El femenismo en Uruguay en la encrusijada

  Retruco

El cambio de década trae consigo un gobierno en el que la ultraderecha se sentará en el Parlamento y dirigirá ministerios. Este es un desafío mayúsculo para los feminismos, que deberán redoblar la apuesta ante este escenario, sin descuidar las discusiones dentro de las izquierdas.

Daiana García

3 enero, 2020

Movilización en el marco de la convocatoria internacional Marcha Climática Global en Plaza Cagancha, Montevideo

Una nueva década pisa el calendario: los nuevos veinte comienzan en un contexto nuevo para Uruguay. Vuelve a gobernar la derecha después de 15 años, pero esta vez abrazada a la ultraderecha representada por un partido militar. La década que cierra dejará pendientes muchas discusiones políticas, pero no hay duda de que en los últimos años el feminismo, como práctica y como forma de pensamiento, se volvió imparable, y no sólo en las calles. Se coló en las conversaciones cotidianas, en cumpleaños, asados y fiestas familiares. En los amores, en las parejas, en las formas de construir familias y de maternar. Este nuevo impulso feminista encontró por dónde entrar en la inmensa mayoría de los espacios. Pero a partir del 1 de marzo el escenario será otro.

CÓMO HACER. Es la primera vez en la historia de Uruguay que una fuerza política expresamente antifeminista y antiderechos tendrá voz en el Parlamento. Y esto, en sí mismo, es para Lilián Celiberti (integrante de Cotidiano Mujer, una organización que nació con la democracia) un desafío concreto. Es cierto que antes estas voces existían y estaban contenidas dentro de los partidos, pero ahora tienen el suyo propio, Cabildo Abierto, y 14 representantes en el Legislativo. Sin embargo, al margen de la amenaza que estas expresiones representan, para Celiberti hubo un cambio imparable en las subjetividades –que no toleran estos discursos–, y eso es una garantía contra el avance conservador.

De todas formas, observa este fenómeno con preocupación, ya que si bien la política siempre fue un espacio misógino y machista, el discurso de Cabildo Abierto es otra cosa: es la disputa expresa de una subjetividad conquistada por los feminismos y, por lo tanto, hay que enfrentarla. Sin embargo, Celiberti advierte que en el movimiento esa disputa se da desde un lugar subalterno, en términos de visibilidad y acceso a los medios, y en ese sentido enfatiza: “No nos hagan responsables de poderes que no tenemos”. El sayo le puede caber a varios dirigentes de izquierda, pero particularmente al ex presidente José Mujica por sus declaraciones acerca de que el feminismo es “inútil” y “excita lo reaccionario” (Voces).

Ese río de subjetividades antipatriarcales que inundó, en mayor o menor medida, casi todos los espacios de nuestra sociedad es, para muchas feministas, el mayor blindaje ante el retroceso de derechos que las alas más conservadoras del Palacio Legislativo buscarán imponer. Celiberti confía en una regla que, asegura, casi siempre se cumple: cuánto más se amenazan los derechos, más alto se grita para acallar las voces que pretenden hacerlo. Si en los próximos años el panorama se hostiliza, la propia militancia germinará nuevas expresiones y se multiplicará, como ocurrió en España (a modo de ejemplo, como parte de la campaña contra el aborto, el ultraderechista Vox distribuyó muñecos del tamaño de un feto de 14 semanas, aunque no logró derogar la ley que lo despenaliza) o en Chile en los últimos meses.

Para María Noel González, antropóloga y militante feminista en Desmadre, los desafíos no cambian a partir del 1 de marzo: en términos sustantivos seguirán siendo los mismos. En todo caso, el contexto local y regional actual arroja algunos cambios en las formas en que las ofensivas al feminismo se presentan y se legitiman. La realidad, tal cual se presenta en un futuro inminente, “nos pone ante la emergencia de un fascismo de Estado entrelazado y sostenido con un fascismo cotidiano que siempre existió; tal vez ahora tenga menos barreras para expresarse más abiertamente”. Para González los feminismos deberán profundizar el trabajo cotidiano en los distintos espacios. Si bien admite que vienen “tiempos difíciles”, considera que, a la vez, las lógicas de funcionamiento del heteropatriarcado colonial y capitalista, son más evidentes, lo cual es fundamental a la hora de disputar sentido.

