El derechazo
Pasó la primera vuelta de las elecciones nacionales. Uno de los aspectos más llamativos es la caudalosa transferencia de votos del Frente Amplio hacia Cabildo Abierto. La estrategia oficialista de correrse al centro no parece haber dado los resultados esperados, aunque no haya tenido fugas por izquierda. La derecha crece, el centro se estanca y la izquierda hace lo que puede.
Gabriel Delacoste
1 noviembre, 201
El tercer gobierno del Frente Amplio (FA), segundo de Tabaré Vázquez, fue un tiempo de derechización, pero las elecciones de 2014 estuvieron lejos de mostrar un giro a la derecha del electorado. Si se comparan los resultados de ese año con los de 2009, es al contrario: se visualiza un giro hacia la izquierda. Entonces, el FA mantuvo su mayoría parlamentaria, a pesar de perder un diputado por izquierda en manos de la Unidad Popular (UP), y el Partido Independiente (PI) llegaba al Senado ganándole votos al Partido Colorado (PC). Es decir: todos los votantes que se movieron parecen haberlo hecho hacia la izquierda.
La elección del domingo implicó un giro en dirección contraria y de mayor magnitud. La izquierda radical (UP) salió del Parlamento y en su lugar entró el Partido Ecologista Radical Intransigente (Peri), con una posición ecologista, pero un tinte conservador. El extremo centro del PI perdió dos tercios de sus votos en manos de opciones a su derecha, mientras entraron al Parlamento dos nuevos partidos de derecha dura: el Partido de la Gente (PG), liderado por Edgardo Novick, que logró un diputado, y Cabildo Abierto (CA), de Guido Manini Ríos, que dio un cimbronazo al sistema político, alcanzando el 10,9 por ciento de los votos.
No se sabe a ciencia cierta por qué sucedió este giro generalizado a la derecha. Podríamos especular que fue consecuencia de la lenta expansión de micropolíticas capitalistas y conservadoras en la sociedad: el emprendedurismo, el coaching, el miedo, la incorrección política, que, después de años de ser regados por sectores empresariales y propaganda mediática, finalmente dieron frutos electorales. También podríamos decir que el corrimiento a la derecha del FA, que en estos años decretó esencialidades, reprimió protestas, aumentó penas y cantó las loas a la inversión extranjera y los tratados comerciales, tuvo un efecto sobre la ideología del electorado. Es posible que mucha gente haya pensado que si la izquierda no es de izquierda, habrá que ser de derecha. Seguramente también la crisis en Venezuela y el auge de la derecha y la ultraderecha en la región (hoy quizás en retroceso gracias a la respuesta de los pueblos ecuatoriano, chileno y argentino) tuvieron su papel.
LOS RESULTADOS. Habrá tiempo de pensar por qué ocurrió todo esto. Por ahora, podemos entrar en algo de detalle en los resultados. En particular, con el hecho de que CA fue el principal catalizador de este corrimiento a la derecha. La historia de este partido ya fue contada muchas veces: empieza con Guido Manini Ríos ascendido a jefe del Ejército por el gobierno del FA, apañado por el fallecido ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro y luego dedicado a hacer política desde su cargo, insubordinándose al gobierno y criticando a la justicia. Mientras hacía eso, se preparaba (en lo que con una justicia y un gobierno menos timoratos hubiera motivado algún tipo de respuesta jurídica por la violación a la Constitución que implica que un jefe del Ejército haga política de esta manera) su nuevo partido, rejuntando viejos dirigentes blancos y colorados más elementos ultraderechistas que boyaban por ahí.
Cuando finalmente se desencadenó la destitución de Manini Ríos por su actuación en el tribunal de honor del torturador Gavazzo (¡honor!, ¡Gavazzo!), la derecha en la oposición lo recibió con los brazos abiertos a la política, tirándole todas las flores que pudieron. Quizás esperaban reclutarlo para sus partidos, o darle un golpe al oficialismo. Podría decirse que la apuesta les salió bien, porque si la derecha tiene hoy buenas chances de gobernar es gracias a este nuevo partido. Los 8,5 puntos porcentuales que el FA perdió entre 2014 y 2019 no fueron gracias al gran desempeño del PN (que perdió un par de puntos porcentuales) ni del PC (que perdió medio), sino a la irrupción de los del general.
