No olvidan a los integrantes de la dictadura (II)

Subterráneo

Se formalizó a tres ex policías por cometer lesiones graves contra los detenidos del centro clandestino Los Vagones, que operó en Canelones durante la dictadura.

Betania Núñez

6 diciembre, 2019

Sitio de Memoria Los Vagones, en Canelones, donde funcionó un centro de reclusión y tortura durante la dictadura cívico-militar 

Es una historia ocurrida hace más de cuatro décadas, pero recién en los últimos años se ha logrado visibilizar que en Canelones, y a la vista de todos, hubo un centro clandestino de detención y tortura conocido popularmente como Los Vagones. Lo han logrado ex presos políticos, vecinos y militantes que también –después de mucho tiempo, pero a la vez muy rápido– obtuvieron justicia. El viernes, en el marco de la primera causa por delitos de lesa humanidad que se presenta bajo el nuevo Código del Proceso Penal, fueron formalizados tres ex policías que estuvieron a cargo del centro.

—El tiempo que pasó, y a mí se me confunde en la cabeza, yo no recuerdo haber comido en todo ese tiempo, aunque sea del plato del perro, y entonces: ¿cuánto tiempo pasó? –se pregunta Ricardo Etcheverry, quien primero fue llevado a Los Vagones, más tarde trasladado al cine Lumière, y por último a la cárcel de Canelones.

—Tres meses pasaron –se encarga de recordarle Blanca Calero, que es su esposa y estuvo en Los Vagones el mismo tiempo, de setiembre a diciembre de 1976.

—En la situación en la que estábamos, comer no era un hecho trascendente. Te daría sed, te daría hambre, pero la cabeza pondría algún mecanismo de defensa –concluye Roberto Piñeiro, que estuvo dos temporadas en Los Vagones, primero en abril de 1975 y luego en setiembre de 1976, la última vez “en comisión”, cuando se lo envió desde la cárcel de Punta Carretas para ser nuevamente interrogado.

—Recuerdo que cuando llegaron al cuartel de San Ramón estaban todos muy delgados, habían perdido peso de una forma extravagante –acota Graciela Lugano, que tuvo a su marido y a su cuñado detenidos en Los Vagones desde abril de 1975 y fue periódicamente a llevarles comida, aunque nunca les fuera entregada.

“Una hacía el gesto para decir que sabíamos que estaban ahí, pero no tenía sentido pedir para entrar: los vagones estaban rodeados de perros y de policías armados”, aclara Graciela. Aunque no pudo verlos durante todo el tiempo que estuvieron allí, se aseguraba de que la escucharan cada vez que iba; pensaba que así estaban menos solos.

Luego de que allanaran su casa, Graciela siguió a los policías e identificó el lugar. Se trataba del primer sitio en donde estuvo ubicado ese centro clandestino de detención y tortura que, en manos de la Policía pero en coordinación con el Ejército, operó durante la dictadura o incluso desde antes. No se conoce a ciencia cierta cuándo empezó a funcionar y nadie sabe decir desde qué momento se lo identifica como Los Vagones: “Desde siempre”, responden; pero no hace falta preguntar por qué se le dio ese nombre. Parte de la infraestructura que se utilizó para la detención y la tortura fueron dos vagones de tren – algunos hablan de tres–, gentileza de Afe.

VISITA AL SITIO DE MEMORIA LOS VAGONES, CENTRO DE RECLUSIÑON Y TORTURA EN LA DICTADURA CIVICO-MILITAR 1973-1985, CIUDAD DE CANELONES.

Los vagones fueron literalmente mudados a fines de 1975 –y con grúa– al barrio Olímpico, para quedar finalmente ubicados a unas pocas cuadras del primer sitio, en un lugar que, a pesar de estar a orillas de la ruta 5, era mucho menos visible. Este segundo espacio es el que fue rescatado de convertirse en escombros para ser, en cambio, transformado en un sitio de memoria.1

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Siete miembros de Ágora, la organización canaria que desde abril de 2016 trabaja recopilando testimonios y reconstruyendo esta historia,2 llegan y se desperdigan por el lugar: señalan calabozos, describen los vagones, hablan de la barraca. Todavía hay vestigios de las diferentes “habitaciones”, y el lugar parece pequeño para haber contenido a tantas personas. “El objetivo era tener las pruebas de que acá habían estado los vagones, y a partir de un trabajo arqueológico se encontraron los soportes de hormigón y se ubicó una fotografía aérea de 1980 donde se los ve. Los vagones eran de carga y de madera, no tenían ventanas y las puertas eran corredizas. Adentro estaban completamente encerrados”, dice Eugenia Cabrera, presidenta de Ágora, que, si bien no estuvo detenida en ese lugar, trabaja por esta historia.

“¿Sabés lo que hacían?”, pregunta ni bien llega Milton González, detenido y torturado en Los Vagones por el papel que jugó en el sindicato frigorífico y por períodos de dos semanas en distintos años –1973, 1974, 1975 y 1976, momento en el que finalmente fue condenado por la justicia militar–, y enseguida responde: “Pasaban una cuerda por entremedio de otra, y de ahí te levantaban. Venía uno y se te colgaba de las manos. Te acalambrabas todo, horas y horas pasabas, y te orinabas, y te hacías encima. Era una cosa de locos, hasta por Jesucristo pedías”. También explica la distribución del espacio: sobre los soportes de hormigón que hoy están descubiertos era que estaban los dos vagones, uno paralelo al otro, y entremedio un pequeño techo. Bajo esa especie de alero que conectaba a ambos, había un pasillo: ahí era donde se hacían los colgamientos. El resto del tiempo permanecían adentro de los vagones, “encapuchados y vendados. Escuchabas los gritos, pero no sabías cuánta gente había”, cuenta Milton. Y afuera estaban los perros, custodiando.

