Argentina: el ESMA centro de torturas

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Caminar por las calles de Buenos Aires implica encontrarse de pronto con cientos de baldosas que intentan rendir un sencillo homenaje a las víctimas de la dictadura militar. Ahí, en tal sitio, vivía alguien al que secuestraron, metieron en el  maletero de un coche y se hundió para siempre en un pozo de silencio. Todo eso ocurrió ayer, como aquél que dice, entre 1976 y 1983. A poco que uno afine el oído terminará escuchando a alguien que cuenta cómo fue la noche en que llegó la patota -el grupo de matones- a cierta calle y se llevó a menganito mientras el miedo paralizaba a todos los vecinos. A la mayor parte de los menganitos se los tragó la ESMA, la Escuela Mecánica de la Armada. Por eso es casi una obligación moral visitarla.

002 Pero que no se le ocurra a nadie presentarse allí de buenas a primeras, como hizo un servidor hace siete años, y para colmo, en un día festivo. Hay visitas guiadas gratuitas, pero se precisa llamar a un teléfono (00-54-11-4704-7538, desde fuera de Argentina) o solicitar turno mediante correo electrónico (visitasguiadas@espaciomemoria.ar). Cuidado con las expectativas, porque en ese pozo apenas se ve nada. No es un parque temático. Se describe cómo eran las capuchas, pero no se ve una sola capucha, ni una picana, ni una bala de cañón como las que les hacían cargar a los presos. Y sin embargo, cientos de historias siguen manando del pozo siniestro. Por ejemplo, la senadora de la oposición socialista argentina Norma Morandini no se enteró hasta el pasado 9 diciembre, después de 35 años, de que sus dos hermanos, Néstor y Cristina, probablemente fueron vistos allí por última vez.  Muchos títulos de periódicos apuntan a la ESMA. Y habría que hacer aquí una mención especial al reportaje que Maruja Torres publicó en EL PAÍS en mayo de 1982, con los militares aún en el poder: Alfredo Astiz: histora de un centurión. Los periódicos seguirán apuntando a la ESMA durante mucho tiempo. Cientos de calles conducen a ese lugar. Así que voy a contar lo que me encontré el sábado 30 de marzo a las once de la mañana en una visita guiada que duró dos horas.

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Lo primero que sorprende es la pequeñez.  Era el mayor centro clandestino de detención, tortura y exterminio en la dictadura militar argentina. Desde fuera, en la calle Libertador, parece lo que realmente es:  un predio tan grande como 17 campos de fútbol, con más de una docena de edificios. Pero el lugar en el que se escondía a las víctimas era sólo un edificio situado nada más entrar, al fondo y a la izquierda. El Casino de los Oficiales. Ése fue el auténtico pozo.

Al llegar uno puede distraer la espera con un folleto editado por Espacio Memoria y Derechos Humanos, el organismo que gestiona la ex ESMA, donde te informan sobre los pormenores del tercer juicio por la megacausa de la ESMA. Muy brevemente: una vez concluidos los procesos de 2007 y 2001, el pasado noviembre comenzó el tercero.  A lo largo de dos años declararán unos 900 testigos y 68 acusados por 789 delitos, entre los que se incluyen los famosos vuelos de la muerte, en los que los detenidos eran arrojados al Río de la Plata o al mar desnudos, atados de pies y manos, encapuchados y sedados.

La misma revista recuerda también que durante la dictadura fueron robados unos 500 niños. De ellos, ya han sido “encontrados” 108. Las pruebas genéticas determinaron que esas personas son hijos de presos de la dictadura. En la ESMA, en un cuartucho situado en el segundo piso del casino de oficiales, nacieron al menos unos 30.

En la contraportada de la revista se puede leer un artículo del  juez Baltasar Garzón, con palabras casi idénticas al discurso que pronunció el martes 27 de noviembre de 2012 en su visita a la sede de la organización Túpac Amaru, en San Salvador de Jujuy:

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Argentina es mi segunda patria, mi segundo hogar;  durante muchos años he estado muy próximo a este país a través de las investigaciones que desde 1996 realicé para investigar los crímenes, el genocidio, el terrorismo de Estado, las torturas y los delitos de lesa humanidad que en este país, durante ese período nefasto de la dictadura entre el 76 y el 83 se llevó por delante no sólo la vida y la libertad de muchas personas, sino las ilusiones de toda una generación por construir un país diferente”.Hoy Argentina es un ejemplo para el mundo, está sin lugar a dudas para mí, al frente, a la cabeza de liderar el movimiento de Derechos Humanos. (…)

Hay una fecha en este país que también es muy importante. El año 2003 es clave en esta reivindicación de la justicia frente al desvarío de quienes atacaron a la sociedad a la que tenían que defender.

