Un “Cóndor” en Europa

El tristemente célebre “Plan Cóndor” que se había desarrollado fundamentalmente en la América Latina, también parece que Europa hubo intenciones en que se desarrollara ésta forma de opresión y represión.

La virtud de lo oscuro

De cómo tres países europeos quisieron replicar el Plan Cóndor en el Viejo Continente

Samuel Blixen

14 junio, 2019

Cable de la Cia que revela las intenciones de los países europeos de recibir información sobre el Plan Cóndor. Documento recientemente desclasificado por Estados Unidos 

Alemania, Francia e Inglaterra se propusieron, en 1977, crear un símil del Plan Cóndor en Europa para combatir el terrorismo y la subversión. Así lo revelaron los documentos recientemente desclasificados por el gobierno de Estados Unidos.

La eficiencia que alcanzó en dos años de existencia –exterminando “enemigos”, asesinando políticos opositores, masificando la desaparición forzada, robando niños– convirtió al Plan Cóndor en un ejemplo virtuoso de trasnacional represiva. La manera en que las dictaduras de Sudamérica (Uruguay, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia, Argentina, y después Perú y Ecuador) lograron, a fines de 1977, por encima de sus particularidades y a caballo de sus coincidencias ideológicas, un nivel inimaginado de terrorismo de Estado colectivo sedujo a los servicios de inteligencia de tres estados europeos para replicar en el Viejo Continente una coordinación similar.

Un documento recientemente desclasificado por el gobierno de Estados Unidos revela, 40 años después, que el Directorio de Operaciones de la Cia estaba en conocimiento de los planes de los aparatos de inteligencia de Francia, Alemania Federal y Reino Unido. Representantes de los tres servicios europeos habían viajado a Buenos Aires, en setiembre de 1977, para estudiar “los aspectos administrativos, de gestión y técnicos relacionados con el Cóndor”, según un cable secreto recibido en la central en abril de 1978.

EN LA CANCHA. Entre los 43 mil documentos entregados al gobierno argentino en abril pasado, no aparecen registros de si ese interés se materializó, en aquel momento, en una estructura de coordinación en Europa, pero pocos meses después, en mayo de 1978, agentes del servicio de Alemania Federal trabajaron estrechamente con los aparatos de seguridad argentinos durante el Campeonato Mundial de Fútbol en Buenos Aires y en Córdoba, sedes en las que jugó la selección alemana. Por lo pronto, a partir de las mismas fechas, los servicios españoles y franceses articularon una estrecha coordinación en el combate a la Eta, que se prolonga hasta el presente, independientemente de las tendencias políticas de los gobiernos.

El documento secreto informaba con cierto retraso sobre “la visita de representantes de servicios de inteligencia alemán occidental, francés y británico a Argentina para discutir métodos para el establecimiento de una organización anti-subversiva similar a Cóndor”. La fuente que suministró la novedad a los agentes de la Cia en Buenos Aires está censurada en el texto, al igual que la identidad del agente que la redactó. Pero el cable detalla que “los representantes de los servicios de inteligencia británica, francesa y alemana visitaron la secretaría de la organización del Cóndor” durante todo el mes de setiembre de 1977, “para conocer los métodos organizativos”. Según la fuente de la Cia, muy probablemente una jerarquía de la Secretaría de Inteligencia del Estado (Side), “los representantes del servicio de inteligencia han explicado que la amenaza terrorista / subversiva ha llegado a tales niveles peligrosos en Europa que creen que lo mejor es invertir sus recursos de inteligencia en una organización cooperativa, tal como Cóndor”.

El interés de la inteligencia europea se orientaba a establecer los mecanismos de funcionamiento que permitían un intercambio fluido de información con una base de datos, que estaba domiciliada en Chile. Pero también estaban interesados en los operativos conjuntos: “Destacaron, sin embargo, que si esta organización se establece (en Europa), las operaciones en contra de los subversivos serán coordinadas claramente para que el servicio de un país no funcione unilateralmente en otro país”, dice el cable de la Cia.