VISITA AL SITIO DE MEMORIA LOS VAGONES, CENTRO DE RECLUSIÑON Y TORTURA EN LA DICTADURA CIVICO-MILITAR 1973-1985, CIUDAD DE CANELONES.

“En este tiempo, que es relativamente corto, se ha logrado dar visibilidad y castigar al menos en primera instancia a tres de los responsables. Eso es un hito. De repente todavía no lo valoramos con nitidez, pero en unos años vamos a ser conscientes de la importancia que tiene”, dice Roberto, aún desde el sitio de memoria Los Vagones. “En sólo tres años y medio se logró esto”, reiterará Blanca, desde el segundo piso del museo arqueológico Antonio Taddei, en el Parque Artigas, a pocos pasos de la primera ubicación de Los Vagones. “Esto” querrá decir “justicia”, y el resto de las personas sentadas a la mesa –además de Ricardo, Roberto, Graciela, Eugenia y Milton, María Julia de Izaguirre, secretaria de Ágora– coincidirán.

En la organización creen que todo empezó un día de 2013 cuando Blanca, durante una entrevista que hicieron la antropóloga Natalia Montealegre y la historiadora Graciela Sapriza a siete ex presas en Las Piedras, mencionó Los Vagones. Aquello quedó sobrevolando, luego se realizó un seminario en el que pudieron conocer de primera mano la experiencia y metodología de los sitios de memoria de Argentina, y en un momento hubo que actuar. Desde el municipio de Canelones, sin conocer la historia, se planeó la demolición del último lugar donde estuvieron ubicados Los Vagones, en el barrio Olímpico, completamente abandonado.

Las aspiraciones de los integrantes de Ágora empezaron siendo “supermodestas” –iluminar y cercar el predio–, pero al final terminaron haciendo mucho más que eso: con el apoyo de distintas instituciones se impulsó la investigación arqueológica que encontró los soportes de los vagones y permitió dar sustento a los relatos, se logró la señalización del sitio de memoria y la proyección de un museo a cielo abierto, se recolectaron 22 testimonios de personas que estuvieron allí detenidas, tanto de Canelones como de La Paz, Las Piedras, Progreso, Santa Lucía, Sauce, Toledo, Pando y Camino del Andaluz; también se encontraron documentos que dan cuenta de la detención de 70 personas que fueron a parar a Los Vagones, luego de revisar los ficheros de la Jefatura de Policía de Canelones.

“Fue un centro de operaciones a nivel departamental”, concluye María Julia, profesora de historia que realiza entrevistas a partir de los postulados de la historia oral para reconstruir Los Vagones desde otro lugar. “Nunca pensamos que allí hubiera restos, no fue por eso que se hizo el trabajo de excavación –aclara–, sino porque la tierra habla y nosotros teníamos que hacer hablar al sitio”. María Julia explica que, como en su caso, la organización no está integrada sólo por ex presos, y agrega: “Al no haber nada escrito, al partir de grandes signos de interrogación, hemos ido intentando entender cómo se operó en Los Vagones y vincular eso con lo que ocurrió en el resto del país. Esta es una historia en construcción, nosotros estamos recuperando los testimonios para que se transformen en una fuente histórica”.

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Los 22 testimonios “no sólo tienen la riqueza de recuperar los nombres de los responsables”, sino de ubicar cuándo ocurrieron las detenciones, en el marco de qué estrategias represivas de mayor escala –particularmente la Operación Trabajo, que se abocó a desmantelar supuestas acciones de cara al Primero de Mayo de 1975 y se concibió dentro de la Operación Morgan, dirigida contra el Partido Comunista del Uruguay–, además de los trayectos vitales posteriores, plantea María Julia. Cuando tres de las 22 entrevistas fueron entregadas a la Secretaría de Derechos Humanos de la Intendencia de Canelones, Valeria Rubino, su responsable, entendió que allí había indicios de delitos y que era su deber como funcionaria pública dar cuenta a la justicia.

Presentada la denuncia ante la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad, la investigación judicial comenzó en mayo y culminó con un pedido de formalización contra tres ex policías: Hugo Guillén, en aquella época director del Departamento de Investigaciones de Canelones, de quien se encontró la firma en “oficios al juez sumariante, poniéndolo en conocimiento de las personas detenidas”. Wisthon Vitale, subdirector de la misma dependencia, que “figura como oficial interrogador en todas las actas de los detenidos” y Alejandro Ferreira, bajo el mando del director y subdirector, de quien también se encontró la firma en “actas de interrogatorios a los detenidos, con el cargo de agente de segunda”. En ese documento, el fiscal Ricardo Perciballe resume las prácticas que los agentes del Estado llevaron adelante en Los Vagones entre 1975 y 1976, a partir del testimonio prestado por 12 víctimas, y resume: “Los imputados privaron de su libertad y sometieron a los detenidos a diversos apremios físicos y trato inhumano no permitidos por las leyes, la Constitución ni los reglamentos. En un número importante de dichos tormentos (golpizas, plantones, caballete, submarinos y colgamientos) se excedió ostensiblemente el abuso para poner en riesgo la propia vida de las víctimas. Y a partir de tal accionar obtuvieron que los detenidos admitieran su participación en las organizaciones políticas o sociales prohibidas y con ello viabilizaron que la ‘justicia militar’ los privara de su libertad por largos períodos de tiempo”.

