Hasta siempre Daniel (2)

“Daniel, levántante y canta. Morir quizás, callar jamás”.  Hasta siempre Daniel.

Video: “Están en algún sitio…”

Concierto-recital ofrecido en octubre de 2002 por Mario Benedetti y Daniel Viglietti en el cine La Esperanza de San Vicente del Raspeig (Alicante).

 

DANIEL VIGLIETTI por ROGER RODRIGUEZ

Escuchar “Canciones Chuecas” en la casa de Adolfo en 1976 era un acto subversivo contra la dictadura. Lo hacíamos después de estudiar, sobre la medianoche, cuando abríamos una botella de grapa, bebíamos, fumábamos y leíamos libros prohibidos que tenía enterrados bajo una palmera en el fondo de su casa de la calle Cornelio Cantera. Poníamos el tocadiscos con el volumen bien bajito, casi susurrante. Lo suficiente para anhelar niños para amanecer, sufrir Vietnam, transportarnos a Cuba, juntar los pies con el Chueco, gritar por Julián Grimau, sumarnos a la masa de Vallejo, comprometernos como muchachos, abrazar a Martina, larairear la llamarada, enamorarnos de una mirada clara, sonreír el tres por ocho, y erizarnos por Tupac. Cada noche, al volver a casa, caminaba el empedrado de Jaime Cibils repitiendo las canciones sin que ninguna palabra o tono saliera de mi boca. El silencio era resistencia…
En las reuniones familiares o de amigos donde había una guitarra, siempre surgía alguna de sus canciones en el repertorio improvisado de quienes se animaban a rasgar las cuerdas. Mi hermana Isabella se había mudado a Tacuarembó y vivía a pocos kilómetros de San Gregorio de Polanco. Mis sobrinos se habían criado en el campo, en sus costumbres y su cultura. Mi hermano Gerardo era el que se defendía con las seis cuerdas. No olvido la cara de asombro de mi sobrina, cuando en una reunión familiar él se puso a cantar “A desalambrar”. Antonella, que no llegaba a los cinco años de edad, me enfrentó preocupada y me dijo: “El tío está loco, si desalambramos se nos escapan toditas la vacas”… Tenía razón. Ambos la tenían.
Desde que lo conocí personalmente me impresionó su profesionalidad, su compromiso y su humildad. Lo escuché en Tímpano (uno programa de radio sin ruido), lo vi en reuniones y actos (a los que él nunca se negaba a cantar), compartí una charla en el centro de torturas Olimpo, viví la noche en que le entregó el Morosoli a Manuel Capella, y nos cruzamos una y otra vez en las marchas y concentraciones en reclamo por los derechos humanos. Siempre admiré sus manos al tocar la guitarra: las uñas largas de su diestra acariciando las cuerdas como si fueran de un arpa, el arqueo de los ágiles dedos de su zurda al pisar las notas contra el diapasón. El cuidado en la ejecución y en el registro de los tonos. No tocaba, hacía música.
Hay que morir para ser leyenda, para que se valore al que ya no está. No somos conscientes de la generación de personalidades y talentos con las que convivimos. Lo vamos descubriendo en la medida en que se van, cuando al admirar su arte comprendemos su ausencia. No fue mi amigo, pero había afecto y respeto. No creo que sea el último intérprete de las canciones de protesta. No protestaba, proponía. Sus canciones eran crónicas de la realidad, denuncias de su tiempo, arengas para comprometernos a la necesaria utopía. Su canto era popular, sí; y ahora, más que siempre, Daniel Viglietti pertenece al pueblo. Con él cantarán.

Homenaje a Daniel Viglietti.

Publiée par Martha Passeggi sur Mardi 31 octobre 2017
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Y todo un pueblo le dijo “Hasta Siempre”

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Un testimonio y como salió un disco dedicado a Ernesto CHE Chevara en 1968

EL CHE VIVE

Y conocí a Daniel Viglietti

Era el mes de setiembre de 1968, pronto sería el primer aniversario de que el Che Guevara cayera en Bolivia.

