Jair Krischke: un activista militante

  Jair Krischke: “Las políticas de

memoria son la vacuna para que estos

hechos no pasen más en el futuro”

20 de octubre de 2018 | 

Escribe: Mariana Cianelli 

El activista brasileño por los derechos humanos fue homenajeado ayer en el Palacio Legislativo.

“Uruguay empezó a dar marcha atrás y esto asusta, porque en la medida en que el país retrocede, estos grupos avanzan”, dice el activista brasileño Jair Krischke sobre la investigación de distintos hechos que quedaron sin resolución en los últimos años, como el robo al Grupo de Investigación en Arqueología Forense (GIAF), las amenazas del “comando Barneix” y los recientes atentados contra las placas de memoria. Krischke, reconocido luchador por los derechos humanos, salvó la vida de miles de uruguayos, argentinos, chilenos y brasileños que huían de las dictaduras que acechaban la región. Con 80 años recién cumplidos, el Parlamento uruguayo decidió homenajearlo por su lucha, entrega y solidaridad.

Un día antes del reconocimiento, el activista brasileño contó a la diariaque le resulta difícil condensar en un discurso todo lo vivido. “Ya escribí y reescribí varias veces lo que quiero decir en el homenaje. Mi abuelo me enseñó que la mejor improvisación es aquella que está bien planificada”, bromea. Es que intentar sintetizar su propia historia, atravesada por otras miles de historias, no es tarea fácil.

El principio de todo su accionar, cuenta Krischke, comenzó con el golpe de Estado de 1964 en Brasil. El presidente, João Goulart, los ministros, los políticos fueron trasladados a Uruguay, pero “no sólo la élite política llegó al país, vinieron muchísimos brasileños”. Para él, la colaboración de los uruguayos fue clave: “No te imaginás lo que era la fraternidad de los uruguayos, era algo impresionante”.

Unos años después, con las dictaduras detonando en varios países de latinoamérica, Krischke y el Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil –grupo del que es fundador e integrante hasta el día de hoy– encontraron la forma de trasladar a miles de uruguayos, chilenos y argentinos que eran perseguidos por los regímenes militares. La fraternidad, dice, fue el sostén de las distintas acciones para conseguir refugio: “Cuando la cosa se pone fea, si no tenés amigos no tenés nada”, reflexiona.

De ese período recuerda múltiples historias, entre ellas la del secuestro de Universindo Díaz y Lilián Celiberti en Brasil. La investigación de Krischke dejó en evidencia la coordinación existente entre distintos países, en lo que posteriormente se conoció como el Plan Cóndor. “Un día nos contactó un soldado, fotógrafo de la Compañía de Contrainformación del Ejército, que nos contó cómo había sido el operativo del secuestro, quiénes habían participado y nos dijo que si lo sacábamos del país, nos daba toda la información”. Aceptaron. El soldado se fue a su casa, relata; “pensábamos que nunca iba a volver, pero volvió”. Ese testimonio fue clave para armar el rompecabezas de la represión del Cóndor: “Cuando no tenés nada, una información de este tipo es decisiva para empezar a entender cómo funcionaba el aparato”.

También recuerda la historia de un científico uruguayo, Claudio Benech, que en 1980 se encontraba desaparecido. Con el foco internacional sobre el caso, Benech apareció en el centro clandestino “300 Carlos” y luego lo trasladaron a la Compañía de Contrainformación del Ejército. “Era un tipo de una inteligencia privilegiada. Comenzó a analizar a sus represores y se dio cuenta de que tenían un perfil psicológico de depredadores sexuales, entonces empezó a insistirles para que lo dejaran salir a encontrarse con su mujer y les prometió que les iba a contar sobre sus relaciones sexuales”. En Nochebuena lo dejaron salir. “Él volvió, les hizo el cuento y, a fin de año, les pidió que lo sacaran de vuelta con su esposa. Los tipos lo llevaron y lo siguen esperando hasta el día de hoy”.

Krischke relata cómo lograron pasar la frontera y se emociona. “Benech iba en al auto con su familia y nos encontramos en la frontera. Yo llevé a dos periodistas por si se complicaba la cosa”, cuenta. Los policías que custodiaban el área estaban borrachos. El auto pasó expreso: vivieron.

En democracia, Krischke siguió luchando por los derechos humanos. En 2007 logró dar con el paradero del torturador Manuel Cordero, que vivía fugitivo en Santana do Livramento y tenía una causa abierta en Buenos Aires. “Fui al juez y declaré dónde estaba. Se hizo un pedido de extradición, pasaron cinco años para lograrlo, y fue juzgado por los delitos de lesa humanidad que cometió”.