El pasado viernes, el juez letrado de Primer Turno de Canelones, Luis Sobot, formalizó a los tres ex policías, que ese mismo día fueron trasladados a la cárcel de Domingo Arena. Estarán presos al menos por cuatro meses, según el primer plazo de prisión preventiva que dictaminó el juez, mientras continúa el juicio. En este sentido, el fiscal del caso dijo a Brecha que se encuentra terminando de redactar la acusación, que presentará antes de la feria judicial. Luego, la defensa de los acusados tendrá 30 días para contestar.

El 29 de noviembre se pensaba que se celebraría la primera audiencia pública en un caso por delitos de lesa humanidad –se trata de la única causa de este tipo presentada bajo el nuevo Código del Proceso Penal para la que se haya realizado un pedido de formalización–, pero el juez negó, a pedido de la defensa, el ingreso al público. El argumento manejado para tal extremo fueron las pequeñas dimensiones de la sala y la preservación de la salud de los acusados, pero pese a que la audiencia fue grabada, y a que Brecha se dirigió presencialmente al juzgado, los audios fueron negados por la actuaria, ya que el juez se encontraba de licencia y no autorizó su entrega antes de su reintegro. Este semanario se comunicó directamente con el juez, quien dijo que no respondería la consulta mientras estuviera de licencia.

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—Algunos compañeros, ya en el momento de la entrevista, te decían que querían llegar hasta la denuncia, pero todavía estamos esperando a otras personas que quieran hacer la entrevista. A veces concretás, y cuando estás a punto de hacerla te dicen que no, que prefieren esperar un tiempo. Se nos había ocurrido hacer la denuncia, pero esto requiere de la voluntad de las personas –explica María Julia.

—El proceso que tiene que hacer alguien para destrancar todo lo que se tuvo que tragar es difícil de entender. Fueron 40 años tragando y tragando; de repente sólo lo hablaste con tu pareja, conocemos casos de personas que ni siquiera eso. Y si nos juntábamos dos o tres para hacer la denuncia, ¿en qué terminaba? En la palabra de uno contra la del otro –plantea Roberto.

“Quedé sorprendido de que la justicia actuara con tal celeridad”, dice Roberto. A él la justicia le demoró 44 años, si se empieza a contar desde que cayó preso, el 21 de abril de 1975. Pero es este otro contexto el que permite leer sus palabras: los vagones habían sido olvidados en un costado del pueblo; algunos de los represores caminaban por las calles del centro, a otros se los creía ya muertos.

—Pensé que los compañeros venían atrás, fue una casualidad entrar a la audiencia. Y cuando los tuve enfrente… porque siempre pensé qué pasaría cuando los encontráramos… Pero no sentí ira, no fue una cosa que me conmoviera –cuenta Ricardo. Él y Blanca fueron las dos únicas víctimas que lograron entrar a la audiencia.

—Visto desde afuera del recinto, los nervios y el corazón a mil. Yo no esperaba ese desenlace, que se resolviera en el día. Son muchos años viendo pasar campantes –ir al supermercado, ir al cajero automático– a los responsables de todo lo que nos pasó. Es gratificante que se hizo justicia: eso, simplemente –dice Roberto.

  1. Véase “Rastros de unos vagones perdidos”, de Mariana Abreu, publicada en la edición de Brecha del 26-IV-19.

Rastros de unos vagones perdidos

Canelones tendrá el primer sitio de memoria del país concebido según los protocolos internacionales.

Mariana Abreu

26 abril, 2019

La investigación antropológica de un antiguo centro clandestino de tortura en Canelones, próximo a convertirse en sitio de memoria, reafirma que la lógica represiva de la dictadura no fue la misma en todos los rincones del país. La formación de quienes practicaban la tortura y el vínculo entre secuestrados y represores son algunas de las características que distinguen a Los Vagones de los centros clandestinos de la capital.

Año 1976, faltaba poco para la primavera. Caminaba por la plaza cuando sintió el caño del revólver en sus costillas. Dos policías vestidos de civil lo empujaron hasta una combi y le taparon los ojos con la bufanda que llevaba. La noche estaba fresca. Prestó atención al sentido de la marcha de la camioneta y a las veces que doblaba, hasta que se desorientó. El vehículo se detenía a recoger a otros como él.

No supo dónde se encontraba hasta después de algunos días, cuando se las ingenió para oír y ver a pesar de la capucha. Estaba secuestrado en el centro clandestino Los Vagones, en el barrio Olímpico de Canelones. El mote guarda relación con los vagones de tren que había en el interior de la edificación, junto a un conjunto de celdas y otras construcciones precarias.

