En el principio de “El Cóndor”

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EL CONDOR – ANTECEDENTES
 
EL CONDOR YA ALETEABA EN 1970
 
Un documento desclasificado en Brasil demuestra que un uruguayo y dos brasileños fueron secuestrados en Buenos Aires en diciembre de 1970 y repatriados sin trámites a sus países, en lo que constituiría el primer antecedente de los traslados ilegales del Plan Cóndor. En Brasil imperaba entonces la dictadura del general Emilio Garrastazú Médici, en Argentina el régimen militar impuesto por el general Juan Carlos Onganía continuaba bajo el mando del general Roberto Levingston y en Uruguay gobernaba el colorado Jorge Pacheco Areco.

ROGER RODRÍGUEZ
 
El uruguayo Eduardo Lopetegui Buadas y sus familiares brasileños, el coronel Jefferson Cardim de Alencar Osorio y su hijo Jefferson (Jefinho) Lopetegui de Alencar Osorio, fueron secuestrados con su automóvil de chapas brasileñas el 19 de diciembre de 1970, cuando arribaron a Buenos Aires en el Ferry Boat procedente de Montevideo. La detención estuvo a cargo de la Policía Federal que los llevó a la Dirección de Coordinación (años más tarde allí se instalaría el enclave policial del Plan Cóndor), donde ambos brasileños fueron torturados.

Lopetegui Buadas –que falleció en 2011– era hijo del coronel Guillermo Lopetegui, quien se desempeñaba entonces en el Esmaco, y sobrino del aviador Manuel Buadas, quien años más tarde sería comandante de la Fuerza Aérea Uruguaya. Su tía, Rosa Lopetegui, estaba casada con el coronel Jefferson, un militar nacionalista que apoyó a João Goulart ante el golpe de Estado y que en 1965 protagonizó una histórica guerrilla en Río Grande do Sur, donde fue detenido, juzgado y encarcelado hasta que protagonizó una cinematográfica fuga en 1968.

El coronel Jefferson y su hijo eran el objetivo de aquella operación coordinada por los servicios de inteligencia de Brasil, Argentina y Uruguay, cuyo cónsul en Buenos Aires tuvo intervención en el incidente y se hizo cargo de Eduardo Lopetegui para ser trasladado a Montevideo en un vuelo comercial. Los dos brasileños, tras cuatro días de interrogatorios bajo tortura, fueron llevados en un avión militar a Río de Janeiro y quedaron recluidos en la base aérea de El Galeão. El militar estuvo preso otros siete años.

ESPIONAJE EN MONTEVIDEO

La documentación –revelada por el periodista Darío Pignotti (Página 12, Argentina)– confirma otras denuncias de la prensa norteña sobre la existencia de una ilegal central de inteligencia de la dictadura brasileña en Montevideo. En julio de 2007, el cronista Cláudio Dantas Sequeira publicó en el diario Correio Brasiliense de Brasilia una serie de artículos que denunciaban la existencia del Centro de Informações do Exterior (Ciex), creado desde el Ministerio de Relaciones Exteriores con sede en Itamaraty para vigilar a los brasileños exiliados en Uruguay.

Los archivos publicados por Correio Brasiliense, que incluían datos de los interrogatorios realizados al coronel Jefferson y sobre contactos de tupamaros con el guerrillero Carlos Lamarca en 1969, indicaban que la sede del Ciex instalada en Montevideo se constituyó en base y cobertura de las operaciones del Plan Cóndor bajo el rótulo de Plan de Búsqueda Externa mediante el cual los agentes del Sistema Nacional de Informaciones (SNI) brasileño y los agregados militares hacían contacto con los servicios de las otras dictaduras en la región.

El secuestro y repatriación compulsiva de aquellas tres víctimas, en diciembre de 1970, se produjo en un contexto particular: aquel 31 de junio había sido secuestrado por el movimiento Tupamaros el cónsul de Brasil, Aloysio Dias Gomides, quien recién sería liberado en febrero siguiente, y el 11 de mayo anterior los presidentes Pacheco Areco y Garrastazú Médici se habían reunido en la ciudad fronterizo Chuy, donde acordaron que Brasil invadiera Uruguay si en las elecciones del año siguiente ganaba la izquierda.

