Feb 27 2020
Abraham Nuncio – La Jornada
De donde quiera que haya partido el movimiento Un día sin mujeres –qué tan global es lo de menos– hay que darle la bienvenida. No importa que seamos pocos los que podamos difundir y debatir el tema. Algunas y algunos, en México y probablemente en otros países, sólo esperarán que algo pueda sonar a movimiento (sobre todo si es muchedumbre y no, mejor no, masas organizadas) para hacer cera y pabilo, con justicia o sin ella, de las autoridades en activo.
Que esa intención anide en la oposición es previsible. Y aun, que adquiera ondas ululantes de la derecha más rabiosa entre nosotros no debe ser motivo para soslayar el tema; al contrario. El movimiento el nueve nadie se mueve corre el riesgo de hacer que se rebaje y distorsione el significado social y el sentido humano de lo que supone la genuina reivindicación de la mujer en la sociedad capitalista. Sociedad a la que los organizadores y promotores no se refieren, como si de su base estructural no se generara, espontáneamente, la desigualdad y la falta de libertad –acentuadas en las mujeres– de la humanidad con menos capacidad económica y política.
Históricamente, esa reivindicación ha sido motivo de preocupación, estudio, lucha, tanto de la izquierda liberal (hay que recordar a Olimpia de Gouges, la precursora de los movimientos feministas y autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, entre otras) como de la izquierda socialista cuyos intelectuales más avanzados, hombres y mujeres, la han colocado en la perspectiva de la igualdad y la liberación de la mujer. Por algo la conclusión de Engels mantiene su validez hasta nuestros días: en la libertad de la mujer está cifrada la libertad de la sociedad. Un breve pero ilustrativo trabajo de José María Duarte Cruz (Colegio de la Frontera Norte) y José Baltasar García-Horta (Universidad Autónoma de Nuevo León) en el que se refieren, bajo el título de Igualdad, equidad de género y feminismo, una mirada histórica a la conquista de los derechos de las mujeres, al trayecto de las ideas y luchas de las mujeres y los hombres que se han convertido en inevitables faros de la causa de todo aquello que impide a las mujeres, pero también a los hombres, realizarse plenamente y buscar que los demás puedan hacerlo.
La violencia física y sexual es un añadido a la sobrevivencia de prácticas cotidianas en sociedades donde a la mujer se la trató –y aún se la trata–, institucional y culturalmente, como a un extranjero, a un niño, o bien como a un objeto de propiedad en el que el famoso jus utendi y jus abutendi se ejercía –y se ejerce– sobre ellas.
Veamos. ¿La mujer cuya situación social la ubica en el perímetro del proletariado, que es el mundo del trabajo, no se enfrenta a diario con una explotación semejante, aunque en mayor desventaja, a la que tiene que padecer el hombre? Subrayado de esa desventaja es su condición biológica. Si es una trabajadora y tiene una relación sexual con cualquier hombre y de ésta resulta encinta, su vida se convierte en un calvario: ¿quién se hace cargo de su preñez y de su vida? En el caso de que sea una madre-niña o una adolescente (como las muchas que se desconocen y conocen, entre ellas la descrita por Elena Poniatowska en su relato La herida de Paulina sobre el cual cayó furioso el anatema de quienes hoy denuncian, señalan con índice de fuego, condenan la violencia contra las mujeres) sus dificultades irán en aumento.
Esa su condición biológica es una clara desventaja en una sociedad machista, sexista, paternalista, discriminatoria y en gran medida hipócrita. Qué bien que a México llega un movimiento de defensa de las mujeres. Se trata de un país donde la violencia hacia ellas se descubre como un fenómeno de hace dos días. La sorpresa nos aporta un ejemplo. Ha sido enorme la cantidad de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. El hecho es omitido por muchos, sobre todo ahora en la oposición; parece ser que han comido loto (la planta que provocaba, en la Odisea, la pérdida de la memoria a quienes la ingerían).
