En medio de documentos y archivos…

brecha

SAMUEL BLIXEN

Agua roja que me brota

El cruzamiento de datos desparramados en la documentación incautada en archivos militares y policiales permite avanzar en el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura, como lo revela el conjunto de información sobre la “Momia”, “Óscar 4”, un oficial de Policía implicado en la desaparición de Julio Escudero y el asesinato de Álvaro Balbi, y cuya involuntaria confesión aparece en documentos de la inteligencia militar.

balbi

Esta obra de teatro es un acto de venganza contra Alem Castro, o Alen Castro, o Abayubá Centeno, o Abayubá Sentena de Alencastro, o la ‘Momia’, u Óscar 4. Conserven las generaciones futuras el peor recuerdo de su persona y de todos los que lo acompañaron en las tareas del miedo y la censura.” Insólita dedicatoria para la obra El tipo que vino a la función, con la que su autora, Raquel Diana, ganó el premio Juan Carlos Onetti 2014.

De la confusión sobre el nombre de aquel censor que, al promediar la dictadura, expandía su vigilancia policial sobre la cultura montevideana –y sobre las religiones– sólo sobrevive una certeza: el apodo, la “Momia”, el oficial de la inteligencia policial cuya presencia alta, delgada, amenazante, era conocida en el teatro El Galpón y en los calabozos de la calle Maldonado, donde interrogaba; en Cinemateca y en los galpones del Servicio de Material y Armamento, donde torturaba en el centro de detención “300 Carlos”; en las oficinas de la Iglesia Metodista de la calle Constituyente y en la Escuela de Inteligencia donde impartía cursos sobre marxismo y sobre palestinos.

De la Momia –apodo de barrio por alguna semejanza con el personaje de Titanes en el ring– se sabe lo suficiente como para afirmar que fue torturador, que participó por lo menos en una desa­parición y un asesinato, que fue agente a sueldo de la Cia y de la inteligencia militar. Su apellido es Sentena de Alencastro Severo. Si su nombre de pila es Adolfo, entonces la Momia falleció en marzo de 2015; por el contrario, si su nombre es Abayubá, entonces, a los 82 años, puede ser ubicado en Brandon, Florida, Estados Unidos, donde reside con su familia.

Alem Castro (como es nombrado en la mayoría de los documentos), fue primero un diligente y prometedor policía, tanto que fue bendecido con un curso en la Escuela de las Américas; después fue una especie de niño mimado del célebre inspector Víctor Castiglioni, jefe de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (Dnii); y finalmente integrante de un grupo de policías y militares que, bajo el paraguas de la lucha contra la sedición, cobró la autonomía suficiente como para no rendir cuentas de sus atropellos, sus crímenes y sus actos de corrupción que propiciaba aquella autonomía.

Si este relato se centra en la figura de la Momia es porque él, Alem Castro, se autoincrimina como autor de asesinatos, según la transcripción de una conversación con un oficial de inteligencia militar reproducida en uno de los documentos existentes en el denominado “archivo Berrutti” de la Dirección General de Información de Defensa. Pero sus conversaciones con el oficial de enlace en la inteligencia militar permiten identificar al grupo selecto que integraban, entre otros, los oficiales de la Dnii Javier Ledesma (“Condorito”) y Carlos Ramírez (el “Facho”), los comisarios Telechea y Panizzolo, el inspector Costa Rocha y el “asimilado” Jorge Gundel­zoph (“Pancho”).

CENSURAS…

Sentena de Alencastro desplegó una agitada actividad al comienzo de la dictadura. Desde el Departamento 2 de la Dnii participaba en las tareas de censura de periódicos e informativos radiales, pero se destacaba en la labor de detectar amagos de subversión en letras de murgas, representaciones teatrales, oficios religiosos o reuniones de catequesis. Como “coordinador” fue responsable de algunas censuras antológicas: la prohibición de cantar en vivo en forma permanente para Eduardo Darnauchans y la prohibición de temas como “Agua”, de Fernando Cabrera, que se sumaba a “Milonga de pelo largo”, de Dino, y “A desalambrar”, de Daniel Viglietti.