Eduardo Saldombide, ahora con 65 años, vuelve a estar parado donde antes se hallaban los vagones. “Nos tenían en un baño, todos de plantón. Cada tanto entraban, sabíamos por el olor a cigarro, y si te habías aflojado o recostado un poco a la pared, ya te daban. Los vagones se usaban para interrogatorios, en el pasillo que los separaba te colgaban con las manos hacia atrás hasta que te desmayabas”, cuenta.

Saldombide, que era militante estudiantil y tenía 23 años cuando lo secuestraron, nunca vio al resto de los presos con los que convivió, pero les conocía la voz. Eran alrededor de 15; los policías los llamaban “cerdos” o “ratas de caño”.

“El primer ablande –dice– era usarte de pelota de fútbol.” “Había un patio al que nos llevaban cuando traían a alguien de Punta Carretas. Nos sacaban de la mano con unos lentes sellados, para que no pudiéramos ver, y nos dejaban ahí unos días mientras atormentaban a los compañeros que habían traído”, relata el ex preso. También había simulacros de fusilamiento: “Te llevaban a un terreno, te decían ‘acá vinimos a fusilarte, como ya fusilamos a tu hijo’, y te mostraban una camiseta con manchas que parecían sangre”.

Saldombide permaneció en Los Vagones alrededor de dos meses, hasta que fue “blanqueado” y marchó a la cárcel procesado por “encubrimiento a la asociación subversiva”. Sobre los días en el centro clandestino recuerda: “Nos preparábamos para morir”.

MATERIALIDADES REPRESIVAS. Un grupo de antropólogos excava y mide el predio ruinoso que contenía los vagones. La mayoría de las estructuras de la época en que el sitio funcionó como centro clandestino no se conserva. Reconstruir ese espacio, y entender cómo se utilizaba y con qué intencionalidad es la tarea a la que está abocado el equipo.

“En Uruguay las investigaciones oficiales sobre el terrorismo de Estado están centradas sólo en un crimen de lesa humanidad: el de los desaparecidos. Todo aquello que no se vincula materialmente con los desaparecidos no se indaga, por eso Los Vagones no aparecen en ninguna investigación oficial”, señala Carlos Marín, ex integrante del Grupo de Investigación en Arqueología Forense de la Udelar y uno de los antropólogos que trabajan en el lugar.

Más allá de que, aun sin desaparecidos, el sitio pueda albergar pruebas que documenten ante la justicia violaciones a los derechos humanos, el interés por preservar Los Vagones no existió siempre. En el predio, ya entrada la democracia, funcionó una policlínica y, cuando esta cerró, fue una intendencia frenteamplista la que estuvo a punto de destruir el lugar. La demolición no llegó a concretarse debido a las reivindicaciones de ex presos políticos que habían sido secuestrados allí. En 2016 la recién creada Secretaría de Derechos Humanos de la comuna de Canelones se propuso hacer de Los Vagones un sitio de memoria, en conjunto con la Asociación de Identidad, Derechos Humanos y Memoria Canaria, Ágora, integrada por ex prisioneros políticos.

“Los mejores lugares para contar los relatos sobre la dictadura y los crímenes de lesa humanidad, y acercar esas historias a la gente, son los propios espacios donde ocurrieron, esos nodos represivos que fue instalando el Estado desde una lógica sistemática”, dice Marín. En eso consisten los llamados “sitios de memoria”, definidos por la ley 19.641 como lugares donde las víctimas del terrorismo de Estado sufrieron violaciones a sus derechos humanos “por motivos políticos, ideológicos o gremiales”, que se abren al público para la recuperación de memorias y como forma de reparación “a las víctimas y a las comunidades”.

“Cualquier objeto material, un lugar, un paisaje, tiene una biografía que devela información. Mediante el análisis de la evolución arquitectónica y estratigráfica de Los Vagones se puede determinar cómo era la fisonomía del espacio cuando fue centro clandestino”, explica el investigador.

El estudio arqueológico se complementa con las memorias de las personas que se vincularon al lugar, las de los ex prisioneros, vecinos e, incluso, las de personas que trabajaron para la Policía. “No se llega a nada sin una mínima colaboración de alguien que no tuviera los ojos vendados”, ilustra la directora de la Secretaría de Derechos Humanos de la intendencia canaria, Valeria Rubino.

Hay otros “aportes” que provienen desde los propios represores y echan luz sobre algunas cuestiones, aun sin proponérselo. Comenta un habitante de Canelones que cuando uno de los torturadores de Los Vagones vio la noticia sobre la aspiración de preservar la memoria del ex centro clandestino escribió en su cuenta de Facebook: “Por fin alguien reconoce el trabajo que hicimos por la patria”.

MATICES. La investigación sobre Los Vagones arribó a importantes conclusiones: “Es un modelo totalmente distinto al de otros centros clandestinos, como el 300 Carlos o La Tablada. Estos últimos, ubicados en Montevideo y gestionados por militares, funcionaron en una lógica represiva mucho más sistematizada dentro de los parámetros del Plan Cóndor. Los Vagones, gestionados por policías,1 bebe más de la tradición represiva de la propia fuerza policial que se remonta a la dictadura de Gabriel Terra y se aplica luego a los presos comunes”.

