El código secreto del tapiz hecho por el MLN en el Penal de Libertad
LA MEMORIA DESPIERTA
Noviembre trajo un pedido particular que me hizo un profesor. Algo sobre un tapiz. No cualquiera, uno en específico. El tapiz que encerraba un código secreto hecho por prisioneros tupamaros en plena dictadura. Que fue sacado del penal de Libertad bajo las narices de los carceleros, que reapareció 35 años después y que alguien de la Facultad de Ingeniería (Fing) descifró usando una serie de fórmulas matemáticas.
Buscando alguna fuente que pudiera revelarme algo de ese cuento poco creible, ubiqué a los encargados de comunicación de la Fing. En un vago intercambio de palabras claves, tapiz, tupamaros, dictadura, cárcel, intuí que la mujer que me miraba del otro lado del escritorio dudaba de mi salud mental. Decidí ensayar otra alternativa y resultó que el informe sobre el misterioso tapiz había sido publicado en Internet y ahí permanecía sin pena ni gloria, al menos hasta ahora. Fue un alivio para la reconstrucción de la historia y la reivindicación de mi cordura.
Quien decodificó el tapiz fue Juan José Cabezas, en el marco de un trabajo técnico del Instituto de Computación de la Fing, junto con la colaboración e investigación de Jorge Tiscornia .
Ambos fueron compañeros de militancia en el Movimiento de Liberación Nacional (MLN).
Pero el disparador de la historia es un libro -guardado todos estos años por personas que decidieron que ya no debía permanecer oculto-. Fue escrito en Suecia e ingresado en el Penal de Libertad en 1983. Es a raíz del libro que Tiscornia comenzó la investigación para localizar el tapiz y unir las piezas faltantes.
Empezar por el principio
Deteniéndose en cada rincón de su celda, un recluso navega – o se ahoga – en un mar de pensamientos. Durante largas horas se pregunta cómo establecer una línea segura de contacto con sus compañeros en el exterior que permitiera transmitir un volumen importante de texto. Así va cumpliendo ese objetivo tan importante del cautiverio: mantener la cordura. Lo bueno de las celdas del sector “A” del piso 2 es que se tiene una ventaja invaluable; la compañía de otro preso, piensa; las del sector “B” son individuales, para los más peligrosos.
Corre el año 1980 y la derrota del MLN todavía les duele a los presos del segundo piso del Penal de Libertad. Desde el aislamiento, la consigna no se tuerce: hay que resistir, y para resistir hay que seguir siendo animales políticos. La necesidad de entender qué pasa afuera, donde las Fuerzas Armadas no quieren soltar los hilos del país, da el impulso para actuar.
Es Ricardo “La Gata” García el ideólogo, el autor intelectual. Tal parece que las canchas de básquet no fueron el único escenario donde se lució. Desde la compartimentación estricta del Penal a la que ya están acostumbrados esos tupas experientes en comunicarse, surge la idea de desarrollar un código cifrado para sacar al exterior un informe extenso. En medio del aislamiento crece la necesidad de informar a los compañeros exiliados en Europa sobre la realidad política de los “tupas” presos.
El contenido del mensaje es, por un lado, una autocrítica acerca de la derrota del MLN, y por otro, una proyección hacia el futuro; cómo debían actuar . A su vez, la intención es tantear el panorama que se está viviendo, tener algún registro de lo que pasa fuera de los alambrados del encierro.
Se le ocurre entonces a la Gata García, que para ese entonces se había convertido, fruto del ocio incesante, en un maestro zen de las artesanías, elaborar un tapiz con lana y arpillera que contuviera el informe; no se trataba de esconder el mensaje en una manualidad, de fabricar un “berretín”: el informe sería el propio tapiz. Primero se debía escribir el texto, que sería elaborado por cuatro o cinco compañeros más. Debatir acerca de la autocrítica en una hora de recreo, con un solo compañero, o coincidir en enfermería o en la visita, fue un proceso que llegó a durar años y que debió sortear, además, las divisiones en tendencias y fracciones provocadas por los diferentes enfoques de la autocrìtica. El contenido del informe que va a ser bordado en una arpillera por la Gata García responde a la mayoría de los presos del segundo pìso, considerados como los tupas más ortodoxos.
Los recreos no bastan para las consultas que la Gata debe realizar a efectos de poner a punto el código, será necesario utilizar todas las formas de contacto: el reparto del agua caliente a las 6 de mañana, la entrega de herramientas un poco más tarde, la distribución del desayuno y del rancho, y hasta la entrega de los libros de biblioteca. Finalmente el código queda terminado: un alfabeto de 18 letras, sin números, sin signos de puntuación, y donde algunas letras se condensan por su fonética, El código se “escribirá” sobre pares de seis colores para el primer elemento del par y tres para el segundo. La Gata bordará en arpillera el tapiz de 55 x 36 cm con lanas en punto cruz. Ni siquiera el compañero de celda tiene idea de que la combinación de colores en aquella manualidad esconde un texto de 6.500 caracteres.
