Murió el dictador Gregorio “Goyo” Álvarez

PARA LA HISTORIA

popup_2017_mvdcomm_100x500Ante la muerte del dictador Gregorio “Goyo” Álvarez

 

 

 

 

NO BASTA

 

Defensores de Derechos Humanos dicen que con muerte de Álvarez no se hace justicia

“Pensar que la biología sea la que determine la justicia sería una esperanza poco adecuada. Queremos que se agilicen los procesos de Justicia”.

Organizaciones civiles de defensa de los Derechos Humanos dijeron hoy a Efe que con la muerte del exdictador Gregorio Álvarez, presidente entre 1981 y 1985 y quien se encontraba hospitalizado desde hace varias semanas, “no se hace justicia”.

El coordinador del Observatorio Luz Ibarburu, Raúl Olivera, destacó a Efe que la muerte del exmilitar representa “una batalla contra el tiempo” de las personas que están siendo juzgadas por delitos violación de derechos humanos y que aun no han recibido una condena.

“La muerte es un acontecimiento esperable en los seres humanos. Lo que preocupa es que la muerte de los que están procesados tiene un significado distinto, porque durante el proceso judicial no se implica culpabilidad y se presume inocente”, expresó.

Añadió que Álvarez a pesar de tener una condena y procesos abiertos su muerte “no hace justicia”.

“Pensar que la biología sea la que determine la justicia sería una esperanza poco adecuada. Lo que queremos es que se agilicen los procesos de Justicia para que estos temas queden resueltos con la muerte de cada persona involucrada”, aseguró.

Por su parte, el representante de la Organización Madres y Familiares de Detenidos y Desaparecidos), Nilo Patiño, dijo a Efe que con la muerte de Gregorio Álvarez “Uruguay tiene un dictador menos”.

“Para nosotros no es un día de festejo, pero tampoco de duelo. La muerte de Álvarez representa el dolor y la desaparición de nuestros seres queridos a quienes seguimos buscando”, sentenció.

A su vez, resaltó que “el significado mayor” del fallecimiento del exdictador es “todo dolor que le causó al pueblo uruguayo”.

Para el integrante del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), Efrain Olivera, Álvarez fue “una figura lamentable”, aunque subrayó que a este personaje “es importante recordarlo” para que las dictaduras “no se repitan nunca más”.

“La esperanza que tenemos es que se den pasos adelante, no tenemos esperanza de que los militares que están juzgados vayan a hablar. Hay que aumentar los enjuiciamientos y acelerar los procesos e incluso iniciarlos en contra de quienes han presentado recursos”, aseveró a Efe.

Por otra parte, fuentes de la Institución Nacional de Derechos Humanos de Uruguay consultadas por Efe indicaron que sostendrán una reunión del Consejo Directivo para emitir una postura oficial en relación a este tema.

Gregorio Álvarez se encontraba condenado y en prisión como coautor de reiterados casos de homicidio ocurridos 1978.

A mediados de 2015 sufrió un accidente cerebrovascular y este mes un infarto de miocardio, debido al cual fue internado en el Hospital Militar, donde falleció hoy.

Tras haber perdido gran parte del apoyo de las Fuerzas Armadas para continuar con el régimen dictatorial, accedió a negociar un cronograma electoral que finalizó con las elecciones legislativas y presidenciales de noviembre de 1984 que ganó Julio María Sanguinetti.

 

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logo_carasLA HISTORIA DEL DICTADOR

 

¿Quién fue Gregorio Álvarez?

El dictador Gregorio “Goyo” Álvarez, quien falleció este miércoles en el Hospital Militar, fue una de las figuras clave de la dictadura cívico-militar.

Su nombre completó era Gregorio Conrado Alvarez Armelino. Era hijo del general Gregorio Alvarez Lezama, quien fuera edecán de Gabriel Terra. A los 20 años egresó de la Escuela Militar con el grado de alférez e ingresó al Ejército, donde tuvo una carrera ascendente. A los 39 años ya era coronel. De raíz colorada antibatllista, Álvarez era un hombre cercano al Partido Nacional.

