Cielito del 69
Con la historiadora María Eugenia Jung, sobre los orígenes de la JUP.
Salvador Neves
El deseo de llegar a la Universidad fue uno de los nutrientes fundamentales de la organización más poderosa de la ultraderecha oriental, la Juventud Uruguaya de Pie. Este es uno de los hallazgos del libro1 de Jung, cuya lectura, recomendable para cualquiera, debería ser obligatoria para quien imagine que en el 68 todo el mundo tenía su póster del Che.
—Estoy convencida de que está bueno estudiar a las derechas. No tengo simpatía por ellas. Puedo ser “derechóloga” pero no derechista. Pero esos actores fueron parte de lo que ocurrió. Tuvieron incidencia, y si uno mira este problema desde la perspectiva de lo que hoy está ocurriendo tiene que advertir que la tendencia a caricaturizar y minimizar a las derechas no nos ayuda a entender determinadas cosas que están pasando. Muchas de estas ideas, aunque no se hayan aplicado in totum, tuvieron consecuencias en la vida de la Universidad, y si no tuvieron más andamiento fue porque el proyecto de la dictadura tuvo sus propias limitaciones o porque en realidad no fue un proyecto de la magnitud del que se fijó la dictadura brasileña. Incluso hubo realizaciones que hoy defendemos y que uno no reconoce como de derecha, como la creación de la carrera de antropología o de la licenciatura en ciencias de la educación, que venían precedidas de una larga discusión que resolvió la dictadura. Entonces, para entender esos procesos en la larga duración hay que pensar en esos actores, hay que aceptar que hicieron mella.
—No parece una tarea cómoda.
—Chocás con lo que el resto espera que vos recojas. Lo que se espera que vos, como historiadora, ilumines. Me sucedió incluso en mi ámbito familiar. Claro, cada uno quiere que repongas su propio pasado o la idea que tiene del pasado, y entonces esto no parece pertinente o no es el relato que muchos tienen ganas de escuchar. En algunos archivos sentí que había inquietud en la forma en que me preguntaban: “¿Pero por qué estás buscando esto?”.
—Pero además hablaste con unos cuantos protagonistas…
—La gente se pone un poco chúcara. Cuesta. Es como buscar el lado feo en la construcción de una relación institucional con la Universidad, el lado poco amable de la descentralización universitaria. Por otro lado, la gente no se identifica como de derecha. En el período en que hice la investigación te diría que esa condición era hasta vergonzante. Había hasta quien se imaginaba que en realidad estaba buscando pruebas para algún juicio sobre violaciones a los derechos humanos… En el Archivo General de la Universidad teníamos un proyecto de reconstrucción del proceso de descentralización universitario. A mí me tocaba coordinarlo, entonces estaba viajando mucho, conversando con personas que habían tenido que ver en esto, y el asunto asomó. Pero mi trabajo muchas veces era encontrar en la prensa local los nombres de los protagonistas y empezar a rastrearlos sin más apoyo que la guía telefónica. Algunos nunca levantaron el tubo. Me pasó que me cortaran. O que me eludieran hasta que perdí la esperanza de obtener una entrevista, como me pasó con Enrique Etchevers, que fue dirigente de la Jup.
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Los historiadores que tenían suficientes años para haber sido protagonistas de las conmociones sesentistas no recordaban que hubiese habido algún vínculo entre la demanda de los salteños de tener su propia universidad y las andanzas de los “jupos”. Cuando María Eugenia Jung se lo contó a su colega Vania Markarian, que era su tutora de tesis en el camino a la maestría, ésta quedó convencida de que Jung había encontrado realmente un tema.
El reclamo de que se encontrase la manera de que los estudiantes de la región más distante de la capital pudiesen cursar estudios terciarios más cerca de su pago era ya vieja y había sido planteada desde distintas localidades y por actores también diversos. Jung consigna que ya en 1942 una reunión de docentes sanduceros realizada en el liceo departamental había concluido con una declaración a favor de la creación de la Universidad del Litoral.
La cantidad de muchachos inscriptos en Secundaria venía aumentando rápidamente desde la década del 30, al punto que la población liceal de 1970 triplicaba a la de 1939, y este crecimiento era más fuerte todavía en el Interior. Buena parte de esa expansión había sido posible por la acción de las comunidades locales que se organizaban para demandar y facilitar la instalación de instituciones de enseñanza media para sus hijos y, casi naturalmente, cuando estos culminaban esa etapa, se planteaba el problema de cómo seguir. Vecinos de Paysandú, como hemos visto, pero también de Tacuarembó, Treinta y Tres y, por supuesto, de Salto presentaron propuestas que iban desde la instalación de determinados cursos terciarios en sus localidades hasta la creación de universidades departamentales o regionales.