Si los partidos tradicionales quieren gobernar, tendrán que pactar con un socio poderoso, que además es un partido de ultraderecha con abundantes vínculos con la última dictadura. Si la preocupación de blancos y colorados por la república y la democracia es tan grande como dicen, esto debería, tarde o temprano, ser un problema. Pero por ahora, a semanas de la segunda vuelta, la cuestión parece preocuparles poco (véase nota de Daiana García).
Repasemos con algo de profundidad los resultados de CA por departamento. Los cinco departamentos donde mejor votó fueron, en orden, Rivera (24 por ciento), Treinta y Tres (20), Rocha (18), Cerro Largo (18) y Artigas (18). Pareciera que la cercanía con el Brasil de Bolsonaro tiene algo que ver con su alta votación. Cuatro de esos cinco departamentos, a su vez, fueron cuatro de los cinco departamentos donde el FA perdió la mayor proporción de votos: en Rivera perdió 17 puntos porcentuales, en Cerro Largo, 15, en Treinta y Tres y Artigas, 13. Si bien en Rivera, Treinta y Tres y Rocha hay pérdidas importantes de votos por parte del PN, y en Rocha y Cerro Largo las hay del PC, hay que prestar atención al hecho de que los departamentos donde más creció CA fueron en buena medida en los que más retrocedió el FA. También podemos decir que los cinco departamentos donde peor votó CA fueron San José (10 por ciento), Canelones (9), Montevideo (8), Paysandú (7) y Colonia (7), y que cuatro de esos departamentos fueron los lugares donde el FA perdió menos votos.
En el centro del país, en cambio, están los departamentos con mejor votación de CA después de los de la frontera. En Durazno y Tacuarembó votó 17 por ciento y en Lavalleja y Flores, 14 por ciento. Entre estos departamentos están los únicos dos (Flores y Durazno) donde el PN perdió más votos que el FA. En estos cuatro departamentos, el PN tuvo pérdidas importantes, que parecen haber ido mayoritariamente hacia el partido militar (véase en estas páginas las notas por departamento).
De todo esto podemos concluir que hubo una caudalosa transferencia de votos del FA hacia CA, especialmente en la frontera con Brasil. Rivera merece un destaque particular, ya que no solamente CA tuvo allí su mejor votación a nivel nacional, sino que el FA pasó de ganar el departamento en 2014 a quedar cuarto en 2019. En el centro del país, CA parece haberle ganado más terreno al PN. Estos traspasos no tienen por qué ser lineales. Perfectamente puede haber pasado, por ejemplo, un traspaso de votantes desde el FA al PC, y del PC a CA. Seguramente con el correr del tiempo los politólogos nos lo dirán con más certeza.
IZQUIERDA Y ADENTRO. Pero sí podemos decir que el FA no perdió votos por izquierda: la UP y el Partido de los Trabajadores, de hecho, redujeron su votación, y los votos en blanco y anulados aumentaron apenas unas décimas. Con los datos que tenemos, sí podemos especular que la pérdida de votos tuvo una dimensión de clase, ya que las principales pérdidas se dieron en algunos de los lugares más pobres del país, que recién en 2014 habían votado por primera vez masivamente al FA. Una pregunta, entonces, es por qué la izquierda radical no fue capaz de captar el descontento con un gobierno derechizado entre sectores populares, que pareciera que terminaron votando a la extrema derecha.
La interna del FA, mientras tanto, tuvo transformaciones importantes. El Espacio 609 se mantuvo como sector más votado en el interior del FA, al mantener su proporción de votos de alrededor de un 30 por ciento de la coalición, a pesar de perder algo más de 60 mil votos. La gran votación de la 609, que es además la lista más votada a nivel nacional, con cinco senadores, confirma a José Mujica como uno de los dirigentes con más arrastre del país. La 1001 tuvo también una gran votación, sobrepasando los 150 mil votos (y dos bancas en el Senado), en buena medida por el liderazgo de Óscar Andrade, después de dos elecciones arañando los 70 mil votos. La 711 y Casa Grande redujeron sus votaciones, y quedaron por eso fuera de la Cámara de Senadores, mientras la lista 90 del Partido Socialista, hoy con una dirección corrida a la izquierda, obtuvo una banca en el Senado, que será ocupada por el economista Daniel Olesker.