El 1º de febrero de 1971 fue ascendido a general. En esa época, ya tenía una fuerte ascendencia entre sus pares. Tras la fuga de los tupamaros de la Cárcel de Punta Carretas, Álvarez fue designado como primer jefe del flamante Estado Mayor Conjunto (Esmaco) -un organismo que dependía en forma directa de la Junta de Comandantes en Jefe y que estaba a cargo de coordinar las operaciones internas-, y tuvo una participación importante en el golpe de Estado. Tras el golpe de Estado, Álvarez fue designado como secretario del Consejo de Seguridad Nacional (Cosena).

Con el tiempo se transformó en uno de los hombres más importantes de la dictadura. En 1974, asumió el mando de la poderosa División de Ejército IV con sede en Lavalleja. Cinco años después, pasó a retiro, pero Álvarez siguió manteniendo su poder.

En setiembre de 1981 asumió como presidente de la República, cargo que desempeñó hasta algunos días antes del retorno de la democracia. Sobre fines de febrero de 1985, Álvarez renunció a su cargo para no entregarle la banda presidencial al electo presidente Julio Maria Sanguinetti. En su lugar asumió el entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rafael Addiego Bruno, quien cumplió el rito protocolar.

Según el general Fernán Amado, en el libro La Primera Orden del periodista Álfonso Lessa, Álvarez era “un hombre de apariciones un poco fugaces del mando, acompañado siempre por una imagen de misterio, que se rodeaba de una coraza de hielo, un hombre frío, distante, por lo menos un hombre de pocas palabras, que llegado el momento tomaba una decisión rápida, porque era así, era de decisiones rápidas”.

En diciembre de 2007, más de veinte años después, el juez Luis Charles (hoy ministro de un Tribunal de Apelaciones) dispuso su procesamiento con prisión por el traslado clandestino de presos políticos en 1978. Álvarez fue finalmente condenado a 25 años de penitenciaria, como autor responsable de 37 delitos de “homicidio muy especialmente agravados”.

El juez Charles estableció la responsabilidad cupular de Álvarez en la configuración de la política de lucha contra la subversión. “Alvarez niega conocer el funcionamiento, ubicación en el organigrama militar y quien operaba en el establecimiento La Tablada, así como la existencia del OCOA, ignorando además la actividad de sus subordinados en la República Argentina y otros países del Cono Sur”.

No obstante, “por la jerarquía militar que desempeñaba y por integrar en el año 1978 la Junta de Comandantes en Jefe, en su carácter de mando, no podía desconocer la conducción de la política de gobierno en materia de lineamientos, coordinación y cooperación con otros gobiernos en la llamada ‘guerra contra la subversión’”, afirmó el magistrado. Actualmente, estaba en prisión por estos hechos.

Posteriormente fue procesado por la muerte en el Hospital Militar del integrante del MLN-Tupamaros, Roberto Luzardo, en junio de 1973. El juez Juan Carlos Fernández Lecchini consideró que Álvarez fue responsable de la omisión de asistencia del militante tupamaro en el nosocomio castrense; Luzardo era sindicado como participe del homicidio de su hermano, Artigas Álvarez. Sin embargo, un Tribunal de Apelaciones revocó la imputación y dispuso su sobreseimiento.

 

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logoladiariaNo se acabó la rabia

Murió ayer el dictador Gregorio Álvarez, más conocido por el apodo de Goyo. Tenía 91 años y cumplía una condena de 25 años de prisión, dictada en octubre de 2009, por el delito de homicidio especialmente agravado de 37 personas y un delito de lesa humanidad. Había sido procesado en diciembre de 2007, acusado de reiterados delitos de desaparición forzada y traslados clandestinos de detenidos.

La Fiscalía de Roma, en el marco del juicio que se realiza en Italia por la desaparición y muerte de ciudadanos italouruguayos a partir de la ejecución del Plan Cóndor, había pedido una condena de cadena perpetua para él y otros militares.