Trabajaba en la parte de propaganda del Partido Comunista del Uruguay, colaborando en la salida de la revista « Estudios », quien la dirigía era Rodney Arismendi, y la parte de redacción estaba a cargo de « Chicha » Ibarburu.

En una reunión puse como proposición la edición de un disco, con motivo de este primer aniversario, en el cual colaborarían aquellos artistas que quisieran darnos su canto y/o su voz para tal fecha.

Cuatro de ellos, así lo hicieron, Alfredo Zitarrosa, Marcos Velasquez, Los Olimareños y Daniel Viglietti.

A Daniel, fui a verlo en su trabajo, como locutor de Radio del SODRE, después de presentarme, entrabamos una charla sobre el hecho del aniversario del Che, en un primer término, tuvo reticencias si no confundirían la salida del disco, y con esas figuras, como algo « comercial » o uno de los tantos homenajes que sólo servirían para una tertulia.

Adelantándole, que más sería una demostración que las voces del Uruguay en apoyo a Cuba y a la gesta del Che, lo transformaría en casi un documento histórico.

Ante mi alegato, Daniel, me expresó, que para ello, él redactaría una dedicatoria, ya no solo del poema que cantaría, y que lo había grabado en Cuba, « Masa » del gran poeta peruano César Vallejo, sino por todo el disco, y aquí está esa dedicatoria :

« HAY MUCHOS POSIBLES HOMENAJES PARA ERNESTO GUEVARA, ESTE ES UNO DE ELLOS. EL OTRO, EL VERDADERO, EL PROFUNDO, LO SABEMOS USTED, YO, Y TAMBIEN LO SABEN LOS ENEMIGOS »

Un recuerdo imborrable de

Carlos Wuhl

Se hizo aguacero

01 • nov. • 2017 |

Escribe: Débora Quiring  

 

Luego de que circulara ayer la noticia del fallecimiento de Daniel Viglietti, cientos de músicos y artistas recordaron al talentosísimo compositor y guitarrista, que pudo ser concertista pero eligió el camino de la canción popular, y marcó a varias generaciones con su potente y rigurosa trayectoria. En cuanto a su papel fundamental en la llamada canción de protesta desde los años 60, su amigo el musicólogo Coriún Aharonián –que falleció el 8 de octubre– siempre destacaba su ética y su poética, y reconocía que Viglietti mantuvo un gran compromiso no sólo con lo social y político sino también con la autoexigencia al crear, convirtiéndose en un punto de partida muy importante para la identidad creadora e interpretativa.

El cantautor y docente Rubén Olivera contó a la diaria que primero conoció “Canción para mi América”, y después su segundo disco, Hombres de nuestra tierra. Ciclo de canciones uruguayas (1964) y la trilogía clásica Canciones para el hombre nuevo (1968), Canto libre (1970) y Canciones chuecas (1971), de los que “sacó” todas las canciones, que se convirtieron en una fuente de aprendizaje. Señaló que es “muy rico cuando alguien conjuga ser un buen cantor, un buen guitarrista, un buen compositor e incluso un buen pensador, porque él venía de la escuela de Héctor Tosar y Coriún, que se terminaron convirtiendo en paradigmas”. En ese sentido, recordó que en los 60 conjugó la separación de la matriz argentina y el direccionamiento, a nivel conceptual, por la revolución cubana, pero siempre en la búsqueda de “niveles de calidad, recuperación de matriz propia e invención. Fue el primero que tomó la poesía española, el primero en hacer un árbol conceptual integral como el disco temático Hombres de nuestra tierra, totalmente basado en géneros locales. En él, además, reunió a la fotógrafa Isabel Gilbert [que recorrió campos y sierras para su trabajo] y al poeta Juan Capagorry; ese tipo de ideas muy redondas. Además de ser un cantante épico a la vez que lírico; con una fase adusta, pero una gran ternura y un gran humor”.