La cadena de la impunidad

El activista brasileño se encuentra en Uruguay bajo medida cautelar de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Fue uno de los 13 amenazados de muerte por el “comando Barneix”, por medio de un e-mail, en enero de 2017. “Si los estados no reaccionan adecuadamente, estos grupos crecen. Se sienten totalmente libres para cometer todas estas barbaridades. Hasta que pase algo más grave”, dice Krischke. Para él, es “inadmisible” que un grupo se atreva, en plena democracia, a amenazar a un ministro de defensa, al fiscal General de la Nación, a la directora de la Institución Nacional de Derechos Humanos. “No veo ninguna iniciativa por parte del Estado para hacer una investigación seria. Y eso me asusta”, señaló.

Si la cadena de la impunidad no se rompe, considera Krischke, estos grupos sienten que pueden actuar sin ser juzgados. Para él, los nulos avances para esclarecer el robo en el laboratorio del GIAF, las amenazas del comando militar y las recientes vandalizaciones de las placas de memoria son “un síntoma” de que algo está pasando y no se ve a simple vista. “Uruguay empezó a dar marcha atrás y esto asusta, porque en la medida en que el país retrocede, estos grupos avanzan”.

También cuestionó la sanción que el gobierno impuso al comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos. “Hizo críticas, fue sancionado, pero sigue en el Ejército y, ahora, cumple su condena en el exterior. Es grave. La Constitución dice que el presidente es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas y un comandante no puede tolerar insubordinación de sus inferiores. La sanción debe corresponder a la gravedad del hecho: echarlo”.

Para él, la construcción de memoria es uno de los puntos flojos que los países de la región tienen que reforzar para garantizar que estos hechos no se repitan. En particular, señala, el Estado tiene que impulsar políticas públicas de memoria. “No se trata sólo de construir un relato histórico, las políticas de memoria son la vacuna para que estos hechos no pasen más en el futuro”. Según Krischke, se trata de tomar una decisión política. “En política, si tú dejas un espacio vacío, ese espacio se ocupa. Y estos señores lo están intentando ocupar”.

El descalabro político en Brasil

“Votamos con el hígado”, dice Krischke cuando da una explicación de lo que sucedió en la primera vuelta de las elecciones en Brasil. Para él, el descontento de la población con los partidos políticos, en especial con el Partido de los Trabajadores, es lo que explica que el candidato ultraderechista Jair Bolsonaro haya cosechado tantos votos. “Los partidos no supieron leer las señales de un movimiento inmenso de gente joven de todo el país que salió en junio de 2013 a las calles”.

Krischke entiende que el voto a Bolsonaro se puede entender como “una sanción al mundo político”. “Brasil está parado desde que echaron a Dilma. Ahora viene este loco y el país va a quedar parado por dos años más. Es una tragedia”.

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  Un activista

Homenaje a Jair Krischke, fundador del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil.

DANIEL GATTI

 

Les salvó la vida a unos 2 mil latinoamericanos que escapaban de las dictaduras conosureñas. Hoy cumple 80 años y llega nuevamente a Montevideo para ser homenajeado en el Parlamento uruguayo. Breve retrato de un tipo entrañable.

 “Se viene una época re jodida, che viejo”, clamaba desde el otro lado del teléfono Jair Krischke. “No hay mucha esperanza de que las cosas cambien en el buen sentido.”

Faltaban varios meses todavía para la primera vuelta de las elecciones brasileñas, pero Jair ya presentía la debacle. Entre la “traición” del PT y la arremetida de la ultraderecha política y social (de Bolsonaro y de los evangélicos, de la “bancada de la bala” y de los dueños de la tierra), más “la profunda despolitización de este pueblo”, Jair se imaginaba el regreso a un Brasil oscuro. Muy probablemente no a los tiempos de la dictadura, a los sesenta o los setenta (“estamos en una fase bien distinta”), pero quién te dice si no, a un tiempo en el que se necesite, otra vez, encontrar escondrijos para perseguidos, sacarlos del país, organizar resistencias, algunas de las “especialidades” que este gaúcho macizo y barbado supo cultivar a lo largo de las últimas cinco décadas. “Si ese tiempo vuelve ahora es a mí al que tendrán que rescatar. Ya estoy viejo”, dice Jair, que vino a Montevideo a festejar sus 80 años.