General del arma de Caballería y presidente de facto entre 1981 y 1985 (para evitar que le entregara el mando al presidente electo Julio María Sanguinetti el 1º de marzo, Álvarez le dejó el cargo el 12 de febrero al presidente de la Suprema Corte de Justicia, Rafael Addiego Bruno), estuvo preso en la cárcel de Domingo Arena hasta que, a mediados del año pasado, sufrió un accidente cerebro-vascular que le dejó un brazo inmovilizado y fue internado en el Hospital Militar.

Luego pidió prisión domiciliaria, y hace dos semanas sufrió un infarto y debió volver a ser internado, circunstancia que llevó a que algunos medios informaran que había muerto.

Antes de asumir como presidente de facto, fue jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, secretario permanente del Consejo de Seguridad Nacional y comandante en jefe del Ejército, hasta su pase a retiro en 1979.

Álvarez fue sepultado en el cementerio privado Parque Martinelli, acompañado por su familia y por militares retirados y en actividad.

Según consignaron varios medios, en el entierro de Álvarez se vieron autos con matrícula oficial. El presidente Tabaré Vázquez fue consultado sobre este tema en la inauguración de los Rondamomo 2017 y dijo que el gobierno no rindió ningún tipo de honra fúnebre al ex militar y que “no correspondía” la presencia de un automóvil con chapa oficial que fue identificado. “Se detectó un auto del Poder Ejecutivo y por el número de matrícula pertenece al jefe de la Casa Militar [general Alfredo Erramún], que concurrió a título personal; ni pidió permiso ni fue enviado por el Ejecutivo ni por Presidencia. Nosotros se lo preguntaremos al general Erramún”.

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Todos tus muertos

Jorge Menéndez (MDN) y Jorge Díaz (fiscal de Corte) se refirieron a muerte de Gregorio Álvarez

Jorge Menéndez recordó que, por la ley 18.023, no corresponden honores fúnebres. Jorge Díaz pidió “romper las barreras del silencio” en tema desaparecidos.

Jorge Menéndez, ministro de Defensa, recordó que, por la ley 18.023, quienes fueron presidentes de facto durante la última dictadura, no recibirán honores fúnebres. El secretario de Estado zanjó de esta manera una discusión sobre si correspondían o no honras de este tipo a Gregorio Álvarez, fallecido en la madrugada de este miércoles.

En declaraciones recogidas por Informativo Sarandí, Menéndez apuntó, además, que durante la presidencia de José Mujica, se conformó un Tribunal Militar de Honor para juzgar el comportamiento de Álvarez durante la dictadura. Ese tribunal se conformó en enero de 2014, pero no pudo actuar debido al estado de salud del ex dictador.

Jorge Díaz lamentó poco avance de investigaciones

Por su parte, Jorge Díaz, fiscal de Corte, lamentó que no haya avances en las investigaciones sobre delitos de lesa humanidad durante la dictadura. “Ojalá podamos romper las barreras del silencio”, comentó.

En palabras reproducidas por Informativo Sarandí, Díaz sostuvo que “la única reflexión” que le merece la muerte de Gregorio Álvarez es “verdad y justicia”.

“Ojalá podamos llevar tranquilidad a los familiares de las víctimas, (saber) qué fue lo que ocurrió”, reflexionó.

“Aspiro a trabajar desde el Estado para llevar adelante las investigaciones, que lamentablemente están trancadas”, dijo Díaz, que agregó que “no podemos estar nada satisfechos por el poco avance que han tenido”.

Montevideo Portal

 

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El olvido es la última tumba

Irma Leites sobre la muerte de Gregorio Álvarez: “La memoria no olvida. Y la muerte no lo redime”

Irma Leites dijo que Gregorio Álvarez “se lleva a la tumba una cantidad de datos”, y denunció que “hasta en la muerte” el Estado amparó al dictador.

Este miércoles se realizó el sepelio de Gregorio Álvarez, en un cementerio privado. La militante social Irma Leites concurrió hasta el portón de la necrópolis, con una pancarta que decía “Ni olvido ni perdón”.

