Murió Menendez, genocida

  28 de febrero de 2018

Murió el genocida multicondenado Luciano Benjamín Menéndez

Que no descanse en paz

Estaba internado desde el 7 de febrero por un cáncer en las vías biliares. Tenía 90 años. Durante la dictadura tuvo a su cargo diez provincias. Consideraba “blando” a Videla. Nunca se arrepintió de sus crímenes.

Por Marta Platía

Desde Córdoba

Luciano Benjamín Menéndez, el genocida vivo de mayor rango militar, murió ayer poco antes del mediodía en una cama del Hospital Militar de Córdoba. Conocido como “el Cachorro, “el Chacal” o “la Hiena”, el ex general y ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército durante la última dictadura cívico-militar se llevó consigo el insólito récord mundial de condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad: tenía 14, más otras dos a una veintena de años.

“Yo no tengo antecedentes penales. Los únicos que tengo son los que ustedes me pusieron en estos juicios, que son artificiales. Yo nunca he cruzado ni un semáforo en rojo”, dijo, con el hilo de voz que le quedaba, de pie ante el Tribunal Oral Federal 1, el pasado el 22 de noviembre. Esos eran sus parámetros. Las miles de personas secuestradas, torturadas, violadas, asesinadas y desaparecidas en las diez provincias que tuvo bajo su arbitrio y pulsión de muerte no constituían para él delito alguno. Nunca se arrepintió. Nunca dio ninguna pista sobre dónde están los cuerpos que ordenó desaparecer. Ni de los bebés robados a sus madres recién paridas. Nunca. Ni aun cuando desde 2008, en su primer juicio y condena a prisión perpetua y cárcel común, debió acostumbrarse a ver hasta en la sopa el rostro de la Abuela de Plaza de Mayo Sonia Torres, en su reclamo constante por el nieto que le arrebataron. O tuvo que escuchar la voz cantarina y plural de “la Emi” D´Ambra, quien esperó el final del Megajuicio La Perla Campo de la Ribera para morirse, y hasta el último día de sus 87 años le exigió que dijera dónde enterró a los más de 2.500 desaparecidos que masacraron en esos campos de concentración y exterminio.

No. Hasta ese último día de noviembre de 2017 en que se paró frente al Tribunal y los huesos de su espalda mostraron el ya afilado mapa de su esqueleto bajo el saco, no se arrepintió. Tampoco negó sus muertos. Los ninguneó.

El “duro”

Nacido en Lobos, provincia de Buenos Aires, el 19 de junio de 1919, el hombre que murió ayer perteneció a una familia castrense cuyos principales ancestros –cada quien en su tiempo histórico– fueron entusiastas genocidas junto a Julio Argentino Roca en la llamada Campaña del Desierto; o participaron del bombardeo y masacre de ciudadanos de a pie en la Plaza de Mayo en 1955 para derrocar al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.

Llegado su turno, Luciano Benjamín Menéndez fue el brazo más duro de la dictadura presidida por Jorge Rafael Videla. Tanto fue así que en 1979 terminó preso en un cuartel en Entre Ríos cuando intentó derrocar sin éxito a su propio jefe al que consideraba “blando”. Y fue vox pópuli entre sus subordinados y cómplices que el propio Videla le temía. Una versión que terminó comprobándose durante el Megajuicio que duró casi cuatro años. Allí se supo que cuando las hordas de Menéndez secuestraron a Carlos Escobar, el hijo de un militar amigo de Videla desde los 13 años, ante los desesperados ruegos del padre ante su compañero de liceo, el dictador sólo atinó a disculparse: “si está en el área de Menéndez no puedo hacer nada”.

Ese es el Menéndez que el arriero José Julián Solanille vio desde la “Loma del Torito” en los campos de La Perla presidiendo el fusilamiento masivo de decenas de jóvenes maniatados. Y también el Menéndez que en abril de 2013 contempló –doblado sobre sí mismo, las mandíbulas tensas– cómo ese hombre de campo, ese “nadie” que solía herrarle los caballos en los tiempos en que su sólo nombre era sinónimo de poder absoluto; ofreció el testimonio judicial más contundente sobre sus crímenes.