En setiembre de 1977, las corrientes de centroderecha dominaban el escenario político en Alemania Occidental, Francia e Inglaterra: Helmut Schmidt, Valéry Giscard d’Estaing y James Callaghan eran canciller, presidente y primer ministro, respectivamente. En momentos en que se concretaban las primeras medidas de lo que después serían el Mercado Común y posteriormente la Unión Europea, la actividad represiva estaba centrada en combatir el accionar de la guerrilla alemana Fracción de Ejército Rojo, que actuaba en toda Europa, y de los comandos del Frente Popular para la Liberación de Palestina, que colaboraban en las operaciones de tomas de embajadas y secuestros de antiguos nazis.

El interés de los servicios de inteligencia europeos por estructuras clandestinas “antiterroristas” revela que la guerra sucia era un recurso válido tanto para las dictaduras militares como para los gobiernos democráticos. Los agentes de la Cia aclaraban, en abril de 1978: “No hay información disponible para confirmar la noticia sobre la visita del representante del servicio de inteligencia francés a Argentina. Es posible, sin embargo, que este tipo de organización sea de interés para el servicio francés de inteligencia externa”(Service de Documentation Extérieure et de Contre-Espionnage, Sdece).

Un extenso informe de la Cia, de fines de mayo de 1978, confirmaba que “oficiales de seguridad de Alemania Occidental llegaron recientemente a Argentina para chequear los estadios y los sitios de residencia” de la selección alemana que participaba en el Mundial. El servicio alemán manejaba informes de que “miembros de la Fracción de Ejército Rojo se encuentran en América Central y Sud América”. El documento agregaba que “existe una pequeña probabilidad de cooperación entre los Montoneros y la Fracción de Ejército Rojo”. Se consignaba que 5 mil soldados habían sido asignados a la seguridad del Mundial, que se jugó en cinco sedes: Buenos Aires, Mar del Plata, Rosario, Córdoba y Mendoza, y que se tomaban estrictas medidas de control en fronteras, ante la posibilidad de que comandos montoneros ingresaran desde Uruguay y Brasil.

No obstante, la Cia daba crédito a los trascendidos de fuentes de Montoneros en México, en el sentido de que esa organización no iba a entorpecer el Mundial de Fútbol con acciones guerrilleras ni con atentados. De hecho, el único atentado notorio registrado fue contra el subsecretario de Hacienda argentino, el economista y empresario Juan Alemann, que había denunciado la corrupción en la organización de los juegos y el feroz enfrentamiento entre el Ejército y la Marina por el control financiero.

El atentado a Alemann –un artefacto explotó en su domicilio– ocurrió exactamente cuando Argentina lograba el cuarto gol contra Perú, que le permitía pasar a las finales. Argentina necesitaba esos cuatro goles para superar la ventaja que tenía Brasil. Antes del encuentro, el general Jorge Rafael Videla y el ex canciller estadounidense Henry Kissinger visitaron el vestuario de la selección peruana para saludar a los jugadores y trasmitir un mensaje del general Francisco Morales Bermúdez, presidente de facto de Perú, en el que hacía hincapié en “los lazos de hermandad argentino-peruanos”. Argentina ganó seis a cero. Los jugadores admitieron que se sintieron presionados por Kissinger y Videla. Se denunció que seis jugadores peruanos, entre ellos, el golero, habían sido sobornados. Una semana después, Perú recibió de Argentina un préstamo no reembolsable y una donación de trigo.

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El presente artículo, sirve también como referencia sobre el “Plan Cóndor” y por eso lo incluímos

Operación Faro

Uruguay, Brasil, el Cóndor y un plan fallido.