En diálogo con Montevideo Portal, Leites dijo que “la impunidad continúa. No hay justicia de verdad en este país. Él [Álvarez] se lleva a su tumba una cantidad de datos que esperamos que haya dejado registrados en algún sitio”.

Irma Leites apuntó que “muchos compañeros siguen desaparecidos” y recordó que por estas fechas se cumplen años de la desaparición de muchos compatriotas en Argentina, “en el marco del Plan Cóndor”.

Además, denunció el apoyo de las Fuerzas Armadas y del Estado a Álvarez, hasta en sus últimos momentos. En el sepelio, dijo, “había cantidad de militares, autos del Poder Ejecutivo, autos del Ejército, cuando dijeron que no le iban a hacer ningún tipo de homenaje. Se le hizo una misa ahí adentro, y no le permitieron entrar a la prensa. Está claro que hasta la muerte lo siguen amparando”.

Leites se mostró poco esperanzada en cuanto a la resolución de casos de desaparición forzada durante la dictadura. “Cada uno tiene la expectativa que le parece, y en plural no puedo contestar nada. Yo no tengo ninguna expectativa desde el Estado ni de las Fuerzas Armadas. Ellos mantienen una omertá bien clara. A través de ellos no se va a resolver nada. Las investigaciones están absolutamente trancadas, hay un pacto de impunidad y de silencio, y a través de ese pacto, Álvarez se llevó mucha información a la tumba”. En ese sentido, dijo que “es posible” que haya archivos similares al encontrado en la casa del coronel Elmar Castiglioni.

Sobre la pancarta que portaba, Leites sostuvo que “no puede haber olvido, ni perdón, ni reconciliación. La memoria no olvida. Y la muerte no lo redime”.

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radiouruguay

Liliana Pertuy, una de las adolescentes torturadas en Treinta y Tres en 1975, afirmó que no la alegra la muerte de Gregorio Álvarez, “porque la muerte lo salva”.

“Siento que no hemos tenido justicia, él se va sin haber respondido por este caso también tan horrible en Treinta y Tres, porque teníamos 13, 14, 15…16 años”, dijo a Informe Nacional.

Álvarez está ligado a uno de los episodios de tortura en el interior del país más atroces de la dictadura. El 18 de abril de 1975, en la previa del desfile por la fecha patria, se llevó adelante una sesión de torturas a un grupo de adolescentes de la Unión de la Juventud Comunista en Treinta y Tres detenidos en el cuartel de dicha ciudad.

Ojalá que la historia lo juzgue y que las generaciones venideras sepan todo lo que hizo este ser, expresó Pertuy.

 

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Arbilla y El País alabaron condiciones del Goyo como gobernante

La llegada de Álvarez al poder motivó la alegría de algunos “defensores de la libertad”

Gregorio Conrado Álvarez asumió la presidencia de facto, convirtiéndose en el único militar en ocupar el cargo -los anteriores fueron civiles vinculados al Partido Nacional-, hecho que motivó felicitaciones y aplausos desde algunos sectores.

Entre quienes se congratularon por el Goyo estaba Danilo Arbilla, fundador del semanario liberal Búsqueda. Arbilla, quién había sido funcionario de la Dirección de Relaciones Públicas (Dinarp), verdadero ministerio de propaganda de la dictadura, escribió en el número 32, de 1981, de la desaparecida revista Hoy: “Es nuestra opinión que en el presidente Álvarez se conjugan excelentes condiciones ciudadanas y de soldado, a las que se suman las de un nato estratega y hábil negociador. Pero por sobre estas condiciones priman una profunda convicción de civismo y un acendrado amor a la Patria”. Así se expresaba este defensor a ultranza de la loibertad de prensa, expresidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), quién desde la contratapa de Búsqueda sigue dictando cátedra sobre libertad.

Pero no es el único. El País, “primero siempre”, editorializó sobre la llegada del Goyo a la presidencia alabando las condiciones del dictador. Habría que ver cuál va a ser ahora el editorial.

