Argentina: entre insultos, y sobre todo un peligro por la pandemia, la manifestación del odio

 DEBEN SER LOS GORILAS NUEVAMENTE

El obelisco fue el epicentro de una nueva manifestación opositora

Otra marcha para pedir “que se vaya Ella”

Con consignas dispares, pero bien direccionadas en contra del gobierno y en especial de la vicepresidenta, la convocatoria del feriado tuvo la presencia estelar de Patricia Bullrich. 

13 de octubre de 2020

Por Melisa Molina

Los carteles con consignas muy diversas son ya un clásico de estas marchas.  

“Si Cristina Fernández de Kirchner no va presa, este país no tiene solución”, dice una señora en el Obelisco, desde la ventanilla de su auto, mientras grita y agita dos cacerolas en el aire. Su esposo, que está al volante tocando la bocina sin parar, agrega: “no existe el virus, eso es una farsa que inventaron ellos para tenernos presos a todos y hacer lo que se les canta el orto”. Una vez más, el sector de la oposición encabezado por Patricia Bullrich salió en caravana a manifestarse al Obelisco –con convocatorias en otros puntos del país– en contra del gobierno de Alberto Fernández. En esta ocasión, y al igual que en las marchas del 20 de junio y del 17 de agosto, los manifestantes repiten –casi de forma idéntica– discursos de odio centrados en la figura de la vicepresidenta. Distintos medios de comunicación también convocaron a la movilización y hasta pusieron la dirección de la casa de CFK, donde no se reunieron más de cincuenta personas (ver aparte).

Eduardo vino con su camioneta Hilux desde el barrio de Caballito y explica a este diario que “vengo a favor de la división de poderes y principalmente en contra de la impunidad de Cristina. Para mí el Gobierno está haciendo todo mal”. “No tengo miedo de venir porque prefiero arriesgarme al contagio a no defender la democracia”, aclara. Además, dice que no tiene miedo al colapso sanitario porque “el Gobierno de la Ciudad está haciendo todo bien”.

Hay quienes se las ingenian para “robar cámara”, algo que ya es un clásico de estas marchas opositoras. Uno de los manifestantes se acerca a los movileros con su careta de gorila. “Quiero que me digan que soy gorila. Porque estoy orgulloso. Ser gorila es estar a favor de la justicia, de los derechos humanos. No ser ladrón, no ser corrupto, no ser coimero. Vivo en Palermo, pago mis impuestos, no me puedo ir del país porque estamos encerrados, acuarentenados de por vida’, grita el hombre.

Cerca de las 18 un grupo de personas se agolpa, agita fuerte sus banderas y golpea con furia sus cacerolas: en el medio del tumulto se encuentra el auto de Bullrich que intenta avanzar por Carlos Pellegrini para llegar al Obelisco, el epicentro de la movilización. Si bien las consignas en redes sociales subrayaban la “independencia” de la convocatoria, alrededor del auto de la exministra de Seguridad los cánticos aclaman: “volveremos, volveremos, volveremos otra vez”, y “Pato presidente”. Lleva puesto un barbijo metalizado y una bandera de Argentina en sus hombros. Saca la mano y toca a todos los que se avalanzan contra el auto que ella misma conduce. Otros referentes de la oposición, como Elisa Carrió, prefirieron despegarse de la iniciativa. “No convoco a la marcha, cada uno según su conciencia. El que se radicalice está jugando en contra de la Argentina, ya sea por derecha o por izquierda”, marcó la cancha interna.

Al pie del Obelisco una señora mayor se ubicó con una reposera y desde allí gritaba. Se llama Yolanda, tiene 88 años y se define como “una conservadora de la época brillante de la Argentina, en la que gobernaba Alvear”. “Adoro a Patricia, pero creo que nos falta un líder. Ellos tuvieron al viejo inmundo ese de Perón y ahora a esta hija de puta”, expresa, en referencia a Cristina Fernández. Las hijas, dos rubias de unos 40 años, se miran y se ríen por la mala palabra que acaba de pronunciar la anciana desde su reposera. “Basta, basta, basta. No somos oligarcas. El problema de todo lo que pasa en este país es que el peronismo no dio educación”, afirma furibunda.

