EL GOLPE DE ESTADO Y LA HUELGA GENERAL DE 1973
Inevitable
A 44 años de la disolución del Parlamento que provocara desde la CNT la reacción preanunciada de “Huelga General”, para alguien que, como yo, fue de alguna manera protagonista de los hechos, resulta inevitable volver sobre ellos. Es lo atractivo de la Historia: ¡siempre estamos volviendo sobre ella!
Por Eduardo Platero
No soy el único; el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y la Huelga General con que comenzó una resistencia de 12 largos años, sigue presente y discutido. Yo trataré de evitar tanto el panegírico, cuanto su desvalorización. Y ceñirme a unos pocos temas de los muchos a partir de los cuales abordar el período.
El primer nudo de discusión es: ¿cuándo? Si bien la fecha “oficial” es el 27 de junio, no faltan quienes insisten en que el “golpe”, el verdadero golpe, fue el desconocimiento de la autoridad presidencial el 9 de febrero de ese año.
En general la insistencia en esa fecha tiene poco de formalismo institucional y mucho deseo de pasarle factura al movimiento sindical y, sobre todo, al Partido Comunista por no haber reaccionado en ese momento. Y por ciertos arrumacos que encontraron en “El Popular”, órgano de ese partido. Hacen pie, sobre todo, en “Febrero Amargo”, la valiente y descarnada denuncia que el Dr. Amílcar Vasconcellos hiciera entonces. La colección “Clásicos Artigas”, que muchas veces parece haberse extinguido, ha publicado o está por publicar la denuncia. Merece ser publicada y nos alegramos de ello. Por algo, delante de donde fue su casa hay una “Marca de la Memoria”. Vasconcellos fue una dura roca que no se doblegó. Pero tampoco pudo lograr que su partido compartiera su denuncia y su tajante corte. De una lado “los latorritos”, como los denominó, y del otro el orden institucional.
Tratando de golpear más atrás y a ambos partidos, muchos acusan al gobierno de Jorge Pacheco Areco como protagonista de un golpe por etapas. Primero la instauración de las Medidas Prontas de Seguridad en forma permanente; incluso ignorando un pronunciamiento de la Asamblea General que las levantó para que el Presidente las reimplantara de inmediato. Con la complicidad del sector del Partido Nacional liderado por el Martín Etchegoyen, que una noche, en una complicada jugada que aún no entiendo, prestó los votos para su levantamiento y los negó cuando Pacheco las reiteró de inmediato.
Hay material abundante para sostener la responsabilidad de Pacheco Areco. Su autoritarismo; la oficialización de la Doctrina de la Seguridad Nacional y del concepto de las “fronteras ideológicas”, que de alguna manera independizaban a las Fuerzas Armadas de sus deberes de obediencia a las autoridades nacionales para situarlas con una referencia más amplia: la “guerra sucia” que envolvía la lucha mundial por o contra el comunismo. La elección de Juan María Bordaberry, falangista ferviente, como su sucesor. El fraude que hizo posible su candidatura a la reelección, y demasiados rasgos para enumerarlos en un artículo. Pero él, Pacheco, llegó al término constitucional de su mandato y entregó el mando a su sucesor fraudulento pero electo y reconocido.
Hay que diferenciar entre lo que se puede establecer desde la historia, con el diario del lunes, diríamos, de aquello que se podía o no pensar o hacer en el momento mismo de los hechos.
Yo me inclino por señalar al 14 de abril del 72 como la peor de las agachadas. En medio del terror de ese día pasaron a jurisdicción militar no sólo la lucha antiguerrillera, en que ya la tenían, sino también el juzgamiento de todo lo que se les ocurriera a los militares. La “Ley de Estado de Guerra Interno” fue algo infame que permitió cubrir los asesinatos y las torturas, como infame fue el fallo de la Suprema Corte cuando por tres votos a dos negó que la ley era inconstitucional. Pero no fue, aún, “el golpe”.
Eduardo Platero
Si el 9 de febrero hubiésemos intentado resistir con la Huelga, no habríamos tenido tan masivo acatamiento. En realidad, la gente estaba en otra cosa y poco le importaba el Gral. Antonio Francese o quien fuera. Sí, creo que quien pensó la jugada fue el Presidente. Bordaberry. Quería y necesitaba provocar el golpe. Por convicción ideológica y por imposibilidad de gobernar con la endeble mayoría que le ofrecían los pachequistas y los “blancos baratos”. Su declaración final en el reportaje que publicara Alfonso Lessa me exime de probar su falangismo. Culpa de todo a “la Revolución”; y cuando Lessa le pregunta si se refiere a la Rusa él afirma que no: ¡fue la Francesa! Cierto: lo que quebró entonces fue el concepto de “Orden Natural”, desplazado por la confianza en la Razón.
La carnada fue el Ministro de Defensa Antonio Francese, del que sabía que no sería aceptado. La jugada le salió mejor de lo que esperaba ya que, en principio, únicamente quería un golpe pero, en medio del mismo, se encontró con que los golpistas no tenían más que ambición. Carecían de un conductor y de un rumbo aceptado por todos. Los unía la ambición y el temor de “quedarse afuera”; eso los cohesionaba. Bordaberry fue a Boiso Lanza y pactó no sólo su supervivencia, sino también su integración a la patota. Una patota sin rumbo, llena de ambición, con desconfianzas y recelos en su propio seno y hasta sorprendida por la forma en que se les allanaba el camino. Lo incluyeron y se les puso a la cabeza explotando sus contradicciones y confusiones.