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Para leer el editorial completo tocar la línea

 

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Un señor feudal

La muerte siempre demanda respeto, pero no necesariamente enaltece a los individuos. Gregorio Álvarez (1925-2016) será recordado por el repudio que sus actos provocan. No hay manera, por más que se intente, de encontrar algo en su pasado de terrorista de Estado que lo pinte con tintes más benévolos.

SAMUEL BLIXEN

Es todo un símbolo que un dictador muera en la cárcel a los 91 años de edad. A diferencia de Juan María Bordaberry, Gregorio Álvarez no disfrutó del beneficio de la prisión domiciliaria y permaneció en el penal Vip de Domingo Arena hasta que el 14 de diciembre fue internado en el Hospital Militar. No se sabe, porque no se difundió, si el Goyo no pidió ese beneficio, o lo hizo y se lo negaron, lo que sería extraordinario porque la justicia ha sido generosa en esa materia.

La muerte siempre demanda respeto, pero no necesariamente enaltece a los individuos. Lo que enaltece es lo que el individuo ha hecho en vida. Gregorio Álvarez será recordado por el repudio que sus actos provocan. No hay manera, por más que se intente, de encontrar algo en su pasado de terrorista de Estado que lo pinte con tintes más benévolos.

Fue de aquellos oficiales que con más prontitud viraron hacia la doctrina de la seguridad nacional, traicionando una tradición democrática de nuestro Ejército. Fue de los que Liber Seregni dijo: “Yo los conozco”, negándole cualquier faceta progresista en ocasión de aquel burdo montaje “peruanista” con los comunicados 4 y 7. Fue de los que desde el primer momento comandaron la “guerra interna” y fue quien encabezó el allanamiento del Palacio Legislativo en la madrugada del 27 de junio de 1973. Fue un señor feudal en la comandancia de la División de Ejército IV con asiento en Minas. Fue quien ordenó la elaboración de aquel comunicado infame que atribuía a unos adolescentes de Treinta y Tres prácticas de aberraciones sexuales, para “demostrar” la “inmoralidad comunista”. Fue quien ordenó y presenció la tortura a que fue sometido el general Liber Seregni en el Cuartelillo de Dragones de Maldonado y quien supervisó las pequeñas iniquidades que le hicieron durante la prisión del general en Minas.

En medio de una enconada y prolongada lucha interna por el poder, Gregorio Álvarez afianzó su influencia en las Fuerzas Armadas desde el Estado Mayor Conjunto, el Consejo de Seguridad Nacional, la Junta de Comandantes en Jefe y el Comando General del Ejército, y participó en los episodios menos conocidos de la administración de la dictadura, entre ellos la destitución de Juan María Bordaberry de la Presidencia y la decisión colectiva de eliminar a Héctor Gutiérrez Ruiz, Zelmar Michelini y Wilson Ferreira para abortar cualquier intento de una transición negociada a la legalidad. Fue un firme opositor al proceso que desembocó en el pacto del Club Naval, que no pudo detener pese a ostentar la Presidencia de la República, porque desde febrero de 1973 el verdadero poder radicaba en un puñado de generales y almirantes que con el tiempo se renovaban mediante una trabajosa y delicada negociación, y que en 1983 se impuso a la voluntad del Goyo.

Desde aquel momento inicial en que se apropió de los estudios estratégicos elaborados en el Instituto Militar de Estudios Superiores a fines los años sesenta y los hizo pasar por suyos, hasta el día en que pretendió imponer su autoridad en una disputa por bizcochos entre los presos del penal de Domingo Arena, Gregorio Álvarez hizo uso y abuso de una prepotencia adquirida en los cuarteles y una soberbia encubridora de su mediocridad. Hay dos episodios, vinculados entre sí, que lo pintan de cuerpo entero. El primero ocurrió en mayo de 1973. Durante varios minutos, largos y tensos, el Goyo permaneció de pie frente a la cama del Hospital Militar donde estaba postrado Roberto Luzardo, un tupamaro herido de bala en octubre de 1972 y que había quedado cuadripléjico. Cuando a Luzardo se le atribuyó, injustamente, una participación en el operativo que terminó con la muerte de Artigas Álvarez, hermano del Goyo, una orden estricta impidió que al paciente se lo atendiera, se lo curara o siquiera se lo higienizara y alimentara. El Goyo, en su visita, pudo comprobar que Luzardo se moría lentamente, con infecciones en todo el cuerpo. Al retirarse le dijo a su ayudante: “Peine al gallo”, aludiendo al gesto, común en las riñas, de tocar la cresta para confirmar la muerte del animal.