En Los Vagones, a diferencia de los centros clandestinos montevideanos, la tortura se aplicó de forma sistemática pero no sistematizada. En este sentido, el informe preliminar del equipo de antropólogos indica: “Gracias a las entrevistas realizadas podemos saber que los propios policías se quejaban de no tener ni las infraestructuras ni el conocimiento especializado que tenían los especialistas en tortura del Ejército. (…) Se ven intentos de imitar las tecnologías represivas al uso del Plan Cóndor, pero sin la capacidad para llevarlas a cabo. Si bien a lo largo de 1976 se amplió el baño de la pared norte, instalando una bañera con patas para realizar el submarino, en 1975 este se intentaba hacer con un balde de agua en el que prácticamente no cabía la cabeza del prisionero. Del mismo modo la picana era sustituida por dos cables pelados que se hacían sostener al detenido, pero que no estaban conectados a la red eléctrica”.

Marín señala que en el 300 Carlos y La Tablada los secuestrados fueron totalmente deshumanizados, pero en el centro canario hubo “tanto torturas y bestialidad como actos de humanidad”. Resta por investigar, dice, qué sucedió en otros espacios represivos del Interior.

El principal hallazgo arqueológico son los cuatro grandes bloques de hormigón que hacían de sustento de los vagones; estos corroboran que el lugar fue preparado para trasladar las unidades de tren y develan la clara intención de modificar el espacio con fines represivos.

“Ha habido una destrucción de los muros, de las celdas, de los baños, los vagones no están (la Intendencia continúa buscándolos). Muchos centros clandestinos en Argentina han sido destruidos para ocultar el uso que tuvieron. ¿Es el caso de Los Vagones o la destrucción se debe a la necesidad de reutilizar el espacio?”, pregunta Marín, quien, de todos modos, afirma: “Por muchas evidencias que quieran borrar, la arqueología siempre va a encontrar restos que permitan reconstruir el espacio”.

EL VECINO TORTURADOR. La cercanía entre los habitantes de una ciudad del interior del país, como Canelones, es una particularidad respecto de la circunstancia montevideana. Muchos de los policías no sólo conocían previamente a los presos políticos, sino que, en algunos casos, eran sus vecinos, los médicos –del pueblo– o las maestras de sus hijos.

Saldombide y sus compañeros conocían a varios de los represores de Los Vagones desde antes de ir a parar a ese lugar: “Nos sorprendió que hubiera gente que había jugado al fútbol con nosotros, que había compartido con nosotros, actuando a ese nivel”.

“Pudo haber alguno que haya sido más benevolente con alguien que conocía, si te habías criado con él, si te valoraba; ese a vos no te tocaba”, dice el ex prisionero, que agrega no haber sido testigo de la empatía de los policías, salvo cuando una guardia femenina le dio los saludos que le enviaba un conocido.

Son otros los testimonios, recogidos por los antropólogos, que mencionan ciertos gestos de humanidad por parte de algunos de los represores. “Uno de los policías viejos, pobre, con una familia numerosa, tenía una vaca y se ganaba un sobresueldo vendiendo leche a la gente del pueblo. Él llevaba parte de esa leche a Los Vagones para dársela a las mujeres; lo hacía a escondidas”, ilustra Marín. Otro caso es el de un grupo de obreros de la construcción, sindicalistas, a quienes les permitieron hacer tareas de albañilería: “Tenían la preparación del Partido Comunista de cómo hay que resistir, sabían que trabajar era la mejor forma de que no los deshumanizaran. Ellos terminaron la pared del patio de atrás y los llevaban andando hasta la cárcel para hacer reformas, sin capucha ni esposas”.

“A los que no conocíamos los conocimos después”, cuenta Saldombide sobre quienes “trabajaban” en Los Vagones. A algunos se los cruza en la calle hasta el día de hoy: “Debe de ser peor para ellos que para nosotros, ¿no? No creo que una persona medianamente cuerda, por más que la hayan convencido de que éramos vendepatrias, como decían ellos… Con el paso del tiempo, supongo que a alguno le debe de remorder la conciencia”.

DONDE ANCLAR LA MEMORIA. El primer paso para convertir un lugar en un espacio de memoria es documentarlo. A ello se dedica el equipo contratado por la Intendencia de Canelones (que incluye arqueólogos, arquitectos y museólogos) y Ágora, que ha buceado en los archivos y recabado decenas de testimonios. Sobre la investigación se cimienta la siguiente etapa: la creación de una propuesta arquitectónica y expositiva para construir el sitio de memoria.

“Como todo el proceso, la propuesta de intervención será consensuada entre el Estado y la sociedad civil”, afirma la directora de Derechos Humanos de la Intendencia. “Es una zona que se inunda seguido, lo que dificulta la conservación de los materiales. Por otro lado, hay que pensar en algo que vaya más allá de un memorial clásico, porque el lugar tiene la capacidad de contar la historia de una forma más completa y de ser recorrido”, sostiene.

Por el momento, se piensa en hacer de Los Vagones un museo a cielo abierto, “que pueda funcionar sin mucho mantenimiento y recibir tanto a personas que llegan por su cuenta como visitas guiadas”, explica Rubino, que agrega que “los sitios de memoria no tienen que seguir una fórmula determinada, sino aprovechar las características del entorno”.