FEMINISMO Y ECOLOGISMO. Dentro de la propia izquierda, el ecologismo es un parteaguas, señala Celiberti desde una perspectiva ecofeminista. Este nudo ha desplazado el tema afuera del Frente Amplio, lo cual, en su razonamiento, contribuyó a la despolitización y también a que las expresiones partidarias más sensibles al ecologismo y visibles en la opinión pública no sean las que cuestionan el modelo capitalista. A su juicio, este debate todavía no tiene riqueza política; se piensa desde una “dicotomía miope” que contrapone la generación de empleo y el respeto de la vida y los recursos. En ese sentido, entiende que este es un desafío del feminismo y del ecologismo: introducir y complejizar esta discusión en el sistema partidario y en la opinión pública.

Para la militante de Desmadre, los ecofeminismos tienen la potencia de ligar luchas que podrían estar registrándose de forma fragmentada: las luchas feministas, ecologistas y anticapitalistas están estrechamente ligadas. Lo explica de la siguiente manera: el feminismo cuestiona las bases de la modernidad capitalista, sostenida, fundamentalmente, en “mecanismos de jerarquización por género, clase y raza que se producen también con y a través de injusticias ambientales”.

CIEN AÑOS NO ES NADA. Los feminismos en la actualidad son uno de los debates transversales: claramente son una de las principales disputas de sentido en el mundo occidental. Sin embargo, muchas de sus discusiones no son nuevas, sino que ya estaban sobre la mesa hace cien años, en los otros veinte, cuando las mujeres no votaban siquiera. La historiadora Inés Cuadro, consultada por Brecha, encuentra un paralelismo entre el debate por el derecho al voto y las discusiones actuales sobre la representatividad, es decir, el derecho a ser elegibles.

Además, añade, al igual que hoy, la relación tensión-cooperación con el sistema de partidos en los otros veinte también era parte de los desafíos a los que se enfrentaban las militantes feministas. La doble militancia era el escenario más habitual, y muchas veces las disputas eran con los varones hacia adentro de los partidos que integraban; por cada lucha debían evaluar el costo político, porque el “compañero” puede serlo en ciertas causas políticas, pero no en las discusiones sobre género.

En la actualidad, los feminismos se han consolidado al margen de los espacios partidarios y su potencia los trasciende. Un siglo atrás, en cambio, la situación para las feministas en Uruguay era cuesta arriba. Si bien algunos sindicatos (como las telefonistas) lo intentaron, era muy difícil lograr que sus voces se escucharan fuera de los espacios político-partidarios. Sin embargo, un siglo atrás muchos desafíos eran los mismos: al feminismo le costaba salir de la academia y llegar a las clases más pobres, el Estado y el sistema político consideraba sus reclamos con una óptica paternalista (a la vez que otorgaba derechos también reforzaba sus roles de género, por ejemplo, en el tema cuidados).

En aquellos veinte, las feministas que formaban parte de espacios mixtos de izquierda debían argumentarles a los compañeros, una y otra vez, en forma cotidiana, por qué la lucha de clases no está por encima de la feminista. Un siglo después, esa batalla de sentido dentro la izquierda no está laudada. Mariana Menéndez, del colectivo Minervas, explicó, en conversación con Brecha, que esta relación ha sido siempre tensa, porque muchas veces los varones se resisten a reconocer que la dominación es múltiple, no sólo de clase, sino también las de género, sexualidad y étnico-racial. A su juicio, si bien puede haber sensibilidades comunes con la izquierda, las diferencias acerca de desde dónde y cómo entender la transformación son bastante hondas.

Para Menéndez urge preguntarnos cómo desarmar la estructuración patriarcal de las organizaciones populares y de las luchas, justamente, porque la persistencia de esa desigualdad es la que pone en peligro a las propias luchas: “Sin esa discusión no hay transformación posible”. En otras palabras: mientras haya jerarquías de género a la interna de las luchas, la discusión y la lucha van a ser débiles. Los nudos que Cuadro plantea en su libro Feminismos y política en el Uruguay del Novecientos. Internacionalismo, culturas políticas e identidades de género (1906-1932) entre izquierdas y feminismos siguen vigentes. La cercanía ideológica y las sensibilidades compartidas puedan borrarse de un plumazo, por ejemplo, cuando Mujica (pero no sólo) abre la boca para hablar de feminismos. Hoy, con la ultraderecha adelante, este desafío será aun mayor.

 

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