Cada “desaparecido” tiene derecho a una tumba…

Reflexión del Pastor Ademar Olivera

¡UNA ESPADA TE ATRAVESARÁ EL ALMA!

ademarolivera

El rito.-

Al indagar sobre el origen del ser humano, antropólogos y otros científicos lo ubican en la posición del cuerpo erguido, o en el uso de herramientas como instrumento de trabajo o arma.  El psicoanalista Marcelo Viñar agrega: “Hoy se admite que es la tumba el rasgo distintivo del comienzo de la hominización como expresión de la devoción al ancestro… La reverencia y devoción al ancestro dan cuenta de que simultáneamente se toma conciencia de la finitud y de que hay reconocimiento de una inscripción en una genealogía” (Brecha, 11/03/2005, p.20).

Aclaremos que el término “tumba” designa el rito fúnebre como expresión de honra y respeto hacia la persona fallecida. Es parte del proceso del duelo de los familiares, despedida y sello de la memoria del ser querido.

Hay, en cada cultura, diferentes formas de realizar el rito:   enterrar el cadáver en la tierra; depositarlo en un sarcófago, un sepulcro de piedra o en una urna; incinerar los restos y esparcir la ceniza; etc. En todos los casos, es imprescindible la presencia del cuerpo del difunto.

El cuerpo y las cenizas.-

En la tradición israelita, dar sepultura a los muertos es un deber sagrado. Ningún cadáver, ni siquiera el de un criminal, debía quedarse sin sepultura. En Génesis 23 se relata el duelo del patriarca Abraham por la muerte de su esposa Sara, y las gestiones que lleva a cabo a fin de adquirir un terreno para darle digna sepultura.

En ese trasfondo religioso-cultural se produce la muerte de Jesús. El es condenado por desacato a la autoridad religiosa y acusado de presunto subversivo político. Luego de su crucifixión aparece José de Arimatea que, en un gesto de grandeza humanitaria, hace cavar un sepulcro en una roca para sepultar dignamente el cuerpo de Jesús.  Es allí donde van María de Magdala, y otras mujeres, a rendirle el tributo de respeto hacia el muerto y cumplir con la costumbre de embalsamar y ungir el cuerpo con esencias aromáticas.

En nuestra sociedad, con fuerte incidencia de la tradición judeo-cristiana, se conserva esa costumbre: velatorio, sepelio, despedida de los restos mortales del difunto. En el rito está presente el acervo cultural.  Pero no sólo eso. Es también una necesidad humana que permite elaborar el duelo, afirmar los lazos de identidad familiar, recibir consolación, y es  un punto de referencia para la memoria.

Búsqueda y reclamo sin pausa.-

Las Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos-Desaparecidos hace ya más de 40 años (las primeras desapariciones datan de 1971) que buscan a sus seres queridos con ansiedad y dolor acumulado. Reclaman el derecho de todo ciudadano a conocer la verdad de lo sucedido a su familiar y dónde están sus restos. La Comisión para la Paz, designada por el Gobierno del Dr. Jorge Batlle en el 2003, reconoce en su informe:   “Los Familiares deben ser amparados en su derecho a tener una tumba donde honrar a sus seres queridos”.

A esa lucha se fueron incorporando miles de personas motivadas por la toma de conciencia sobre lo justo de sus reclamos y por la sensibilidad humana hacia el que sufre. Las mismas madres que eran confundidas por el comentario, lleno de suspicacia, “algo habrán hecho”, comenzaron a vivir un proceso de comprensión de las causas de la lucha de sus hijos. ¿Quién puede conocer mejor lo que late en el corazón de un joven que su propia madre?   Entonces, en el largo camino recorrido junto a otras madres y familiares han descubierto que no están solas; que, de alguna manera, ellas retoman los ideales y objetivos que llevaron a sus hijos a asumir un compromiso social, aun arriesgando sus vidas.  Porque, ahora lo saben, ellos no eran “delincuentes”, sino luchadores sociales que buscaban una sociedad más justa e igualitaria, sin pobres ni excluidos.     Al preguntársele de dónde saca fuerzas para seguir luchando durante tantos años, una madre responde:   “…son ellos que nos sostienen, que nos conducen, que nos dan ese amor que trasciende del pasado al presente, y al futuro… Ellos, nuestros desaparecidos viven, nos acompañan, nos contemplan desde su verdad sin tiempo, plena de luz y de sabiduría”.