“No se trata de salir a buscar dos vagones iguales y hacer un falso histórico, sino de evocarlos, de explicarlos, de reconstruirlos de forma reversible, ya sea con tecnología 3D, sobre un papel o en una pantalla, o mediante una arquitectura efímera, por si hay que sacarla y seguir investigando”, dice Marín, aunque todavía no se hayan abierto causas judiciales que involucren Los Vagones.

“Es la primera vez en Uruguay que se erige un sitio de memoria con todas las fases, como hay que hacerlo, con la investigación histórica, arqueológica y en vínculo con el entorno. Esto no sucedió en la Casona de Palmar (la actual sede de la Institución Nacional de Derechos Humanos), donde primero se destruyó todo y luego se hizo el sitio de memoria”, señala el antropólogo. “El proceso de Los Vagones es el inverso –añade–, primero se ve cómo es el sitio y la intervención arquitectónica se hace en función de eso.”

Años atrás nuestro país suscribió el documento “Principios fundamentales para las políticas públicas en materia de sitios de memoria”, del Mercosur, que establece que el Estado debe preservar la materialidad de esos lugares como pruebas judiciales y convertirlos en sitios de memoria, incluidas las cárceles y los centros clandestinos. Por ello, según el investigador, el trabajo en Los Vagones es el que más se ajusta a los protocolos internacionales.

Los centros represivos buscaron instalar el terror también hacia el exterior de sus muros, por eso el documento sostiene que los sitios de memoria deben vincular tanto a los ex presos políticos como a la comunidad, que de alguna forma fue afectada. El caso de Los Vagones es paradigmático. La cualidad de clandestinidad del sitio está dada por la falta de reconocimiento oficial, y no por que la población desconociera su existencia. Además de los familiares de las víctimas, que les llevaban allí ropa y comestibles, los vecinos debían convivir con el centro.

Marín alude al testimonio de un vecino que relata que de pequeño su madre lo enviaba a buscar agua a Los Vagones, pues “en los setenta el barrio Olímpico, un barrio pobre, no tenía calles ni agua corriente y uno de los puntos de abastecimiento de agua estaba dentro del centro clandestino”. El antropólogo sostiene que existía una ambigüedad, en parte intencionada, en el vínculo con el barrio. Por un lado, se había colocado una malla de tela negra casi sobre las casas de los vecinos para que no tuvieran vista al sitio, pero, por el otro, se permitía que un niño ingresara al centro clandestino en busca de agua. Testimonios de otros vecinos de la época mencionan que los jóvenes jugaban al fútbol en los alrededores de Los Vagones mientras los policías armados hacían guardia en la zona.

“Si la comunidad no se apropia del sitio –dice el investigador–, el objetivo de preservar la memoria no se cumple.”

  1.   Aunque Los Vagones era gestionado por el Departamento de Investigaciones de la Policía, se presume que respondía al Cuartel de San Ramón. Además, existía una clara coordinación entre militares y policías (que formaban las Fuerzas Conjuntas), y una articulación con otros centros clandestinos administrados por militares.

Coordenadas contra el olvido

El centro clandestino Los Vagones funcionó en dos espacios físicos distintos, en tiempos que aún no se pueden precisar con detalle. El primero estuvo instalado en la antigua escuela de Policía de Canelones, desde antes del golpe de Estado hasta 1975. El segundo, sobre cuyas ruinas se erigirá el sitio de memoria, operó en el barrio Olímpico, en la calle Rodó y la ruta 5, desde 1975 hasta fines de los años setenta o principios de los ochenta, según diversos testimonios.

Los Vagones pertenecían a la zona militar 1, que abarca Montevideo y Canelones, departamentos que constituyeron el eje de la lucha obrera y del movimiento estudiantil de la época. Más de cien prisioneros políticos estuvieron detenidos en este sitio. El grueso de ellos, militantes comunistas, socialistas y sindicalistas, permanecieron allí entre 1975 y 1976. Por estos espacios también circularon presos sociales, aunque de ellos se tiene menos información.

Múltiples significaciones

Los Vagones, además de ser un sitio donde se intenta preservar la memoria, es un hogar. Parte del predio permanece ocupado por una pareja de origen humilde con hijos pequeños, que acordó con la Intendencia de Canelones permitir el acceso al lugar y cuidar de él mientras aguarda ser realojada. La familia contó a Brecha que cuando se instaló en el sitio desconocía su historia, pero que poco a poco fue involucrándose con ella.

Como si todo acabara siendo un círculo, el tío del joven que vive actualmente en el ex centro clandestino fue desaparecido por la dictadura. Esta historia integra el documental Presentes, próximo a estrenarse, y fue contada desde el interior de los muros de Los Vagones.

La memoria del 300 Carlos

Hombres verdes y dorados

Es raro que haya pasto y pájaros alrededor del infierno, que el sol brille y bañe las paredes. El galpón conocido como “infierno grande” no intimida tanto.

Los prisioneros también lo llamaban “la fábrica”, por las máquinas que guarda hasta el día de hoy. Los militares lo bautizaron “300 Carlos” aludiendo, se sospecha, a un código de muerte (el número) y a Karl Marx (el nombre). Se trata del centro clandestino de detención y tortura que funcionó durante la dictadura en el Servicio de Material y Armamento del Ejército, próximo al Batallón 13.

