Lucha entre dos derechas

 Pelea entre dos derechas

El Observador versus La Mañana

Gabriel Delacoste

21 febrero, 2020

Desde mediados de enero, el semanario La Mañana y el diario El Observador vienen intercambiando acusaciones, ironías y ataques de la más diversa calaña. Si bien esto no parece pasar de unos chisporroteos que importan a pocos más allá de a los directamente involucrados, en realidad es una piola de la que tirar para desmadejar la maraña de conflictos ideológicos, históricos y personales de la derecha uruguaya.

En el editorial del 22 de enero, titulado “Un periódico con dos caras”, La Mañana protestó contra lo que considera una “hostilidad permanente” de El Observador contra Guido Manini. La queja, específicamente, es que, mientras el “espacio editorial” del diario da “la imagen de una publicación seria y de prestigio”, por un “un divorcio (¿acordado?) entre su dirección y su redacción”, esta última difunde información “en tono estrepitoso, adoleciendo de un prejuiciado enfoque sesentista, en clave de ‘prensa amarilla’, donde las reiteradas fake news se tutean con la maledicencia y los prejuicios obsesivos”. Y sentencia: “Los que no somos ni recién llegados ni ‘nuevos ricos’ de la prensa pensamos que no es bueno imaginar –ni tolerar– una actitud tan pilatuna, donde la dirección de un medio de prensa influyente se lave las manos para que el cuerpo de redactores haga la faena sucia y cargue con la responsabilidad. Y así dar satisfacción a los verdaderos inversores. Aquellos que prefieren trabajar desde las sombras”. El innominado editorialista de La Mañana no se guardó nada para calificar a sus colegas de El Observador: prejuiciosos, amarillistas, maledicentes, nuevos ricos que mandan al frente a los periodistas para invisibilizar oscuros intereses. Y, por si todo esto fuera poco: sesentistas.

Al día siguiente, el 23, El Observador publicó una carta firmada por 45 periodistas. Allí denuncian que el editorial de La Mañana “trae resabios de tiempos totalitarios que por suerte quedaron atrás en Uruguay” y señalan que, al exigir al medio en el que trabajan que termine con el supuesto divorcio entre sus páginas editoriales y su redacción, estaría proponiendo una “censura de parte de la dirección […] hacia sus trabajadores, una política que, cuando se practica, viola principios básicos del oficio”. Con el correr de las horas llegaron más respuestas. El 24 Leonardo Haberkorn publicó una nota titulada “El dolor de La Mañana”, en la que asocia el enojo de este medio con la filtración del expediente del tribunal de honor de Gavazzo (en el que confiesa que desapareció al militante tupamaro Roberto Gomensoro) y el de Silveira. Se burla del lenguaje “conspiranoico” que utilizan en el editorial y afirma, sobre la fuente que le pasó el expediente, lo siguiente: “No fue Gavazzo. No fue Silveira. No fue Soros. No fueron los reptilianos”.

El diario La Mañana fue fundado por Pedro Manini Ríos en 1917; nació como un periódico opositor a la línea política de José Batlle y Ordóñez. En junio de 2019 renació como semanario, después de casi dos décadas de su último número, para apoyar la candidatura de Guido Manini, aunque sus responsables aseguren que su línea periodística es independiente de Cabildo Abierto. La publicación es dirigida por Hugo Manini, hermano de Guido, y el redactor responsable es el también cabildante Marcos Methol. El Observador no es un medio partidario y dice reivindicar la idea de un periodismo profesional. Una parte de la disputa, entonces, es sobre formas de entender el rol y el funcionamiento de un medio de comunicación. Pero también es una disputa entre posturas políticas, porque si La Mañana propaga el nacionalismo conservador de Manini, El Observador es una de las principales instituciones del neoliberalismo uruguayo. Por algo Ricardo Peirano, director de este último, en su nota “La libertad, algo que se entiende muy poco”, publicada el 26 de enero, responde no sólo a lo que La Mañana dice sobre El Observador, sino también sobre su persona y sobre “instituciones allegadas”, como Ceres, el think tank fundado por él junto con Ramón Díaz (decano del neoliberalismo uruguayo), que está afiliado a la Red Atlas (que nuclea organizaciones neoliberales de todo el mundo), y dirigido hasta hace poco por el excandidato colorado y futuro canciller, Ernesto Talvi.