EN LA MIRA DE LA CIA

En un capítulo del libro La CIA en Uruguay. El expediente Nardone, de Raúl Vallarino, se revela un documento que la agencia estadounidense envió a Washington el 8 de octubre de 1964. en él daba cuenta de planes de invasión a Brasil por parte de exiliados fieles al presidente João Goulart, derrocado por un golpe de Estado que había contado con el apoyo del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson. El parte de la CIA señalaba, precisamente, al coronel Jefferson Cardim de Alencar Osorio como el líder de la invasión que ingresaría a Rio Grande do Sul por Santa Vitória do Palmar.

La CIA decía que los planes de invasión tenían el apoyo de Leonel Brizola y que el líder del movimiento era el general Ladario Pereira Telles, un ex comandante de la Armada. La información de la agencia estadounidense habría propiciado que las autoridades uruguayas, a pedido de la dictadura brasileña, procedieran a allanar el domicilio del coronel Jefferson en el Parque Rodó. El operativo fue dirigido por el comisario Alejandro Otero, quien habría encontrado finalmente algún material y planos de aquel plan de invasión que finalmente el coronel Jefferson comandaría en marzo de 1965.

Jefferson había nacido en Río de Janeiro hace cien años, el 17 de enero de 1912. Era hijo de Roberto de Alencar Osorio, oficial de marina, y de Corina Cardim, profesora y poetisa. Egresó en 1934 en el arma de artillería. Participó en grupos políticos nacionalistas y antifascistas, en favor de los ‘aliados’ y en contra del gobierno de Getúlio Vargas. Apoyó a João Goulart cuando se produjo el golpe de Estado, el 1° de abril de 1964. Opuesto al régimen, perdió sus derechos políticos y quedó en estado de reserva, exiliado en Uruguay, desde donde planificó y ejecutó una ‘invasión’ que supera el realismo mágico de la pluma de un Gabriel García Márquez.

“ERAN UNOS IDEALISTAS”
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En su apartamento en un cuarto piso de un edificio que da sobre la rambla en Pocitos, doña Rosa Hortensia del Carmen Lopetegui Maggia de Alencar Osorio dice orgullosa que tiene 83 años (nadie se los daría). El pelo teñido de negro azabache hace que mantenga la firme mirada que lucía en su juventud, cuando siendo hija del mayor Lopetegui y con apenas 19 años se casó con aquel militar carioca en enero de 1948. Vive de la pensión que como viuda de militar cobró desde el propio golpe de Estado de 1964: la dictadura brasileña, explica, consideró muertos a los oficiales desertores y trató como desamparadas a sus esposas.

“Jefferson era como otros progresistas de Brasil, como Goulart o Brizola, de los que les gustaban el whisky y el champagne. Eran unos idealistas. A mi padre no le gustaban. Para mi familia todos ellos eran comunistas. Después del golpe en Brasil, cuando quedamos exiliados, mi hermano, que llegó a coronel y trabajaba en el servicio secreto del Ejército, un día me dijo: con Jefferson sólo vas a tener prisión o muerte… A mí en Uruguay nunca me dijeron o hicieron nada, porque yo los conocía a todos por mi padre o por mi hermano. Pero en Brasil aún hoy nos discriminan por ser la familia del coronel Jefferson”, dice y agrega que todavía no le pagaron la reparación económica que por la Ley de Amnistía brasileña se le concedió.

Sonia de Alencar Osorio Lopetegui (56), la hija menor, recuerda con una sonrisa las historias que le contaba su padre de aquella guerrilla. Conserva un texto que el propio Jefferson escribió como “parte de guerra” de su invasión a Brasil, en la que viajó en taxis hasta Rivera para, el 19 de marzo de 1965 iniciar la incursión armada. El inédito relato (ver recuadro) detalla la histórica acción en la localidad de Tres Passos y explica la derrota del grupo guerrillero sólo un día más tarde en un combate en el que se le adjudicó la muerte del sargento Carlos Camargo, quien habría caído bajo balas de su ejército, según argumenta Jefferson, quien por ese delito de sangre fue cruelmente torturado hasta que logró fugarse espectacularmente en 1968.