Treinta y seis años después el Goyo Álvarez fue citado a un careo en un juzgado con los familiares de Luzardo. Negaba todo: su presencia en el Hospital Militar y la entrevista que concedió a los familiares, en su despacho del Estado Mayor. Al salir de la Sala 8 del hospital, Álvarez había preguntado a la mujer que permanecía a un costado de la cama: “¿Parentesco?”. “Soy la hermana.” Pese a ello negó la visita. Como se negó a autorizar un traslado del prisionero para ser atendido en otro hospital. En el careo el abogado le preguntó a la madre de Luzardo por los perros de Álvarez en el despacho, para confirmar la existencia de esa reunión. “Eran dos doberman”, respondió. Y Álvarez intervino: “Eran gran daneses, señora. Mis perros no iban a morderla, porque no comían mierda”. Pese a sus contradicciones, Álvarez no fue procesado por las circunstancias en que murió Luzardo, porque no hubo convicción suficiente de que él hubiera dado la orden de no asistir al paciente. Pero tampoco fueron procesados los médicos que atendían a los prisioneros de la Sala 8, responsables de no curar las éscaras que infectaban el cuerpo del cuadripléjico.

Álvarez fue procesado cuando cumplía los 81 años, y permaneció diez en prisión por los delitos de homicidios reiterados especialmente agravados. Había sido procesado por el delito de desaparición forzada de 37 uruguayos refugiados en Argentina, pero la tipificación fue después modificada.

Para un hombre de tan exagerada soberbia debe de haber sido difícil mantener el compromiso de omertà y recurrir, cada vez que se lo interrogaba, al recurso de un fallo de la memoria, cuando no a la mentira lisa y llana. Quizás hubiera adoptado otra actitud si hubiera sido juzgado por sus pares en un tribunal de honor. Pero ese tribunal nunca llegó a instalarse porque nunca hubo miembros dispuestos a integrarlo. Esa circunstancia, una más de la impunidad, desató la alarma cuando fue internado, porque al no haber sido decretado su pase a reforma (como correspondía por los graves delitos que teóricamente vulneraban el honor militar), a su muerte era lícito brindarle los máximos honores fúnebres. Prudentemente, el gobierno resolvió no participar oficialmente en ningún homenaje, y sus deudos optaron por una ceremonia de entierro discreta y reservada, que se verificó el mismo miércoles 28 por la tarde.

El Goyo se llevó a la tumba muchos secretos y eludió varios castigos, incluso el que lo enriqueció mediante el Operativo Conserva, una venta de carne a Argentina que benefició al frigorífico en cuyo directorio figuraba su esposa. Los delitos económicos de la dictadura estaban expresamente fuera de los alcances de la ley de caducidad, pero Julio María Sanguinetti estimó oportuno incluirlo.

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Como tenía que ser

Antes de ayer murió en el Hospital Militar, donde estaba internado desde hace varios días, el Tte. Gral ® Gregorio “Goyo” Alvarez, un auténtico representante de lo peor de la dictadura cívico militar y del terrorismo de Estado, mucho más involucrado en el mismo que lo que la ciudadanía supone, aunque no por ello menos repudiado.

Desde su designación en Setiembre de  1971, luego del Decreto 566 de Jorge Pacheco Areco que creó el Estado Mayor Conjunto (ESMACO) y lo designó como jefe del mismo hasta muchos años después de su retiro oficial y público, siguió participando y actuando en sentido retrógrado en la vida política uruguaya.

