Espacio y tiempo

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Mariana Abreu

Ese agujero 

Una muestra del argentino Gustavo Germano en la que los familiares de desaparecidos ponen el cuerpo ante la cámara y denuncian un espacio que debería estar ocupado.

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—Algo me habías mostrado en la cámara aquel día… estoy como enojada

.—Y sí, no salías de ese gesto.

—Era el sol, un poco.

—El sol también.

Victoria vuelve a contemplar la foto. La misma que le enseñó el fotógrafo después de atraparlas, a ella y a su madre, en la pantallita de su cámara un día caluroso del último diciembre. Esta vez la imagen ocupa la mitad de la pared de una de las salas del Centro de Fotografía (Cdf) y se encuentra casi pegada a otra que está agrietada por el tiempo. En la antigua foto, una Victoria pequeñita, dueña del pañal que se adivina en segundo plano secándose en la cuerda, mira directo al lente. La rodean su mamá, que la tiene en brazos, y su papá. En la fotografía de al lado, tomada 41 años después, madre e hija recrean aquel instante. Dos mujeres en la azotea se plantan frente a la cámara, y en el lugar del padre sonriente, el llano vacío.La foto del álbum familiar en diálogo con una más reciente que recrea la de antaño y evidencia la falta del desaparecido es la fórmula que se repite, en distintas variantes, durante el recorrido propuesto por el fotógrafo entrerriano Gustavo Germano. También forman parte de la muestra –que podrá visitarse hasta el 26 de agosto– un video del tras bambalinas y un folleto que reúne algunas líneas sobre las biografías de aquellos que el terrorismo de Estado arrancó de las fotografías.

Observados por las caras sigilosas que parecen salirse de las paredes, fotografiada y fotógrafo conversan sobre la obra:

—La foto vieja estaba en una caja en la casa de mi abuela, ella la había tenido debajo del vidrio de la mesita de luz, por eso tiene esas manchas de humedad. Y en esa caja encontré otras de él, con sus hermanos, solo, en bicicleta. Pero nosotros queríamos que se recreara ésta, porque es la única foto de familia.

—Es la única en la que estás vos con tu padre.

—Hay otra, de ese mismo momento, él me está alzando, se ven las manos nomás, son las únicas dos fotos.“Antes las fotos eran más especiales, no como hoy que hay celulares e Internet”, dice Victoria.

Atesorado en la casa de la abuela, el único registro de Ruben Prieto junto a su hija y su compañera fue tomado en Buenos Aires, donde permanecía exiliado. Aquella primavera de 1975, la hermana y la madre de Ruben viajaron a conocer a la bebé y a visitar a la pareja, poco antes de que el hombre fuera secuestrado y desaparecido. Entonces tenía 26 años.Recrear la vieja fotografía le provocó a su hija sentimientos encontrados: “Por un lado, me parece buenísimo poder hacerlo, pero por otro, te vuelve como ese enojo, esa tristeza… El gesto con el ceño fruncido, que como dice Gustavo era el único que me salía, es como una forma de denuncia”.