“Estaba con otro compañero en la Loma del Torito –contó Solanille–. Habíamos visto la fosa cavada. Unos cuatro metros por cuatro. Tenían a toda la gente en dos filas. No sé, eran muchas personas. Como cien. Algunos vestidos, otros totalmente desnudos. Estaba Menéndez. El había llegado en un (Ford) Falcon blanco. Yo lo había visto. Sabía que se venía algo grande. Y ahí estaba, con su fusil. No lo vi disparar. Pero él dio la orden. La gente estaba encapuchada o vendada o tenían unos anteojos… Los que no tenían nada, los que podían ver, gritaban. Unos hasta corrieron. Pero los mataron por la espalda. Ahí nos rajamos con mi amigo. Estábamos cagados de miedo. Nos habíamos arrastrado hasta arriba de la loma, pero bajamos corriendo. Después se ve que los quemaron. Tiraron explosivos. El humo con ese olor espantoso se vino para mi casa. Era insoportable”.

Era el Menéndez que con sólo una palabra, o sólo un gesto podía dar vida o muerte. El que aterrorizada vio a los pies de su cama del Hospital Militar –el mismo en el que ayer murió el genocida–, la sobreviviente Teresita Piazza de Córdoba mientras la mantuvieron secuestrada. Durante el juicio, la mujer contó cómo la apalearon y le trompearon el vientre aún sabiéndola embarazada. Y cómo, cuando casi muere, la esposaron a una cama de hospital. “Me desperté y ahí estaba cuando abrí los ojos y lo ví. Era Menéndez. Me dijo que me porte bien y que si no lo hacía me llevarían de nuevo adonde estaba. Yo sólo lo miré. Me quedé en silencio”.

Ese era el Menéndez que paseaba el taconeo de sus botas lustradas por los mosaicos terracota de La Perla mientras los que iban a morir temblaban debajo de las vendas de sus ojos, con el hedor del miedo envolviéndolo todo. El Menéndez que ordenó el secuestro, tortura y decapitación del ex ministro del Interior del presidente Arturo Frondizi, Miguel Hugo Vaca Narvaja, de 59 años y padre de 12 hijos. El mismo que ordenó y permitió la exhibición de esa cabeza que fue mantenida en formol hasta que la arrojaron a las vías de un tren.

El Menéndez que mantuvo prisionero en las mazmorras de su propia estancia, dentro de los campos de La Perla, al abogado laboralista Salomón Gerchunoff, de quien el sobreviviente Piero di Monte contó que le ordenaron llevarle una sopa. “Estaba en muy mal estado. Le ayudé a tomarla. Le acaricié la cabeza y le dije que no lo matarían. Pero él no podía creerlo”. Menéndez usaba ese edificio con pretensiones de castillo medieval durante los fines de semana. Recién en 2014 se supo que está a pocos kilómetros (una hora de caminata) de los hornos de cal donde el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) encontró, el 21 de octubre de ese año, los restos óseos –cuasi molidos– de cuatro jóvenes militantes de la Juventud Peronista Universitaria: Lila Gómez Granja, Aldredo Sinópoli Gritti; Ricardo Enrique Saibene Parra y Luis Agustín Santillán Zevi. Hornos en los que un puñado de chicos había encontrado una mano mientras jugaban en 1977, y que fue motivo de que sus familias fuesen desalojadas de esos campos. Uno de esos pibes, Andrés Quiroga, casi cuarenta años después fue quien se animó a dar testimonio. Quien se acercó al Espacio Memoria La Perla, y dio la pista a los antropólogos.

El Menéndez poderoso de los fusilamientos y estaqueamientos a los 31 presos políticos de la UP1, en el invierno de 1976. El que se creyó impune. El que ordenó “que todos hagan todo”, para que nadie tuviese las manos limpias de sangre y el pacto de silencio sellara los crímenes que diezmaron una generación y dañaron para siempre a otras tantas.

Ya en democracia, y muy lejos de correrse de la escena, apareció el Menéndez de los actos públicos. Con Eduardo Angeloz coincidieron en las veladas de la peña El Ombú, adonde acudían muchos de los cómplices civiles y eclesiásticos de la represión; mientras que con el ex gobernador Ramón Mestre, el cardenal Raúl Francisco Primatesta y el actual funcionario macrista Oscar Aguad compartían palcos.

De hienas y dinosaurios

La lucha de casi cuarenta años de los organismos de derechos humanos, más la decisión política del gobierno de Néstor Kirchner que anuló las leyes de impunidad, lo llevó para siempre a los juicios, y lo convirtió en el militar más veces condenado.