Otra de las constantes son los carteles con consignas disparatadas: “basta de Kuarentena”; “Kuarentena tapa Korrupción”; “politikos bájense el sueldo”, son algunas de ellas. También hay un señor que lleva en la frente un pañuelo azul que dice “ni un policía menos”. Una chica joven, en cambio, tiene puesto un barbijo rojo con la imagen de “el Presto”, el influencer que hace unas semanas amenazó de muerte a la vicepresidenta.

En el centro de la marcha hay un mini zeppelin que dice “Argentina y Venezuela libres”. Minutos antes de las 18.30 la movilización llega a su clímax con una suelta de globos celestes y blancos, que desata gran emoción entre los manifestantes: las señoras bailan sobre la 9 de Julio y las radios de los autos reproducen a todo volumen la voz del periodista Alfredo Leuco, quien días antes de la marcha difundió la movilización.

Si bien la mayoría de los asistentes, tal como adelantó en una nota el diario La Nación, son “baby boomers”, es decir, adultos mayores nacidos entre 1944 y 1965, también hay algunos jóvenes. Cinco se encuentran detrás de una bandera amarilla que dice “Somos libres. Pro-UBA”. Camilo es el líder de la agrupación y en diálogo con este diario detalla que “estamos defendiendo la libertad ante un gobierno autoritario que quiere avanzar en el crecimiento de un poder total”. Según explica, es estudiante de ingeniería y la agrupación tiene presencia en seis facultades de la Universidad de Buenos Aires. “Queremos que la empresa privada pueda crecer porque todos somos la empresa privada”, opina. Con respecto a la vacuna que se producirá en el país, expresa que “la produce un privado gracias a un convenio que generó Macri. No es logro del gobierno populista”. A la vacuna también le dedican algunos carteles. Uno proclama: “no estamos en Estado de sitio. Hay emergencia sanitaria, no me pueden obligar a vacunar”.

 DISCURSO DE ODIO

BARBIJOS

13 de octubre de 2020

Odios desatados e irracionales sin barbijo: La cultura del insulto 

Por Luisa Valenzuela

En estos tiempos de odios desatados, aparentemente irracionales, conviene por una parte comprender el nivel de frustración y los miedos que acaban por desencadenar dichos discursos repulsivos, y por la otra analizar la racionalidad que se esconde tras los variados improperios.

Ciertos temas que se vociferan en el fervor de la protesta, entre banderas argentinas que le dan un toque falsamente patriótico al asunto y cacerolazos y ruidazos que no sé por qué me recuerdan a los bombos peronistas, ciertos temas, repito, no admiten análisis alguno. Son la cosa en sí, como diría Kant aunque me temo que esa particular cosa en sí no le interesaría en absoluto.

Pienso por ejemplo en aquella señora, enfervorizada y muy segura de su alegato, que le repitió al movilero el acuciante motivo de su presencia en esa particular movilización:

“No queremos ser Valenzuela” repitió varias veces la tal señora, sin flaquear. Y no quieren, o ella al menos no quiere, porque “Queremos ser libres, la libertad se defiende con todo”.

No me sentí aludida, en absoluto; este mundo está lleno de Valenzuelas que ni siquiera somos parientes, y en última instancia yo, por mi parte, no quisiera ser esa señora. Estamos a mano por lo tanto, pero en veredas opuestas, si bien concuerdo con la idea de que la libertad se defiende con todo, y ese todo incluye indefectiblemente la responsabilidad.

Pero esa es otra historia.

Lo que hoy me enfurece –para replicar el estilo enfático de quienes protestan — y me llena de inquietud y desconcierto, son mis compatriotas que con total ceguera ante las aciagas circunstancias actuales (llámense pandemia, muertes por contagio, crisis económica y tutti quanti) salen a despotricar por las calles, en general sin barbijo o quemándolos. Por lo cual trato de poner un poco de racionalidad en el asunto, y ya que no puedo entender sus motivaciones profundas (aunque sí, claro, explicaciones hay: odio a la política que les quitó sus prebendas, o las prebendas que gozaban aquelles que antes reinaban en el país, desmantelándolo, y que hoy les llenan la cabeza con engaños de todo color y laya).