Aunque nada ni nadie puede suplir la ausencia del ser querido, el grupo de Familiares sirve de contención a cada madre y la ayuda a “salir” del dolor personal y entrar en un camino solidario, donde se comparte y amplía el sentido de la lucha. Para ilustrarlo, cito dos testimonios conmovedores.

Dos testimonios de toma de conciencia.-

Una madre hace el relato sobre su hijo desaparecido con estas palabras: “Tenemos que tratar de comprender eso, que eran sus ansias de justicia, sus ansias de igualar la sociedad, de luchar por el derecho a una vivienda digna, de tener estudio, salud, de que los niños no pasaran hambre. Esa era su lucha. Por eso dieron lo mejor que tenían: su vida” (Informe de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos- “A todos ellos”, p.33).

Nuestra  hermana metodista Olga Ramos de García, cuya hija Ileana desapareció en Argentina, junto con su esposo Edmundo, en diciembre de 1977, después de ser detenidos, pudo rescatar a su nieta Soledad, de apenas 8 meses de edad.   En una entrevista, Olga afirma lo siguiente:   “Ahora entiendo cosas que Ileana me decía. Recién ahora empiezo a entender todo lo que ellos sentían por el prójimo. Los familiares de los desaparecidos no luchamos por el desaparecido propio, sino por todos.  Y sobre todo, porque no haya más desaparecidos” (Brecha, 15/11/85, p.32).

Desafío para los metodistas.-

Y nosotros, los metodistas, ¿dónde estamos?  ¿Jugamos un rol significativo en este drama?  ¿O estamos ausentes bajo el manto de una supuesta “neutralidad”? El pastor Martin Luther King escribió: “No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética.  Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”. Hay ahí un gran desafío que por lo menos debiera hacernos pensar. Y, ojalá, a asumir un claro compromiso. Comparto mi opinión.

*Creo que tenemos una responsabilidad histórica, que surge del sentimiento de pertenencia a la Comunidad de la que somos parte. Este tema no es algo ajeno a nosotros. Como ciudadanos estamos ligados con quienes compartimos el mismo tiempo y espacio. Entonces, un primer paso es reconocer la legitimidad del reclamo de Madres y Familiares como un asunto no sólo individual, sino colectivo, que nos afecta a todos. Porque nadie tiene derecho a torturar, asesinar, hacer desaparecer personas. Y mucho menos un representante del Estado. Por eso, se trata de un crimen de lesa humanidad que no caduca. La Maestra Elena Quinteros, desaparecida en 1976, nos dice: “Si estoy en tu memoria, soy parte de esta historia”.

*La ética cristiana que recibimos del evangelio no nos permite ser indiferentes al dolor de alguien que está sufriendo. Más bien nos impulsa a identificarnos con el más desvalido, tener compasión como Jesús la tuvo. Generalmente, entendemos el “cargar la cruz” como el precio por ser coherentes con nuestra condición de discípulos de Jesús, que nos lleva a soportar injusticias, agresiones contra nuestra propia persona. Pero no lo asociamos con el “compartir la cruz de otros”; en este caso, de las Madres y Familiares. Simón de Cirene, que es obligado a llevar la cruz de Jesús (Mateo 27:32), puede ser una figura simbólica que nos invite a compartir otras “cruces”, no por obligación sino por simple solidaridad cristiana. En tal sentido, la profecía de Simeón “Una espada te atravesará el alma” (Lucas 2:35), no está dirigida sólo a María, La Madre. También nos llega a cada uno de nosotros y a la sociedad en su conjunto.

*Acompañamiento y consolación. En ese caminar, a menudo hay frustraciones y sentimientos de impotencia. Quienes trabajamos por los derechos humanos sabemos eso. El esfuerzo por lograr los objetivos desgasta y desanima. Es importante tener recursos para el “mientras tanto”, hasta que no se llegue a la meta. Algunos textos bíblicos pueden ser de ayuda para esas circunstancias: “Los hombres honrados mueren y nadie se preocupa; los hombres buenos desaparecen y nadie entiende que al morir se ven libres de los males y entran en la paz. Habían seguido un camino recto y ahora descansan en sus tumbas” (Isaías 57:1s).

“Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno. A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto; se tuvo por quebranto su salida, y su partida de entre nosotros por completa destrucción; pero ellos están en la paz. Aunque, a juicio de los hombres, hayan sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad”. (Sabiduría 3:1-4).

“Van a tener que sufrir mucho en este mundo. Pero, ¡sean valientes! ¡Yo he vencido al mundo!” (Juan 16:33).

*Involucrarse en la lucha por Verdad y Justicia no significa necesariamente hacer militancia política. En nuestro caso es, simplemente, intentar ser discípulos de Cristo veraces y comprometidos. En la sentencia divina “La sangre de tu hermano, que has derramado en la tierra, me pide a gritos que yo haga justicia” (Génesis 4:10), hay un claro llamado a ser “guardianes de nuestros hermanos” y a no permitir que nadie haga desaparecer a su prójimo sin rendir cuentas a Dios, a la justicia y al pueblo. La víctima de ese crimen no es sólo Abel, ni Jesús, en solitario. Son muchos, es toda la Comunidad, es toda la sociedad uruguaya.

Ademar Olivera

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RECIBIMOS Y PUBLICAMOS

Los días después…

niños

Sería un error pensar que todos saben lo que significa.

Hay quienes ni siquiera conocen esa sensación producida por la indignación, el dolor, el tiempo perdido; hay quienes no han escuchado sus nombres, hay quien no sabe lo que es recorrer -con la frente en alto o mirando los pies cansados, con el pecho doliendo- ese lomo tan negro, esa avenida de 4 carriles, de luces y sombras habitada de historias.

Es una marcha de silencio, de ausencias, del eco profundo de la impunidad que no deja de retumbar, de esa impunidad que nos explota en la cara cada minuto que pasa sin que se diga la verdad, sin que se repare a la víctimas.

Nada nos salva que eso no vuelva a repetirse.

¿Dónde están? Preguntaba el poeta, preguntan los familiares, preguntamos los que queremos preguntar. Pero la indiferencia de muchos es todavía la sólida hebra del dogal que se ciñe alrededor de nuestras aspiraciones de justicia.

Caminamos entre pancartas, rostros capturados en fotografías desgastadas por el tiempo y sus inclemencias, en 2015 recorrimos las calles con un otoño tibio que acompañaba cada voz que los nombraba, que los hacía presentes.

El viento acariciaba suavemente los rostros de los que estábamos, de los que nos faltan. Me da escalofrío cada nombre, cada voz que dice presente, cada suspiro que se cuela entre los pasos de los que no se cansan, de los que resisten. Siento esas palmas que no dejan de golpearse, esa fuerza colectiva que ya no impulsa lo suficiente las conciencias de quienes prometieron liberarnos del abismo de nuestro pasado reciente.

Pero la vigencia de las marchas, el paso de los años y la indiferencia ingente de algunos, nos lacera a todos. Corremos el riesgo de “banalizar el bien”, de conformarnos con salir a la calle ese día y de escuchar una y otra vez que “hay que superar los fantasmas del autoritarismo; la amenaza del exterminio”, que “se ha hecho hasta lo imposible y que las comisiones, los grupos de trabajo algún día van a funcionar”; que el Poder Judicial dejará de ser ese negador empedernido del acceso a la justicia y capaz en 10 o 20 años más logren redimirse de su pasado autoritario, de sus códigos inconfesables.

El escudo para salvarnos esta anclado en la reconstrucción de una memoria que no se traicione a sí misma, que no nos mienta, que no quiera que nos convirtamos en aves que no vuelan, valientes e ilustrados pero que meten la cabeza en el pozo para negar su historia, avestruces orientales que supieron respaldar a un gobierno que a pesar de todo no ha hecho lo suficiente.

Hoy marchamos de vuelta, con la decisión consciente de no olvidar, como demanda ética y como resistencia pero sabemos que no es suficiente.

Valeria España

 

 

 

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