A pesar de algunas nanas que lo han tenido a mal traer y lo deprimen, Jair sigue yendo todos los días en Porto Alegre a la sede del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos (Mjdh), la organización de su tipo más antigua de Brasil, que fundó en 1979, en plena dictadura militar. Sigue buceando en archivos, recopilando y estudiando documentos como el historiador que todo el mundo cree que es, acudiendo a despachos judiciales como el abogado que todo el mundo cree que es. “Soy sólo un activista –dice–. Y a mucha honra.”

Hasta hace no tanto perseguía criminales de guerra en fuga. Rastreó, por ejemplo, al coronel Manuel Cordero, uno de los operadores uruguayos en Automotores Orletti en el marco del Plan Cóndor. Cordero había huido a Brasil en 2004 para escapar a la justicia uruguaya. Se lo encontró en la frontera entre Rivera y Livramento, del lado brasileño. Cruzaba todos los meses para cobrar su pingüe jubilación. Jair movió cielo y tierra hasta que lo detuvieron. Y no paró hasta que la justicia brasileña, inclinada a dejar sin castigo los secuestros, asesinatos y torturas del represor uruguayo porque estimaba que habían prescrito, aceptó extraditarlo hacia Argentina. Cordero fue finalmente juzgado en Buenos Aires en 2016 y condenado a 25 años de prisión. “Brasil es el único país de América Latina en que la impunidad para los violadores de los derechos humanos es total”, decía entonces Jair, y lo sigue diciendo ahora.

Antes, mucho antes, en 1978, con sus dotes de sabueso y sus denuncias públicas, había contribuido, junto a Luiz Claudio Cunha y otros periodistas brasileños, a salvarles la vida a los militantes del Pvp Lilián Celiberti y Universindo Rodríguez y a los hijos de ella, Camilo y Francesca, secuestrados en Porto Alegre por comandos de los dos países. Y también a argentinos, chilenos, paraguayos, que habían encontrado refugio en Brasil.

En total Jair salvó de una muerte probable a varios centenares de latinoamericanos. “El hombre que rescató 2 mil vidas”, lo llamó un diario brasileño. En Montevideo, este fin de semana, el fundador del Mjdh se verá seguramente otra vez la cara con algunos de esos hombres y mujeres.

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El Mjdh cristalizó formalmente, en 1979, lo que ya era una red de asistencia a perseguidos latinoamericanos y que antes, tras el golpe que derrocó a João Goulart en 1964, había funcionado para sacar a brasileños hacia los países vecinos, especialmente hacia Uruguay, y en menor medida Argentina. Brasil fue, para Krischke, la verdadera rampa de lanzamiento del Plan Cóndor, bastante antes de que se lo plasmara con ese nombre en una reunión de ejércitos sudamericanos en el Chile de Pinochet. “Este fue el país que aplicó en primer lugar la doctrina de la seguridad nacional, sobre todo a partir de 1969, cuando la dictadura se endureció.” A Brasil llegaron por aquellos años no sólo asesores estadounidenses, sino también franceses, que enseñaron a los militares de esta región las técnicas de contrainsurgencia (escuadrones de la muerte incluidos) que venían aplicando en sus colonias africanas y asiáticas.

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 “Desde entonces, y luego con el Mjdh, fuimos como una agencia de viajes que no perdió jamás a ningún pasajero en el camino”, suele bromear Jair al recordar las llevadas y traídas de gente a través de las fronteras en operativos que involucraban una logística pobre, pero cada vez más aceitada. “Teníamos el deber de ser eficaces, porque en nuestras manos estaba sacar a gente muy valiosa de las garras de las dictaduras”, contó en una entrevista con Brecha. De la multitud de operaciones de rescate que ideó o en las que participó, a Krischke le gusta citar una, que llama “Operación Mundialito” y que involucra al biofísico del Instituto Clemente Estable, Claudio Benech.