LA FUGA DE CURITIBA
 
Jefferson Lopetegui de Alencar Osorio (59) se sorprende al atender el teléfono en su casa de Río de Janeiro. Nunca imaginó que desde Uruguay lo llamaran en el centenario de su padre, a quien la historia reciente brasileña aún no termina de reconocer. Jefinho no oculta sus saudades por aquellos años adolescentes en los que vivió con el coronel Jefferson la aventura de resistir el golpe de Estado, iniciar una guerrilla, fugar de una prisión y terminar deportado sin trámites, en el primer antecedente del Plan Cóndor, en una Argentina presidida por Levingston pero ya gobernada por un futuro dictador, el general Alejandro Lanusse.

“Papá escapó de su cárcel en 1968. Hizo amistad con un cabo del cuartel en el que estaba preso. Se llamaba Víctor Papandreus, hijo de una griega y un ruso. Tenía ideales socialistas e idolatraba a mi padre. Convenció a tres soldados que guardaban arresto de treinta días en el cuartel de que le facilitaran la fuga. Mi padre llamó a mi madre a Río de Janeiro y le pidió que yo viajara a Curitiba en forma urgente. Fui a visitarlo y me pidió que hiciera contacto con el mayor Joaquim Pires Cerveira, que era jefe del brazo guerrillero de Marighella en Paraná. Le conté sobre el cabo que podía ayudar a papá y que quería escaparse con él. Marcaron fecha y hora para interrogarlo hasta estar seguros e hicieron un plan de fuga”, narra Jefinho.

“Todo eso pasó a comienzos de 1968. Una medianoche lograron salir a un bosque lateral de la entrada principal del Quinto Regimiento de Obuses, donde lo esperábamos con un Sinca Chambord V8. Estábamos Pires, su auxiliar, un chofer y yo. Papá y Víctor entraron al auto y partimos hacia la carretera principal. Al pasar un puente, otros simularon un accidente entre dos camiones para retardar cualquier persecución de los militares. En la carretera se bajó el mayor y nosotros seguimos hacia Río de Janeiro a más de 120 quilómetros por hora. Llegamos siete horas después sin que nadie supiera de la fuga. Yo seguí para mi casa… Fue la mayor emoción de mi vida. Sólo tenía dieciséis años”, relata.

UN ‘ALETEO’ DEL CÓNDOR

El coronel Jefferson logró refugiarse en la embajada de México y finalmente pudo viajar a Argelia. Desde allí viajó en campañas internacionales contra la dictadura brasileña. “En Cuba, papá había conocido a Salvador Allende. Quedaron amigos y Allende le dijo: ‘Si gano las elecciones, quiero que te vayas a Chile, pues me gustaría que trabajases conmigo’. Sería un consultor para negociar armas para las fuerzas armadas, junto a Cuba y la Unión Soviética”, explica Jefinho.

“Viajamos desde Montevideo con un primo uruguayo, Eduardo Lopetegui Buadas. Nos fuimos en auto, en el Ferry Boat, vía Buenos Aires, pero en el puerto nos esperaba la Policía Federal Argentina. Nos llevaron al edificio central de la Federal y en el subsuelo nos tuvieron cuatro días bajo torturas. A Eduardo lo enviaron a Uruguay a las veinticuatro horas. A nosotros nos daban treinta minutos de descanso cada cuatro horas para seguir torturándonos”, denuncia.

“Al cuarto día nos entregaron a las autoridades brasileñas en el aeropuerto. Nos llevaron en un avión militar donde, por suerte, volvían diplomáticos a Brasil. Era el avión que servía al ministro de Trabajo, doctor Júlio Barata, quien era el suegro de mi primo hermano, hijo del hermano mayor de papá. Quizá por eso nos salvamos de ser arrojados al océano. Cuando se enteró le informó a mi abuela y así se supo que papá y yo, que habíamos desaparecido en Argentina, nos encontrábamos detenidos en la base aérea de El Galeão, en Río de Janeiro”.