Un político, Néstor Kirchner, en ese momento histórico, entre la opción de no hacer nada y seguir adelante como tantos otros, alzó su voz para gritar: “basta a la impunidad”, “basta a tanto olvido y negación” y otorgó la voz y la palabra a la Justicia. Ese día cambio el curso de la historia en este país. Doy las gracias a Argentina por acogerme con tanto cariño (…) Yo voy a estar aquí, siempre que pueda voy a estar aquí y voy a apoyar los movimientos de Derechos Humanos (…).Mi compañero Jorge Marirrodriga, antiguo corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires, me cuenta cómo se le saltaron las lágrimas a Garzón el día en que visitó por primera vez la ESMA, en agosto de 2005. Aquel día, la senadora Cristina Fernández acompañaba a Garzón en su recorrido. Jorge narró la visita en esta crónica.

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Comenzamos la visita propiamente dicha. El guía explica que hay unos 200 testimonios de gente que pasó por la ESMA y se estima que desaparecieron allí unas 5.000 personas. Al principio había solo unos 12 mandos encargados de llevar esa operación clandestina. Y en pocos meses la cantidad creció de forma notable. El guía invita al público, una veintena de personas a que expliquen por qué vinieron y a que debatan abiertamente. ?Y pregunta:-¿Qué criterios creen ustedes que usaron los militares a la hora de detener a las víctimas?

Él mismo explica que en esa época había militantes de organizaciones que buscaban provocar un “cambio profundo” en la sociedad. No explica que algunas de esas formaciones eran armadas. Una de las visitantes indica, que cuando comenzó la dictadura esas organizaciones en realidad estaban ya vencidas, su fuerza era insignificante.

-Eso es un tema de debate -aclara el guía-.

-En cualquier caso -añade la mujer- no había paridad de fuerzas entre el Estado y esas organizaciones. La misión del Estado es proteger a los ciudadanos, no secuestrarlos y matarlos.

El guía asiente. Los visitantes apenas pisamos una calle de la ESMA, la que da al exterior, la más visible. Ésa era la que recorrían los coches que llevaban a las víctimas dentro. En mitad de la calle, una soga de barco hacía detenerse a los coches. Un reducido grupo de personas podía acceder al Casino. Al resto de personal que trabajaba o estudiaba en la ESMA les estaba vedado el paso. El guía invita a plantear preguntas:

-¿Por qué se le llama Escuela Mécanica?

-La gente que estudiaba aquí eran, sobre todo, marinos que ejercían labores de mecánica en los barcos.

-¿Sabían esos estudiantes lo que ocurría acá?

-No consta que lo supieran. En cualquier caso, no tenemos testimonios de ellos.

-¿Aquí se empezaron a usar por primera vez las picanas eléctricas como material de tortura?

-No, ya se venían usando en las distintas dictaduras que padeció la Argentina en el siglo XX.

-¿Cómo se sabe que son 5000 las personas que pasaron por acá?

-No se sabe exactamente. Algunos de los que estuvieron como trabajadores esclavos dieron buenos testimonios porque accedieron a mejor información. Ellos calculan que a finales de 1978 había al menos unos 4.500 legajos correspondientes cada uno de ellos a una víctima. Pero la mayoría de los presos estaban encapuchados, no sabían en qué lugar se encontraban. Cuando los secuestraban cerca de la ESMA, los autos hacían más recorrido del necesario por la ciudad para despistarles. A la gente se les asignaba un número del 0 al 999. Y después, se les volvían a asignar de nuevo a otros. Hubo quien conoció después a presos que tenían su mismo número. Según esa estimación, se calcula que pasaron al menos 3.000 personas.

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El guía comenta que el Casino de oficiales funcionaba también como alojamiento para ellos. Seguían viviendo ahí mientras se secuestraba y torturaba a la gente. En el Casino está prohibido hacer fotos, es un lugar sometido aún a pruebas judiciales. En el sótano se encontraba el centro de torturas. Cuando se entra, apenas se ve nada. Paneles explicativos con planos de la sala donde se muestra cómo fue cambiando su diseño a lo largo de los años. En realidad, todo era muy primario: cubículos divididos por madera de material aglomerado, fácilmente desmontables.

En septiembre de 1979 llegaron varios miembros de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Poco pudieron encontrar. Los marinos habían trasladado a muchos presos a una isla cedida por la Iglesia Católica. Estaba en el barrio bonaerense del Tigre y se llama la isla de El Silencio, tal cual. La escalera que conducía al sótano fue cegada y los cubículos desmontados. Como si nunca hubiera ocurrido nada allí.

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Arriba, en el segundo piso, está la zona de las Capuchas, donde yacían postradas las víctimas, encapuchadas, sin poder hablar entre ellos, oyendo solo los gritos de las habitaciones aledañas y la música de la radio que los marinos procuraban mantener encendida las 24 horas. Por supuesto, todas las ventanas estaban cegadas, no había luz exterior.
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En el otro ala de ese segundo piso se encontraba la llamada Pecera, el lugar en que, como si fuera una redacción de periódicos, varios presos-esclavos elaboraban informes de prensa que pudieran servir a los fines políticos del comandante Emilio Eduardo Massera.

Entre las dos alas, el cuartucho de las parturientas. Y en el zaguán de arriba, la zona llamada Capuchitas, donde se perpetraban las mismas depravaciones que en el segundo piso, pero con temperaturas extremas. Todo ello, fácilmente desmontable.

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