Persecusiones, torturas y muerte de uruguayos en Argentina

Juicio de lesa humanidad por los pozos de Banfield y Quilmes y El Infierno

Historias de persecución, tortura

y exterminio de prisioneros uruguayos

Durante la audiencia, hijos y familiares de víctimas del Plan Cóndor, relataron sus terribles vivencias. Paula Logares y Carlos D’Elía, nietos recuperados, dieron sus testimonios.

Por Ailín Bullentini

9 de julio de 2022 –

Paula Logares, la primera nieta recuperada, dio su testimonio en el juicio de Las Brigadas.

“Lo que buscamos fundamentalmente es la verdad: saber quiénes fueron, qué hicieron, dónde están los restos. Es lo único que puede empezar a sanar la herida”, reclamó María Borelli Cattáneo ante el Tribunal Oral Federal (TOF) 1 de La Plata. Su hermano  Raúl integra el grupo de militantes uruguayos que fueron mantenides cautives en los centros clandestinos conocidos como Pozo de Banfield y Pozo de Quilmes como parte de la coordinación represiva entre las dictaduras del Cono Sur conocida como Plan Cóndor. En la audiencia realizada el martes pasado –la primera tras la muerte de Miguel Osvaldo Etchecolatz–,también declararon les nietes restituides Carlos D’Elía Casco y Paula Logares Grinspon y el sobreviviente Juan Berdún Cardozo.

El 14 de junio de 1977 Graciela De Gouveia y José Enrique Michelena, un matrimonio de uruguayos, fueron secuestrados en el partido de Avellaneda, en el conurbano bonaerense. El mes siguiente cayó Fernando Martínez Santoro. Como aquella pareja, había llegado a Buenos Aires escapando, años atrás, de la dictadura en su país y militaba en el Grupo de Acción Unificadora (GAU). En el departamento de Martínez Santoro, las fuerzas represivas locales que lo secuestraron hallaron documentación del GAU que, en tierras orientales, creían desactivado.

En noviembre de 1977 fue detenido en Uruguay el militante montonero Oscar De Gregorio. Entre sus pertenencias, tenía un documento de identidad de una ciudadana uruguaya que era hermana de otro militante del GAU. Represores que integraron el grupo de Fusileros Navales de la Marina uruguaya los secuestraron a ambos. La persecución sobre esa estructura se desató: entre fines de noviembre y fines de diciembre cayeron decenas de sus integrantes y de miembros de agrupaciones afines. Veintisiete de elles fueron secuestrades entre el 21 y el 22 de diciembre en Buenos Aires. En ese grupo estaban los padres de Carlos y Raúl, el hermano de María.

“Sentí la necesidad de saber un montón de cosas que ya me habían contado pero que no había hecho propias, entonces le pedí a mi abuela que me contara otra vez”, dijo Carlos D’Elía que nació en cautiverio en el Pozo de Banfield, fue arrebatado de su mamá, la uruguaya Yolanda Casco, y entregado envuelto en papel de diario, horas después del alumbramiento, a la familia que lo apropió. Carlos supo su verdadera identidad en 1995, a los 17 años, pero recién “una década después” comenzó a entablar un vínculo con su familia biológica, que lo buscó y esperó en Uruguay hasta que estuviera listo para el encuentro.Una de ellas fue René Pallares, su abuela paterna también de Uruguay.

Carlos aseguró que “desconocía por completo” su origen aquel día de junio de 1995 cuando el entonces juez de San Isidro Roberto Marquevich se lo dijo “sin anestesia”. “Entonces inició un tiempo de mucha paciencia por parte de mi familia biológica que había esperado tanto tiempo para encontrarme” y que tuvo que esperar unos años más para vincularse. Hoy, ante el TOF número 1 de La Plata, aseguró que tienen “una muy buena relación, fantástica” con todes elles al otro lado del charco.

