Uruguay: el terrorismo de Estado como enseñanza

  Materializar la memoria

Sobre el terrorismo de Estado como contenido educativo.

Jorge Fierro

24 octubre, 2019

Sara y Simón Méndez en el SMU, en Un Encuentro con la Historia y la Memoria, actividad coorganizada por Inddhh, Asociación de Profesores de Historia del Uruguay y Sala de Profesores de Historia, del Ipa 

Se llevó a cabo Un Encuentro con la Historia y la Memoria, organizado por la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, la Sala de Profesores de Historia del Ipa y la Asociación de Profesores de Historia de Uruguay. Se trató de una jornada cuyo centro fue la enseñanza de la historia reciente. Hubo exposiciones académicas, una visita al Sitio de Memoria –ex sede del Servicio de Información de Defensa– y testimonios en primera persona de las sobrevivientes Sara Méndez y Ana Inés Quadros, y de los hijos recuperados Mariana Zaffaroni y Simón Riquelo.

Para la historiografía del siglo XIX, con su positivismo acérrimo, la memoria no era ni debía ser asociada con la historia. Su carácter personal y subjetivo la posicionaba lejos de la disciplina científica, que pretendía la verdad, objetiva y neutral. Esta perspectiva se fue ablandando en el correr del siglo siguiente, primero con los trabajos del sociólogo francés Maurice Halbwachs en torno a la memoria colectiva –en la que se establece que el recuerdo individual siempre está enmarcado en un contexto grupal y, por lo tanto, social–1 y luego con la historización del Holocausto, cuando a pesar de la existencia de filmaciones, archivos y demás documentos, el que habla del campo de concentración es el sobreviviente. Irrumpe entonces el testimonio, y la relación entre historia y memoria ya no será la misma. Habrá tensión, autores que enfatizan las diferencias y autores que priorizan las semejanzas, pero ya no más separación.

“Todo esto es importante cuando vamos a enseñar historia reciente. ¿Queremos trabajar con memoria o con historia? ¿Cómo voy a establecer el relacionamiento entre estas dos dimensiones para que dialoguen? Cuando habilito la memoria en el salón de clase entran todas las memorias, las que te gustan y las que no. Es un ejercicio de democracia y tolerancia muy interesante. Nunca puedo decir ‘lo que dice tu papá es mentira’. Uno tiene que contextualizar las memorias, por qué se recuerda eso y aquello, qué otra mirada puede haber. Hay que armar un concierto de memorias, y no clausurar algunas memorias en la clase”, señaló la profesora Carla Larrobla.

Enseñar el pasado reciente es una tarea muy compleja y arriesgada, por eso algunos docentes han fomentado el encuentro entre colegas para intercambiar herramientas, experiencias y posibilidades.

Se me viene un sumario. “El profesor no llegó a dar historia reciente, ni en tercero ni en cuarto”, dice Florencia. “En mi caso, prácticamente no se trabajó el tema, sólo un estudiante dio un oral, en sexto. Cero profundidad”, dice Yamila. Las dos son profesoras de historia desde hace unos años y vinieron a la jornada para fortalecer sus herramientas pedagógicas. Trabajan, todos los años, el pasado reciente en sus clases. Santiago, que estudia profesorado de historia en Colonia, tiene bien presente las omisiones en su pasaje por secundaria: “Se esquivaba el tema. Tal vez porque en Carmelo se vivió lo de Chiquito Perrini, y estaba la nieta en el aula conmigo”.

Que los docentes no lleguen a trabajar este tema es sintomático: por formación o por contexto se sienten inseguros.

Si bien la enseñanza del pasado reciente forma parte de los programas oficiales desde 1988 –por impulso del historiador y presidente del Codicen Juan Pivel Devoto, lo que lo llevó a un conflicto duro con el Partido Colorado–, entre 1989 y 2002 trabajar la dictadura en clase era un verdadero riesgo para el docente. En aquella época (y también en esta, señaló el historiador Carlos Demasi), el docente acababa bajo sospecha, en una posición muy vulnerable y acusado de tener fines oscuros.