En su pose pétrea, los párpados hinchados y semientornados que recordaban a los reptiles prehistóricos de la isla Galápagos, Menéndez pasó por los diez juicios que se le hicieron en Córdoba desde que el 24 de julio de 2008 recibió su primera condena a prisión perpetua en cárcel común.

En 2010, se lo vio dormir hombro a hombro con Videla durante el juicio por los fusilados en la cárcel UP1, y también defender todas las veces que pidió hablar, lo que él consideraba “una guerra mundial”.

Nada parecía sacarlo de su su eje. Su compostura lo distinguía de los demás reos. A veces, apenas parecía respirar. Su método de resistencia era la economía de movimientos. Un duermevela imperturbable. Sólo dos temas le quitaban la compostura: cuando lo llamaban ladrón, como ocurrió con el caso de la empresa Mackentor, el “papel prensa” cordobés; y cuando declaraba algún miembro de la familia Vaca Narvaja. En la audiencia en que Ana María, una de las hijas mayores del ex ministro decapitado mencionó que además de Cachorro “lo llamaban la Hiena” y leyó documentación de la Conadep sobre lo que había afirmado; Menéndez terminó descompuesto de la bronca, despeinado y golpeándose las rodillas con los muebles de la sala para llegar al estrado de su defensora oficial.

Hasta estos días, y según datos de la Procuradoría de Crímenes contra la Humanidad, Menéndez había sido condenado 16 veces: 14 de ellas a prisión perpetua. Estaba procesado en otras 49 causas, y en 13 de ellas esperaba juicio oral. También estaba bajo investigación en otros 25 expedientes.

Quién sabe si a los pies de su cama de hospital –como él hizo con Teresita– pudo ver los rostros o sentir la presencia de los muertos que mató. De lo que sí se tiene certeza es que Menéndez fue el brazo armado de una de las etapas más atroces de nuestra Historia. Una que tuvo y tiene cómplices civiles y eclesiásticos. Y que con él, ayer, la muerte se llevó a uno de sus mejores esbirros.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __

Otras voces

HIJOS Capital: “Se murió la muerte: a las 11:20 murió el genocida Luciano Benjamín Menéndez. A diferencia de sus víctimas, se sabe la hora, el lugar y su familia puede despedirlo. Llegó a ser condenado en cárcel común, perpetua y efectiva, el único lugar para un genocida. ¡30.000 PRESENTES!”.

Leonardo Grosso, diputado nacional del Movimiento Evita: “El único lugar para un genocida es la cárcel común, ahí tendría que haber pasado sus últimos días Luciano Benjamín Menéndez”.

Juan Schiaretti, gobernador de Córdoba: “La dictadura fue nefasta y todos los que la integraron sin duda. Pero todo lo que tenía que decir lo dije cuando él estaba en vida. No es cuestión de repetirlo ahora que murió. Por eso asistí a los juicios donde se lo condenó”.

Nicolás del Caño, diputado del FIT: “Murió el genocida Luciano Benjamín Menéndez, condenado varias veces a cadena perpetua por la incansable lucha de los organismos de derechos humanos y de todo el pueblo. 30.000 compañeros detenidos-desaparecidos… Presentes!”Guillermo de Maya, presidente de la UCR Porteña: “Murió en su casa, tendría que haber estado preso como el resto de los genocidas. Por siempre: Memoria, Verdad y Justicia. Gracias Raúl Alfonsín por la valentía que pocos tuvieron para señalar el camino. #NuncaMás”.

Horacio Pietragalla. Unidad Ciudadana. “Murió el represor Luciano Benjamín Menéndez. Es el responsable directo del asesinato de mi viejo y miles de jóvenes más. No me alegra esta noticia, sólo me hace reflexionar sobre el monstruo en que se puede transformar un ser humano”.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _  _ _

Reparación

Por Victoria Ginzberg

No quedará nada de él. Como no habrá nada de nosotros cuando muramos. Quedará sólo lo que de él hay en nosotros, como, en algún momento, quedará sólo lo que de nosotros haya en los demás. Y lo que queda en nosotros de Luciano Benjamín Menéndez son sus crímenes, las ausencias que dejó, el dolor que provocó. Por eso la muerte de los represores no trae alegría, sino la evocación de sus víctimas, de todo lo que pudieron haber sido, sus sonrisas en fotos viejas.

La muerte no repara, no nos devuelve a los muertos, ni tampoco sus restos, no nos trae información sobre las personas que fueron apropiadas, no nos aporta justicia, memoria o verdad.