Estuvo en todas. Y también torturó personalmente. Una verdadera lacra el Goyo. En el año 2007 fue detenido y permaneció recluido en inmejorables condiciones carcelarias para que comprobara, de manera personal, la superioridad, incluso ética y moral, de  quienes integramos las filas de sus vencedores. Con todas las garantías del debido proceso fue formalmente condenado y tuvo sentencia firme de 25 años por una pequeña parte de los crímenes de lesa humanidad que cometió o promovió desde las posiciones jerárquicas que ocupó.

Era rapidísimo, manipulador estratégico y sumamente personalista. A principios del año 73 mantuvo una entrevista en el Parlamento con el líder del Partido Nacional Wilson Ferreira. Al finalizar la misma Wilson comentó de manera informal a otro senador: “El petiso éste es rapidísimo y peligroso. Si nos descuidamos en 6 meses es Presidente”. Llegar a ser Presidente de la República le demoró, en realidad, 8 años y 6 meses, centenares de asesinados y desaparecidos y miles de presos políticos, entre otros daños ocasionados. Se fue derrotado por la lucha indoblegable del pueblo uruguayo y murió en prisión como correspondía y corresponde a todos los que participaron en las graves violaciones a los DDHH durante el proceso.

Como gran criminal y asesino,  murió sin despertar la mínima compasión a nivel de la sociedad. Ni el juez Gesto, habitualmente tan sensible y complaciente, promovió su prisión domiciliaria. El magistrado Gesto es una clara muestra de la justicia en nuestro país. Salvo honrosas excepciones, Mariana Mota, Luis Charles, con respecto al pasado reciente ha actuado con una indolencia rayana en la complicidad. A nivel de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) hubo en su momento “una muralla” en su defensa y aún hoy hay magistrados que no califican a estos delitos como de lesa humanidad y consideran que han prescripto.

Es obvio que las presiones de los grupos de poder tienen mucho que ver en esta indolencia no encubierta. La transición democrática, evidentemente, no ha finalizado. El Servicio de Retiros y Pensiones de las FFAA se sigue gobernando en base a una ley aprobada en 1974, por ellos mismos y le cuesta al país u$s 400 millones por año. 

Nuestro colectivo de ex presas y de ex presos políticos seguirá batallando para que los órganos del Estado cumplan con sus obligaciones: investigar y  sancionar a los responsables, homenajear y reparar adecuadamente a todas las víctimas, sin exclusiones ni restricciones. Nos anima y nos impulsa el propósito de afirmar la democracia y de impedir que el terrorismo de Estado se vuelva a repetir.

Los deudos del Goyo tuvieron un cadáver a quien enterrar. Se llevó a la tumba los secretos que muchos aspiran a conocer para enterrar a sus desaparecidos.

 

 

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Propósito de Año Nuevo

La muerte de Gregorio Álvarez me lleva a los 80 y a los años que vienen. El Goyo no fue sólo el dictador que simbolizaba la opresión y el terrorismo de Estado en mi juventud, sino también el dictador que ayudamos -muchos, de muy distintos modos- a derribar. Tuvimos ese placer en la dictadura, entre tantas desgracias, y no sólo ese placer sino también otros no tan políticos, aunque políticos fueron porque nos tomamos libertades.

Hubo una épica en aquellos años, pero también una estética. Y hubo, sí, felicidad. No fue ni podía ser plena, pero lo sabíamos y no por ello dejamos de gozarla intensamente, a nuestro máximo. Así ocurre, en cualquier momento de la historia, con las felicidades.

La narrativa sobre los años de dictadura trae consigo, por supuesto, la obligación de ser denuncia, memoria y explicación desde lo político, pero queda incompleta cuando sólo aborda pérdidas y ausencias, oscuridades de la represión externa e interna. Así no se comprende, por ejemplo, cómo, por qué y en qué medida se terminó aquello. Y comprender eso, aprenderlo, también es un requisito del “nunca más”.

