Un ex preso político es
el noveno fallecido por
coronavirus en Uruguay
15 de abril de 2020
El Sinae informó que hay 493 casos confirmados de covid-19 en Uruguay.
El Sistema Nacional de Emergencias (Sinae) publicó su informe diario sobre la situación del nuevo coronavirus en Uruguay.
Actualmente hay 493 casos confirmados de covid-19, uno más que el martes. En las últimas 24 horas se conocieron los resultados de 519 test, de los cuales seis dieron positivo. Uno de ellos es el del nuevo caso confirmado, los otros cinco test corresponden a personas que fueron testeadas más de una vez.
El Sinae indica que actualmente hay 212 personas enfermas de covid-19, ya que de los 493 casos confirmados 272 están recuperadas y nueve fallecieron. El último fallecimiento es el de Juan José Noveched Sosa, quien tenía 76 años y fue preso político entre 1971 y 1981, informó la agrupación de ex presos políticos Crysol.
De los casos confirmados, 82 son de personal de la salud y 13 están en cuidados intensivos.
Los departamentos con casos confirmados son Canelones, Colonia, Lavalleja, Maldonado, Montevideo, Paysandú, Río Negro, Salto y San José. Entre martes y miércoles salió de la lista Rivera, y el día anterior lo hizo Soriano.
NOVENO FALLECIDO DE COVID-19
La mención a Juan José Noveched, que murió hoy de coronavirus, en uno de los libros más famosos de Galeano.
15/ 4/ 2020
En “El libro de los abrazos”, Galeano lo nombra en un relato que titula “La burocracia/1”, donde señala una situación que vivió el recientemente fallecido en 1973 cuando era preso político.
El célebre escritor uruguayo Eduardo Galeano contó una historia sobre Juan José Noveched —el noveno fallecido por coronavirus en Uruguay— , en una de sus obras más reconocidas, “El libro de los abrazos” (1989).
En ese texto, Galeano lo nombra en un relato que titula “La burocracia/1”, donde señala una situación que vivió el recientemente fallecido en 1973 cuando era preso político.
Allí, el escritor uruguayo narró la situación por la cual Noveched perdió una mano y lo que le ocurrió en una de las cárceles cuando quiso recuperar su brazo perdido.
A continuación el relato completo que escribió Eduardo Galeano —quien escribe de manera diferente el apellido—, que se titula “La Burocracia/1”:
“En tiempos de la dictadura militar, a mediados de 1973, un preso político uruguayo, Juan José Noueched, sufrió una sanción de cinco días: cinco días sin visita ni recreo, cinco días sin nada, por violación del reglamento. Desde el punto de vista del capitán que le aplicó la sanción, el reglamento no dejaba lugar a dudas. El reglamento establecía claramente que los presos debían caminar en fila y con ambas manos en la espalda. Noueched había sido castigado por poner una sola mano en la espalda.
Noueched era manco.
Había caído preso en dos etapas. Primero había caído su brazo. Después, él. El brazo cayó en Montevideo. Noueched venía escapando a todo correr cuando el policía que lo perseguía alcanzó a pegarle un manotón, le gritó: ¡Dése preso! y se quedó con el brazo en la mano. El resto de Noueched cayó un año y medio después, en Paysandú.
En la cárcel, Noueched quiso recuperar su brazo perdido:
– Haga una solicitud -le dijeron.
Él explicó que no tenía lápiz:
– Haga una solicitud de lápiz – le dijeron.
Entonces tuvo lápiz, pero no tenía papel:
– Haga una solicitud de papel – le dijeron.
Cuando por fin tuvo lápiz y papel, formuló su solicitud de brazo. Al tiempo, le contestaron. Que no. No se podía: el brazo estaba en otro expediente. A él lo había procesado la justicia militar. Al brazo, la justicia civil”.
(Fragmento de El libro de los abrazos – Eduardo Galeano)
Versiones
Noueched y Galeano.
Alfredo Alzugarat
23 abril, 2020
Desde que se supo la noticia del fallecimiento de Juan José Noueched, el miércoles 15 de abril, las redes sociales insistieron con un texto de Galeano publicado hace más de treinta años. Resultó casi imposible complementarlo con su otra versión, sustancialmente distinta, a pesar de que había sido escrita por el propio Noueched. Parecía que no era necesaria otra cosa que la autoridad de la palabra de Galeano. Luego, las reacciones fueron desde el asombro ante lo presuntamente inexplicable hasta el intento de conciliar leyenda y realidad.
Escribió Galeano en El libro de los abrazos:
“En tiempos de la dictadura militar, a mediados de 1973, un preso político uruguayo, Juan José Noueched, sufrió una sanción de cinco días: cinco días sin visita ni recreo, cinco días sin nada, por violación del reglamento. Desde el punto de vista del capitán que le aplicó la sanción, el reglamento no dejaba lugar a dudas. El reglamento establecía claramente que los presos debían caminar en fila y con ambas manos en la espalda. Noueched había sido castigado por poner una sola mano a la espalda.
Noueched era manco.
Había caído preso en dos etapas. Primero había caído su brazo. Después, él. El brazo cayó en Montevideo. Noueched venía escapando a todo correr cuando el policía que lo perseguía alcanzó a pegarle un manotón, le gritó: ¡Dese preso! Y se quedó con el brazo en la mano. El resto de Noueched cayó un año y medio después, en Paysandú.
En la cárcel, Noueched quiso recuperar su brazo perdido:
—Haga una solicitud –le dijeron.
Él explicó que no tenía lápiz:
—Haga una solicitud de lápiz –le dijeron.
Entonces tuvo lápiz, pero no tenía papel:
—Haga una solicitud de papel –le dijeron.
Cuando por fin tuvo lápiz y papel, formuló su solicitud de brazo.
Al tiempo, le contestaron. Que no. No se podía: el brazo estaba en el otro expediente. A él lo había procesado la justicia militar. Al brazo, la justicia civil.”
El título del relato era “La burocracia”, y por eso, más allá de las grotescas circunstancias de la detención en “dos etapas” de Noueched, Galeano había coloreado el final de tal modo que el absurdo rompiera los ojos. A la imposibilidad de solicitar por escrito un lápiz si no se lo tiene o dónde hacer la solicitud de papel si no se tiene papel, le sumó la continuidad del desdoble entre Noueched y su brazo hasta los distintos ámbitos judiciales. La intención era la mejor si se trataba de demostrar la lógica militar, y no podía resultar extraño el surrealismo del texto. Como ficción, el texto es absolutamente válido. “Todo escritor que crea es un mentiroso; la literatura es mentira, pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación”, dijo alguna vez Juan Rulfo, a quien Eduardo Galeano señalaba como uno de sus maestros.
El problema para muchos fue el contexto. Por un lado, el poderoso vínculo entre Galeano y la verdad para una infinitud de lectores, y por el otro la existencia real, hasta hace pocos días, del protagonista de su relato. Poco importa saber ahora si se estaba dando forma definitiva a anécdotas de humor negro que debieron comenzar desde el momento mismo que se supo que el hallazgo del brazo ortopédico había precedido a la detención de Noueched, meses después y en otra ciudad, o a la tentación de fantasear que surgió de continuo, en la cárcel y en el exilio, en torno a un ser tan singular, manco, tupamaro y partícipe de la mayor fuga de presos políticos de la historia. La leyenda quedaba definitivamente registrada como verdad indudable. Aunque no necesariamente única.
Tuve la suerte de conocer mejor a Juan José Noueched en la Biblioteca Nacional de Uruguay, en el equipo de colaboradores voluntarios con que contó la gestión de Carlos Liscano como director. Admiré en aquel entonces su labor –calzándose una tabla a modo de brazo bajo la axila y apretada por el muñón– en el desarme y posterior traslado de la famosa minerva La Galatea de la casa de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer al sitio donde hoy se encuentra. Ya en tiempos más cercanos, la preparación de la Revista de la Biblioteca Nacional número 14, dedicada por entero a la obra de Eduardo Galeano, me permitió reparar una vez más en la viñeta acerca de Juanjo. Llegaban ensayos desde distintas latitudes explorando la obra de Galeano como periodista y como escritor, pero ese texto seguía allí, intacto e inabordable. Se me ocurrió preguntarle al propio Juanjo qué opinión tenía de él, si quería agregar algo al respecto. Para mi sorpresa, Juanjo respondió que tenía una remota idea de lo que había escrito Galeano, que sus hijas le habían hablado de ello, pero él ni se acordaba de lo que decía. Me pidió que se lo enviara. Cuando lo releyó, sintió necesidad de escribir otra versión. Se tomó su tiempo y finalmente me entregó un texto escrito con la mayor economía de palabras, un dechado de sobriedad, como si con eso bastara para hablar de sí mismo.
