El tiempo dirá
Mario Baldoni
El disgusto ocasionado a raíz de las iniciativas del gobierno para reducir privilegios en sus ingresos más onerosos parece haber motivado la incursión de los militares retirados en la política partidaria. A través de alianzas blanquicoloradas, el Movimiento Unidos Podemos busca promover al Senado a un general retirado del Ejército. Otro sector de las Fuerzas Armadas intenta conformar el denominado Partido Orden Republicano. Expertos en la materia estiman que, más allá de sus planes electorales, estos agrupamientos de tipo “corporativo” no van por buen camino.
Casi 34 años después del “pronunciamiento de Aceguá”, el fallido intento del dictador Gregorio Álvarez de crear un Partido del Proceso, otro grupo de militares busca abrirse paso, en pleno siglo XXI, a través de un movimiento orientado a la defensa de los “legítimos derechos de la familia militar” y de las Fuerzas Armadas en general. No es, precisamente, un estreno aséptico o despojado de ideología. Encabezado por un entusiasta general retirado Hebert Fígoli, el Movimiento Unidos Podemos (Mup)1 pretende ocuparse de incidir en las soluciones de los “grandes problemas que los afectan”, para lo cual aspiran a conseguir en la próxima elección su propia representación parlamentaria en acuerdo con los blancos o los colorados (véase entrevista). La opción restauradora del proyecto conservador, derrotado en 2005, mueve sus piezas y busca regenerar una especie de brazo armado, desarticulado y en vías de desguace.
En forma paralela, aunque aún en estado embrionario, otro sector de las Fuerzas Armadas intenta conformar el denominado Partido Orden Republicano (Por), integrado también por militares retirados y cuyo objetivo es crear una agrupación propia aparte de los partidos políticos ya existentes (aún no presentaron su solicitud de registro ante la Corte Electoral, para lo cual deben reunir, entre otros requisitos, las firmas del 5 por mil del total de habilitados en el padrón electoral). En este caso es el coronel Héctor Grossi quien desde hace meses busca conformar una opción política de “centro derecha”.
Detrás de ambos agrupamientos aparece un mismo hilo conductor: el descontento de amplios sectores castrenses, en particular con respecto al contenido de las reformas militares que proyecta el gobierno de Tabaré Vázquez en un momento particularmente delicado de las relaciones entre el poder político y las Fuerzas Armadas, en el que un relevo en una de éstas (léase Armada Nacional) pone en evidencia inocultables tensiones en la cadena de mando para incidir, por ejemplo, en los ascensos.
El relacionamiento entre militares y sistema político no es nuevo en el país y nos remite al fondo de nuestra propia historia. La insatisfacción y el malestar que algunas decisiones del poder político generan en los institutos armados tampoco lo es. Ni mucho menos lo fueron los intentos de gravitación de las Fuerzas Armadas en la vida política e institucional del país, a lo largo de la historia, más allá de que, como sostiene Carlos Real de Azúa (Ejército y política en el Uruguay, 1969), “a diferencia de lo que ocurriera en Brasil, Argentina o Perú, en nuestro país no representaron, salvo esporádicos períodos, un factor autónomo, irresistible de poder”, al menos hasta 1973. Hace exactamente un siglo el propio José Batlle y Ordóñez enfrentaba la hostilidad de la mayoría de la oficialidad del Ejército, en ese momento emanación armada del Partido Colorado (PC), disconforme con las reformas que en ese momento proyectaba el gobierno no sólo para el campo militar.
En rigor, en el siglo XX hubo al menos tres momentos de conflicto entre el Ejército y la sociedad uruguaya: en 1916, bajo el batllismo reformista, el Ejército estuvo a punto de intervenir; entre 1920 y 1933, la amenaza de amotinamiento confluyó con las fuerzas conservadoras que dieron el golpe de Estado terrista; y en 1973 las Fuerzas Armadas instalaron su propio régimen.2La lista no es taxativa pero la secuencia tiene claros hilos conductores: la injerencia militar y el empujón que siempre se le dio a las Fuerzas Armadas desde dentro o incluso desde fuera. Podríamos citar otros muchísimos ejemplos, algunos sorprendentes. En marzo de 1983, en el marco de una dictadura transicional, el dictador Gregorio Álvarez y su círculo lanzaron con muy escaso eco el denominado Partido del Proceso que pasó muy pronto a un segundo plano ante la revitalización de la vida de los partidos y los conciliábulos de la cúpula castrense que apuntaban en otra dirección.
Pero antes del golpe de Estado de 1973 hubo otros casos de militares de carrera que se inclinaron por integrar alguna de las opciones políticas preexistentes o buscaron liderar procesos políticos por fuera de los partidos tradicionales. Fue el caso de Liber Seregni, un general de extracción batllista que en 1971 encabezó la fundación del Frente Amplio (FA). Antes, en el Partido Colorado (PC) estuvo el general aviador Óscar Gestido, quien fue presidente de la República durante unos meses en 1967 y al que tras su muerte remplazó Jorge Pacheco Areco. En el Partido Nacional (PN) fue candidato el general Mario Aguerrondo, un militar ultraconservador y nacionalista, fundador de la logia Tenientes de Artigas en 1964 y protagonista del golpe de Estado de 1973. Para completar un cuadro muy amplio y heterogéneo, para las elecciones de 1994 apareció una ultraderechista Alianza Oriental que postulaba al coronel Federico Silva Ledesma como candidato a la Presidencia de la República. El otrora presidente del Supremo Tribunal Militar, que integró el primer y el segundo Consejo de Estado de la dictadura, obtuvo… 333 votos. Más recientemente hubo otros intentos dentro del PC, por parte de oficiales generales que llegaron hasta lo más alto de la jerarquía militar, para promover eventuales precandidaturas de militares respaldados por extensas carreras y voluminosos legajos personales. Es el caso de los ex comandantes del Ejército Pedro Aguerre y de la Fuerza Aérea José Bonilla, aunque, por el momento, en ambos casos, sus postulaciones no tendrían andamiento.