VIEJOS CONOCIDOS. En una entrevista otorgada en 2013 al semanario Voces, Ricardo Peirano cuenta la historia del origen de El Observador: “En el año 90, ya estaba en Ceres, un amigo socio de allí me dijo que se vendía La Mañana porque tenía deudas inmensas y le dije que para meterme en una cuestión que viene mal y que tenés que empezar a pedir favores políticos a la Dgi, al Bps, etcétera… no estoy, pero si querés empezar de cero…Y dijo que sí. Ahí se armó”. Es decir, el problema no era la orientación del diario fundado en 1917 por Pedro Manini Ríos (abuelo de Guido y Hugo), que históricamente propuso un punto de vista firmemente derechista, que incluyó el apoyo a la dictadura militar, sino más bien, parece ser, las deudas económicas con las que cargaba.

Vayamos más atrás en el tiempo. Jorge Peirano Facio, tío de Ricardo, fue un importante banquero y dirigente político. Estuvo involucrado, junto con sus hijos Jorge, Dante y José, en la estafa que desencadenó la crisis de 2002, pero su trayectoria se remonta mucho más atrás. Fue parte del “gabinete empresarial” de Pacheco y en los años siguientes sufrió persecuciones que pueden ser relevantes para pensar estas cuestiones (ver recuadro de Aníbal Corti).

Peirano Facio formaba parte de un ambiente político, empresarial e intelectual fermental para el neoliberalismo uruguayo. Compartió gabinete con Carlos Végh Garzón (padre de Alejandro Végh Villegas, que fue ministro de Economía de la dictadura) y con el ya mencionado Ramón Díaz. Díaz era un gran admirador de Friedrich von Hayek, fue miembro de la Sociedad Mont Pelerin (primer retoño del neoliberalismo, nacida en los años cuarenta, que presidió entre 1998 y 2000) y fundó el semanario Búsqueda y Ceres, este último junto con el ya mencionado Ricardo Peirano. Otro admirador de Hayek, cercano a este grupo, fue el expresidente Jorge Batlle, un neoliberal globalista, cercano al capital financiero, alérgico al Estado, pro Estados Unidos y crítico de la dictadura, aunque festejara las políticas de Végh Villegas (que beneficiaron al capital financiero).

Este neoliberalismo no es la única derecha que existe en esta parte del mundo. Hay una larga historia de nacionalismos conservadores que tuvieron una relación compleja con el liberalismo y muchas veces criticaron su individualismo, defendieron la nación contra la abstracción de lo global y vieron con recelo la modernización y el capital financiero. Si bien José Enrique Rodó defendía el liberalismo contra el batllismo y Benito Nardone era un fanático de la libertad de empresa, ambos podrían colocarse en esta línea, que, no por casualidad, es la que reivindica Manini como la de su ancestría política, sumando a Alberto Methol Ferré, que era directamente un antiliberal. El Observador y La Mañana, entonces, son continuadores de dos de las genealogías de la derecha uruguaya, que, si bien son distintas, están enmarañadas entre ellas y con otras tendencias.