Para Olivera, fue un compositor que logró hablar de aspectos crudos sin que el producto artístico se doblegara. Por eso, señaló que cuando se escucha un acorde de Atahualpa Yupanqui, el excepcional grito de John Lennon o una nota de Viglietti, el “grado de verdad y credibilidad es muy alto. No es casualidad cuando uno deja de lado lo sensiblero y lo grandilocuente, porque al crear con verdad hay un descarte de lo superfluo. Eso se transmite en un solo sonido, en un solo toque de guitarra, en la calidez de la voz. Si pudieras separarlo en un prisma, tendrías un arcoíris de ternura, humor, seguridad, coherencia, solidez. Hoy todos tenían algo para contar de su conexión directa con cada oyente. Era una fuente”. En cuanto a lo guitarrístico, recordó que, al tratar de tocar sus canciones, en un momento dijo “acá hago lo que puedo, porque no sé cómo se hace”. Y aún le pasa lo mismo, porque Viglietti “inventó un resumen ideal de maestros de guitarra como Abel Carlevaro y Atilio Rapat”. Contó además que era de los pocos veteranos que iban a todos los recitales de jóvenes, y que cuando volvió del exilio a Argentina, “en los primeros recitales nos invitó a Larbanois-Carrero, a Luis Trochón, al Choncho Lazaroff, a Leo Maslíah y a mí a cantar, y nos pagó parte de lo que él iba a cobrar. Por donde lo mires y donde lo rasques, hay una construcción de su verdad, y un mantenimiento de esa verdad que él sabía que tenía. Era un faro”, sostuvo. En cuanto a su obra reciente, comentó que tenía unas cinco canciones nuevas sin grabar: “Ahora viene el mismo paso que también se da con Coriún y que tiene que ver con el archivo, porque hay que ver cómo se pueden conservar y ordenar esos cientos y cientos de cintas de comentarios y entrevistas desde los 60 en adelante”.

En la misma línea, uno de los mayores referentes actuales del folclorismo argentino, Juan Falú, destacó que en su país Viglietti es un ícono, y que siempre fue muy escuchado por su cancionero de denuncia. “Hace poco hizo una gira de presentaciones por acá, y todas fueron ceremonias rituales por lo que él significó como estandarte. Siempre valoré su condición musical y guitarrística, porque su modo de tocar la guitarra era muy personal y de mucho conocimiento. Se trata de alguien que maneja el sentido contrapuntístico del instrumento en relación con el canto. En su guitarra, más que un mero acompañamiento rítmico o armónico, hay composiciones que va tocando mientras canta. Y eso es algo que se valora y se respeta mucho mucho en esta parte del mundo. Acá, a ese modo lo empezó a desarrollar Eduardo Falú [tío de Juan]. Así que, por donde se lo mire, la figura de Daniel es muy luminosa”. Para el tucumano, hay obras “que pasan en forma efímera, a veces con un brillo superficial que se desvanece. Pero hay otras que tienen a la eternidad como destino. A lo de Viglietti se le aplica muchísimo una expresión yupanquiana que me gusta mucho: que el artista es mejor que alumbre y no que deslumbre. Daniel alumbra, y mucho. Porque el compromiso con la creación es muy importante: a veces la ideología destiñe a la canción, y que prevalezca tanto el mensaje estético como el ideológico es algo que tiene mucho que ver con Viglietti. Porque se puede ser muy chabacano con una canción de denuncia, que puede ser tan demagógica y superficial como una canción de amor, pero estamos ante un caso que la enalteció”.