Salto, que tenía liceo desde 1875 (el Instituto Politécnico Osimani y Llerena, Ipoll), una extendida red de organizaciones sociales (entre las que se contaba un centro de estudiantes nacido a principio de siglo) y una elite suficientemente poderosa como para lograr la atención de los poderes públicos, movió rápido y fuerte: en noviembre de 1948, durante la conmemoración de los 70 años del Ipoll, se colocó la piedra fundamental de lo que los salteños querían que fuese la Universidad del Norte. La ceremonia contó con la presencia del entonces presidente de la República, Luis Batlle Berres. Su amigo y correligionario Armando Barbieri, futuro intendente departamental, aseguró en su discurso que aquel acontecimiento era el primer escalón de la expansión nacional de los estudios universitarios y una conquista de los de afuera “frente al absolutismo absorbente de la metrópolis” montevideana.
Ocho años después, sin embargo, ninguna piedra se había encimado a la primera, y lo que se les ocurrió a un grupo de alumnos de bachillerato del Ipoll fue reclamar que al menos se instalaran los cursos de primer año de derecho y notariado. La Facultad de Derecho no encontró objeciones que oponer, en tanto los salteños y su Intendencia se hicieran cargo de los gastos. Sin embargo, a pocos días del inicio de los cursos, por iniciativa de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (Feuu), el Consejo Directivo Central de la Universidad resolvió suspender los cursos. “¡Abajo el centralismo!”, fue la consigna bajo la cual las asociaciones estudiantiles salteñas (para entonces ya había siete) convocaron a un mitin en la plaza Artigas para protestar contra la suspensión. El tajo que se abrió entonces no se cerraría hasta el fin de la dictadura.
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—¿La Feuu y la Universidad tenían razones de fondo para oponerse a la idea, o por alguna razón no lograban “oír” lo que esta gente estaba demandando?
—Creo que no se trató de que se desoyera el reclamo local, sino que el foco estaba puesto en otro lado, en un esfuerzo por transformar la Universidad que generaba una disputa fuerte y sostenida. El proyecto reformista modernizante pretendía imponer la idea de que el centro de la vida universitaria debía ser la investigación, cosa que no se saldó con la aprobación de la ley orgánica. El planteo de los salteños, por el contrario, era replicar a escala local una universidad profesionalista que se quería cambiar. Esto puede ser difícil de entender desde el presente, cuando tenemos una Udelar que tendrá mil problemas pero que es donde se hace el 70 por ciento de la investigación científica nacional; pero esto no era así entonces.
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La Udelar terminaría sin embargo cediendo, pero recién en 1971 oficializó aquellos cursos. Todo esto, además, ocurría en un contexto de confrontaciones políticas crecientes, que involucraron radicalmente al movimiento estudiantil y a la Universidad. Si a fines del 50 los partidarios de la Universidad del Norte pudieron inscribir cómodamente la discusión en la oposición Interior-Montevideo que fogoneaba el ruralismo victorioso de Benito Nardone, a fines del 68, cuando fue creado en Salto el Movimiento por la Universidad del Norte (Mun), la situación era otra. Para entonces el cogobierno cumplía diez años, y la “segunda” Guerra Fría que se instaló en América Latina después de la revolución cubana llevaba casi otro tanto, todo esto en un contexto de estancamiento económico e inflación bastante descontrolada.
“Había mucha gente que veía la conmoción de la vida universitaria como un obstáculo, algo que interceptaba la carrera que deseaba cumplir”, observó Jung. En su libro cita al médico Ricardo Yanicelli, batllista, militante de la Asociación de Estudiantes de Medicina, representante de los estudiantes en el Consejo de la Facultad, colaborador del anarquista Carlos María Fosalba en la transformación del Sindicato Médico del Uruguay: “Los profesores fuimos primero ‘exhortados’ y luego obligados a hacer ‘contracursos’, es decir, a interrumpir nuestros cursos habituales en los que enseñamos a asistir a enfermos, para hablar de la política universitaria y nacional, sosteniendo ‘el dogma’ de que la Universidad es intocable además de autónoma”, escribía Yanicelli en 1969.
La primera oleada ultraderechista, cuyo episodio más recordado fue el asesinato del profesor Arbelio Ramírez en agosto de 1961, ya había caldeado las cosas en Salto. A fines del 60 la Federación de Estudiantes del Interior todavía podía sumarse a la lucha de la Feuu por el presupuesto universitario, declarar su solidaridad con la revolución cubana y respaldar al mismo tiempo los cursos de derecho y notariado de Salto que los dirigentes montevideanos resistían.
Sin adherir al paro, los estudiantes de esos cursos manifestaron su apoyo a la lucha por el presupuesto, pero la Asociación de Estudiantes del Osimani Llerena, por plebiscito, resolvió un paro de 48 horas.