“Es curioso”, agregó Demasi, “se argumenta que la educación es un fracaso, que nadie aprende, o que aprenden cosas inútiles…excepto en lo relacionado a la historia reciente. Ahí se asume que los docentes tienen un éxito absoluto y transforman para siempre a sus estudiantes. Desde antes de los años sesenta se viene creyendo que la enseñanza es la responsable de la progresiva actitud crítica que tiene buena parte de la sociedad y particularmente los jóvenes. Algo que tiene sus efectos hasta hoy. En el lenguaje de estos grupos alcanza con mostrarle a un alumno las características de la historia reciente para que los estudiantes se vuelvan comunistas, y una vez que uno se vuelve comunista, nunca más vuelve a ser demócrata.”2

En los años noventa el cuestionamiento o la denuncia de algún padre a los docentes implicaba un sumario y hasta ser suspendidos por seis meses, quedar advertido y bajo la mira. Se trataba de un castigo, además, ejemplarizante hacia el resto de los colegas. En algunas instituciones todavía se corre ese riesgo en la actualidad. Dos profesoras compartieron que el año pasado a una profesora, en un liceo privado, le quitaron varios grupos luego de “trabajar el tema de la dictadura” en tercer año.

En 2006 el profesor Demasi era uno de los encargados de elaborar los materiales de apoyo para la enseñanza de la historia reciente en Secundaria. Declaraciones suyas sobre el proceso previo al golpe de Estado motivaron un pedido de destitución por parte del senador Alberto Gallinal “por tener una concepción ideológica sesgada”, mientras el diputado Daniel García Pintos declaraba que “desde hace veinte años la izquierda se encarga de embaucar a los más jóvenes disfrazando los hechos históricos”.3Demasi fue respaldado por el Codicen. Fue la primera vez que la institución respaldaba a un docente.

Caja de herramientas. Para que el año lectivo no acabe sin llegar a dar historia reciente es necesario que el docente jerarquice el programa; para hacerlo, se requiere de compromiso personal, y para que esto suceda, el profesor debe sentirse seguro y amparado.

Los respaldos con los que se cuenta son varios. Desde la inclusión de la temática en los programas de estudio hasta los marcos institucionales que convocan a trabajar sobre derechos humanos, incluida la nueva ley de sitios de memoria, de 2018. El profesor Demasi hace un especial énfasis en el Informe Final de la Comisión para la Paz, que apareció en abril de 2003, en el que el Estado reconoce, por primera vez, que hubo desaparecidos y establece, además, su responsabilidad. Este informe derivó en un decreto firmado por el entonces presidente Jorge Batlle en el que se afirma que lo allí concluido es la versión oficial del Estado uruguayo. Pese a las críticas que corresponde hacerle al informe, en lo que remite a la enseñanza hay una entrada absolutamente relevante: en el ítem a del párrafo 81 la comisión sugería que “se promueva y fomente, a todo nivel, con especial énfasis en los planes de estudio en general y en los procesos de formación de docentes y educadores en particular, un análisis objetivo y global de la triste realidad que vivió el país desde la década de los años sesenta y hasta mediados de los años ochenta, que rescate y valore una realidad completa y veraz y permita entender, asumir y reconocer, en toda su dimensión, las causas y los factores complejos y múltiples que incidieron para generar uno de los períodos más duros y trágicos de nuestra historia nacional”.

En las consideraciones que el informe hace, al utilizar expresiones como “triste realidad” o “períodos más duros y trágicos”, se evidencia que no hay neutralidad alguna. La propia historia oficial del Estado uruguayo condena su accionar durante la dictadura militar.

Para el estudiantado puede ser difícil de procesar, ya que los cursos de historia suelen narrar un devenir de episodios virtuosos y positivos, que tienen al Estado como agente principal del cambio social, en los que cada gobierno es mejor que el anterior en la construcción progresiva de nacionalidad, y la institucionalidad es creadora de leyes que protegen a la ciudadanía. Conviene que el giro sea anticipado, que se anuncie que el Estado comete errores, que se sale de su propia legalidad, que, como señala Álvaro Rico, hay un camino democrático hacia la dictadura, en el que aplicando normas constitucionales se acaba al margen de la Constitución. No es coincidencia, recuerda el profesor Demasi, que en el año 85 reapareciera el tema del destino de las poblaciones indígenas en Uruguay.

—¿Desde dónde hay que abordar al Estado en este tema, en clase?

—Tenés que pararte desde la democracia: el Estado estaba cometiendo delitos de lesa humanidad y no estaba siendo un Estado democrático. Así nos lo enseñaron en nuestra formación en el Cerp –señaló una profesora.