El Frente Liber Seregni, que agrupaba a Asamblea Uruguay, el Nuevo Espacio y Alianza Progresista, es decir, al centro frenteamplista, no existe más. Quien era su líder, Danilo Astori, obtuvo una banca en el Senado por la 2121 (en alianza con El Abrazo). El resto del centro quedó agrupado en el sublema Progresistas, donde presentaron listas Álvaro García, Fernando Amado, la Vertiente Artiguista y Mario Bergara. Los dos últimos lograron dos senadores cada uno.
¿CENTRO, DIJO? El mapa interno del FA es distinto que el que dieron las elecciones de 2014, pero no totalmente diferente. Es de esperar que veamos en el futuro próximo importantes disputas sobre el futuro del FA, especialmente si perdiera la segunda vuelta de noviembre. Pero podemos adelantar algo: el bajón en la votación del FA se dio después de un gobierno centrista, con un candidato centrista haciendo una campaña centrista. Habrá que discutir, entonces, qué tan infalible es la estrategia de correrse al centro.
Otro que apostó al centro y perdió fue Ernesto Talvi. Que el PC iba a tener una elección difícil es algo que se sabe hace tiempo. A principios de año, Pablo Mieres amenazaba con construir un “espacio socialdemócrata” que le quitara votos de centro, y Novick, con comerle el ala pachequista. Ambos competidores se hundieron: La Alternativa, de Mieres, desbarrancó por problemas internos, mientras que Novick se enfrentó con la feliz realidad de que no es tan fácil comprarse la presidencia de la República sólo con plata. Talvi se presentó como un “liberal progresista”, derrotó a Sanguinetti en la interna y luego de aparecer como el gran ganador (sea lo que sea que signifique eso) de las internas, se pinchó y terminó votando algo más de 11 por ciento, como nos tiene acostumbrados su partido desde 2004 (con la excepción del ligero repunte de 2009). En la competencia por el Senado, las listas de Sanguinetti y Talvi se repartieron en partes iguales los cuatro senadores que obtuvo el partido.
Nadie sabe bien qué es el centro. Talvi es un neoliberal puro y duro, de la Escuela de Chicago, mientras Mieres es un socialcristiano con posturas cada vez más conservadoras. Se llaman a sí mismos “socialdemócratas”, pero la socialdemocracia es otra cosa: tiene que ver con la desmercantilización, los niveles altos de impuestos y las políticas públicas universales, todas cosas muy lejanas a las que proponen estos “centristas”. En muchos lugares del mundo, las posturas de centro, progresistas y liberales están en crisis, dando paso en algún caso a izquierdas radicalizadas, pero más a menudo a derechas radicales.
Este último parece ser el caso de Uruguay. Y también parece ser el caso que los liberales y los conservadores de toda la vida –en este país, representados por los partidos blanco y colorado– se alían a la ultraderecha a la menor oportunidad. Liberalismo y fascismo, a pesar de las gárgaras de democracia, se dan la mano una vez más.
DE ACÁ A NOVIEMBRE. Pero no todo es derechización. El mismo domingo que las elecciones daban todos estos resultados, la reforma Vivir sin Miedo, que proponía instaurar los allanamientos nocturnos, el patrullaje de las calles por parte de militares y la cadena perpetua, era derrotada. Esta reforma había nacido como manotón de ahogado para salvar las chances de Jorge Larrañaga en la interna blanca. Si bien la recolección de firmas fue un éxito, su propulsor quedó en un humillante tercer lugar en junio. La reforma siguió su curso, muchas encuestas le dieron altos porcentajes de intención de voto, que fueron retrocediendo con el correr de los meses y con la intensa campaña que una multitud de colectivos hicieron bajo el lema “No a la reforma”.