Dos uniformados escoltan a la quincena de visitantes que se desplazan por el predio con motivo de una recorrida organizada por el Museo de la Memoria.1 El galpón es húmedo, adentro hay más soldados y maquinaria. Cantidad de miniaturas de bronce, indiecitos y bustos de Artigas se desparraman sobre las mesas. En un rincón, el mate y el termo olvidado de algún oficial.

El techo de bóveda está muy alto y el espacio también es amplio hacia los costados. Subiendo las escaleras, están las oficinas, que antes fueron salas de tortura. Los visitantes escuchan el relato del antropólogo que los guía y olvidan los muñequitos dorados. Se imaginan encapuchados suspendidos en el aire y les parece estar escuchando alaridos en lugar de pájaros.

Como acostumbrado a la presencia de intrusos, o para matar el aburrimiento, un soldado fija los ojos en la pantalla de su teléfono. Sus pares continúan atendiendo en silencio cada movimiento de los visitantes, que no pueden dejar de preguntarse qué estarán pensando esos jóvenes uniformados.

  1.   El museo pretende que el galpón deje de ser utilizado para tareas militares y se convierta en un sitio de memoria que involucre a vecinos, organizaciones e instituciones de la zona. Además, trabaja en un circuito de memoria barrial en el entorno del lugar.

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  1. “Entre el mirar y el ver”, de Federico Gyurkovits y publicada en Brechael 29-IV-16, da cuenta de los primeros pasos de la organización.

Entre el mirar y el ver

Está ubicado a unos 150 metros del cruce de las rutas 5 y 11. Quien mira ve una casa, y al lado unas paredes y estructuras semidestruidas de lo que en otro tiempo parecería haber sido otra vivienda o un anexo de la principal. Nada llama la atención hasta que uno se entera que por allí pasaron y fueron torturados más de cien presos y presas políticas a mediados de la década del 70.

Federico Gyurkovits

29 abril, 2016

Ricardo Etcheverry y Blanca Calero junto a las ruinas de lo que fue el centro de detención 

En un país donde juzgar los crímenes de lesa humanidad es tan difícil, no llama la atención que sean tan pocos los lugares identificados como escenarios de esos hechos. Treinta años después de finalizada la dictadura cívico-militar, siguen siendo sólo ocho los lugares conocidos como centros de detención clandestinos, torturas y exterminio, sin contar los seis cuarteles o unidades militares en los que se sistematizó la represión. De acuerdo con la información publicada por la Presidencia en 2011, en el marco de la actualización de la investigación histórica sobre el terrorismo de Estado, se identifican 14 lugares y dos categorías.

La primera se denomina “centros de reclusión en unidades militares” en los que hubo “detenidos, procesados o no por la justicia militar, algunos de ellos desaparecidos”: 1) Grupo de Artillería 1-Brigadier Gral Manuel Oribe. 2) Regimiento de Caballería 6-Atanasildo Suárez. 3) Batallón de Ingenieros de Combate 4 (Laguna del Sauce). 4) Unidad del Servicio del Aeródromo Capitán Boiso Lanza. 5) Cuerpo de Fusileros Navales (Fusna). 6) Hospital Central de las Fuerzas Armadas, sala 8.

En la categoría “centros clandestinos de detención en Uruguay” se incluyen aquellos sitios que “funcionaban generalmente en lugares que no habían sido edificados con dicha finalidad. En tres casos se trató de dependencias militares que comenzaron a ser utilizadas como centros de detención clandestinos. También se utilizaron con estos fines propiedades confiscadas a organizaciones de izquierda bajo jurisdicción militar”: 1) 300 Carlos R. Casa de Punta Gorda. 2) 300 Carlos. Servicio de Material y Armamento del Ejército (Sma), en predios del Batallón 13. 3) La Tablada. 4) La Casona. Sede del Servicio de Información de Defensa. 5) La Casona de Millán. 6) Base Valparaíso. 7) Casa Sas. Escuela de Armas y Servicios. 8) Castillito de Carrasco.

NÚMERO 9. Blanca Calero y Ricardo Etcheverry viven en Canelones, cerca de donde vivían en sus años de juventud, y más cerca aun del primer lugar al que fueron llevados cuando los detuvieron. Unas diez cuadras los separan de la Escuela de Policía y del sitio conocido como Los Vagones. El policía que se presentó en sus casas les pidió que lo acompañaran. Ni siquiera fue necesario un operativo. El hombre también era vecino. Los tres caminaron esas cuadras sin que nadie percibiera que “algo” estaba por pasar, tal como lo narraron a Informe capital de Tevé Ciudad en su edición del 4 de abril.

Apenas ingresaron al lugar y tras ver dos vagones de Afe, los encapucharon. No tardó en llegar la tortura: plantones, colgamientos, etcétera, para obtener información. Estaba en pleno proceso la Operación Morgan que, en el marco de la Operación Cóndor, apuntó a los partidos comunistas de la región, y que en Uruguay tuvo una de sus caras más feroces. Se estima que más de cien personas fueron apremiadas en Los Vagones, en estos y en los otros que estaban instalados en la Escuela Departamental de Policía. Eran casi todos canarios y de diversas localidades. Entre ellos también estuvieron el ministro de Transporte, Víctor Ro-ssi, y el senador y ex intendente canario Marcos Carámbula. El proceso de reconstrucción de lo que allí ocurrió recién empieza, y algunos datos aportados por los sobrevivientes difieren entre sí. Está claro que las fuerzas conjuntas operaron desde mediados de la década del 70 en ese lugar, y al menos por un par de años. La estadía de los secuestrados en los vagones también varía: días, semanas o meses. Posteriormente eran derivados, las mujeres a Punta de Rieles y los varones, en su mayoría, al penal de Libertad.