Yolanda Casco y Julio D’Elía se exiliaron en Buenos Aires en 1974. “Mi papá quería terminar su carrera (Economía)”, indicó D’Elía y en Uruguay no podía porque la dictadura había clausurado las universidades. Fueron secuestrados la madrugada del 22 de diciembre de 1977 en su domicilio, un departamento en San Fernando, al norte del conurbano. Su mamá cursaba un embarazo de 8 meses. Los padres de Julio llegaron la mañana de aquel día a Buenos Aires: “Venían a pasar la fiestas y a esperar mi nacimiento”, reconstruyó Carlos. Tenían llave de la casa de la pareja, pero cuando llegaron “fueron recibidos por personas fuertemente armadas, identificadas con un brazalete, algunos con tonada uruguaya, mis padres ya no estaban”, continuó. Los abuelos fueron retenidos todo el día allí, en ese departamento “saqueado”, y obligados a regresar a Uruguay bajo amenaza de muerte. Lo hicieron, pero volvieron a Buenos Aires a los días para buscar a Julio, a Yolanda y también al bebé. “Recorrieron juzgados, embajadas, oficinas de organismos internacionales”, aclaró el nieto restituido.

Años después y por testimonios de sobrevivientes años pudieron reconstruir el recorrido de tortura y exterminio al que fue sometido el matrimonio, integrante del grupo de militantes uruguayos del GAU que cayeron ese día, entre les que había tres mujeres embarazadas: “Son llevados a una comisaría a la vuelta de donde vivían, luego al Centro de Operaciones Tácticas número 1 de Martínez. Luego al Pozo de Banfield y al Pozo de Quilmes, donde eran torturados. Mi mamá me dio a luz en Banfield”, contó Carlos. Su partida de nacimiento la firmó el represor de la Policía bonaerense Jorge Antonio Bergés, que además de presenciar los partos de las cautivas en el circuito Camps también participaba de torturas. Carlos intentó hablar con Bergés, pero no fue recibido. En Banfield también nació la hija de Aída Sanz y la hija de María Asunción Artigas. Carmen y María Victoria también fueron apropiadas y, años después restituidas.

“Qué hicieron con ellos”

No es la primera vez que Paula Logares declara como testigo en un juicio de lesa humanidad. Lo hizo en el que se llevó a cabo por los crímenes que sucedieron en el centro clandestino que funcionó en la Brigada de Investigaciones de San Justo, porque allí la llevaron cuando era una niña de casi dos años junto a su papá Claudio Logares y su mamá Mónica Grinspon tras haberlos secuestrado en Montevideo, Uruguay.

A Paula la apropió el subcomisario de esa brigada, Rubén Lavallen, que la crió unos años rodeada de violencia junto a su esposa, Raquel Mendiondo. Su abuela, Elsa Pavón, que la oyó en la sala el martes, buscó incansablemente a la pareja y a la niña que los apropiadores llamaron Paula, hasta que la encontró: fue la primera nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo tras la aplicación de estudios genéticos.

Su relato del martes ante el TOF número 1 de La Plata es apresurado, acongojado e impactante: “Mónica y Claudio estudiaron juntos Agronomía en la UBA, militaban juntos, formaron pareja, formaron familia. Yo nací (el 10 de junio de 1976) en provincia de Buenos Aires, vivíamos en Haedo, (debido al terrorismo de Estado) tuvieron que renunciar a sus trabajos y nos fuimos a vivir a Uruguay”, resumió la joven que aclaró que tras ese viaje sus padres “dejaron de militar, cortaron todo vínculo” militante y se establecieron en Montevideo, donde “los dos trabajaban en blanco, con sus nombres reales, formaban parte de la sociedad uruguaya, tenían proyectos de vida”. Fueron secuestrados el 18 de mayo de 1978 en el Parque Rodó de la capital oriental.

Aclaró la nieta que ella sabe que estuvo encapuchada como sus padres porque de chica “no me gustaba lo oscuro, no tener noción del espacio”. Los traen a San Justo, de donde ella tiene recuerdos que le “cuestan un poco, son recuerdos difíciles de acceder por una cuestión de autoprotección”. Por relatos de sobrevivientes y mucho tiempo después, se supo que Mónica y Claudio estuvieron, también, en el Pozo de Banfield, lugar que Paula quiso conocer hace algunos años. “Entré al lugar, lo vi y puedo reconocer como era y cómo funcionaba su fachada, digamos. Es posible que me hayan llevado ahí siendo niña”, aseguró durante su testimonio en el que confirmó que los crímenes de los que sus padres y ella fueron víctimas siguen teniendo “efectos y repercusiones”. “No sabemos nada más de ellos, sabemos que llegaron hasta ahí. Es algo pendiente, es algo abierto. Hay gente que está viva y que sí lo sabe. Y están siendo juzgados en este tribunal”, concluyó.

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