“Un poco lo que intenta Ausencias es mostrar los años en que ellos, las víctimas de la represión ilegal, no pudieron vivir su propia vida. Y también todo el tiempo que su universo afectivo no pudo disfrutarlos. Mi hermano desapareció a los 18 años en Rosario y yo me acuerdo que tiempo después pensaba ‘no lo voy a ver envejecer nunca’”, dice Germano, que comparte con los retratados la condición de familiar de desaparecido.Probablemente la motivación nacida en las entrañas del fotógrafo contribuya a que haya elaborado un “concepto simple que logró mover por todo el planeta”, y que llega con eficacia al fondo del problema que se plantea, dice Gabriel Gatti, hijo y hermano de desaparecidos, a la vez que sociólogo abocado a los temas de derechos humanos. Sus palabras aluden a las ediciones anteriores de Ausencias –argentina y brasileña– y a los trabajos de Germano en España sobre el exilio republicano y la apropiación de bebés durante la dictadura franquista.En un artículo reciente1 Gatti escribe: “Germano ha sabido traducir a imágenes sencillas, a enunciados directos el problema grueso de algunos sufrimientos mayúsculos. (…) Diría, si no estuviese prohibido por el rigor, que detecta lo esencial”, aquello a lo que “¡ay!, la sociología, mi biblioteca, mi lenguaje, no siempre llegan”.En contraposición a lo que suele ocurrir en otras exposiciones, en la sala no hay textos que acompañen las fotografías. La vista no puede distraerse, no hay posibilidad de escapar a lo que el autor quiere que se vea. “La ausencia –sostiene él mismo– no pretende ser explicada, sino comprendida, es algo distinto. Se apela a la emoción, que es lo que conduce a la empatía. En general, los compromisos que uno asume a partir de la emoción son mucho más difíciles de desarmar, de olvidar, de dejar apartados”.Continúa la pluma del sociólogo: “Mira una (foto), vas a aguantarlo. Mira dos, te va a preocupar. Mira tres, notarás la singular materialidad de la de-saparición: es un vacío, una falta, una ausencia que se toca. La serie completa produce un efecto terriblemente perturbador, el de descubrir que el vacío, que ese vacío, está lleno”.

El rostro aislado, en una foto carnet o recortado de una fotografía de mayor tamaño, ha sido, en las últimas décadas, la forma de representar a las víctimas de la desaparición forzada más utilizada por las organizaciones sociales de la región. Tuvieron que ver en ello las Madres de Plaza Mayo al comienzo de la más reciente dictadura argentina. Las imágenes de los hijos, afirma la historiadora Magdalena Broquetas,2 no sólo buscaban aportar información fisonómica a la búsqueda, sino constituirse como antítesis de la ausencia. Con el paso de los años, estos primeros planos se convirtieron en símbolos.“El cartel que utilizábamos al principio en la marcha del 20 de mayo era una foto carnet que mi padre se había sacado cuando estaba con una identidad falsa en Buenos Aires, después la cambiamos por otra en la que tenía un gesto distinto. Porque las fotos carnet son muy impersonales”, dice Victoria. Lo mismo esgrimió Luna, su hija, al ser entrevistada por Brecha meses atrás junto a otros nietos de desaparecidos.3 En esa ocasión, el semanario pidió a los jóvenes que compartieran fotografías de sus abuelos. La muchacha eligió una del diario La Mañana, que muestra a Ruben Prieto en una manifestación reprimida por la policía.“Una de las cosas que ponía en una investigación (la escritora) Ana Longoni era la paradoja de utilizar la fotografía con la que el Estado identificó a una persona, para reclamarle a ese mismo Estado su falta. La foto de pancarta tiene fuerza y es un lenguaje de codificación universal. Ausencias es conceptualmente diferente, da un pequeño paso hacia atrás en la vida del desaparecido y abre el zoom para incorporar a los que están alrededor”, explica Germano. Un antecedente en esta dirección fue Álbum de Familia, en 2004, un proyecto del Cdf y la Facultad de Humanidades en articulación con Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. Consistía en una serie de fotografías de la vida de los desaparecidos antes de que se convirtieran, precisamente, en desaparecidos. Incluía registros de las ocasiones dignas de ser recordadas: cumpleaños, casamientos, paseos familiares, bautismos o reuniones entre amigos; y, también, retazos de días cualquiera.A diferencia de los protagonistas de las pancartas, los de las fotos domésticas no se perciben –sólo– militantes, víctimas o gente admirable, sino –también– personas comunes y corrientes. “Para bien o para mal, alguien que no tenga vinculación con el tema puede poner a los desaparecidos en una situación lejana”, dice Germano.En esta propuesta las imágenes salen del vidrio de la mesa de luz, del álbum familiar y las cajas de cartón para, en cierto modo, pasar a pertenecer a todos. Ana Pereda, otra de los familiares retratados en Ausencias, lo resume bien: “Memorias chiquitas para formar la memoria colectiva”.