Bajo el título “Fantasía sobre un manco en apuros de E G”, Noueched escribió:
“Nunca fui sancionado por no llevar las manos atrás; sí, algún bastonazo de algún soldado poco sagaz y con odio.
Sobre el brazo: estando clandestino, dos policías me identificaron e intentaron detenerme en un barrio de la periferia de Salto. Hubo balazos, quedó uno herido y yo escapé a la casa donde habitábamos. La evacuamos y dejé el brazo en el ‘berretín’, ahora un estorbo innecesario.
En el Penal de Libertad, años después, me lo devolvieron sin que yo lo hubiera reclamado nunca. Milagro de una burocracia demorada y correcta.
A E G lo conocí en reuniones de padres en el colegio donde iban nuestros hijos por el año 1966-67 y no hubo más comunicación”.
En la Revista de la Biblioteca Nacional decidimos entonces colocar el nuevo texto junto al de Galeano, ambos bajo el único título que seguimos creyendo posible, “Versiones”. Sin comentarios, a libre interpretación y como si se tratara de algo inseparable.
Huérfano de hermano
Por Carlos Liscano
Juanjo Noueched nació sin la mano y sin el antebrazo izquierdo y, además, miope. Era de Nico Pérez, padre libanés y madre criolla. Fue mi amigo 47 años y nunca me enteré de que era manco. A los 5 años se ató los cordones de los zapatos por primera vez y nunca más permitió que lo ayudaran a hacerlo. Yo sí lo ayudé muchas veces, porque ser manco no te hace mejor que los demás. Entró por concurso al Banco República a los 18 años, para lo que tuvo que aprobar dactilografía. Estudió trompeta con el maestro Hugo Balzo. Porque para tocarla se necesitan sólo cinco dedos. Se fue del banco y se hizo carpintero. Porque cualquier manco puede ser bancario, pero no cualquiera es carpintero, ni con dos manos. Tuvo carpintería propia: Rayuela. Cayó preso. Se fugó. Volvió a caer. Fuimos compañeros de celda. Compartimos represión, hambre, frío, miseria, lecturas. Nos contamos nuestras vidas más de una vez. Soportó que le leyera mis primeros escritos. Nos reímos mucho juntos y nos cuidamos uno al otro cuando estábamos enfermos. Una vuelta caí en cama y no me podía mover ni para comer. Juanjo me daba la comida en la boca con una cuchara. Aquello era tan tierno y tan ridículo que un día me puse a llorar. Se enojó conmigo. Salió de la cárcel en 1985 y se fue a Estocolmo, donde estaban sus tres hijas. Volvió a Uruguay, con Stella. Reingresó al Banco República. Llegó a subgerente de Crédito Rural. Reflotó la Rayuela y se dedicó a diseñar muebles personales para niños discapacitados. ¿Qué más? Arreglaba cualquier aparato que le pusieran delante. Si no lo arreglaba, igual lo desarmaba, para ver qué tenía dentro. Jugaba al fútbol, al básquetbol, al vóleibol. Era hincha de Nacional. Lo que mejor le salía era ser solidario. Conmigo lo fue, mucho. Algo aprendí de él, pero no todo lo que me enseñó. Eso le quedo debiendo, y mucho más. La vida nos distanció en el último tiempo, pero el afecto siguió, sigue, intacto. Igual que su ejemplo, que no supe aprender. Fue el hermano mayor que nunca tuve. Ahora se murió y me dejó así, para siempre, huérfano de hermano.