“Papá estuvo otros siete años preso, para terminar la condena de diez años que los militares le impusieron. A mí me soltaron a fines de febrero de 1971, tras 62 días de cárcel… ¿Qué siento hoy, a cien años de su nacimiento y cuando este 29 de enero se cumplieron diecisiete años de su muerte?”, repite la pregunta Jefinho, quien hace una pausa antes de contestar emocionado: “Mi mamá sabe que la persona que más amé en mi vida fue mi papá… Y te digo que yo, por traerlo de vuelta a la vida, volvería a pasar por todo lo que pasé junto a él, otra vez”.

INVASIÓN EN FORD DEL 39

“Eran aproximadamente las 20 horas, comenzaba a caer la noche, cuando dejamos el galpón del cuartel general con 15 guerrilleros, marchando en columna india, teniendo al frente como guía al viejo revolucionario Euzebio Dornales. Atravesamos densos arbustos y terreno accidentado, paralelo a la ruta, algunas veces corriendo cerca de los fondos de las casas –esta caminata llevó cerca de una hora–, hasta que llegamos a lo del compadre de Euzebio, jefe político del PTB de un poblado de Campo Novo, la única persona que poseía un camión para transportar a nuestro personal hasta Tres Passos.

Era un Ford del año 39, muy usado además de ser viejo, sólo tenía un farol y el otro estaba quebrado, la batería descargada no alcanzaba a encender el arranque del motor, por lo que fue preciso empujarlo hasta la ruta principal para hacerlo andar. Ahí embarcamos al personal, el chofer era el compañero Fraga que había venido con Ayres desde São Sapé y a su lado, Alberi y yo para dar las órdenes. Pasadas las 22 horas iniciamos la marcha sobre la ruta que nos conducía a Tres Passos, apenas rodamos un quilómetro y paramos frente a la escuela rural del profesor Valdetaro Dornelles, hijo de Euzebio, y embarcamos otros ocho hombres, algunos voluntarios para la guerrilla, completando 23 guerrilleros, el mínimo previsto en nuestro Planeamiento. Retomamos la marcha aproximadamente a las 23 horas, paramos a un quilómetro de la ciudad y di orden para cortar los cables telefónicos y telegráficos. Colocábamos el camión sobre el poste y un hombre con alicate de mano subía sobre los hombros de otro que se encontraba de pie sobre la carrocería.

En un momento se encendieron los focos de otro camión que veía el único foco del nuestro. Di la orden de descender rápidamente y Fraga abrió el capó del motor y el conductor del camión contrario preguntó si no precisábamos de auxilio, a lo que obviamente respondimos que no.

Apenas la calle quedó libre, estacionamos nuevamente en otro poste e hicimos la operación con rapidez, por lo que a la medianoche retomamos la marcha y entramos en la ciudad de Tres Passos a las cero horas y quince minutos del día 26 de marzo de 1965. Yo decidí uniformarme de quepí, gabardina y botas, empuñando mi pistola Colt 45, el Alberti de traje civil con su mosquetón máuser 7 mm en bandolera y empuñando un revólver Smith & Wesson calibre 38, y el sargento Firmo con otro revólver S&W 38.

El camión paró frente a la puerta de la sede del Destacamento Policial de la Brigada Militar, que estaba con las dependencias iluminadas. Bajé el pestillo de la puerta que se encontraba abierta y daba acceso a la oficina del jefe y como no encontré a nadie invadimos el cuarto de la plaza de guardia con Alberi y di la orden a Alexander Ayres de que descendiese el personal e invadiese el depósito de armas y retirase todo lo que pudiera meterse en el camión.

Eran siete los soldados que se encontraban en la cama durmiendo y Alberi apuntó con su mosquetón a uno de ellos y Firmo con el revólver a los demás, al grito de ‘Levántense por orden del coronel’, y cuando me vieron se pusieron de inmediato en posición de firmes. Luego entró Ayres con todo el personal dejando el viejo camión al compañero chofer Fraga, que intentaba poner en funcionamiento el motor, el que sólo dio para llegar hasta el acuartelamiento del destacamento y no funcionó más…” (Del ‘parte de guerra’ titulado ‘Arrancada para Tres Passos’, escrito en prisión por Jefferson Cardim de Alencar Osorio .

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