Al contrario. Menéndez se fue con sus secretos, guardando para sí los momentos finales de miles de personas que ya no lo atormentarán, si alguna vez lo hicieron, si algo de humanidad se colaba en sus entrañas. El fin de su existencia podrá traer cierta calma, la tranquilidad de saber que ya no respiramos su mismo aire, que ya no habla y no reivindica sus crímenes, que no camina, ni come, ni ríe. Algunos levantarán la copa porque él ya no es nada y en cambio nosotros seguimos aquí; y reímos, lloramos y nos emocionamos.

Pero lo que ofrece cierta reparación no le compete a él, a que no quede nada de él, sino que tiene que ver con lo que hicimos nosotros: las catorce perpetuas conseguidas, los cantos en la calle pidiendo justicia, los abrazos después de las condenas, la emoción de hacer historia, de hacer que la historia se conozca, la satisfacción de la labor cumplida y la sensación de que entonces sí el futuro puede ser distinto. 

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

  Murió Luciano Benjamín

Menéndez, el represor argentino

con más condenas a cadena perpetua

por crímenes contra la humanidad

28 de febrero de 2018 

| Escribe: Stephanie Demirdjian 

Le decían “Hiena” por su crueldad con los prisioneros y “Cachorro” por ser hijo de un militar. Luciano Benjamín Menéndez fue el máximo responsable de la represión en las provincias de Córdoba, Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán durante la dictadura argentina. Allí aplicó, de 1975 a 1979, un plan sistemático de secuestros, violaciones, torturas, apropiación de bebés y desapariciones. Por esos crímenes, acumuló más de 800 causas y recibió 12 condenas a prisión perpetua. El prontuario no terminó ahí: este mes, en Córdoba, afrontaba la última etapa de un nuevo juicio por “secuestros, aplicación de tormentos y homicidios” contra 61 personas. Sin embargo, por estos delitos no podrá ser condenado porque ayer, a los 90 años y en la cama de un hospital, la Hiena se murió.

Nunca pidió perdón y tampoco mostró remordimiento alguno durante los juicios por delitos de lesa humanidad que lo tuvieron como acusado a partir de 2008. Por el contrario, dedicó cada uno de sus descargos previos a los veredictos a defender a capa y espada el terrorismo de Estado. Para él, los crímenes que se le imputaron fueron motivados por la “guerra”: estaba convencido de que él y sus pares simplemente combatían el “fantasma del comunismo”.

De hecho, antes de ser sentenciado a cadena perpetua junto al dictador Jorge Rafael Videla en 2010, por los fusilamientos de presos políticos en la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, llegó a decir: “Nuestros enemigos fueron los terroristas marxistas. Jamás perseguimos a nadie por sus ideas políticas”.

Hace tan sólo tres meses, el tribunal que lo juzgaba en Córdoba le preguntó –por un tema de protocolo– si tenía antecedentes penales. Él respondió: “¿Antecedentes penales? Lo único que tengo en mi haber son estos juicios, que son artificiales. Ni siquiera he pasado un semáforo en rojo en mi vida”.

Como jefe del Tercer Cuerpo del Ejército, que abarcaba las diez provincias mencionadas, Menéndez impartía órdenes e instrucciones, supervisaba sus resultados y generaba las condiciones para que fueran eliminadas todas las pruebas. Los magistrados que lo juzgaron afirmaron que “esas maniobras le permitieron ser el dueño absoluto de la disponibilidad de personas”.

Se amparó en las leyes de impunidad para desactivar varias causas en su contra, tras la vuelta a la democracia, y en 1990 recibió un indulto del entonces presidente Carlos Menem, que violó la Constitución porque Menéndez todavía no había recibido ninguna condena.

Las redes sociales se inundaron de mensajes sobre la muerte de Menéndez apenas se supo la noticia. El hijo del político cordobés desaparecido Hugo Vaca Narvaja, Hernán, tuiteó: “Murió la Hiena. El mundo hoy es un poquito mejor”.

En la misma red social, la organización HIJOS escribió: “La familia de Luciano Benjamín Menéndez puede saber hoy a qué hora, dónde y por qué murió. Puede decidir dónde despedirlo. Miles de familias no podemos, por los crímenes del genocida y por sus pactos de silencio”.