Por su parte, el músico Guillermo Lamolle contó que durante años sólo conoció Canto libre, hasta que Viglietti volvió del exilio y entonces comenzó a escuchar todos sus discos. Opinó que su obra tuvo dos etapas bien distintas, pero que siempre fue experimental e “inventó una forma de tocar la guitarra, que se reconoce de lejos e hizo escuela, pero nadie toca como él. Primero se dio la época guerrillera, y cuando volvió, llegó con una serie de canciones rarísimas que cantó en el Franzini. La creación fue su principal compromiso, en el sentido de que la guitarra era tanto o más revolucionaria que las letras de sus canciones. Algo que no sucede habitualmente. Por eso, al escucharlo uno sigue aprendiendo”. En cuanto a sus particularidades, apuntó que contaba con “una mano izquierda rarísima, por las armonías que usaba, y una derecha inimitable, que nadie entiende. A otros los podés entender pero no te sale, pero él no se entiende”. Cuando Lamolle comenzó a ir al Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP), Viglietti era como una entidad “mágica” e inaccesible, que aún no había vuelto del exilio. De modo que, al regreso, algunos le preguntaban, en relación con sus canciones: “¿Qué hacés acá?”, y “¿cómo hacés esto?”. “Me acuerdo cuando el Choncho Lazaroff le preguntaba qué hacía en tal canción, que sólo conocía por discos, y Viglietti decía que no sabía qué hacía. Los músicos son un poco así”. En cuanto a continuidades, dice que Lazaroff “fue uno de los que más o menos lo siguió, sobre todo con lo de la mano izquierda y la armonía, que era muy reconocible. Y como además tenía voz grave, a veces lo evocaba. Pero Viglietti era un tipo muy personal en su manera de tocar y de cantar. De hecho, ahora tenía la misma voz de los 20 años, y eso es inentendible”.

Al entrerriano Carlos Negro Aguirre (que en el próximo Música de la Tierra iba a interpretar “Gurisito” y el “El vals de la duna” junto a Viglietti), su obra le llegó en la adolescencia. “A medida que fui creciendo y adquiriendo más herramientas para desmenuzar sus canciones, me sentí muy atraído por su literatura, por ciertas maneras de sus construcciones y su arquitectura musical. Una arquitectura muy sobria, despojada, con la virtud de la simpleza, y a la vez con una enorme profundidad y contundencia, que te deja absolutamente conmovido. Hace un tiempo nos cruzamos en un festival vasco y me propuso hacer una entrevista para su programa [Tímpano]. Para mí fue algo soñado, porque era alguien que uno tomaba para construir su propio camino, que trasciende lo musical y literario y abraza una memoria social y política”. Su coterránea Liliana Herrero admitió estar “devastada”, porque eran amigos desde hace más de 40 años. “Anoche se acercó mi amiga Rita Cortese y me dijo bajito: ‘Murió Daniel Viglietti’. Todos los años en que compartimos lo que la amistad propone aparecieron en mi corazón. No atiné a nada. Tomé el micrófono y canté a capella un fragmento de la emblemática ‘Milonga de andar lejos’: ‘Ayudéme compañero / ayudéme no demore / que una gota con ser poco / con otras se hace aguacero’”.

Del otro lado del teléfono, el guitarrista y compositor Carlos da Silveira, que tocó con Viglietti en los últimos años, contó que lo seguía sorprendiendo la energía que mantenía: “Hicimos una gira por el interior con el sonidista Martín Pereira, Pablo Somma, Andrés Bedó y Jorge Trasante, y nos reíamos porque a las 2.00, en medio de la ruta, cuando nosotros estábamos para tirar a la basura, él quería parar la camioneta cuando íbamos rumbo a Lavalleja para ver el Cebollatí de noche. Y después se levantaba olímpico”. La primera vez que lo escuchó fue en Tacuarembó, en 1962, cuando Da Silveira tenía 12 años. Y después en 1968, cuando se vino a Montevideo. “En 1970 me volví a Tacuarembó por un año, empezamos a juntarnos con Eduardo Darnauchans, y un día él fue telonero de Viglietti en el cine Rex. Después vino Numa Moraes y nos mostró “La patria, compañero”; cuando vi cómo tocaba la guitarra le pregunté con quién estudiaba, y me dijo que era con Viglietti. Al volver a Montevideo fue lo primero que hice, estudié con él de 1971 a 1973, y era un profesor de puta madre, porque te hacía laburar para que aprendieras. Te planteaba acertijos, aprietos de cómo resolver y tocar algunas cosas. A experimentar con la guitarra aprendí con él”. En 1984 lo llamó Rubén Castillo porque Viglietti se había lastimado la mano izquierda y quería que Da Silveira lo acompañara. “Ahí saqué los discos al dedillo, y cuando no podía tocar porque la técnica no me daba, inventaba algo que funcionara. Era una enorme responsabilidad tocar con alguien como él. Y todavía probamos –antes de tocar en el estadio Centenario– a hacer ‘La llamarada’ con Chico Buarque, a ver qué salía. Casi que la improvisamos en el escenario”.