DERECHAS. En su respuesta a La Mañana, Peirano va al fondo de la cuestión: “En definitiva, ¿qué es lo que subyace detrás de este artículo? Lo que subyace es una falta total de comprensión de lo que es la libertad. De la libertad en la función periodística y en la vida de las personas. De la libertad ejercida con responsabilidad, con honestidad y con respeto a los demás”. Es decir: una discusión sobre la libertad y el liberalismo. El discurso de La Mañana y de Cabildo Abierto tiene una veta antiliberal y antielitista, como buena parte de las ultraderechas nacionalistas, que están creciendo en todo el mundo. Recelosos de la globalización (sobre todo si es cultural), obsesionados con Soros, coquetean con discursos que hasta hace poco estaban confinados a pequeñas redes conspiratorias posfascistas. El discurso antielitista, por supuesto, se puede relativizar, en la medida en que viene de un productor arrocero como Hugo Manini y de personas que, como Guido Manini y Guillermo Domenech, se mueven hace décadas en los niveles más altos y opacos del poder estatal.

La cuestión del antiliberalismo es también más compleja. El nacionalismo conservador‑ruralista uruguayo siempre fue aliado de las clases altas y desplegó críticas liberales contra la izquierda “jacobina” o marxista. Además, las ultraderechas “libertarias” contemporáneas se especializan justamente en este tipo de antiglobalismo nacionalista hiperconservador, que no por eso deja de hacer una reivindicación fanática de la “libertad económica”. Este vínculo puede verse en la cercanía de dirigentes de Cabildo Abierto (como la diputada electa Silvana Pérez Bonavita) al recientemente creado Centro de Estudios Libertarios. Como decía a Brecha hace dos semanas el historiador Quinn Slobodian, estos libertarios están enemistados con los neoliberales convencionales, cosa que también puede verse en los permanentes ataques que Talvi recibe en las redes sociales de usuarios identificados con el emoji de la viborita.

A la cuestión del liberalismo, La Mañana agrega otra: “Al constatar la persistencia de los ataques velados, una persona allegada al director de El Observador le comentó por qué no paraban la mano. Y apelando a las supuestas convicciones del doctor Peirano le dijo si no le parecía una obra relevante el haber reconstruido la capilla (del Sagrado Corazón de Jesús) del Hospital Militar”, que fue reconstruida por Manini cuando era jefe del Ejército. Es decir, La Mañana se pregunta cómo un católico puede atacar a otro, apuntando quizás a una interna en la Iglesia.

Es bien sabido que la familia Peirano cuenta con destacados miembros del Opus Dei, organización a la que también perteneció Ramón Díaz. La historia del neoliberalismo uruguayo está entrelazada con la del Opus. Otro ejemplo: la escuela de negocios de la Universidad de Montevideo (del Opus Dei), llamada Ieem (donde el designado ministro de Desarrollo Social, Pablo Bartol, es profesor de Política de Empresa), es una de las cuatro instituciones uruguayas afiliadas a la Red Atlas.

El papa Francisco parece ser uno de los puntos de la disputa. Mientras que Peirano lo ha criticado, en La Mañana se lo ensalza y se intenta desarrollar una visión católica de la sociedad que rechace tanto el marxismo como el neoliberalismo. Para esta visión, hay una incompatibilidad entre el liberalismo (especialmente en su variante neoliberal) y el catolicismo. Esta es una vieja discusión en la Iglesia, que Ramón Díaz intentó saldar en el libro Moral y economía. Reflexiones sobre las relaciones entre el pensamiento cristiano y las doctrinas económicas (1987).

Para los críticos católicos del liberalismo, la geopolítica juega también un papel importante, y señalan la importancia de la integración latinoamericana. Guzmán Carriquiry, designado por Francisco vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, publicó en La Mañana una nota titulada “¿Qué es lo que está pasando en América Latina?”, en la que critica el neoliberalismo y la izquierda. Carriquiry advierte sobre la crisis moral y el desfonde de los sistemas tradicionales de partidos, y llama a la integración de la Patria Grande.

