Aquel ayuno de 1983

  Religión y dictadura: El ayuno del 83

4 de octubre de 2018 

Escribe: Ademar Olivera 

Imagen de una reunión durante el ayuno.
De pantalón claro, en el centro, Luis “Perico” Pérez Aguirre.
(Archivo de SERPAJ)

Para los religiosos, el acto de ayunar significa contrición y purificación interior. En el ámbito secular también se lo llama “huelga de hambre”, como instancia de denuncia o reclamo. El ayuno del Servicio Paz y Justicia (Serpaj), en agosto de 1983, tuvo una mezcla de ambos sentidos.

Recordamos que cuando las palabras eran ineficaces, los profetas recurrían a gestos simbólicos para producir un impacto en la sociedad. Así, nuestro gesto era de resistencia a la situación represiva y autoritaria en que vivíamos, y una convocatoria a la reflexión-acción de la ciudadanía; una apelación a hacer algo significativo para modificar la realidad.

Subrayamos algunos aspectos de aquel peculiar ayuno. En primer lugar, su carácter representativo. Se designaron tres ayunantes, pero el ayuno era de todo el equipo de Serpaj. Cada integrante tenía una función específica dentro del plan elaborado: apoyo logístico, difusión, contactos, gestiones internas y hacia el exterior, etcétera. Más aun, involucraba a todo el pueblo con la realización de ayunos comunitarios, movilizaciones, solidaridades múltiples, que se sumaban a la acción emprendida. Un hecho insólito que marca lo irracional de un régimen sostenido por la fuerza de las armas: que tres “muertos de hambre”, como decía Perico, tuvieran en jaque a un poderoso ejército. Y que se recurriera a la represión y detención de cientos de personas por el simple hecho de rezar el Padrenuestro. También descubrimos cómo la imaginación popular encuentra recursos espontáneos para adherir a una causa motivadora. Por ejemplo, aquel ciego que se dedicó a informar sobre el prohibido ayuno a los pasajeros que viajaban en el ómnibus. Y otras formas de acompañar.

El desenlace de esa riesgosa acción fue la clausura de Serpaj como organización. Pero el ayuno produjo otros resultados mucho más trascendentes. Contribuyó a romper la cultura del silencio, superando el miedo que margina y paraliza. El apagón, el caceroleo y la manifestación al final del ayuno fueron señales de la resistencia a la dictadura que ya estaba latente en vastos sectores de la población. El ayuno fue un hito más al impulso de salir a la calle a manifestar y reclamar justicia, libertad y democracia, que se inscribió en las movilizaciones de 1983: el 1º de mayo celebrado después de diez años de dictadura; la marcha en la Semana del Estudiante; el acto del Obelisco del 27 de noviembre; la llegada de los niños hijos de presos y exiliados.

En ese tiempo aprendimos que los derechos humanos sólo adquieren vigencia y concreción cuando el pueblo toma conciencia y los hace suyos, los defiende y los profundiza, utilizando mil formas y mucha imaginación. También aprendimos la importancia de la unidad para lograr objetivos supremos, por encima de mezquindades y diferencias político-partidarias, religiosas, etcétera. Y finalmente, valoramos la fuerza de la solidaridad como actitud humana y humanizante que nos dignifica a todos los seres humanos.

Estos logros no sólo tienen un alcance para la evocación del pasado histórico en el marco de las luchas por reconquistar los derechos avasallados en Uruguay, sino que siguen vigentes hoy cuando se trata de valorar y defender principios, como la justicia, las libertades y la democracia, que no son negociables.

Ademar Olivera es pastor de la Iglesia Metodista y fue protagonista del ayuno de 1983.

 

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