Daniel Gatti

29 junio, 2018

Matias Spektor es un investigador y columnista brasileño que actualmente coordina, en San Pablo, el Centro de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas. Un día de comienzos de mayo pasado uno de sus colegas estadounidenses con el cual estaba chateando le hizo llegar una serie de documentos desclasificados por el Departamento de Estado que –le dijo– podrían ser “de su interés”. Se trataba, entre otros, de un memorando secreto dirigido el 11 de abril de 1974 por el director de la Cia, William Colby, al secretario de Estado Henry Kissinger dando cuenta de la “decisión del presidente brasileño, Ernesto Geisel, de continuar con las ejecuciones sumarias de personas subversivas bajo ciertas condiciones”. “Es el documento secreto más perturbador que he leído en 20 años de investigaciones”, comentó Spektor a la prensa de su país hace apenas unas semanas, después de haber subido el informe a su perfil de Facebook. “Tiene una enorme importancia para la historiografía brasileña: sabíamos que el régimen militar había asesinado opositores, pero leerlo con tanto nivel de detalle deja a cualquiera asustado”, dijo al diario O Globo. En el memorando, Colby informa a su jefe que Geisel, que acababa de asumir y que luego aparecería como “aperturista”, se había dejado convencer por un militar, el general Milton Tavares de Souza, de que había que seguir matando opositores en campos clandestinos de detención. Tavares de Souza le dice a Geisel que en el año anterior el Centro de Inteligencia del Ejército había “ejecutado sumariamente” a 104 personas, y que esa política debía proseguir y acentuarse. Geisel se toma un día para pensarlo y luego comunica al jefe de la inteligencia, el general João Baptista Figueiredo, que lo sucedería en la presidencia en 1979, que, bueno, que las ejecuciones continúen, pero “con cuidado de que se trate realmente de peligrosos delincuentes subversivos”. Los secuestros, desapariciones y ejecuciones –de brasileños y extranjeros, en el marco del Plan Cóndor– proseguirían y superarían largamente los 400 durante la dictadura.

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Un mes después de la divulgación de este memorando, a mediados de junio, Spektor difundió otros documentos secretos desclasificados. Esta vez le llegaron de manera anónima. El paquete de 16 textos refería a contactos mantenidos en 1977 por todas las dictaduras del Cono Sur para tomar posición sobre la postura del gobierno estadounidense de Jimmy Carter de cortarles la ayuda militar y económica mientras no mejorara la situación de los derechos humanos. La administración de este demócrata productor de cacahuetes sería un islote en la materia en Washington, y los regímenes cívico-militares del área se sentirían entonces poco menos que traicionados por el gran hermano del norte.

Algunos de los documentos manejados por el investigador brasileño tienen que ver con una hasta ahora ignota Operación Faro, que apuntaba a que todas las dictaduras del área pidieran en bloque a Estados Unidos, en tanto líder del “mundo libre”, que reviera su postura y volviera a venderles armas y darles crédito. Desde que Carter llegara a la presidencia, en enero del 77, no sólo se había cortado el apertrechamiento militar de las dictaduras: también había dado la orden a los representantes estadounidenses en el Bid y el Banco Mundial de que no les otorgaran préstamo alguno.

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La Operación Faro data de mayo-junio de 1977. Uruguay y Chile aparecen como su punta de lanza. Unos pocos meses atrás, y con el mismo objetivo de recuperar la asistencia militar ya trabada en el Congreso estadounidense, la dictadura uruguaya había inventado la farsa de las detenciones en Montevideo de integrantes del Pvp secuestrados en Buenos Aires por las huestes del Ocoa. Trasladados en vuelos clandestinos desde Argentina, esos militantes habían sido exhibidos aquí tras ser supuestamente “detenidos”, para demostrar que el peligro subversivo seguía vivito y coleando y que sin la solidaridad de Occidente podía crecer.

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El 9 de mayo de 1977 Gregorio Álvarez, por entonces jefe de la División de Ejército IV y factótum de la Comisión de Asuntos Políticos de las Fuerzas Armadas uruguayas, llega a Brasilia con un mensaje del dictador Aparicio Méndez a su par brasileño Ernesto Geisel. Uno de los documentos secretos brasileños ahora develados da detallada cuenta del contacto. El objetivo de los uruguayos, explicitado en la carta de Méndez y en la entrevista personal de Álvarez con Geisel, era la realización en Asunción de una cumbre regional para constituir un frente común ante la “injerencia” estadounidense. El general dijo que la idea era apoyada por Argentina, Chile y Paraguay, sugirió que también por Bolivia, e invitó a los brasileños a una reu-nión preparatoria de la cumbre que tendría lugar en Montevideo cinco días después, el 14 de mayo.

En marzo de 1977 Brasil había denunciado el acuerdo de asistencia militar firmado con Estados Unidos un cuarto de siglo antes. La “modificación inaceptable de las condiciones de la asistencia militar” por parte del gobierno de Carter había sido el motivo esgrimido por Brasilia para la ruptura.

Esa actitud dejaba presagiar que el proyecto de formar un bloque para presionar a Washington sería respaldado por la potencia regional.