El siguiente paso sería conseguir algún familiar que saqe el tapiz. Es la hermana de la Gata la elegida para recibir la manualidad, en una de sus visitas. Ella pertenece a otra organización política y discrepa totalmente con el MLN. Pero como la sangre tira, la gestión se da con éxito y el tapiz abandona el Penal. Falta ahora encontrar un mensajero, insospechado e ignorante, que lo traslade a Suecia. Pero eso ya no está en manos ni de la Gata ni de los redactores.
Hasta este momento da la sensación de que todo es un juego de niños, como si los tupamaros se divirtieran hablando jeringoso delante de los militares. Pero el diseño de un código inteligente, que no pudiera ser detectado, solo tiene sentido si el destinatario es capaz de descifrarlo, es decir, convertir en letras y en oraciones las lanitas de punto cruz. De lo contrario, el esfuerzo de sacarlo sería inútil. Además de riesgoso.
En el segundo piso, en el estrecho círculo de quienes sabían del informe, hay cierta ansiedad. ¿Habrá salido? ¿Habrá llegado? ¿Habrá sido descifrado? La providencia intervino en forma de uns orden judicial de libertad para David “Chichí” Cámpora.
Leyendo lanas
Después de varias idas y venidas por los cuarteles, Chichí Cámpora salió del Penal hacia la libertad. Se le transmitió la clave, que memorizó, y se le encomendó entregar el informe personalmente. Cámpora partió para Alemania pero a la hora de informar a sus compañeros de Suecia, se dio cuenta de que había olvidado la secuencia de los colores. Cuando creía haber perdido definitivamente la información, la memoria le devolvió el código.
En Suecia confirmó que el tapiz no había llegado. Pero con Elsa Dubra, Bolívar Enciso y un compañero de apellido Gonzalez, ya fallecido, rehizo el código para enviar la respuesta al Penal. Esta vez, el soporte no fue lana, sino la tapa de un libro. El “diseño de cubierta” era una dinámica composición abstracta con círculos de colores, que ojos expertos podrían leer como un informe sobre la realidad de la organización en el exterior. Los cuatro exiliados se encargaron personalmente de separar los colores en los cuatro acetatos que permitirían imprimir la tapa en sistema Offset.
El libro llegó a Montevideo y fue depositado en el Penal, pero la censura estimó que el contenido de algunas páginas podía ser subversivo, y fue rechazado. Como la voluntad era inquebrantable, los intermediarios en Montevideo mandaron una cuadernola, vacía, pero con un diseño muy particular en su tapa. La cubierta de la cuadernola fue destruida una vez descifrada la información. La“traducción” llevó 15 días porque la impresión en Offset introdujo errores. Así, más de dos años después de la elaboración del tapiz, se recibió una respuesta en el segundo piso de la cárcel de Libertad. Y dieron por supuesto que el tapiz había cruzado el Atlántico.
La relación entre el libro y el tapiz
Tres décadas después, Tiscornia recibe una copia de aquel libro y unas referencias al tapiz, que parecen incongruentes. Todos los personajes centrales viven en Uruguay, por lo que Tiscornia sigue la “pista de la arpillera”. Finalmente, en la casa de la Gata García encuentra el tapiz: está en un cuartito de los trastos, en un cajón, apolillado, mugriento y descolorido. Pero Tiscornia se pregunta: si el tapiz nunca salió del país, ¿cómo en Suecia reprodujeron el código en la tapa del libro? Una conversación con Chichí Cámpora elimina las incongruencias.
El código
Aunque el contenido del informe encriptado no incidirá, claro, en el presente político, Tiscornia y quienes siguieron la pista de la arpillera tienen una comprensible curiosidad. Tiscornia acude a un amigo en la Facultad de Ingeniería, Juan José Cabezas, del Instituto de Computación, y le propone el desafío de descifrar el tapiz. Más del 90 por ciento del texto pudo ser rescatado.
El nivel de complejidad es excepcional si se mira la época y las condiciones dadas, además de que no había ni rastro de las herramientas de computación con las que fue descifrado en la actualidad. Constituye un elemento único de este tipo salido del Penal y solo comparable a los códigos utilizados por alemanes y aliados en la segunda guerra mundial, o aquel que descifró en La Habana el periodista argentino Rodolfo Walsh y que permitió anticipar la invasión de Bahía de Cochinos. Su valor histórico afianza más el concepto de que el MLN se mantuvo vivo y pujante en la clandestinidad.
Cautiva comparar los distintos códigos que manejaron tupamaros y militares. Las actas de fundación del Plan Cóndor tienen en su invitación una clave secreta, que denota una simpleza evidente, frente a los niveles de ingenio de sus antagonistas. Será una cuestión de condiciones de supervivencia y necesidad. Nada agudiza más la mente que la vista de la horca.
El tapiz espera paciente, como hace 35 años, pero con un destino mucho más seductor que el de seguir apolillándose en el fondo de un cajón: el de convertirse en Patrimonio Nacional.
Sofía Umbre