Improvisada y premeditada a la vez, la llamarada sigue alumbrando al mundo entero.

 

Décès du chanteur et compositeur uruguayen Daniel Viglietti

AFP – Publié le mardi 31 octobre 2017

Le chanteur et compositeur uruguayen Daniel Viglietti, 78 ans, qui fut un symbole de la protestation contre la dictature en Uruguay (1973-1985), est décédé lundi.

La nouvelle de sa mort a d’abord été annoncée par des médias locaux citant des proches du chanteur, puis confirmée par le Théâtre Solis de Montevideo, par un responsable de la municipalité de la capitale, Daniel Martinez, et d’autres intervenants.

Selon le quotidien El Pais, Viglietti serait mort pendant une intervention chirurgicale.

Daniel Viglietti était né en 1939 à Montevideo. Guitariste et compositeur ayant reçu une formation musicale classique, il s’est orienté vers la chanson populaire et politiquement engagée.

Il a été arrêté en 1972 avant le coup d’Etat civil et militaire de l’année suivante.

Viglietti a vécu en exil en Argentine et en France pendant la période de la dictature, et il est rentré en Uruguay en 1984.

Parmi ses chansons les plus connues figurent “A desalambrar” et “Gurisito”.

Daniel Viglietti était ami avec des personnalités comme l’écrivain uruguayen Mario Benedetti, avec lequel il a conçu une oeuvre musicale intitulée “A dos voces” (A deux voix) sur des poèmes de l’auteur, ou l’architecte brésilien Oscar Niemeyer.

Viglietti a enregisté de nombreux disques, aussi bien en solo qu’en compagnie d’autres musiciens.

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Daniel Viglietti – Homenaje – 1939/2.017

 

Recibimos y publicamos de nuestra compañera SONIA FERNANDEZ LAURO

Hemos quedado huérfanos, Daniel !

Huérfanos de tu voz, de tus canciones,

de tu música, de tu guitarra y de tu rebeldía,

de tu lucha incansable transformada en poesía

y en certero haz de luz por la justicia.

 

Te fuiste despacito, sin aviso

y quedamos muy tristes buscándote

en ese horizonte del que no se regresa,

y mirando allá tu sombra que se aleja…

 

Recordamos entonces

lo que tú sabiamente nos dijiste

« no digo nombre ni seña

sólo digo compañeros »

 

compañeros seremos para ahondar en tu senda,

pidiendo a gritos la VERDAD y la JUSTICIA que no llegan.

Con dolor por tu ausencia, pero con esperanza te decimos :

Hasta siempre Daniel, tu canto ‘nuestro’ para siempre vivirá !

 

Sonia Fernandez Lauro

31.10.2017

 

IN MEMORIAM | DANIEL VIGLIETTI

Chau, flaco

Nos hemos quedado más solos y a partir de ahora nos toca bregar con tu ausencia

Joan Manuel Serrat

 2/11/2017

La lista de amigos perdidos empieza a ser tan extensa como insoportable, de modo que hace un tiempo decidí no escribir más obituarios de gentes queridas. No solo porque hacerlo no me produce ninguna liberación, sino también porque cuando llega el final, por cercano y previsible que se anuncie, necesito un tiempo para nosotros. Para él y para mí. Pero los muertos son noticia y como a tales se les mira con ojos urgentes.

Vamos, vamos… antes de que se enfríe.

  1. Montevideo. Allí nos conocimos. Tú estabas en la cárcel, yo lo supe y desde el escenario del Teatro Solís me puse a cantarte con la esperanza de que mi voz llegase a tu calabozo: “Yo no soy de por aquí/ Es otro pago mi pago…”.