Militante del Pcu, Benech fue secuestrado en mayo de 1980 en Montevideo. Una campaña de denuncia internacional hizo que su detención fuera “blanqueada” por la dictadura, y Benech apareció preso en el ex Cgior. Los militares intentaron pactar: lo liberaban si previamente reconocía, en televisión, que no había sido torturado y se encontraba bien de salud. Él se negó. A fines de año –relató Jair al periodista Nilson César Mariano en 1999– el Mjdh se puso en marcha para conseguir sacar a Benech de prisión y trasladarlo a Brasil. El biofísico, “que como buen científico era un tipo muy observador, estudió el comportamiento de sus carceleros y vio que eran sexualmente depravados. Les dijo que si lo llevaban a su casa a mantener relaciones con su mujer les contaría todo con lujo de detalles”. La noche de Navidad de 1980 Benech la pasó en su casa, y al día siguiente les contó “todo” a los guardias. Repitieron el paseíto en Año Nuevo. Benech aprovechó la ocasión para escapar. Un auto lo esperaba en la esquina, con su mujer y dos hijos en su interior, para conducirlos hacia Brasil. Dos periodistas brasileños, que habían ingresado a Uruguay supuestamente para cubrir el Mundialito de fútbol, fueron parte de la operación y la registraron. En la frontera entre Rivera y Livramento Jair siguió con binoculares los movimientos de los guardias y de la Policía Federal. “Eran las fiestas y los milicos se emborracharon.” Benech y su familia pasaron entonces al otro lado. “Los periodistas difundieron la noticia y a mí me acusaron de introducir extranjeros ilegalmente en el país.”

* * *

No cuesta imaginar a Jair Krischke –nieto de un pastor protestante alemán y sobrino nieto de un integrante de la “columna” del comunista brasileño Luis Prestes– entre esos europeos solidarios con los inmigrantes africanos o asiáticos que llegan a las costas griegas, italianas, maltesas, en barquitos de mala muerte que atraviesan el Mediterráneo. En la Italia de Matteo Salvini, en la Hungría de Viktor Orbán –referentes de Jair Bolsonaro–, “activistas” como él se exponen a la cárcel y a los ataques de organizaciones racistas y xenófobas.

Unas décadas antes, Jair bien podría haber estado también, al otro lado del Atlántico, entre los “porteurs de valises”, aquellos franceses que ayudaban a los independentistas argelinos transportando dinero, gente, armas.

O rastreando, persiguiendo y cazando nazis.

Como uno puede imaginarlo, hoy, solidario con los palestinos.

O…

* * *

Los últimos episodios que ligan a Krischke con Uruguay tienen que ver con las amenazas que recibió a comienzos del año pasado de un todavía no descubierto Comando Barneix. Abogados, un ministro, investigadores, fueron, junto a él, parte de una lista de 13 personalidades cuya ejecución prometió ese grupo paramilitar. Krischke denunció entonces la inacción de la justicia y el gobierno uruguayos para encontrar a los integrantes del comando, y su negativa a relacionarlos con hechos similares ocurridos por las mismas fechas. “En materia de derechos humanos, salvo honrosas excepciones, los gobiernos progresistas han dejado mucho que desear. Tampoco han sido capaces de resolver una cantidad de otros problemas de fondo que tienen que ver con la calidad de vida de la gente: el trabajo, la vivienda, la educación, la salud”, dijo días atrás a Brecha. Y estas “cuestiones” le preocupan a Jair tanto como aquellas. “Me imagino luchando en los años que vienen por unas y por otras. A pesar de todo, de mis nanas y todo eso.” 

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Image associée Krischke: “Dicen que Lula es un

preso político. No es verdad.

Se aplicó el código penal”

Krischke: “Dicen que Lula es un preso político. No es verdad. Se aplicó el código penal”

El presidente del Movimiento Derechos Humanos y Justicia de Brasil, Jair Krischke, señaló en el programa Puntos de vista de Radio Uruguay que el PT no hizo autocrítica y esa es una de las explicaciones del rechazo que cosecha y que a Bolsonaro lo votaron 46 millones de brasileros enojados con el PT.

Krischke afirmó que el PT se metió en una “en una corrupción magnífica” y que Lula no es un preso político, sino que se aplicó el código penal.

Por otro lado, Krischke señaló que no es secreto que Dilma Roussef dio poderes a los militares para investigar e intervenir en los movimientos sociales.

El activista brasileño también afirmó que Jair Bolsonaro es un exmilitar que fue expulsado del Ejército por intentos de atentar contra cuarteles, fue durante 27 años un diputado con poca actividad y es “maleducado, estúpido, grosero”. Además, señaló que el partido del ultraderechista tiene 57 de los 532 diputados que conforman el Congreso de Brasil, por lo que “no hay chances de formar acuerdos y por eso es imposible que pueda gobernar”.

Krischke visitó nuestro país para ser homenajeado por el Parlamento uruguayo en su 80 aniversario, por su lucha y solidaridad con los pueblos latinoamericanos.

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