MEMORIA RECIENTE. Cuando uno se entera de que se identificó, más de 30 años después, otro centro de detención clandestino, surge una pregunta casi inevitable. ¿Cómo que no se sabía? Las respuestas posibles son varias, pero todas tienen que ver con esa realidad de sentirse todavía inmovilizados frente a la impunidad, que además de la demora en alcanzar la verdad y la justicia provoca otros males, como el silencio de las propias víctimas, que ante la falta de certezas y de respaldo prefieren procesar lo vivido por dentro, o compartirlo sólo con quienes sufrieron en carne propia algo parecido.

Estas construcciones estuvieron a punto de ser demolidas por la Intendencia de Canelones por encontrarse en terreno inundable y porque la casa que queda en pie es objeto de ocupaciones, decisión que quedó en suspenso una vez que se hizo pública su historia.

Muchos de los que pasaron por Los Vagones recién ahora se están empezando a enterar dónde habían estado, ya que a diferencia de Ricardo y Blanca, no todos llegaron al lugar mirando y viendo. Dos hechos impulsaron a esta pareja, con otros tantos, a rescatar este lugar del olvido. Primero, el libro que recopila historias de presas políticas que estuvieron en Punta de Rieles, varias de las cuales coincidían en haber estado previamente en Los Vagones. Segundo, la realización de un seminario sobre Sitios de Memoria y Territorio en noviembre de 2015.1 En esa actividad participaron varios sobrevivientes de Los Vagones, que en ese contexto encontraron el impulso y el apoyo necesarios para revivir el pasado y evitar la demolición.

TODOS LOS TIEMPOS. El 21 de abril de 2016 en Las Piedras se constituyó Ágora, Asociación de Identidad, Derechos Humanos y Memoria Canaria. Su consejo directivo se conforma de cinco miembros y es presidido por Calero. A su vez se designaron cuatro presidencias eméritas: Belela Herrera, Tania Erro, Carámbula y Rossi. Más de cien personas participaron del lanzamiento y definieron el rumbo de Ágora, que contó también con la presencia y el apoyo de la Secretaría de Derechos Humanos de la Comuna Canaria.

Etcheverry trasmitió a Brecha la satisfacción por la fundación de Ágora y por el hecho de que ya se están haciendo cosas: se colocó un contenedor para depositar la basura y los desechos que hay en el predio, al tiempo que se coordinan las primeras visitas al sitio con la comuna y la Facultad de Bellas Artes con el objetivo de resignificarlo. “Cualquier cosa que hagamos tiene que involucrar a la sociedad local, a la gente que vive en los alrededores y hasta ahora no sabía” lo que esas paredes encierran a pesar de no tener techo desde hace años. También se busca involucrar a la joven pareja con dos hijas pequeñas que desde hace un tiempo vive en la casa que permanece en pie, aunque sin servicios básicos.

Detrás de esta concepción está la certeza de que la garantía de que estas atrocidades no se repitan, el nunca más, se sustenta en el conocimiento de lo ocurrido. Hasta hace pocos meses el barrio no tenía idea de lo que había pasado, fueron más de cien los detenidos y torturados ahí, pero el daño los trascendió y alcanzó al barrio, a la ciudad, al país. Por eso todos los planes para convertir el lugar en un sitio de memoria incluyen al barrio. En principio se piensa en insertar el predio de Los Vagones en un recorrido que se extiende por las tres manzanas que separan a ese sitio de la escuela departamental. La intención es involucrar a los habitantes del presente con el pasado y comprometerse con las generaciones venideras. “Si la gente no se involucra, nada de esto tendrá sentido”, añadió Etcheverry.

En un futuro no muy lejano el predio de Los Vagones será un sitio de memoria. Este proceso servirá para impulsar una ley de sitios de memoria que obligue al Estado, ante la identificación de lugares como estos, a destinar fondos para preservarlos e investigar todo lo que pasó ahí, tal como lo adelantó Carámbula a Brecha. Este senador viene trabajando en un borrador de proyecto que recoge aspectos de la norma vigente en Argentina desde 2011, y cuyo autor lo está asesorando. En Argentina ya son 600 los sitios de memoria identificados, casi en su totalidad vinculados a la dictadura que formó parte del Cóndor entre 1976 y 1983, aunque también involucra a otros episodios de terrorismo de Estado en otras épocas, por ejemplo los fusilamientos masivos de peones rurales de 1921 y 1922 en Santa Cruz.

Los impulsores de Ágora creen que la movida en torno a Los Vagones facilitará que otras memorias se abran y se identifiquen más centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, tanto en Canelones como en otros departamentos, para que entonces cuando se los mire, también se los vea.

  1. Con el impulso del Museo de la Memoria-Intendencia de Montevideo; Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos Quica Salvia, de Las Piedras-Intendencia de Canelones; Fundación Zelmar Michelini y Memoria Abierta, de Argentina, todos miembros de la Red Latinoamericana de Sitios de Memoria, de la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia.