El caso Fleming Gallo, y la impunidad de los torturadores

FLEMING GALLO Y LA MÁQUINA CRIMINAL DE LA COMPUTADORA EN FUSILEROS NAVALES

Retratos de escorias humanas

Samuel Blixen
10 diciembre, 2021

Guía para convertir a un militante en traidor, colaborador de torturadores, torturador él mismo, perseguidor de sus antiguos camaradas, delator, chantajista y ladrón. La metalúrgica de esta escoria estuvo ubicada en el primer piso del hangar 3 de Fusileros Navales, donde funcionó La Computadora, una sofisticada maquinaria para triturar física y psicológicamente a prisioneros políticos en manos de la Armada durante la dictadura, para aniquilar su dignidad y su autoestima. El alquimista de las transmutaciones, el oficial responsable de La Computadora, está condenado por su participación en 29 asesinatos.

 

Ficha de Fleming Gallo 

Quizás el lector haya registrado, de pasada, en el fárrago de noticias de los últimos días, que la Sección Segunda en lo Penal de la Audiencia Nacional de España se opuso, a fines de noviembre, a la extradición, solicitada por la Fiscalía Especializada en Crímenes de Lesa Humanidad, de un ciudadano uruguayo, Fleming Julio Gallo, denunciado por tres ex-presas políticas; entre ellas, la excandidata a vicepresidenta por el Frente Amplio, Graciela Villar.1 Gallo fue detenido en abril de este año en Huesca y cuando compareció ante la audiencia se declaró inocente. El fiscal prefirió un camino menos espinoso: argumentó que el delito de lesa humanidad por el que se lo reclama en Uruguay entró en vigor en España recién en 2004 y los otros que pudieran invocarse han prescrito.

UN ALUMNO APLICADO

Ese santuario español que tan útil ha sido para el terrorismo de Estado latinoamericano puede que para Gallo sea el último mojón de una huida sin retorno, en una historia que le respira en la nuca, vaya adonde vaya. Gallo se proclamó inocente ante los jueces españoles porque estos no tenían la menor idea de quién era ese obeso señor de 68 años; de lo contrario, no habrían sido tan displicentes. Sus antiguos compañeros de prisión en Fusileros Navales (FUSNA) no opinan lo mismo, porque, salvo algunas excepciones, no recurrieron a la delación sistemática para sobrevivir. La historia está estampada en el expediente del Juzgado Militar de Tercer Turno, causa 216/84.

Gallo fue detenido en una redada de la Marina en marzo de 1976. Entre los detenidos se encontraba también Roberto Patrone, quien sería su socio en el futuro. Ambos eran miembros de la juventud del Partido Comunista del Uruguay (PCU), ambos militaban en el área gremial, ambos recientemente habían sido reclutados para integrar el aparato armado del partido y ambos entregaron, durante la tortura a la que fueron sometidos, los nombres de cuantos conocían en la militancia política. Fue el entonces alférez de navío Juan Carlos Larcebeau, que integraba la inteligencia del FUSNA y era, junto con Jorge Tróccoli, uno de los oficiales encargados de los interrogatorios y las torturas, quien convenció a ambos de formalizar la colaboración.

En una pieza del S-2, Gallo y Patrone se dedicaron a analizar las declaraciones de los prisioneros, a sugerir preguntas y a deducir cuándo decían la verdad y cuándo mentían. En 1977, como explicó luego Patrone a los oficiales del Ejército que lo interrogaron en la Compañía de Contrainformación, eran tan rápidos y eficientes en las tareas de información y análisis encomendadas que los llamaron La Computadora. Comenzaron también a hacer organigramas de las organizaciones a las que pertenecían los prisioneros, a señalar posibles blancos, a planificar operativos, a sistematizar la información publicada en la prensa y a hacer el seguimiento de las radios internacionales que denunciaban la situación de Uruguay. A fines de 1977, cuando el FUSNA inició el operativo contra los Grupos de Acción Unificada, confraternizaron con los oficiales del Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas y los del Servicio de Información de Defensa; siguieron paso a paso los operativos en Buenos Aires, que terminaron en la desaparición de una veintena de exiliados, y analizaron los interrogatorios de muchos de ellos, que, se sospecha, fueron realizados aquí, en Uruguay, después de su traslado clandestino.

DE NUEVO EN LA CALLE

Como más tarde explicaron a los oficiales del D-II del Ejército, La Computadora llegó a reclutar a nueve prisioneros colaboradores que vivían en celdas de a dos, tenían radio y televisión, y visitaban a sus familiares los fines de semana. El equipo llegó a especializarse, de modo que podía atribuirse el aniquilamiento de las asociaciones de militantes socialistas, la captura de la dirección de la Unión de la Juventud Comunista y el desmantelamiento del aparato armado del PCU en el sindicato de UTE.

Gallo se ufanaba de haber detenido a León Lev, que desde 1976 ocupaba el cargo de secretario general del PCU en la clandestinidad. Después de la captura de Rodney Arismendi, en mayo de 1974, se sucedieron, por breves períodos, tres secretarios generales –Jaime Pérez, José Luis Massera y Gerardo Cuesta– antes de que fueran detenidos. Lev logró eludir la represión durante más de tres años. Su captura, contó Gallo, fue un trabajo de inteligencia a partir del chantaje a un detenido, responsable sindical de la red clandestina del PCU. A cambio de la liberación de su hijo, el detenido aceptó buscar contactos para ubicar a Lev. Sucesivas detenciones permitieron llegar al blanco principal. Así, Gallo y Patrone se integraron a los equipos operativos y actuaron en seguimientos, allanamientos e interrogatorios. Para moverse en la calle, utilizaron juegos de documentos falsos aportados por el FUSNA, un carnet de la Armada, otro de las Fuerzas Conjuntas y cédulas de identidad. Gallo se transformó en el teniente Julio César Banchín y Patrone en el teniente José A. Gómez; en el carnet de las Fuerzas Conjuntas Gallo era Roberto Peluffo Porta. Ambos salían del FUSNA portando pistolas de reglamento calibre 45.

El teniente Larcebeau, devenido en jefe del S-2, les tenía «una confianza ciega» a Gallo y Patrone. En una de esas andanzas, concurrieron con él a las instalaciones de la Compañía de Contrainformación para colaborar en el interrogatorio de un militante, el Chino Valdez. Fueron recibidos por un oficial de barba, que presumiblemente era Eduardo Ferro, y ellos se presentaron como tenientes de la Armada. Durante una hora interrogaron y torturaron. Un año después, los mismos oficiales de la Compañía de Contrainformación pusieron a Gallo y a Patrone en el lugar y en las circunstancias del Chino Valdez. Paralelamente, La Computadora comenzó a recabar información de grupos económicos y de los partidos tradicionales. Para ello comenzó a tejer una red de informantes que era atendida por Larcebeau, Gallo, Patrone y el alférez de fragata Nelson Olivera, además de tres suboficiales.

A partir de la relación que mantenía con el FUSNA el historiador y simpatizante blanco Washington Reyes Abadie (que solía brindar charlas sobre geopolítica a los oficiales de la Marina), Gallo logró articular una red de informantes del Partido Nacional que ofrecían información sobre las actividades de elementos de la extrema derecha: «[Joaquín] Martínez Arboleya, Juan José Gari, Eduardo Vargas Garmendia, [Pedro] Zabalza, Hugo Manini, Martín Gutiérrez y gente de [Alberto] Gallinal y de [Mario] Heber», que se reunían en el despacho de Santicaten (seudónimo del productor cinematográfico falangista Martínez Arboleya) en el Palacio Salvo o en un bar de Ejido y Uruguay. Los informantes involucraban, en esa actividad que perseguía la creación de un movimiento federalista, «al general Abdón Raimúndez, al coronel Machado, al coronel [Alberto] Ballestrino y al coronel Corujo». El proyecto «federalista» pretendía unificar a los sectores de derecha blancos y colorados en un «preesquema político para una apertura» que coqueteaba con la embajada de Estados Unidos.

Por otro lado, la red de informantes que aportaban datos sobre grupos económicos y actividades financieras comunicaba los planes de Raimúndez (presidente del Banco República entre 1976 y 1978); Moisés Cohen, presidente del Banco Central (1978-1979), y miembros del grupo Soler. Los informantes alertaron sobre el manejo de divisas del Discount Bank trasegadas hacia Argentina y Brasil para maniobras cambiarias con dólares. Al parecer, el Discount Bank también manejaba el dinero del grupo Montoneros, que administraba la familia de financistas Gravier.

EL PLAN SINDICAL

La idea fue de Gallo, que se la vendió a Larcebeau, y este convenció al comandante de la Armada, el vicealmirante Hugo Márquez. Consistía en impulsar un movimiento sindical «nacionalista», que no fuera amarillo, pero que mantuviera «a raya a los comunistas». Márquez, que sabía cómo manejarse al borde del precipicio y dar un paso adelante, dio su consentimiento. Gallo y Patrone salieron a la calle a contactar militantes sindicales: a los que conocían de antes, a los que habían pasado por el FUSNA y a los que habían identificado en su trabajo en La Computadora. Algunos de esos militantes sindicales fueron amenazados con prisión; otros aceptaron el proyecto, pero con recelo, y algunos vieron en la propuesta de Banchín y Gómez la posibilidad de activar algunos mecanismos de defensa del salario.