Aclaremos un poco ese secreto: hubo, claro, creatividad, inteligencia, generosidad y coraje; pero hubo también, además de la rebeldía contra el dolor, de la conciencia y del compromiso, un simple y poderoso deseo de ser más felices, que no fue sólo promesa y horizonte. Hubo certeza de que, como cantaba el más reciente ganador del Nobel de Literatura, cuando era un relámpago de 23 años, “el que no se ocupa de nacer, se ocupa de morir”.

Aclaremos un poco más: no hablo de algo que le haya pasado sólo a mi generación o a parte de ella, aunque sería útil contar qué fue lo que nos pasó y hay todavía un gran hueco en la materia. Me parece que nuestra historia no se ha manifestado aún, o al menos no por completo, en la mayoría de las obras acerca del “pasado reciente”. Ni en las de historiadores e investigadores, ni en libros hondos y elocuentes como Se hizo de noche (2007), de Roberto Appratto, pero sí en Las arañas de Marte, de Gustavo Espinosa (2011), que no es sólo una gran novela sino también, entre otras cosas, una estupenda reconstrucción de lo que podía ser, en aquellos años, el descubrimiento simultáneo de los horrores (incluyendo algunos en los que Álvarez tuvo responsabilidad directa) y las maravillas del mundo; de la política, el amor, los libros, la música y el sexo. “La belleza incesante”, decía Juan Gelman.

Pero hablo, decía, de otro asunto, más general y a la vez más concreto: la vida siempre estuvo, siempre está. En mi generación, en las anteriores y en las actuales. Cuando contamos nuestros muertos, nuestras muertes -como ahora, cuando termina este 2016 despiadado que se llevó a tantos grandes junto con el diminuto Álvarez-, contamos también nuestras vidas. Y son nuestras vidas las que cuentan, las que importan. Si sólo nos proponemos atenuar el dolor, o si nos engañamos con la ilusión de hacerlo desaparecer, poco puede cambiar, poco cambiamos.

Cuando se olvida eso al relatar el tiempo de la dictadura o cualquier otro, cuando se olvida hoy, hay algo esencial que no comparece. En los años oscuros hubo luces, y no se encendieron sólo contra el dolor y el miedo, sino también para ver más allá, para hacer presente lo que queríamos después y empezar a vivirlo.

Luces así necesitamos, todavía y siempre. Las echo de menos ahora, cuando van a cumplirse 12 años del gobierno frenteamplista. Me parece que se pierde de vista, demasiado a menudo, la convicción de que no alcanza con estar menos mal, ni consuela que podríamos estar mucho peor. Que se pierde el recuerdo de que no era esa la idea. Siento que, como cantaba en 1978 el catalán Lluís Llach, “no era esto, compañeros, no era esto”.

Faltan esperanzas hechas acto, caminos que son la recompensa. Cantaba también Llach, sobre un texto adaptado del poeta griego Konstantinos Kavafis: “Ítaca te ha dado el bello viaje / sin ella no habrías partido. / Y si la encuentras pobre, no es que Ítaca / te haya engañado. / Sabio como te habrás vuelto / sabrás qué significan las Ítacas”.

Hace casi un siglo, los estudiantes universitarios de Córdoba dejaron escrito: “Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”. Hay por lo menos dos maneras de asumir aquella frase célebre: una enfatiza el sufrimiento, lo ausente, lo perdido, constata una carencia; otra enarbola un desafío: quedan dolores, pero que se cuiden de nosotros; no hemos llegado hasta aquí para detenernos.

Hagamos feliz a 2017.

Marcelo Pereira

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A la muerte de un canalla

(extracto)

 

 Hurra

murió el cretino

Vamos a festejarlo

 a no llorar de vicio

que lloren sus iguales

y se traguen sus lágrimas

se acabó el monstruo prócer

se acabó para siempre

Vamos a festejarlo

a no ponernos tibios

a no creer que éste es un muerto cualquiera

 Vamos a festejarlo

a no volvernos flojos

a no olvidar que éste

 es un muerto de mierda.

 MARIO BENEDETTI

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