El ala más radical del nacionalismo de ultraderecha uruguayo, nucleado en los centros de retirados militares que se expresan en la revista mensual Nación (del Centro Militar, que saltó a la fama por su editorial incendiario y autoritario días antes de las elecciones de noviembre), toma directamente una postura de apoyo a Putin. Mientras tanto, el politólogo argentino Marcelo Gullo, discípulo de Methol Ferré y cercano a Hugo Manini, propone una teoría nacionalista según la cual las naciones necesitan de una base religiosa para poder resistir el poder del capital transnacional. El libro en el que Gullo explica esta teoría, La insubordinación fundante, fue editado por El Perro y la Rana, la editorial del Ministerio de Cultura venezolano. Existe un mundo de contactos entre el ala francisquista de la Iglesia, el peronismo de derecha, sectores ultraderechistas y parte del nacionalismo de izquierda latinoamericano.

No es sencillo para la izquierda entender estos mundos en los que los enemigos más acérrimos de las posturas socialistas, progresistas y revolucionarias se declaran también contrarios al neoliberalismo e incluso cultivan espacios en común con sectores de la izquierda nacional, haciendo, por ejemplo, guiños a Vivian Trías (reivindicado por La Mañana y atacado por El Observador). Vista así, se hace más fácil entender la cercanía de un nacionalista de pensamiento conspiratorio, como Eleuterio Fernández Huidobro, con posturas como estas.

Del otro lado, Talvi, quien va a manejar la política exterior del gobierno entrante, defiende los organismos internacionales desde una postura firmemente globalista y se llama a sí mismo “liberal progresista”, mientras El Observador coquetea con cierto discurso feminista. Las discusiones internas de la derecha, en algunos puntos, se parecen a las de la izquierda.

ES UNA TRAMPA. En la nota que desató la controversia, La Mañana se queja de que los ataques de El Observador a Manini no pararon, aunque “todo el mundo” pensara que “finalizada la campaña electoral no tenía sentido seguir hostigando mediáticamente a una exitosa nueva fuerza política que participa calmamente y con paso firme en el nuevo gobierno en la denominada ‘coalición multicolor’”. El mensaje es: ahora nos toca gobernar juntos, es el momento de cooperar. Es sabido que la coalición es frágil, que los conflictos internos son muchos, y que Manini y Talvi tienen aspiraciones para 2024. También lo es que posturas neoliberales‑globalistas y nacionalistas‑ruralistas conviven en el Partido Nacional: mientras que Lacalle parece más cercano ideológicamente a Talvi, se multiplican en el interior del país los acuerdos entre Cabildo Abierto y el partido del presidente electo.

Hay conflictos latentes entre las derechas. Por un lado, la derecha neoliberal convencional expresa los intereses del capital financiero transnacional, tiene una vocación modernizadora y se mueve como pez en el agua en los circuitos tecnocráticos de los organismos internacionales. Por otro, la ultraderecha nacionalista expresa los intereses de los capitales que se ven amenazados por el capital transnacional, junto con quienes están preocupados por la violencia y el desorden, que pueden ver el Ejército como un puntal moral de la nación. Un ejemplo de esto son las críticas por derecha a Upm, lideradas por el diputado electo de Cabildo Abierto Eduardo Lust.

Esta última sensibilidad a veces se expresa como ecologismo o defensa de la soberanía (lo que hace que algunos izquierdistas se coman el amague), pero también como un ruralismo que, como el de Nardone en los cincuenta, canaliza la angustia de los pequeños comerciantes y los productores rurales, un ruralismo de los que le temen al delito y se ven amenazados por los rápidos cambios del mundo capitalista, para que el odio provocado por esta angustia ataque no a los ricos, sino a la izquierda, a la burocracia, a Montevideo, a los intelectuales y a una vaga idea sobre las elites, teorías de conspiración incluidas.

En todo el mundo las ultraderechas han avanzado sobre las derechas convencionales apoyándose en este tipo de angustia de los sectores medios, en este tipo de discurso nacionalista y en este tipo de ataque a las elites globales. Es decir, la ultraderecha cabildante puede estar bien posicionada para, si se va a tiempo de la coalición, ser ella, y no la izquierda, la que capitalice el descontento con el ajuste. Por algo La Mañana cubrió con interés la reunión de hace dos semanas de los principales líderes de la ultraderecha europea en Roma, mientras que El Observador ve con preocupación a Trump.