Ana Pereda y Elena Bicera tenían pistas de cómo se vería la imagen que les tomó Germano hace unos meses en casa de Ana. Sin embargo, enfrentarse al par de fotos gigantes colgado en la pared les dejó el corazón apretado.La que está en blanco y negro las congela en un instante del que ha pasado medio siglo. En un cumpleaños de 15, jovencitas, junto a su prima.No son muchas las fotografías de los años que vendrían después de aquel tiempo, un solo click podía costar la vida. “En los años de dictadura no te sacabas una foto con tus amigos, porque tus amigos eran los que militaban contigo. Si a alguno se lo llevaban los milicos, podían caer todos los que aparecieran con él en una foto”, cuenta Elena.A María de los Ángeles Corbo la llamaban Marisa. Probablemente haya bailado aquella noche, porque según recuerdan sus primas le encantaba hacerlo. Lo seguro es que a los 26 años dejó de bailar. A la sombra del plan Cóndor fue asesinada junto a otros cuatro jóvenes –uno de ellos, su pareja– en el tristemente célebre caso de los fusilados de Soca. Estaba embarazada de seis meses.

—Lo que conmueve de la muestra –piensa Elena– es que te hace ver que la persona tendría que estar en la foto 50 años después. Hace que te preguntes por qué no está, que te acuerdes de lo que pasó y que te respondas que no está por una injusticia inmensa.

—Y en la vida cotidiana también te lo preguntás –acota Ana–. En el Día de la Madre, en Navidad, cuando los primos estamos juntos. ¿Por qué no está Marisa? Nuestros hijos tienen la edad que tendría, más o menos, el hijo de ellos.“En algo estarían” o “por algo habrá sido” era una suerte de muletilla para justificar los crímenes del terrorismo de Estado, dicen ambas, “como una lápida que le ponían a cualquier diálogo”.

— ¿Y ahora? –inquiere la periodista.— Ahora el “algo habrán hecho” se mezcla con otra cosa. Ahora hay como una preferencia por pasar bien, comprarte lo que te gusta. Yo tengo una cantidad de amigas que me dicen “no sé cómo podés militar en ese ámbito (por los derechos humanos), porque es un bajón”. Hay un crecimiento abultadísimo del individualismo, pero creo que en el fondo también está eso de “para qué se metieron”.Aunque las primas se encuentran satisfechas con su participación en Ausencias, confiesan que el rato en que debieron reconstruir la antigua fotografía fue agotador. “Dos o tres horas, fotos, fotos y fotos –dicen–. Además, estábamos empeñadas en trasmitir que Marisa tendría que estar acá”.

  1. “Un paseo foto-sociológico por el mundo del desaparecido transnacional”, del libro Desapariciones, 2017.
  2. “Fotografía y desaparecidos”, en Segundas jornadas sobre fotografía.  La fotografía y sus usos sociales,  Ediciones del Cdf, 2007.
  3. “La tercera generación”, Brecha 19-VI-17. 

Detrás del lente

Gustavo Germano nació en la provincia argentina de Entre Ríos, en 1964. Su hermano Eduardo se convirtió en desaparecido a pocos meses de comenzar la dictadura en ese país, cuando tenía 18 años y Gustavo 12. Incursionó en la fotografía durante un viaje por América Latina y empezó a trabajar para medios gráficos de Entre Ríos y Buenos Aires en los noventa. También en estos años comenzó a exponer su arte, pero recién con la primera muestra de Ausencias –que se desarrolló entre 2006 y 2007 en Argentina– alcanzó un mayor reconocimiento en la región. En esa serie, él junto a sus otros dos hermanos recrearon la ausencia de Eduardo. En España, donde vive desde hace década y media, realizó el proyecto Distancias –en 2009–, sobre el exilio republicano español. Tres años más tarde presentó la edición brasileña de Ausencias, y en 2015 expuso Búsquedas, que aborda el robo de bebés durante la dictadura franquista y la recuperación de nietos de Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina. Para producir Ausencias en Uruguay contó con un equipo local y la colaboración de la Coordinadora de Apoyo a Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos.

 

 

 

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