Pero hoy el motivo de mi reflexión es otro.

La racionalidad de lo irracional

Propongo hurgar detrás de las palabras haciendo un análisis semántico o al menos intencional de algunos insultos. En particular aquellos que mandan a algún lado específico al otro (contrincante, rival, asqueroso opositor a mis brillantes postulados y convicciones). Lo mismo vale para las damas, que no se privan ni son privadas de estas encomiásticas interjecciones.

Tomemos para empezar esa habitual invitación (para llamarla de alguna manera) tan destituyente: “¡Andate a la concha de tu madre!”.

Como quien dice hacete humo, rajá de acá, desaparecé de mi vista.

Pero no es tan simple. La carga emocional es mucho mayor, su poder denigratorio es inconmensurable y suena a escupitajo de lo peor.

Pero lejos está de ser así, si lo pensamos bien.

Se trata en realidad de una invitación, o más bien una inapelable orden, de profundas implicancias freudianas.

Como es de conocimiento público, la concha está a un paso del útero. Y el útero es aquel refugio añorado, cálido, seguro, alejado de toda preocupación externa, al cual los regresivos, a decir de Freud, aspiran retornar. La envidia del pene es un poroto (con perdón) al lado de la añoranza uterina. Fue la famosa psicóloga Karen Horney quien dio la clave cuando describió la envidia de ser madre, es decir la envidia del útero o envidia de la vagina.

Saliendo de pesca no con una red sino en la red de redes, encontré en un blog un tipo de trabajo terapéutico que consiste, según sus promotores, en “regresar al útero para sanar”. La hipnosis, según alegan, permite “acceder a todo ese material inconsciente que forma parte de nuestra memoria implícita y que, al no estar codificada como recuerdos, resulta más difícil de recuperar. Las experiencias fetales quedan grabadas de forma arquetípica, onírica, y ese lenguaje ha de ser desencriptado”.

Tomando en cuenta esta posibilidad, el simple hecho de mandar a alguien a la concha de su madre puede encerrar, más allá de la voluntad de quien cree estar insultando de la peor manera, buenas y sanadoras intenciones. Dialéctica pura.

Acá mi reflexión se bifurca:

Por una acción de boomerang, o por una jugarreta de sus propias neuronas espejo, quienes porfíen lo que creen ser una orden terminante de emprender ese viaje imaginario a la etcétera etcétera, podrían acabar practicándolo elles mismes. En cuyo caso, sin proponérselo, se encontrarían en una situación inconsciente donde podrán ver el germen de su conflicto y la razón de ser de su desmedida, incontrolable e irracional bronca, y lograr por fin tener una vida sosegada y hasta cariñosa.

Distinto es cuando te manda a la concha de tu hermana. Por el momento opto por no dejarme distraer con temas de incesto. Porque nos espera

El no-lugar

Ahora bien. Tenemos otra imprecación, asaz antigua que sin embargo se ofrece a una lectura de actualidad. Para comprenderla en su verdadero sentido ya no acudiremos a Freud sino a Marc Augé, el conocido etnólogo francés quien acuñó el término y definió por primera vez los no-lugares. Según él, un no-lugar es un espacio intercambiable donde el ser humano permanece anónimo.

El término se presta a más interpretaciones, sobre todo cuando nos asomamos a la cuántica y pensamos en el multiverso y en lugares que no por inexistencia dejan de ser.

Ejemplo: La concha de la lora.

Sí señor, señora. Andate a… imprecación habitual y algo demodée, pero vistosa quizá por ser verde por fuera y roja por dentro al igual que la sandía.

Pero esas son vanas ilusiones porque, sepámoslo de una vez por todas, ¡la concha de la lora no existe!