Pero además del respaldo institucional, está el respaldo de la disciplina histórica. Y allí, las herramientas con las que cuenta el docente son muchísimas. La profesora Mary Corales se encargó de exponerlas. “El aval es el rigor de la metodología de la academia, el saber historiográfico”,anuncióEstá la caja de libros y publicaciones, los documentos, archivos fílmicos y fotográficos, los diarios de la época, las marcas de la resistencia (que tienen un aval de la Junta Departamental y de la Universidad de la República), la visita de historiadores y colectivos de memoria, el Observatorio Luz Ibarburu, el Museo de la Memoria y, desde el año pasado, el Sitio de Memoria, ex sede del Servicio de Información de Defensa (Sid), actual sede, desde 2012, de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo.

Movernos de lugar. Virginia Martínez es quien coordina este primer sitio de la memoria desde febrero de este año, y en esta ocasión oficia de guía durante el recorrido. Tiene razón: se trata de un espacio “racional, medido, documental, sin golpes bajos”. No hace falta otra cosa.

Lo primero que se nota es un cambio de tono colectivo, ya no hay lugar para el humor ni la camaradería. Hay tres gestos que se repiten: las manos cruzadas, tensas; las cabezas que niegan, incrédulas, y los ojos, que se van humedeciendo. Todo esto antes de llegar al espacio de mayor densidad: la oscura sala de torturas, con el caño del que “se nos colgaba como gallinas” y el tacho para el submarino.

Los sitios de la memoria tienen el carácter de la huella, del señalamiento. “Esta era la celda común donde estaban los secuestrados”, y se aclara la diferencia entre un detenido y un secuestrado. “En esta pieza se hacía la atención médica”, siempre con una venda en los ojos, pudiendo ver apenas el suelo, pero manteniendo activa la escucha. “El prisionero nunca está pasivo, prepara el testimonio posterior”, señalará luego Sara Méndez, que acompaña el recorrido junto con Ana Inés Quadros; ambas son sobrevivientes. “En esta pieza se reproducen imágenes de Orletti”, acompañadas por fragmentos del Informe Orletti y la lista manuscrita de prisioneros que reconstruyó Enrique Rodríguez Larreta. Se habla de la cooperación regional para el espionaje y la represión, más conocida como Plan Cóndor. “Aquí estuvieron detenidos varios militares que se opusieron al golpe”, como Julio César Barbosa, que más tarde testificaría reconocer a María Claudia García de Gelman como la prisionera embarazada, de trato dulce. También fueron trasladados clandestinamente a este sitio Anatole y Victoria Julien, de 4 y un año y medio, respectivamente, antes de ser abandonados en una plaza de Chile.

“Yo pensaba que los estudiantes iban a quedar conmovidos con la convicción ideológica, que al final les importó bien poco. Quedaron más impactados con la cuestión de la supervivencia en colectivo. Es una manera de pensar el mundo y las relaciones humanas desde otro lugar”,señaló la profesora Carla Larroba. “Ese testimonio de los sobrevivientes les cambia la perspectiva con respecto al cómo se sobrevive grupalmente.”

Esto no se lo cree nadie. La frase se le escuchó a Gilberto Vázquez y hace referencia a “la gran farsa”: un operativo de propaganda que incluyó un gran montaje, todo a cargo de José Nino Gavazzo. En el duro 1976 varios uruguayos fueron secuestrados en Argentina y llevados a Orletti. Algunos de ellos fueron traídos a Uruguay, donde se simularía su detención, para que el mundo viera que un grupo de sediciosos había entrado a Uruguay para restaurar la guerrilla.

“Era una forma de mostrar que el país era agredido”, indica Virginia Martínez, recordando que un año antes había ocurrido una gran campaña internacional de denuncia de la tortura en Uruguay, con Amnistía Internacional tomando a nuestro país como caso particular, y que derivó en la suspensión de la ayuda militar y presupuestal a Uruguay por parte de Estados Unidos.

A los prisioneros se les dijo que era eso o volver a Orletti. Los tuvieron un poco al sol, para borrar su imagen de prisioneros maltratados, los obligaron a acudir a la casa de los vecinos a pedir leña y fingir normalidad. Luego se hizo una filmación en la que se ve a los prisioneros saliendo esposados del chalet Susy (sin ser trasladados por agente alguno), ubicado en Shangrilá; a dos militares de civil incautando varias armas que en realidad eran del mismo Ejército nacional, y al propio Gavazzo, de uniforme militar, frotándose las manos y presentando el operativo.