“Es decir, no es que no hubiera movilización en el Interior, seguramente la hubiera con distinta intensidad. Pero la derecha plantea entonces un juego discursivo que pretende que estos conflictos son cosas de Montevideo”, anotó la historiadora. Este mecanismo permitió asignarle a la pretensión descentralizadora original un nuevo significado. “El Interior tiene derecho a que sus hijos estudien en su ambiente, bajo la vigilante mirada de sus padres, e incluso muchos ciudadanos capitalinos preferirán, en defensa de la salud moral de sus hijos, que estos prosigan sus estudios en la nueva Universidad lejos de la destructora influencia de la Universidad de Montevideo”, decía una declaración de apoyo al Movimiento pro Universidad del Norte. Para los firmantes de este documento “Nadie ignora que […] la llamada Universidad de la República es el enemigo número uno de nuestro país, que […] fue transformada en una gran majada por castración mental, o lavado de cerebro, sueña con la esclavitud de los pueblos y la adoración de dictadores”.
Hasta ese año los estudiantes del Osimani Llerena habían elegido a sus representantes gremiales por lista única. Guillermo Busch y Neri Mutti, vinculados a distintas vertientes de la izquierda, aparecían en ésta junto a Luis Castrillón, Carlos Invernizzi y Enrique Etchevers. Los hechos del 68 quebraron esa unidad. “La prensa conservadora salteña atestigua –notició Jung– las constantes ‘refriegas’ entre estudiantes de diversos signos ideológicos.”
Al año siguiente, el 18 de julio, dos días después del robo de la bandera de los 33 orientales por la organización anarquista Opr 33, un grupo de estudiantes entre los que estaban Etchevers, Invernizzi y Castrillón, tras cumplir una jornada de “desagravio a la bandera”, fundaron las Juventudes Salteñas de Pie (Jsp). La jornada reclutó amplio apoyo entre las “fuerzas vivas”, recibió los halagos del diario local Tribuna Salteña y se cerró con un discurso del propio intendente, Ramón J Vinci. En poco tiempo la Jsp alcanzó el control de las distintas asociaciones estudiantiles y confluyó con el Mun, asumiendo la lucha por la Universidad del Norte como su bandera principal. Al cierre del año organizó una caravana de autos para reclamarles a los poderes públicos la creación de la universidad, y el año 1970 lo empezó en Tacuarembó, reunida con estudiantes de ese departamento y del de Artigas, resolviendo la convocatoria del primer Congreso Norteño de las Juventudes de Pie. Eran, decía la edición para el Interior del diario oficialista La Mañana, representantes del “vasto movimiento que impulsa la Universidad del Norte”. Hugo Manini Ríos, periodista de ese medio, viajó a Salto en setiembre para ponerse en contacto con sus dirigentes. “Yo sabía que ese movimiento tenía voluntad de hacerse nacional, y ahí empezamos las conversaciones”, recordó hace pocos años Manini en un diálogo con el historiador Gabriel Buchelli. Un mes después tuvo lugar el congreso que creó la Jup.
La tónica ya era otra. “Yo recuerdo que me vine muy desilusionado de ese congreso porque sentí que el motivo que nos reunía a todos, la lucha por la Universidad del Norte, se estaba perdiendo, y que estaba tomando un cariz que no era el que nosotros pretendíamos”, confesó el wilsonista tacuaremboense Antonio Chiesa –quien en adelante se concentró en la campaña electoral del 71– en una entrevista que le hicieron Jung y Buchelli.
Las derechas, según la definición de la estadounidense Sandra McGee Deutsch que Jung adopta en su investigación, son una respuesta a “tendencias políticas igualitarias y liberadoras” y a otros factores que puedan socavar el orden social y económico. El acceso democrático a la educación superior no parece demasiado consistente con esta definición. Cumplido el golpe de Estado, las autoridades interventoras de la Universidad suspendieron los cursos de Salto. Los de derecho y notariado ya no volvieron. En 1975 se abrieron algunos de agronomía, arquitectura, ingeniería y veterinaria, pero dos años después la directora de la Casa de la Universidad fue destituida y, ante la escasez de inscriptos, se raleó la oferta. Recién con la reinstalación de las autoridades universitarias legítimas, en 1987, se creó la Regional Norte de la Udelar, que ahora funciona en el marco del Centro Universitario Regional Noroeste, mientras el Mun se transformaba en una fundación de apoyo a esta institucionalidad. “En definitiva –apuntó Jung– la descentralización la hizo la Udelar.”
- La educación superior entre el reclamo localista y la ofensiva derechista. El Movimiento pro-Universidad del Norte de Salto (1968-1973), de María Eugenia Jung Garibaldi. Udelar, Montevideo, 2018.
El trabajo se presentará el viernes 19, en el Espacio Interdisciplinario de la Udelar.