Uruguay presentó en la reunión montevideana un proyecto de comunicado final de la cumbre asunceña escrito en el mejor lenguaje (faltas de ortografía incluidas) de los militares vernáculos. “Considerando –dice el borrador de comunicado ahora conocido– la amenaza de la agresión marxista internacional, (…) la acción psicopolítica, violenta o pacífica, que se realiza a través de la infiltración, la captación ideológica, la distorción (sic) sistemática de la verdad y los atentados físicos a personas, bienes e instituciones”, etcétera, etcétera, los presidentes participantes en la cumbre “declaran (…)haber obtenido conciencia de la necesidad de aunar criterios y realizar acciones conjuntas para enfrentar la agresión del marxismo internacional en sus distintas manifestaciones, no sólo en el ámbito continental sino mundial, (…) la imperiosa necesidad de estudiar la reestructuración de los organismos y(sic) institutos interamericanos e internacionales a la luz de los principios expuestos precedentemente con la finalidad de adaptarlos a los requerimientos de la actual coyuntura internacional”, etcétera, etcétera.

El plan fracasó. Brasil se cortó solo e hizo imposible la formación de un bloque de oposición a Washington. Sin el apoyo abierto del gran socio, Argentina y Paraguay se negaban a dar la cara. La justificación dada por el gobierno de Geisel fue que la diplomacia brasileña siempre había sido reacia a la formación de bloques, que el “marco político” de su país era “distinto” al de los otros países del Cono Sur, “que están pasando por una etapa indispensable de represión de la subversión”, y que en todo caso, “a pesar de las dificultades o de puntos de vista no coincidentes”, la política exterior de la subpotencia “seguirá siendo la de un alineamiento con Estados Unidos en la defensa del mundo occidental”. La administración Geisel aconsejaba a los gobiernos de los países amigos que fueran discretos y que se reunieran a puertas cerradas con los representantes del Gran Hermano en alguna ocasión regional (por ejemplo “la asamblea general de la Oea en Granada, a realizarse en junio”). En claro, que se revolvieran por su cuenta, que Brasil tenía medios para jugar a dos puntas sin correr demasiado riesgo de perder el apoyo de Estados Unidos. Menos de un año después, el dictador Geisel recibía a Carter en Brasilia.

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Los documentos publicados por Spektor confirman una vez más otro aspecto: la participación activa de civiles en la definición de las estrategias de la dictadura uruguaya. En la reunión de Montevideo del 14 de mayo de 1977 estuvieron presentes, por los locales, Gregorio Álvarez, el brigadier Jorge Borad, el contralmirante Francisco Sangurgo, el coronel Jorge Martínez y el civil Álvaro Álvarez. Director de Asuntos Políticos de la cancillería, Álvarez tuvo un papel fundamental en el caso de la maestra desaparecida Elena Quinteros. Fue él quien redactó de puño y letra, el 2 de julio de 1976, el memorando titulado “Conducta a seguir frente al caso Venezuela”, que evaluaba las distintas opciones sobre “qué hacer con la mujer” arrancada de los jardines de la embajada de Venezuela en Montevideo unos pocos días antes.1 Junto a otros tres civiles –el ex canciller Juan Carlos Blanco, el ex vicecanciller Guido Michelín Salomón y el embajador Julio Lupinacci–, Álvarez intervino en las discusiones que derivaron en la decisión de hacer desaparecer a la militante del Pvp. Ese caso le valió a Blanco ir a la cárcel muchos años después. Álvarez, Michelín Salomón y Lupinacci (muerto en 2008) zafaron.

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“Todos estos documentos confirman por un lado la veracidad de las denuncias que hicimos durante tantos años, y por otro, el papel central de Brasil en la coordinación represiva entre las dictaduras, un papel que ejerció aun antes de la creación formal de la operación Cóndor en 1975 en Chile. No por casualidad los países que participaron en la referida reu-nión de Montevideo son los países miembros del Cóndor”, escribió a Brecha desde Porto Alegre el presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos gaúcho Jair Krischke. “Muestran también las contradicciones entre esas dictaduras y el papel autónomo que Brasil quiso jugar. Brasil fue de hecho el verdadero creador del Plan Cóndor, pero no tenía la más mínima confianza en sus colegas represores conosureños.”

 

  1. Véase Secuestro en la embajada, de Raúl Olivera y Sara Méndez. Montevideo, 2003.