Su incursión en la censura religiosa anotó otros récords: el jesuita Luis Pérez Aguirre fue interrogado en varias oportunidades por Alem Castro, desde los tiempos en que “Perico” fue rector de la Casa de los Jesuitas y designado para impulsar el Movimiento Castores, previo al hogar La Huella. La Momia, que era considerado “el tira dedicado a la Iglesia”, llegó a amenazar directamente a Pérez Aguirre después de una homilía celebrada en la Catedral de Montevideo en el aniversario de la muerte de monseñor Romero en El Salvador, que molestó particularmente a los dictadores. Con la Iglesia Metodista Alem Castro mantuvo una conducta similar, con las detenciones y deportaciones de pastores, o los interrogatorios a las pastoras Araceli Ezzatti e Ida Vence.

La Momia decidió la deportación a Chile de Miguel Castro Grinberg, de Cine Universitario, simultáneamente con la intervención de esa institución; tenía autoridad para determinar qué película era subversiva o no; y, por supuesto, ordenó el secuestro de una edición de una filmografía del cine uruguayo, porque incluía referencias a las películas de Mario Handler. Walter Reyno y José Germán Araújo competían por quién había sido el más citado e interrogado en Jefatura por el “coordinador de Cultura” Alem Castro.

Pese a su celo, el Teatro Circular logró gambetear a la censura y estrenar El herrero y la muerte, de Jorge Curi y Mercedes Rein; y Cinemateca exhibir Mataron a Venancio Flores, de Juan Carlos Rodríguez Castro, ambas obras meritorias de ser galardonadas como subversivas. Según contó Manuel Martínez Carril, la Momia optó por no clausurar Cinemateca después de que le informaron que, si la cerraba, saldrían telegramas en código anunciando que “murió la abuela”, con lo que se generaría en el exterior un escándalo similar al que la dictadura debió soportar tras la clausura de El Galpón.

La Momia fue incapaz de consagrarse como censor en dos episodios registrados por Rubén Olivera: la difusión de los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas (primer acto del golpe, en febrero de 1973) con ambientación sonora de “A don José” cantada por Los Olimareños; y el del coronel que en 1975, al inaugurar un puente en Paysandú, recordó que “‘el Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja’, como dijo el poeta de la patria”, aludiendo a Aníbal Zampayo, por entonces preso en el penal de Libertad. Pero ese costado de la Momia encubría otro más aterrador.

… Y TORTURAS.

En 1975 el “profesor Alem Castro” estaba instalado en el despacho del director de Librería Horizonte, en la calle Tristán Narvaja, después de que dicha librería fuera clausurada y su local incautado, como había ocurrido con otras propiedades del Partido Comunista (Pcu) tras su ilegalización. Para entonces la Momia había devenido en “Óscar 4”, nombre y número con el que se identificaba a los miembros del Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (Ocoa).

A mediados de ese año el Departamento 2 de la Dnii participó activamente en la ola de detenciones y allanamientos contra militantes del Pcu. Junto con el entonces subcomisario Eduardo Telechea, la Momia allanó, el 29 de julio de aquel año, una vivienda de la calle Canstatt, donde se realizaba una reunión de la dirección del Regional 3 del Pcu. Los ocho detenidos fueron trasladados al Departamento 2 de la Dnii y horas después al cuartel del Regimiento de Coraceros, donde funcionaba, en las caballerizas, un centro de detención. Allí fueron salvajemente torturados, a la intemperie. Veinticuatro horas después, siete de los ocho detenidos fueron devueltos al Departamento 2; al principio, encapuchados, no advirtieron que faltaba uno de ellos.