“Esto es interesante cuando trabajamos con estudiantes porque es difícil explicarle a un joven que es un documento de verdad, porque ven esto como trucho o inverosímil”,señala Martínez durante el recorrido. Además, hay que tener presente que por un decreto, anterior al golpe de Estado, todo lo que tiene que ver con la lucha antisubversiva debía ser informado exclusivamente a través de comunicados militares. “Era la forma de asegurarse de que había una única verdad”.

Al lado de la pantalla en la que se reproduce el video están las tapas de los diarios de los siguientes días: “Fue desbaratado un nuevo movimiento subversivo; detienen a 62 sediciosos”“Planeaban oleada de crímenes políticos”. Enfrente, los testimonios de la memoria, los de Sara Méndez, Elba Rama, Margarita Michelini, Gastón Zina, Cecilia Galloso, Ana María Salvo, Ariel Soto, Ana Inés Quadros, Edelweiss Zahn, todos en varias tablets. En papel, el relato del padre que pagó por buscar a su hijo desaparecido: “Enrique Rodríguez Larreta Piera, 55 años, (…) deseo testimoniar de manera objetiva y sintética los hechos que me tocó vivir a partir del día 1º de julio de 1976”.

La memoria, como fuente historiográfica, queda materializada. n

  1. Véase Maurice Halbwachs, La memoria colectiva, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2004.
  2. Estas palabras tendrán eco luego, en la exposición de Magdalena Broquetas, cuando la historiadora analice el proceso de la Organización de Padres Demócratas de Uruguay, un grupo de derecha que intervenía en la educación y cuyas resonancias con grupos actuales puede resultar ilustrativa.
  3. Tomado de Constanza Moreira, Entre la protesta y el compromiso. La izquierda en el gobierno, Trilce, 2009, página 31.
  4. Inaugurado el 27 de junio de 2018, depende del Inddhh y lo gestiona una comisión integrada por los sobrevivientes y organizaciones de derechos humanos. Horario de visita: miércoles, de 15 a 18 horas y viernes, de 10 a 13 horas.

Con Virginia Martínez

“Los estudiantes salen con tristeza y con empatía”

La investigadora y cineasta ocupa el rol de coordinadora del Sitio de Memoria, ex Sid. Su tarea tiene dos vertientes, la investigación y la difusión.1

¿Dónde estamos como Estado uruguayo en materia de políticas de memoria?

—Yo pienso que ha habido un avance en políticas de memoria, porque antes no las había. En la medida en que la sociedad había optado por la impunidad, la impunidad precisa el olvido. Está claro que a partir de 2005 empieza una política distinta. Hay una ley de sitios de memoria, de 2018. Pero todas las políticas también tienen sus problemas. Por ejemplo: acá hay un montón de marcas de memoria sin un verdadero cuidado y seguimiento. Mary Corales decía hace un rato que la placa en sí no tiene valor, precisa un relato en torno a eso. La sociedad reclama políticas, pero estas también traen riesgos, como la institucionalización y la burocratización. Hemos avanzado, pero faltan más cosas. Hay que tener en claro que la política de la memoria no puede sustituir la política de la verdad ni la política de la justicia. Son cosas que van de la mano. En la memoria se tocan menos intereses, es más fácil que trabajar sobre la justicia. Quizás “fácil” no sea el término. Y tampoco puede haber una proliferación de sitios de memoria, porque hay que trabajarlos y sostenerlos. No le podemos pedir al Estado todo el tiempo que haga y financie.

¿Los espacios de la memoria deberían contemplar la violencia no estatal? El ejemplo paradigmático podría ser el caso Pascasio Báez y la chacra Espartaco. ¿Eso produciría una comparación que confundiría?

—Es una buena pregunta. Yo pienso que no se puede comparar la violencia del Estado con la de la guerrilla, eso está claro. Pero si mañana en la población, en la sociedad o los pobladores surgiera genuinamente la necesidad de poner una placa de memoria, ¿con qué derecho le diríamos que no? Otra cosa es la utilización política de un caso para enlodar una causa.

Se suele decir que la memoria sirve para no repetir.

—Yo no lo comparto. Y no creo en el nunca más. Los trabajos de memoria no creo que aseguren la no repetición. Nos lo demuestra todos los días la realidad. Después de Auschwitz vino Vietnam, vino Fallujah, vino Gaza. Está la idea de la humanidad de ser mejores y de tener documentos que den cuenta de un ideal, y eso está en todas las declaraciones de derechos humanos. Pero después está la realidad que te muestra otra cosa. Por ejemplo, los inmigrantes que mueren hoy en el Mediterráneo frente a la indiferencia de Occidente.