Como todo problema donde todo se polariza, desde el ingreso, la educación, el empleo, los servicios básicos, la vivienda, el transporte y otros de carácter urbano, la violencia social es registrada, como parte de su vida, no sólo por las mujeres, sino por toda la población trabajadora. Porque de repente, incluso el propio nombre de la convocatoria del movimiento, así lo induce a pensar: el problema es la agresión de los hombres contra las mujeres. Olvídense de las clases sociales, de la violencia estructural de la sociedad capitalista, de la desigualdad. El debate por ello es indispensable. De nada sirve describir, elogiar o censurar.
Lo que se requiere es analizar realidades concretas en términos de problema y proponer soluciones. Las mujeres o los hombres, puestos en bolsas por separados o al margen de su contexto social, no son menos abstractos que las nubes.
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Anexo:
Por qué callaban
esas mujeres
David Torres*
Febrero 27, 2020 – La onda expansiva del Metoo, el movimiento de reivindicación feminista propulsado a raíz del caso Weinstein, ha alcanzado esta semana tres focos informativos. El primero, la condena contra el propio Harvey Weinstein por abuso sexual en primer grado y violación en tercer grado, únicamente dos entre las más de ochenta mujeres que decidieron denunciar al todopoderoso amo de Miramax, lo que demuestra lo asombrosamente difícil que resulta llevar adelante un proceso penal de estas características. En última instancia, si no las acusaban de haber aprovechado los encuentros con el productor para lanzar sus carreras, insinuaban que bien podían haber denunciado las agresiones cuando se produjeron.
Más o menos son los mismos argumentos que alfombraron la línea de defensa en torno a Plácido Domingo, el tenor español acusado de abusos reiterados y que finalmente ha terminado por admitir tácitamente la veracidad de las acusaciones. La tercera noticia relacionada con el Metoo, aunque no de modo directo, ha sido la sorprendente declaración de la cantante Duffy, quien acaba de revelar que se retiró de los escenarios y de la vida pública tras un sórdido episodio criminal en la que fue secuestrada, drogada y violada durante varios días. No parece una casualidad que, después de mantenerlo en secreto durante más de una década, haya decidido hacer público su martirio en un momento en que la violencia machista ha salido por fin a la luz de las cloacas donde permanecía escondida.
Hay una historia, probablemente la más terrible que conozco, que quizá arroje algo de luz sobre el muro de silencio con que tuvieron que tapiar su vida esas mujeres. En 1991 una rubia escultural, la lanzadora de martillo francesa Catherine Moyon de Baecque, denunció que ella y una amiga fueron víctimas de una violación brutal por parte de cuatro compañeros, también miembros de la selección francesa de atletismo. Había decidido hablar porque el recuerdo la quemaba por dentro («para no morir» fueron sus palabras), pero apenas pudo dar detalles antes de echarse a llorar ante las cámaras. También dijo que le contó a su entrenador lo sucedido y que él le había quitado importancia: «Eres joven, pequeña, olvidarás».
Moyon fue una de las primeras mujeres en revelar el tenebroso mundo de los abusos sexuales en el deporte profesional, el interminable rosario de atletas y gimnastas violadas por colegas, promotores o entrenadores. Después del terremoto de su declaración pública, Moyon fue hasta el final, a pesar de que llegó a recibir amenazas de muerte, y llevó a sus cuatro compañeros de equipo ante la justicia francesa, la cual dictó en 1993 una pena de tres años de prisión para cada uno de ellos, sentencia que cumplieron en libertad condicional y tras la que retomaron su carrera sin mayores problemas. Sin embargo, fue ella la que no pudo continuar entrenando y tuvo que dejar la competición de alto nivel, aunque no se rindió, terminó denunciando al Ministerio de Deporte y escribió un libro, La medaille et son revers, donde relataba su calvario. Gracias a Moyon y a otras heroínas como ella, el muro de silencio, la tétrica omertá con que se encubre la violencia machista, empieza a resquebrajarse.
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*Escritor español. Columnista habitual del diario Público.es. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, ganó su primer premio en 1999 (con Nanga Parbat) tras publicar diversos relatos y poemas en las revistas Cartographica, Poeta de Cabra y Ariadna, el título más traducido de Ediciones Desnivel, con versiones en francés, polaco e italiano. En Público.es , 27.02.20