Gallo y Patrone no ocultaban el padrinazgo de la Armada para el plan sindical, pero lo adornaban con posturas que sugerían cierto rechazo de las prácticas patronales más reaccionarias. Cuando el plan sindical logró reclutar a unos 50 trabajadores –de las industrias química, textil, metalúrgica, del calzado y bancaria (el gerente del Banco del Litoral aportó una lista de funcionarios anticomunistas)–, Márquez organizó una exposición para el comandante en jefe del Ejército, el general Luis Vicente Queirolo. En un acto del que participaron los dos comandantes citados, otro general del Ejército, el comandante del FUSNA –el teniente de navío Eduardo Lafitte–, el teniente Carlos Daners, Larcebeau, Olivera y el alférez de fragata Suárez, el orador fue Gallo, identificado simplemente como «el conferencista».

La coordinación de actividades del plan sindical se realizaba en dos locales clandestinos: un apartamento del Complejo Bulevar, cuya propietaria, esposa de un detenido, fue obligada a cederlo a cambio de que su marido fuera puesto en libertad, y una casa de la avenida Rivera, que tres suboficiales del FUSNA alquilaron con la cobertura de bulín. En ambos casos, el dinero para la cuota de la cooperativa y el pago del alquiler salía de una caja negra que operaba el FUSNA, con el consentimiento de los superiores. El plan sindical tuvo un final abrupto, cuando Larcebeau, Gallo y Patrone concurrieron a una reunión con los trabajadores de la planta Nordex en Pan de Azúcar, pero el mando de la División de Ejército IV movilizó oficiales y tropa para impedir aquella asamblea. El grupo Soler (que era, para entonces, objeto de estudio de La Computadora) movió sus influencias, quizás porque desconocía el proyecto de sindicatos nacionalistas, quizás porque no le gustaba ningún tipo de sindicato. Larcebeau debió desplegar todos sus recursos para negociar con sus colegas del Ejército. Ese episodio enterró el plan sindical, que ya venía siendo bombardeado por dirigentes de la Asociación de Empleados Bancarios, que asistían a las reuniones convocadas por Gallo para expresar su desacuerdo con el plan y generar dudas y división entre los otros participantes.

CALESITA DE EXTORSIONES

Larcebeau, Gallo y Patrone instrumentaron una versión colateral lucrativa de La Computadora, que manejaba toda la información sobre la relación de los prisioneros comunistas con el partido. De los interrogatorios surgía la información sobre los montos que los simpatizantes y los colaboradores cotizaban al aparato financiero del partido. En algunos casos las víctimas eran militantes que habían pasado por el FUSNA y habían recobrado su libertad; en otros casos, los posibles blancos ni siquiera habían sido detenidos, pero sus nombres y sus cotizaciones habían surgido de la tortura. El chantaje consistía en entrevistar a los simpatizantes y hacerlos firmar un acta por la que entregaban la misma cantidad de sus cotizaciones, pero al FUSNA; de lo contrario, podían arriesgarse a ser emplazados por la justicia militar. La mayor parte de los chantajes se hacía con el consentimiento de Larcebeau.

Algunas situaciones resultaban sumamente lucrativas. Juan Fadjian, detenido en el FUSNA, había sido interrogado por Gallo y Larcebeau. Tuvo la perspicacia de ofrecer un trato: entregar su casa y su auto a cambio de su libertad. Fadjian era dueño de un almacén. Mediante un documento falso de compraventa aportado por Larcebeau, validado por un escribano de apellido Trujillo, el prisionero, ya en libertad, vendió su almacén, firmó los documentos y le entregó a Gallo 55 millones de pesos en la mano. Gallo, a su vez, entregó el dinero a Larcebeau, que aguardaba en un auto a las puertas del almacén. El dinero fue depositado en la caja negra del FUSNA para financiar –se dijo– las operaciones. Fadjian quedó en posesión del auto, con el que huyó del país. Dos años después, cuando los oficiales de la Compañía de Contrainformación pretendieron interrogarlo, descubrieron que estaba enterrado en un cementerio de la capital. Cinco días después de haber sido asesinado a balazos en Miami, el cuerpo había sido repatriado a Uruguay.

Las andanzas de Gallo y Patrone tuvieron un final previsible. El sueldo de 2.300 pesos que les pasaba el FUSNA era insuficiente. Habían solicitado ser integrados como personal equiparado, pero la solución se demoraba. Resolvieron hacer finanzas por su cuenta, modestamente, para cubrir los gastos de alquiler. Las mismas extorsiones a los contribuyentes del PCU, pero como cuentapropistas. Fueron pocas operaciones. Una de las víctimas decidió informar a la Policía. Fueron detenidos en la jefatura y cuando mostraron sus documentos de la Armada, la jefatura decidió informar a la Compañía de Contrainformación. Ahí cambió la suerte de ese dúo dinámico.

  1. Véase «Otras piezas del engranaje» (Brecha, 21-V-21).

 

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