Me recuerda el tango de Discepolín, que la vio que se venía, se venía y justo cuando vio que se caía ya “decúbito dorsal, se le prendió”.
Fue un proceso, y dentro de él se destaca el 27 de junio. Pero no nació, ni terminó, en esa fecha. Como tampoco la dictadura acabó precisamente el 1º de marzo de 1985, pero no podemos dejar de considerar esa fecha como un eje.
Nunca lograremos ponernos de acuerdo, ya que todos valoramos distinto las actitudes en cada momento, pero lo que no se puede discutir son los hechos: el 27 de junio se disolvió el Parlamento y se inició una huelga general que durante 15 días mantuvo paralizado al país.
Las preguntas a responder son muchas. Una de ellas es: ¿cómo, con tan solo siete años de creada, la CNT tuvo ese nivel de acatamiento? Otra: ¿para qué, qué se perseguía con una huelga que trataba de impedir un hecho consumado? Y por último: ¿cómo terminaron ambas partes ese choque?
Vayamos, entonces, a la primera: ¿únicamente siete años? Formalmente sí: la CNT, que no quiso llamarse central única pero en los hechos lo era, se había constituido recién en el año 66. Pero, la consigna de responder a un posible golpe de Estado con la huelga general se adoptó, a propuesta de Héctor Rodríguez, un año antes. Y quienes se estaban reuniendo llevaban años en la brega por la unidad. La Unidad de Acción llevaba ya años enseñando el camino. En el año 65 se develó un intento de golpe con epicentro en el cuartel de Treinta y Tres y ramificaciones que se vinculaban a golpistas civiles. El sistema político impuso un bajísimo perfil al asunto. Perfil bajo que aún perdura: se comentó poco, no se informó oficialmente, y la conjura trascendió más en forma oral que escrita. La decadencia del sistema político era tal que optaron por el silencio. Pero aquellos compañeros que estaban acordando lo que sería la CNT consideraron tan serio el peligro como para adoptar la consigna en forma unánime. Y no quedarse en declaraciones, sino pasar a discutir la consigna sindicato por sindicato. En las direcciones, en las asambleas y en las reuniones pequeñas, a nivel de base. Enfrentar un posible golpe de Estado se discutió, entonces, junto con la necesidad de formalizar la unidad. A medida que la lucha se endurecía y el peligro se volvía más tangible, se agregó: con ocupación de los lugares de trabajo.
Quiero dejar en claro que deliberadamente estoy dejando fuera tanto la progresiva asunción de la conducción del Estado por los sectores más vinculados al capital financiero, como también todo lo relativo a la guerrilla. Factores de enorme relevancia, pero que no puedo incluir en un artículo periodístico y que han sido estudiados y se siguen estudiando y valorando.
Mi tema es la Huelga General: la decisión de hacerla, su preparación y sus resultados. También dejo de lado su desarrollo. Es imposible narrar una epopeya. Lo que vivieron cada uno de los cien o doscientos mil huelguistas, sus familias, el entorno de las ocupaciones y los movimientos simultáneos en el tablero político.
Estaba en la adopción de la consigna y su progresiva discusión en todos los niveles. Los cultores de las explicaciones que todo lo atribuyen al entusiasmo espontáneo tendrán que explicar cómo, de la noche a la mañana, se ocuparon miles de centros de trabajo, se consiguieron elementos para cocinar, se establecieron guardias, enlaces, contactos y todo lo que implica ocupar tantos lugares durante tanto tiempo. Yo, por mi parte, aseguro que fue un prolijo trabajo de discusión y preparación. Tan profundo que, cuando hubo que hacer lo prometido, ninguno se sorprendió y todo resultó más fácil de lo que esperábamos.
Cierto, también, que el pachecato ayudo. De tanto soportar y resistir sus Medidas de Seguridad, habíamos aprendido mucho. Creo que en el momento no había nadie tan preparado para la resistencia como el movimiento sindical.
Una segunda cuestión es: ¿por qué resistir con la huelga un golpe ya consumado? Son varias las cuestiones a considerar. La primera es que en el 65, en la República Dominicana, el Coronel Francisco Caamaño había resistido al punto de que los yanquis tuvieron que meter su tropa para zanjar el asunto. Nadie podía asegurar en el 65 que todas las fuerzas armadas se pondrían unánimemente de un solo lado. Además, cuando esa esperanza ya había palidecido por el rumbo que iban tomando las cosas, la consigna en sí era un freno que dilató la concreción del golpe. Una cosa era llevarse por delante un sistema político ya corroído por su incapacidad que llegaba a la complicidad, y otra enfrentarse a un movimiento sindical que había dado pelea contra todas las Medidas de Seguridad.
En cuanto a su duración, era una cuestión de apreciar el estado de ánimo de los compañeros. Desde el punto de vista práctico, al no impedir el Golpe, habría sido lo mismo cinco, diez o quince días. Pero no desde el punto de vista moral. Los compañeros que estaban en la lucha tenían que entender y aceptar en sus corazones que ya no podríamos resistir mucho más y que era necesario preservar nuestra fuerza para proseguir por otros caminos.
De tal forma lo comprendieron que la huelga se prolongó únicamente en aquellos sectores que habían perdido el contacto y que tan pronto confirmaron la decisión de la CNT la acataron.
Queda para otra la historia de cómo salimos. A partir del “documento de las tres F” hubo quienes hablaron de derrota, entrega y traición. A partir de los hechos inmediatamente posteriores al levantamiento de la huelga yo lo desmiento. La CNT continuó la lucha con el pleno y consciente acatamiento de los compañeros.
Pero veremos ese asunto.