Se trata del no-lugar por excelencia, absolutamente nones, es decir que si una zarpara en respuesta a la orden, imprecación o mandato, se encontraría flotando en lo infinito o al menos perdida en los vericuetos del inconmensurable espacio.

Resulta que las aves carecen de genitalia externa, concha o pito o lo que fuere. Así es, no más. El aparato reproductor externo de las aves, machos y hembras, es idéntico y se denomina cloaca. Nombre denigrante por cierto, pero qué se le va a hacer, se trata de un orificio común para todo uso. Y hete aquí, para ser bien precisa, que la mayoría de los pájaros tienen la cortesía de lucir diferente plumaje para facilitar la identificación de su género. Vistosos los machos, opaquitas las hembras pero simpáticas. La mayoría, dije, porque los psitáceos (loros y cia) carecen de este elemento identificatorio a simple vista. Al punto que no sé si mi Kokopelli es Koko o Koka, porque me niego a hacerle una endoscopía para espiar sus adentros.

“La percepción de un espacio como no-lugar es, sin embargo, subjetiva: cada persona con su subjetividad puede ver un sitio dado como un no-lugar o como una encrucijada de relaciones humanas” comenta Augé.

Razón por la cual, tras estas maduras reflexiones, podemos ir donde se nos antoja sin esperar que nadie nos mande. Y reír cuando nos lo tiran a la cara.

La derecha sin miedo a la calle

Marchan con el pie derecho

Por Gustavo Veiga

15 de octubre de 2020

No marchan sólo en Argentina. Marchan en todos lados y parece que continuarán haciéndolo. Perdieron el miedo a la calle.

Ese dominio de los movimientos piqueteros, gremios y trabajadores pauperizados, donde ellos despotricaban si un corte de tránsito por salarios o vivienda digna los importunaba. En Estados Unidos marchan armados y en milicias con fusiles a la vista para matar rinocerontes. Son racistas sin disimulo, crías del Klu Kux Klan, que esperan el advenimiento de un nuevo führer aunque por ahora siguen a Trump. Es su líder –quizás algo moderado para su paladar- y lo votarán el 3 de noviembre. Aborrecen al movimiento Black Lives Mater. Marchan también los de la diáspora de Miami que rumia su furioso anticomunismo con aroma a ron cubano o a chicha, la tradicional bebida venezolana. Son la remake más extrema y actual de otras marchas muy pretéritas, con pinceladas de la que Benito Mussolini convocó a Roma en 1922 o aquellas de la falange española que cantaban De cara al sol. Pasó casi un siglo o algo menos, pero al mundo lo ven todavía con ojos de los años ’30 o de la Guerra Fría.

En Brasil los que marchan son una grey iluminada por la fe evangélica, pero de esa que pregonan pastores multimillonarios como Edir Macedo y Silas Malafaia. Bolsonaro se encaramó gracias a ellos y al partido militar del que proviene después de reivindicar la memoria de un verdugo que torturó a una ex presidenta. En España están fascinados con Vox, la fuerza de los ultraderechistas que surgieron en 2013, añoran al generalísimo y reivindican la monarquía con un programa político del medioevo. En Chile asoman en menor cantidad, pero están al acecho. Las calles son zona liberada para los Pacos (Carabineros) que arrojan a un joven desde un puente al río Mapocho mientras gobierna Piñera. El político más parecido a Macri entre todos los que gobiernan en América del Sur.

Hay países donde a estas fuerzas de derecha que profesan un odio de clase visceral, armadas o desarmadas, aglomeradas o dispersas, por ahora no les alcanza la nafta para incendiar la pradera. Pero siguen agazapadas para prender un fósforo y causar el mayor daño posible. Los antecedentes lo demuestran. Sacaron a Dilma Rousseff del Planalto por un Impeachment, al obispo Fernando Lugo por una vía semejante y a Evo Morales de manera más cruenta, quemando urnas y disparando a matar en Senkata y Sacaba donde el Movimiento al Socialismo cerró su campaña con un acto multitudinario. En Bolivia ya avisaron que no tolerarán un regreso al estado plurinacional, al que en un año desmantelaron para disciplinarse con Washington y materializar su dejavú neocolonial. Los frentes cívicos de todo el país – con la vanguardia ubicada en Santa Cruz de la Sierra – no auguran nada bueno si ganara el economista Luis Arce Catacora del MAS.