Hablando con Sara Méndez ella me mencionó que el sitio era un poco desafectado, que faltaban testimonios de cómo se sintieron ellos cuando estuvieron ahí.

—Yo creo que este relato tiene un tono muy medido, muy documental, sobrio. Que responde a un momento del gran relato. Yo lo respeto muchísimo porque fue el fruto de mucho trabajo con los sobrevivientes. Está muy ligado a la prueba, a lo documental. Pero el relato es vivo y modificable. Falta incorporar imágenes y caras: no hay una imagen de María Claudia García de Gelman. Y un relato que incorpore más lo vivencial y lo subjetivo siempre en el marco de la sobriedad. No se pueden buscar golpes bajos ni terror. La muestra hay que concebirla de manera que se complemente con el diálogo que vos tenés con el visitante. Por eso las visitas van acompañadas de sobrevivientes.

¿Qué se viene?

—Estamos trabajando algunos cambios en el relato. Para el año que viene es importante trabajar más la web, tener un recorrido virtual, para personas que están en el Interior o para investigadores que están fuera del país. Seguir trabajando las visitas con estudiantes, y creo que hay que desarrollar más la parte de investigación. Sabemos poco.

¿Cuáles serían las grandes líneas a investigar?

—Muchas. Nosotros trabajamos una operación de propaganda de la dictadura que es la del chalet Susy, pero hay que trabajar más en esa línea, las mentiras armadas, cómo funcionaron, qué objetivos tuvieron, cómo se armaron. Trabajar más sobre las casas del circuito del Sid. Ampliar el registro testimonial de otras personas que hayan estado acá, cuyo registro no tenemos.

  1. La ley 19.641, de Sitios de Memoria, establece en su articulado que: “Los Sitios de Memoria Histórica propiciarán la investigación en relación a los períodos individualizados en el artículo 5° de la presente ley para contribuir a la educación y difusión, permitiendo resignificar, recuperar, reunir, organizar y poner a disposición de los ciudadanos, información significativa para el estudio del período previo a la última dictadura cívico-militar, el período dictatorial, la resistencia, el exilio, el encarcelamiento, la tortura, la desaparición y muerte de personas con motivo del terrorismo y uso ilegítimo del poder del Estado dentro y fuera de fronteras”.

Con Sara Méndez

Aquí estuve, aquí sucedió

“Este lugar sufrió muchísimas transformaciones. Yo pasaba por la puerta en el ómnibus, ni bien terminó la dictadura, y veía que estaban transformando justamente el subsuelo, tratando de borrar las señas de donde había habido prisioneros. Y esos cambios nos alteraron, nos costaba reconocer el lugar. Esa sala en la que estuvimos meses, que fuese tan transformada nos resultó violento.

Nosotros como grupo de sobrevivientes nos volvimos a reagrupar a partir de la creación de este primer sitio de la memoria. Nos habíamos encontrado antes para dar testimonio, pero después que estuvo armado nos empezamos a reunir para que el sitio fuera conocido, sobre todo por las nuevas generaciones. Y me sirvió de mucho. Primero la resistencia a entrar, desde antes que estuviese la institución, para reconocer los distintos espacios. Mucha resistencia, mía y de mis compañeros. Teníamos desencuentros para ubicar las cosas. Una vez que estuvo armado y empezamos a participar acompañando a grupos de estudiantes, yo empecé a vivir un proceso que me ayudó, no sólo para sentir que ese lugar no era hostil, sino que además porque el sobreviviente necesita reconocer dónde estuvo. Es como dar legitimidad a lo que vivió. Aquí estuve y aquí sucedieron determinados hechos. Confirmás ese tiempo que fue no vivido porque otros dispusieron de tu vida y pasaron cosas muy graves que te cuesta revivirlas. Pero una vez que podés hacer ese reconocimiento empezás otra etapa, que a mí me importa.

Todos nuestros testimonios siempre eran en función de ubicar un lugar o describir a un represor. Siempre para que sirviera para herramienta de la justicia. Testimonios muy descarnados de afecto, de la parte emotiva. Creo que en esos videítos cortos que aparecen todavía está ese espíritu. Y es una primera etapa. Pero creo que lo que nos queda ahora por hacer es hablar de lo que sentíamos cuando estuvimos ahí, cómo lo vivimos desde nuestro interior. Cuando escuchábamos los pasos de los niños y pensábamos que estaban trayendo a nuestros hijos… Eso no lo hemos hecho porque estábamos en el tiempo de la denuncia.”

 

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