Menéndez se llevó a la tumba toda la información que tenía sobre los desaparecidos durante la dictadura. De alguna manera, anticipó que lo haría en una entrevista publicada en la revista Gente en febrero de 1982, cuando afirmó: “Los desaparecidos desaparecieron y nadie sabe dónde están, lo mejor será entonces olvidar”. Por suerte, nadie le hizo caso.

_ __ _ _ _ _ _ _ _ _ _

  Cumpliendo cadena perpetua

murió el represor argentino Luciano

Benjamín Menéndez

Estaba condenado por desapariciones, asesinatos, secuestros, torturas, violaciones

y robo de bebés.

A los 90 años y cumpliendo con 12 cadenas perpetuas se murió este martes el represor argentino Luciano Benjamín Menéndez. Fue la máxima autoridad en Córdoba durante la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 y responsable de la represión en Jujuy, Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán.Estaba internado desde hacía unas semanas en un hospital cordobés y cumplía arresto domiciliario por las condenas que recibió por sus múltiples crímenes: desapariciones, asesinatos, secuestros, torturas, violaciones y robo de bebés.

Recuerda el matutino Página/12 que Menéndez tuvo a su cargo el área 311 en que la dictadura cuadriculó el país para su plan de exterminio. Manejó diez provincias en un plan sistemático de secuestros, torturas, apropiación de bebés y desapariciones que ha quedado demostrado en cada uno de los juicios por delitos de lesa humanidad realizados desde 2008.

Fue conocido por los alias de “Cachorro”, “Chacal” o “Hiena” y tuvo bajo su mando el destacamento de Inteligencia 141 General Iribarren, del que dependía el centro clandestino de detención La Perla, conocido como “la ESMA cordobesa”, por donde se calcula que pasaron 2.500 detenidos.

Hay testimonios de los sobrevivientes que indican que la “Hiena” solía visitar La Perla y presenciaba fusilamientos al borde de las fosas, o aparecía durante las sesiones de interrogatorios y las torturas.

No solo fue un criminal sino que también aportó lo suyo desde el punto de vista ideológico ya que se le adjudica haber sido el inventor del “pacto de sangre”: hacía participar de los secuestros y fusilamientos a todos los oficiales para que en el futuro “no se dieran vuelta”.

Tras el regreso de la democracia, logró desactivar varias causas en su contra amparado en las leyes 

de impunidad y en 1990, a pocos días de que comenzara un juicio en su contra, recibió el indulto del presidente Carlos Menem. En 2005 la Corte Suprema declaró inconstitucional el indulto y en 2008 el represor recibió su primera sentencia por crímenes de lesa humanidad.

Menéndez, durante las ocasiones en las que debió hablar en el banquillo de los acusados, dedicó sus alegatos a defender con pasión el terrorismo de Estado. “Nuestros enemigos fueron los terroristas marxistas. Jamás perseguimos a nadie por sus ideas políticas”, dijo antes de ser sentenciado a perpetua junto al dictador Jorge Rafael Videla en 2010 por los fusilamientos de presos políticos en la Unidad Penitenciaria 1 (UP1) de Córdoba.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _

Cuando muere un genocida como Menéndez, nos lleva el recuerdo del poema de Benedetti:

 

A LA MUERTE DE UN CANALLA

 

Poema de Mario Benedetti

 

Los canallas viven mucho, pero algún día se mueren

 Obituario con hurras

Vamos a festejarlo

vengan todos

los inocentes

los damnificados los que gritan de noche

los que sueñan de día

los que sufren el cuerpo

los que alojan fantasmas

los que pisan descalzos

los que blasfeman y arden

los pobres congelados

los que quieren a alguien

los que nunca se olvidan

vamos a festejarlo

vengan todos

el crápula se ha muerto

se acabó el alma negra

el ladrón

el cochino

se acabó para siempre

hurra

que vengan todos

vamos a festejarlo

a no decir

la muerte

siempre lo borra todo

todo lo purifica

cualquier día

la muerte

no borra nada

quedan

siempre las cicatrices

hurra

murió el cretino

vamos a festejarlo

a no llorar de vicio

que lloren sus iguales

y se traguen sus lágrimas

se acabó el monstruo prócer

se acabó para siempre

vamos a festejarlo

a no ponernos tibios

a no creer que éste

es un muerto cualquiera

vamos a festejarlo

a no volvernos flojos

a no olvidar que éste

es un muerto de mierda

 _ _ _ _ _ __  _ _

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.