El 31 de julio los familiares de Álvaro Balbi, uno de los detenidos, fueron informados que el militante y músico de 31 años había muerto por “insuficiencia cardiopulmonar aguda”, según el médico militar José Alejandro Mautone. Alem Castro y Telechea concurrieron al domicilio de Balbi para informar de la muerte a su esposa, Lile Caruso, debido a “un ataque de asma”. Lile Caruso objetó que su marido no sufría de asma. “Fue un accidente”, dijo Telechea. Una autopsia posterior determinó que Balbi presentaba “hundimiento de tórax, órganos genitales calcinados, rotura de hígado, fractura de pierna izquierda y fractura de cráneo”, pruebas irrefutables de las torturas a que fue sometido y que el médico Mautone encubrió al firmar el certificado de defunción; uno, quizás el primero, de una larga lista.

Adscripto al Ocoa, la Momia fue parte activa de los equipos de las Fuerzas Conjuntas que desplegaron, a partir de noviembre de 1975, la ola de allanamientos y detenciones conocida como Operación Morgan, una vez procesado el fichero de afiliados del Pcu, incautado durante la detención de Rodney Arismendi. Numerosos detenidos coincidieron en que la Momia era parte de los equipos de interrogadores que torturaban sistemáticamente en el 300 Carlos, a los fondos del 13 de Infantería, en Avenida de las Instrucciones.

Isidro Berón, militante comunista, fue torturado durante más de 40 días en el “Infierno Grande” por la Momia, que parecía tener cierta responsabilidad en los interrogatorios (“una vez por semana se reunía con Gavazzo”). Detenido el 10 de noviembre de 1976, un mes más tarde, mientras la Momia lo interrogaba, Berón identificó la voz de Julio Escudero, bancario, dirigente de Aebu, secretario del Regional 1 del Pcu, que estaba siendo torturado junto con una mujer. Berón había visto a Escudero en un ómnibus el 29 de octubre, el último día en que éste se comunicó por teléfono con su esposa, como lo hacía sistemáticamente desde que había pasado a la clandestinidad, siete meses antes. La Momia, testimonió Beron, pidió que cuidaran al detenido, porque quería participar del interrogatorio a Escudero. Voces que después fueron identificadas como las del mayor Victorino Vázquez y el capitán Jorge Silveira insistían en saber qué significaba la norma “uno por cinco” en la estructura organizativa del partido.

Fue después de la incorporación de la Momia a los interrogatorios que, según el testimonio de J R –una mujer que era torturada por el mayor Vázquez–, el “Pajarito” Silveira arrojó sobre la mesa una cédula de identidad que la detenida pudo ver por debajo de su capucha y que correspondía a Escudero. “Este se fue al cielo”, comentó Silveira, y en ese momento la detenida fue sacada del lugar, mientras se producía un gran alboroto entre los soldados.

AGENTE TRIPLE.

En el último tramo de la dictadura Alem Castro pasó a desempeñarse en la Sección Análisis, del Departamento 3 de la Dnii. Por entonces comenzó a recibir un “sobresueldo” de 250 dólares mensuales de los miembros de la Cia que mantenían estrechos contactos en Jefatura. A cambio de esos dólares informaba a la Cia sobre las investigaciones a que estaba sometido el Pcu, aunque también informaba de los controles sobre la colectividad palestina, y las relaciones de grupos políticos con la derecha peronista. La Cia le encomendaba operaciones de infiltración en el Pcu, que eran autorizadas por sus superiores.

Por esas fechas, también, comenzó a recibir otro sobresueldo del Servicio de Información de Defensa. La relación con la inteligencia militar, el Servicio de Información de las Fuerzas Armadas (Siffaa) y la Dirección General de Información de Defensa (Dgid), a juzgar por la documentación existente en el “archivo Berrutti”, fue más estable que con la Cia. Debido a lo que calificó de “zancadillas” de sus compañeros de la Dnii, que también recibían sobresueldos, Alem Castro vio mermados sus ingresos y debió aceptar un trabajo de portero en la planta frigorífica de la empresa Moro.