Por el momento, todos en la coalición tienen claro que los une el espanto por la izquierda y la voluntad de procesar un gran ajuste fiscal, y atacar a los sindicatos, al feminismo y a la educación pública. Aunque las diferencias sean grandes y entender estos conflictos sea importante, los acuerdos entre ellos y la voluntad de llevarlos adelante con una estrategia de shock son suficientes para que nadie en la izquierda se tiente de pensar que entre las dos derechas se encuentra la contradicción principal. Si la disputa es entre liberalismo progresista y nacionalismo conservador, no hay lugar para la izquierda.

Los Tenientes de Artigas y la familia Peirano, una historia que viene de lejos

Desde mediados de los años cincuenta empezó, de manera creciente, a instalarse en la sociedad uruguaya la idea de que el país, alguna vez próspero y pujante, se había echado a perder por la corrupción y los negociados ilegales –o al menos inmorales– de unos pocos avivados, gente poderosa económica y políticamente. Fuera o no fuera la causa de la pérdida de prosperidad del país, corrupción en las elites políticas y empresariales ciertamente había.

Cuando, hacia mediados de 1972, el Movimiento de Liberación Nacional (Mln) había perdido ya toda capacidad real de imponer sus objetivos estratégicos por la vía militar, sus dirigentes entablaron confusas negociaciones de paz con las Fuerzas Armadas (Ffaa), que inicialmente no prosperaron. El Mln, cada vez más disminuido en sus fuerzas, continuó con las operaciones militares por un breve período, aunque finalmente fue derrotado por completo. Una vez que se produjo la derrota definitiva, hacia setiembre de ese año, la cúpula de la organización hizo otro intento de negociación con los militares. Ofreció la información que había acumulado durante casi una década sobre la corrupción de las elites políticas y empresariales para que las Ffaa se encargaran de la represión y el combate de esas actividades ilícitas. Hubo, entonces (antes y después de esas negociaciones, dentro y fuera del Mln, y dentro y fuera de la izquierda), muchos que creyeron en la existencia de una fracción de militares nacionalistas y honestos que estaban llamados a ser un factor central en el cambio de rumbo que el país supuestamente necesitaba.

La propuesta de la cúpula del Mln a las Ffaa asombrosamente tuvo aceptación. Por algunas semanas, durante setiembre y octubre de 1972, con la asistencia de algunos militantes de la organización guerrillera –hubo quienes participaron y también quienes se negaron a hacerlo–, las Ffaa se dedicaron a detener en forma extrajudicial y luego a interrogar bajo tortura a un puñado de personas vinculadas a actividades empresariales y económicas consideradas sospechosas. Se trató fundamentalmente de gente cercana a los partidos tradicionales, sobre todo al Partido Colorado y al grupo Unidad y Reforma, que encabezaba el doctor Jorge Batlle, quien llegó a ser arrestado durante algunos días.

En ese contexto, fueron investigadas las actividades económicas de los hermanos Jorge y Juan Carlos Peirano Facio. Los hermanos serían procesados más tarde por la justicia penal civil. Según testimonios, algunos emanados de la propia familia, Jorge Peirano Facio fue torturado durante el tiempo en que estuvo detenido. Estos episodios son todavía malamente conocidos y han sido poco investigados, a pesar de que ocurrieron hace ya casi medio siglo. La opacidad de la vida castrense contribuyó, sin dudas, a ello. En cualquier caso, parece ser un hecho que al menos una parte de los oficiales que en su momento integraban la logia nacionalista, antiliberal, anticomunista y filofalangista Tenientes de Artigas tuvo algo (o mucho) que ver con el desarrollo de esa campaña. Se trata de la logia a la que pertenece el general retirado Guido Manini, entonces un jovenzuelo, y también unos cuantos de sus colaboradores actuales más estrechos en el partido que lidera.

Aníbal Corti

 

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