Alarma este tsunami de ideario difuso para los canones de la derecha tradicional, que de manual ha sido siempre librecambista en lo económico y muy conservadora en lo político-cultural. Alarma porque tiende hacia la uniformidad destituyente que se robusteció en un contexto donde gobierna en varios países y si no gobierna, desestabiliza. Le resulta intolerable subordinarse a la voluntad popular. Su músculo recobró fuerza por los éxitos electorales que de Europa pasaron a Estados Unidos y del norte bajaron hacia América del Sur. Este es un continente donde un ligero deslizamiento hacia la derecha provoca movimientos sísmicos contra cualquier avance político-social, por más mínimo que fuera. La intensidad siempre la midió Estados Unidos.

El laboratorio más productivo y reciente de estas fuerzas políticas funcionó en Brasil. Es una larga secuencia que empezó con el Lava Jato en marzo de 2014, continuó con la faena del justiciero Sergio Moro -un ariete del Departamento de Estado formado y financiado desde EE.UU-, siguió con la destitución de Dilma Rousseff, la detención de Lula para dejarlo afuera de carrera en las últimas elecciones y el advenimiento del ultraderechista Bolsonaro en octubre de 2018. En apenas cuatro años y medio, los duendes de la dictadura (1964-1985) volvieron a mimetizarse en el paisaje brasileño que dominaba el PT.

Esta miniserie por entregas debería analizarse por su verdadero significado: la victoria más aplastante de la derecha en Latinoamérica desde la restauración conservadora que pilotearon en los años ’80 Ronald Reagan y Margaret Tatcher. Un triunfo cuyo espíritu fundacional podría sintetizarse en el bloque parlamentario de las tres B. Las bancadas de la Biblia, la Bala y el Buey. Los evángelicos, los miembros de las fuerzas de seguridad y los latifundistas. Una alianza que en el vecino país encontró su catalizador en el primate que gobierna como si fuera un cruzado del Santo Sepulcro llamado a derrotar a los infieles.

Sus potenciales votantes marcharon en Brasil durante meses antes de su llegada al gobierno con las clásicas consignas anti-PT. El movimiento Vem pra rua (Ven a la calle) esmeriló una convocatoria tras otra la legitimidad y legalidad del gobierno de Dilma hasta que Bolsonaro juró por su destitución invocando el recuerdo de Carlos Brillante Ustra, un coronel torturador del régimen militar al que llamó héroe nacional.

Las marchas, una herramienta aborrecida cuando las protagoniza el pueblo con su larga fila de desposeídos, han sido revalorizadas por esta derecha del siglo XXI. En Brasil y la Argentina resulta muy evidente. Acaso el antecedente más lejano sean los cacelorazos contra Salvador Allende en Chile –ahí se patentaron– que empezaron a desestabilizar a su gobierno hasta su derrocamiento y muerte en el combate desigual de La Moneda. Mucho más cerca en el tiempo las sartenes de teflón o las ollas de latón todavía resuenan en Recoleta y Barrio Norte y se desparraman por todo el país.

En las avenidas de San Pablo y Río de Janeiro pasó otro tanto desde el Mundial de la FIFA 2014 hasta hoy, aunque la pandemia desplazó a las consignas destituyentes por un clamor contra las cuarentenas que impulsaron los gobernadores. Buenos Aires y otras ciudades del interior muestran un paisaje que combina ambas proclamas en estos días primaverales mientras miles de trabajadores de la Salud se juegan la vida ante el Covid-19. Sin la mínima empatía, ellos y ellas van con sus camisas nuevas asomados en sus autos descapotables. Rodean el Obelisco o la Quinta presidencial de Olivos convencidos de que encarnan los valores republicanos. Marchan al son del Clarín aunque ya no les haga falta desempolvar los uniformes de otras épocas.

gveiga@pagina12.com.ar

 

 

 

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