La derrota de la reforma de Larrañaga sumada a la de la baja de la edad de imputabilidad promovida por Pedro Bordaberry en 2014 (con iguales fines de oportunismo electoral) dan un mensaje que debería ser escuchado: no existe un clamor punitivo arrollador. No existe en Uruguay una mayoría popular deseosa de sadismo penal. No hay un 50 por ciento de uruguayos que quiera meter presos niños, encerrar personas de por vida ni llamar a los militares a patrullar las calles. Es muy poco probable que los políticos de todos los partidos, empeñados en aumentar penas y engordar a la Policía siempre que se da la oportunidad, reciban este mensaje. La ideología policíaca y conservadora los nubla. Pero para enfrentar el problema de la seguridad van a ser necesarias otras opciones, que no pasen por la represión y la punición. Como decía una pegatina que apareció por el centro en la recta final antes del plebiscito: “Los milicos matan, seguridad es otra cosa”.
La recta final de la campaña pareció dar esperanzas al FA. Al principio de la campaña, los sondeos lo mostraban más cerca del 30 por ciento, pero sobre el final aparecieron encuestas cercanas al 40 por ciento o que lo superaban. Montevideo se llenó de banderas de Otorgués, la mayoría en el Senado parecía a la mano y la “ola esperanza” parecía materializarse. Miles y miles de personas empezaron conversaciones de política, salieron a militar y a convencer. La fuerza militante de la izquierda, aunque tenue y confundida, sigue ahí y es capaz de responder.
Pero esta vez no fue suficiente. La elección salió más o menos igual que como adelantaban la mayoría de las encuestas: con el FA apenas por debajo de 40 por ciento, los blancos con más de 25 y menos de 30, y los colorados peleando el tercer lugar con CA, con algo más de 10 por ciento.
El PN es favorito para la segunda vuelta, aunque su votación no fue espectacular. En realidad, fue algo menor que el 30 por ciento de 2009 y 2014. A la interna, las listas encabezadas por Lacalle tuvieron una victoria categórica, obteniendo siete senadores contra los dos de Larrañaga y la única banca de Sartori (otro que hizo una gigantesca inversión con magros resultados). Si el PN tiene hoy grandes chances de hacerse de la presidencia de la República, más que por sus propios votos es por sus aliados colorados y ultraderechistas, y especialmente por la irrupción de estos últimos.
El Parlamento resultante de la elección es sumamente conservador. El PN, el PC y CA, si logran formar una coalición, cuentan con una sólida mayoría en ambas cámaras. A esto se suman los diputados del PI y el PG, que tendrán grandes coincidencias con su agenda de reforma neoliberal, ajuste y represión. En el Parlamento estará el macartismo de Sanguinetti, 14 cabildantes listos para luchar contra la subversión y una bancada evangélica crecida.
El resultado de la segunda vuelta no está definido. Pero no es difícil ver que si sumamos los votos de los candidatos que ya adelantaron que van a acompañar a Lacalle (Talvi, Manini Ríos, Mieres, Novick), eso da para una cómoda victoria de la oposición. Sin embargo, este no es un sistema parlamentario, y los que eligen al Ejecutivo no son mayorías de partidos, sino de votantes. Las primeras encuestas adelantan una elección pareja, y no sorprendería que en esta recta final se den grandes movimientos de afectos y opinión que incidan en el resultado final.
Pero nunca es bueno hacerse ilusiones, porque después viene la desilusión. El realismo y el materialismo suelen ser buenos consejeros, y si queremos ser optimistas, mejor buscar razones para serlo en lo que efectivamente sucede y no en imaginaciones. El resultado del domingo pasado era predecible, y si sorprendió a alguien, quizás el sorprendido tenga que recalibrar su percepción. Lo que viene va a traer, pase lo que pase en noviembre, una gran ofensiva conservadora, una intensa demanda de ajuste por parte de sectores empresariales y un gran empoderamiento de los sectores más tenebrosos y violentos de este país. Y también una respuesta a esa ofensiva.