quienes comenzaban a realizar “escraches” en los domicilios de los represores. También ese año Adolfo Scilingo, ex militar, confesaba haber participado en los vuelos de la muerte. Mientras tanto acá en Uruguay seguía siendo mala palabra hablar de justicia, incluso en el ámbito de los propios familiares, quienes sentían debían respetar la decisión “soberana” de que no hubiera justicia.

Ese era el contexto en el que surgía Hijos, teníamos un promedio de 20 años, la mayoría habíamos vivido el referéndum de 1989 siendo niños, nos costaba entender que se pudiera pensar en forma escindida a la verdad con la justicia. Nos dábamos cuenta que teníamos derecho a incidir en una realidad que no había sido marcada por nosotros.

En principio nuestra razón de ser fue conocernos entre nosotros, darnos cuenta que lo que nos había tocado no era un suceso aislado. La identificación con los otros hijos era casi inmediata, e incluso desde las diferencias. Fue en una reunión de Hijos donde escuché a una compañera decir que los tupamaros eran tan asesinos como los milicos, nunca pensé que mi padre pudiese ser equiparado a los milicos en ese ámbito, y sin embargo así fue. Los puntos de encuentro y los otros nos hicieron crecer y entender que a pesar de las diferencias políticas de nuestros padres a todos les tocó el mismo destino. Quizás por estas cosas es que fuimos forjando un sentido de memoria que buscaba rescatar por sobre todas las cosas la intención de nuestros padres más allá de sus ideas o estrategias para alcanzarlas. Entendíamos también que la memoria no debe siempre calzarnos como si fuera un zapato a nuestra medida, que a veces puede y debe interpelarnos. Fuimos combatiendo la idea predominante de que la memoria es funcional a las perspectivas de quienes las construyen o reconstruyen, y que su ámbito de incidencia esta circunscripta al predio de los memoriales y de las placas.

A los desaparecidos no les hace justicia ser reivindicados como victimas o como héroes, y mas importante que eso, reducir sus historias de vida a eso, no nos permite sacar de ellos lo único que nos dejaron, que es puro aprendizaje. Aprendizaje que no está en sus palabras o sus actos solamente, sino que están principalmente en las lecturas criticas que a posteriori podamos extraer quienes pensamos y hacemos en el presente. Tengo la impresión de estar diciendo algo evidente, pero lamentablemente no me parece que lo sea.

La memoria o los usos de ella puede ser emancipadora o disciplinante, puede ser liberadora o conservadora, revolucionaria o reaccionaria, y estas demarcaciones se difuminan aún mas cuando las distintas narrativas de memorias se fusionan o se confunden con las lógicas institucionales y estatales en esta materia.

Hijos en este sentido fue a mi entender muy genuino en su forma de posicionarse respecto a esas tendencias instititucionalizadoras de la memoria. Pero lo fue tanto que fue quedando cada vez más solo y debilitado. Hijos terminó consumiendo sus esfuerzos más en defenderse que en proponer y hacer. Rememorar esto me da sinceramente mucha bronca, nos hicieron mierda por izquierda, desde los ámbitos mas reformistas a los más radicales, casi sin excepción. Ojalá se haya aprendido de esto, sino estamos en el horno.

HI: ¿Qué perspectivas o líneas de acción pueden ser trazadas para construir una subjetividad de izquierda que desplace la herencia del Terrorismo de Estado? 

VR: Bueno, enrabando con lo que decía anteriormente, creo que en primer lugar es necesario abolir en quienes nos definamos de izquierda la visión maniqueísta de que todo lo malo está enfrente y que nosotros no tenemos nada que ver. Si existe un cantera prolifera de prejuicios eso es en la tradición del pensamiento de izquierda. Pareciera como sí, el solo hecho de definirse de izquierda nos ungiera con dotes de mejores personas. Uno lo dice así y parece broma, porque verdaderamente suena bastante ridículo. Pero sin caer en relativismos éticos, debemos ser conscientes de que lo que queremos transformar empieza con nosotros mismos, y que lo que combatimos es una expresión más grotesca, cínica y poderosa, de nuestras propias miserias. Desde Hijos considerábamos fundamental poder mostrar lo que había sido el Terrorismo de Estado, ¿por qué sí como sociedad no nos despertamos ante tanto espanto, que nos queda para los tiempos en donde la brutalidad y la injusticia se expresan de forma más enmascarada y difusa?

Porque en definitiva lo que debemos entender es que el Terrorismo de Estado no es una falla, sino un elemento orgánico del sistema de dominación, y que cuando este aparece, el afectado directa o indirectamente es todo aquel que no sea parte de las elites económicas. Y cuando el terror cumplió con su fin se restaura la democracia tal como la conocemos. Son tiempos de dominación consensuada y por supuesto, no es necesario ni aclararlo, momentos en los que a pesar de todo somos menos asediados y reprimidos. A pesar de eso, luego de finalizada la dictadura, la izquierda del Uruguay no supo o no quiso trabajar en el sentido de ir generando una contracultura de izquierda, y se abocaron a la conquista del gobierno. Muchas veces me pregunto en que estaríamos hoy si hubiese primado una perspectiva que no hubiese puesto en el centro las tendencias electoralistas. Pero esto no lo podemos saber, solo podemos ver en donde estamos hoy. Y lo que veo es un escenario de esquizofrenia política en la que por ejemplo el Frente Amplio invita a Chomsky para recuperar imagen de izquierda a través de alguien que los critica radicalmente. Conductas psicopáticas a las que ya estamos acostumbrados, basta ver como la Marcha del Silencio se llena de actores políticos que tienen responsabilidad institucional en que la impunidad conserve su estatus.

Así que no sé muy bien cuales son las líneas de acción a seguir, pero sean cuales sean deben romper con ese sentido común que se ha ido instalando en buena parte de la izquierda, profundamente pragmático y conservador. Potenciar todas aquellas iniciativas y luchas que se cuestionan las distintas formas de opresión, sin darle espacio a quienes pretendan capitalizar políticamente para beneficio personal o de colectivos ad hoc a las propias luchas. Derribar las diferencias de facto que existen entre los militantes formados, dueños de un saber y el común de la gente. Es importante romper con ese reflejo paternalista que se asume cuando creemos ser portavoces de un colectivo que no nos otorgó ese lugar. Nada de esto debe ser excusa para no hacer, pero pienso que es importante entender que nuestros esfuerzos deben enfocarse en ir generando dinámicas, prácticas y reflexión colectiva, y que todo lo que surja desde ahí será válido, aunque muchas veces no cuestione o no quiebre el statu quo. De alguna forma, para ser “ambiciosos” en los logros, debemos ser sistemática y concienzudamente desinteresados en el proceder.

 

* Valentín Río es estudiante de la Licenciatura de Filosofía (UDELAR) y fotógrafo. Integró la organización Hijos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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