El día del cocodrilo
Por Rafael Mandressi
“La tortura es siempre repudiable y repugnante. Un mal en sí – per se – fuere quien fuere el que la sufra; fuere quien fuere el que la ejecute”. Esto escribía Carlos Quijano en su editorial del semanario Marcha el 27 de octubre de 1972. En ese editorial, titulado “Confusiones peligrosas”, Quijano alertaba no solo sobre lo que estaba pasando en el Uruguay de entonces, sino sobre lo que podía venir: “el cocodrilo apenas ha desayunado y […] mantiene las fauces abiertas y abierto el apetito”. La advertencia de Quijano, como sabemos, fue lúcida, pero en vano: una vez que le abrieron la jaula, el saurio anduvo suelto durante años, con el apetito intacto y las fauces chorreando sangre.
En Uruguay, desde 1975, el cocodrilo tiene su día. Es el 14 de abril. Hace ya más de una década que no hay conmemoración oficial, pero cada año, llegada la fecha, los cocodrilos salen del pantanal donde retozan y se juntan. Son cada vez menos, porque los cocodrilos también mueren. Están viejos, retirados, y quizá varios de ellos hayan perdido algunos de sus trescientos dientes; sin embargo, atrapada entre los que aún les quedan, puede verse todavía carne de otros tiempos.
Como buen reptil, el cocodrilo tiene un cerebro pequeño, aunque a estos cocodrilos uruguayos les alcance para hablar. Y hablan, contaminando el aire con palabras sucias. El cocodrilo no sabe lo que es la vergüenza, de manera que no se le mueve una escama cuando afirma, como hace tres días, que en Uruguay no hubo tortura durante aquellos años en que devoraba gente a mansalva. Al parecer, lo hacía con delicadeza, ya que, extremando el esfuerzo para ensanchar su vocabulario, el cocodrilo ensaya una disquisición semántica: pudo haber “excesos”, tal vez “apremios físicos”, pero a no exagerar, caramba, ni confundir “apremio físico” con tortura. A lo sumo se habrá pegado algún sopapo, un susto como los que se dan para cortar el hipo, pero siempre con la sana intención de “ablandar” a un detenido para que hablara.
Cualquiera diría que el cocodrilo, viejo ya, tiene problemas de memoria: no sabe, no vio, no estuvo, no recuerda. Pero uno, quién sabe por qué, no le cree. Será porque el cocodrilo tiene antecedentes: se cansó de decir que en Uruguay no había habido desaparecidos, hasta que aparecieron los restos de algunos de ellos. También acumuló las falsedades sobre la muerte de Julio Castro, hasta que en 2011 se supo que había sido asesinado de un tiro en la cabeza. Más que desmemoriado, el cocodrilo en realidad es cobarde, no asume sus responsabilidades criminales y cultiva el silencio, salvo cuando se trata de descalificar a una jueza por haber procesado “infamemente”, según dijo este 14 de abril, a uno de sus conmilitones, acusado de complicidad en torturas.
Los cocodrilos se reúnen para eructar todos juntos, para seguir repitiendo indecencias, para faltarle el respeto a la condición humana, para persistir en la exhibición de la deshonra que llevan pegada al cuero, para manchar el dolor ajeno con su baba espesa y fría. Esos cocodrilos saben que la mayoría de ellos han muerto o morirán impunes, pero tal parece que escapar a la cárcel no les basta; quisieran además eludir la ignominia. Para ello, no dudan en tomarnos por estúpidos, clamando, como si pudiese dárseles crédito, que no hubo tortura sino meros “excesos” a la hora de “apremiar”, y que son víctimas de una “venganza”.
Eso hubo que escuchar el viernes pasado, otra vez. Otra vez la lengua del cocodrilo lamiendo la fruta podrida de sus mentiras, otra vez el tren fantasma que sale a dar una vuelta, con su carga de amargura y espantos. Una vez más, patético y decrépito, el cocodrilo saca la cabeza del lodazal para abusar de nuestra paciencia. Triste animal.
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Sobre el autor Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.