En sus conversaciones con sus enlaces militares, Alem Castro explicó que había sido puesto a prueba por el “residente” de la Cia en la Policía, el oficial Carlos Ramírez, el Facho. Según confió a “Diego”, a “Guillermo” y a “Germán”, alias de los oficiales de inteligencia, Ramírez le pidió que se hiciera cargo de la distribución de los sobres con dinero que la Cia repartía en Jefatura y en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La Momia cumplió el encargo pero se cuidó de registrar los nombres de todos los funcionarios a sueldo de la Cia (“yo tuve el bolsito con los 37 sobres”). Cuando pretendieron acusarlo de mantener una relación de captación con un militante del Pcu que podía ser un potencial doble agente para infiltrar a la Policía, Alem Castro le advirtió al Facho Ramírez que tenía registrado y guardado todo lo referente a los sobres de la embajada. Y que no temía represalias, porque él conocía todos los trapos sucios de la Dnii: “Yo sé cosas serias, muy graves”.

CONFESIONES.

El incidente (revelador del grado de descomposición de la inteligencia policial, tanto que el enlace “Diego” llegó a comentar que, como militar del arma de Ingenieros, la solución era “agarrar cuatro o cinco TD 20, los bulldozers de pala, y tirar abajo toda la Dirección”) degeneró en una discusión entre Alem Castro y el “residente” Ramírez por la maniobra de la Cia de inculparlo en el episodio del doble agente. En la discusión, Alem Castro le dijo al Facho: “¿Qué me tienen que probar? Yo no maté gente por satisfacción propia. Y a vos te consta, porque salimos juntos enterrando gente, ¿o no?”. Y Carlos Ramírez admitió: “Sí, pero eso fue una cagada”. La Momia lanzó entonces la amenaza: “Y, bueno, si vos te olvidaste, yo no me olvido”.

El informe del enlace a sus superiores militares respecto de la conversación con el Facho Ramírez incluía un párrafo sobre la entrega de las fotografías de pintadas a la entrada de un supermercado en la avenida Millán que denunciaban su responsabilidad en desapariciones y torturas. Alem Castro explicó que tenía una causa abierta en la justicia pero esperaba que, si triunfaba el voto amarillo en el plebiscito por la ley de caducidad, y la causa se archivaba, vendería el apartamento y se iría a Estados Unidos.

La causa, referida al asesinato de Álvaro Balbi, fue efectivamente archivada, pero después fue reabierta. En esta instancia, la esposa de Balbi, Lille Caruso, solicitó al juez actuante que investigara a Adolfo Sentena de Alencastro, en la sospecha de que podía ser la Momia, el oficial que junto con Telechea detuvo a su compañero. El pedido sufrió varios retrasos, y según manifestó Lille Caruso, cuando en 2015 finalmente se ordenó la citación al juzgado, Adolfo Sentena hacía ya unas semanas que había sido enterrado en el panteón policial del Cementerio del Norte.

De hecho, la causa de Álvaro Balbi volvió a un nuevo impasse, pero la documentación de la inteligencia militar que obtuvo Brecha abre nuevos campos de investigación, en la medida que, tanto Alem Castro como Carlos Ramírez aparecen, en documentos oficiales, confesando asesinatos y enterramientos clandestinos. Todos los funcionarios policiales y militares mencionados en los partes de inteligencia pueden, eventualmente, ser interrogados en sede judicial para determinar las responsabilidades en los asesinatos de Balbi y de Julio Escudero, posteriormente desaparecido, aunque la confesión de la Momia sugiere más crímenes de los que eran conocedores el Condorito Ledesma, el comisario Panizzolo y el ex director Costa Rocha.

El cruzamiento de todos los datos referidos a Alem Castro revela, incidentalmente, que un manejo sistemático de la información incautada hasta ahora permitiría avanzar en las investigaciones, siempre que haya voluntad de hacerlo y pese al silencio de los criminales involucrados en esos crímenes.

 

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