CORTA VIDA. Académicos y expertos en la materia –incluidos militares– consultados por Brecha estiman que estos agrupamientos van por mal camino. Para Julián González Guyer,3 estos agrupamientos, todavía poco visibles para la opinión pública, son una expresión “corporativa”, “absolutamente desproporcionada”, de muy escasa proyección a futuro y además asociada “al gran malestar que se ha generado en las Fuerzas Armadas por el tema presupuestal y sobre todo en la oficialidad, no en la tropa”. Según el experto, en la oficialidad, si bien ha experimentado cambios en su forma de pensar, de actuar y de plantarse respecto a lo que eran las Fuerzas Armadas durante la dictadura, “hay una diferencia muy fuerte respecto del pensamiento sociopolítico de la población”. La mitad de la población vota al FA, explica González Guyer, pero “para encontrar a alguien del FA dentro de las Fuerzas Armadas hay que buscar, y los que hay del FA están muy tapados, lo cual es muy indicativo”. González Guyer entiende que estos movimientos de militares retirados “hay que vincularlos a este fenómeno de gran descontento con el gobierno que existe en las Fuerzas Armadas”.
El Mup que encabeza el general Fígoli es un “movimiento claramente corporativo” que se plantea “promover los intereses de los militares a nivel político”. Este aspecto presenta de por sí la complejidad de los fenómenos corporativos: “Un grupo que se plantea exclusivamente promover los intereses de un sector no es algo demasiado sano desde el punto de vista democrático. Justamente por eso tiendo a pensar que no tiene demasiada proyección. Entre los soldados el Mpp tiene un muy buen nivel de llegada. El Mpp vota bien en aquellos barrios donde hay muchos soldados, entonces un movimiento de este tipo ni siquiera puede apelar a la familia militar, porque más bien serían los oficiales y sus familias, y eso es una cosa muy chica, aunque cuentes a todos los oficiales retirados. El personal subalterno no está claramente identificado con el pensamiento de la mayor parte de los oficiales”.
En el análisis del especialista en asuntos castrenses, aunque las Fuerzas Armadas han perdido protagonismo “están tranquilas, no plantean amenazas, y la prueba está en que en Brasil están dadas todas las condiciones para dar un golpe de Estado y sin embargo los tipos se bancan en el molde”. De cualquier manera “son un factor de poder”, y por más que hayan perdido influencia, “cuando se muestran intranquilos, los políticos toman nota”. Explica: “Hay un juego muy jodido de cortejo a las Fuerzas Armadas de parte del sistema político, de cada uno de los partidos. Y a la hora de favorecerlas hay unanimidad en el Parlamento. Cuando una corporación siente que hay un problema que la afecta en sus intereses más esenciales, se moviliza y moviliza los recursos de que dispone”.
- Búsquedadel 7-XII-17.
- Véase en Brecha, 20-XII-1985, un excelente trabajo al respecto de José Pedro Barrán, Gerardo Caetano y Selva López.
- Doctor en ciencia política y docente de la Universidad de la República.
“Los militares están inquietos”
El ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea José Bonilla dedica su tiempo y esfuerzo a la Escuela Horizonte (desde diciembre de 2016 integra su comisión directiva) y a difundir en el Parlamento la “otra campana” acerca del impuesto a las jubilaciones y la reforma de la Caja Militar, un proyecto “sin ton ni son” que “no ve ni estudia lo que es la carrera militar”, según sus dichos. Frente a esta situación, dijo en diálogo con Brecha, hay militares “inquietos”.
En algún momento Bonilla, votante del Partido Colorado de “toda la vida”, fue manejado como posible precandidato: “No me veo, y estoy lejos. Me habían invitado y me dijeron que no contestara, que lo pensara. No solamente lo pensé sino que lo hablé con políticos que han tenido cargos importantes en nuestro gobierno, y todos me dijeron lo mismo: esto hay que sentirlo, es vocacional. Mis prioridades ahora son la Escuela Horizonte, que no salga el impuesto, y si sale una reforma que sea en la especificidad de las Fuerzas Armadas. Si el destino quiere que yo ingrese a algún partido político, lo haré con mucho gusto, nada más que para colaborar y volcar mi experiencia en esa situación. No lo descarto”. El ex comandante asegura que recibió invitaciones de todos los partidos políticos para militar políticamente, incluidos sectores del Frente Amplio que prefiere no identificar.
Bonilla está convencido de que los nuevos agrupamientos de militares surgieron a partir del rechazo a los proyectos castrenses impulsados por el tercer gobierno frenteamplista: “Frente a esa situación surgen militares inquietos, a muchos los conozco, a otros no tanto; al general Fígoli lo conozco, se trata de una persona de bien, muy buen profesional como militar, como político no sé”. Considera que es legítimo que los militares puedan “tener una voz en el Parlamento”, y que pueden “integrar un partido político aportando, pero no como una corporación”. “La ciudadanía luego a través del voto es la que habla, y veremos si están en el camino correcto. De aceptar ser político, aceptaría ingresar en una situación donde pueda interactuar y aportar mis ideas, mi apoyo, mis críticas y buscar los puntos medios, con una visión de país como está escrita en la Constitución, y creo que este movimiento así lo quiere”, valoró.