La lista de amigos perdidos empieza a ser tan extensa como insoportable, de modo que hace un tiempo decidí no escribir más obituarios de gentes queridas. No solo porque hacerlo no me produce ninguna liberación, sino también porque cuando llega el final, por cercano y previsible que se anuncie, necesito un tiempo para nosotros. Para él y para mí. Pero los muertos son noticia y como a tales se les mira con ojos urgentes.

Vamos, vamos… antes de que se enfríe.

  1. Montevideo. Allí nos conocimos. Tú estabas en la cárcel, yo lo supe y desde el escenario del Teatro Solís me puse a cantarte con la esperanza de que mi voz llegase a tu calabozo: “Yo no soy de por aquí/ Es otro pago mi pago…”.

Conocía la canción. Era una habitual de mis serenatas nocturnas a la luna y quise dedicársela al colega, entre la desaprobación escandalizada de parte del público local —entre el que estaba Nati Mistral— porque ya se sabe que los artistas no han de meterse en asuntos de política.

Ese fue el banderín de enganche de nuestra amistad.

Y también Anike y Trilce.

“Tan chiquí-, tan chiquita que es la Tierra/ si la mi-, si la miran desde el Sol./ Tan chiquí-, tan chiquita que es la infancia,/ cuando vi-, cuando vino se escapó.”

Recién habías salido a la calle

¿Te acuerdas de aquellas elecciones que devolvieron a Perón a la Casa Rosada que seguimos hasta el amanecer chupando y mateando. ¿Dónde fue…? ¿En Buenos Aires o en Montevideo, en aquella casa cercana a la embajada americana…?

Fue apenas días antes de que tuvieses que salir al exilio:

“Bordaberry, métete el Uruguay en el culo”, rezaba una pancarta que algunos valientes colgaron en la amura de babor del ferri a Buenos Aires, con evidente riesgo de su integridad.

“El último, que apague la luz…” decía otra, y cada día era más duro y cada noche más oscura en aquel Montevideo que iba a tardar hasta 1980 para que un plebiscito que el pueblo le ganó a eso que llamaron la junta cívico-militar devolviera al exilio y las cárceles empezaran a abrirse.

Pero pasaron 12 años de exilio.

Primero Argentina y luego Paris. —¿Era rue General Leclerc…? Doce años en aquella ciudad de luces menguadas para los que madrugan y trasnochan en la banlieu, caminando a donde les lleven sus zapatos.

De vez en cuando tus idas y venidas a España, donde me hablabas del Penal de Libertad y de Aníbal Sampayo pudriéndose entre sus muros.

Y México. Siempre México acogiendo a los perseguidos con su chingada generosidad.

Y Cuba y los compañeros y el mundo que a pesar de todo existe y acompaña.

Y al fin 1984. El año de los regresos y la vuelta a Montevideo y la casa cerquita del Parque Rodó.

“Oiga, Benedetti, soy músico y me gustan mucho sus poemas.

—Tenemos que hacer algo con esta casualidad”, te contestó.

Fue entonces cuando te pusiste la gorra para siempre y te dejaste crecer los dientes.

A las 5 quedamos en tu hotel. Vale. Y aparecías con tus aviesas intenciones y un magnetofón. “Han llegado los dos. Viglietti y Tímpano”.

—Pero no puedes venir solo. Por una vez solo y olvidarte una puta vez el magnetofón en casa”.

Y te soltabas una la risa franca que te achicaba los ojos y agitabas la cabeza como un ratón pícaro.

Y luego llego Párpado, que era como Tímpano pero con imágenes, y si te hubiese dado tiempo la vida habrías seguido con Péndulo o Sándalo para acabar con Báculo.

Empezaste desalambrando —y así has seguido toda la vida, sencillo y generoso amigo— y acabaste con Trabajo de hormiga.

Suena a círculo cerrado.

Morirse es grave, efectivamente, pero a fin de cuentas somos los vivos los que cargamos con lo que ha ocurrido. Nos hemos quedado más solos —ahora recuerdo a Lourdes, tu compañera, aquellos días de México— y a partir de ahora nos toca bregar con tu ausencia.

Chau, flaco.

 

 

SIGUE