Sobre epidemia, religiones y situaciones económicas

Vive el mundo, horas de una grave epidemia, Covid-19, por ello vamos a concentrar en ésta página, los diferentes aspectos de la misma, y sobre todo lo que tiene relación a la lucha de nuestra Asociación, por los DDHH, y sobre todo la denuncia de impunidad de quienes fueron responsables de las horas más negras vividas bajo el siniestro “Plan Cóndor”. Sabemos que aprovechando esta situación excepcional, muchos de los procesados por sus crímenes, han pedido de “detención domiciliaria” e incluso el apoyo de la religión.

De pandemias y castigos

Profecías, creencias y coronavirus.

Nicolás Guigou

Magdalena Milsev

26 marzo, 202

Y soltaron a los cuatro ángeles que esperaban la hora, el día, el mes y el año, listos para exterminar a un tercio de los hombres.”

Apocalipsis 9, 15

Las pandemias y las epidemias mortíferas –más conocidas en otras épocas como pestes– poseen un halo de inmediatez y letalidad que usualmente remiten a unos oscuros orígenes (guerras biológicas y manipulación genética y social, incompetencia o maldad humana, castigo divino o eventual señal del final de los tiempos) y a la posibilidad real o imaginaria del contagio, de ser afectados por la temible enfermedad de diferentes maneras y por variados caminos. Bajo el contemporáneo y aséptico discurso médico y planetario, la cercanía humana deviene en peligrosa. El coronavirus –la peste de hoy– silencia ciudades enteras, inmoviliza aeropuertos, cierra fronteras y nos obliga a permanecer en un sedentarismo y un aislamiento obligatorios. Hay un único culpable: lo humano. Esa singularidad humana, eventualmente portadora de la peste, debe ser separada, distanciada, reducida a resguardos y cuarentenas.

El apestado siempre es el culpable, por portar la peste y mucho más por diseminarla, sea de manera inocente o irresponsable, o tal vez –las pestes amplían siempre las paranoias sociales ya instaladas– guiado por el oscuro propósito de perjudicar a los demás y atraer la desgraciada a su entorno, de manera de compartir con los otros un destino aciago al que él ya está condenado.

CIENCIA Y RELIGIÓN. El discurso científico sobre el coronavirus, o covid-19, no deja dudas respecto de la humanidad de esta peste (del humano como real o eventual portador) y se establecen diferentes narrativas acerca de su origen, las formas de prevención y su posible cura. Los orígenes de las pestes, las pandemias y las epidemias son siempre vidriosos, o al menos la disección científica no logra abatir las posibilidades de ficcionar. Ya no se podrá invocar –como en la Edad Media, con la peste negra– alineaciones planetarias capaces de desatar esta enfermedad ni responsabilizar a los humores de materia orgánica en putrefacción expandidos por el aire. Sin embargo, otras maneras de ficcionar sobre la peste son convocadas en esta contemporaneidad y compiten con la racionalidad del saber y el discurso científico, al simbolizar y narrar este coronavirus con el espíritu apocalíptico de la época, en clave de final de los tiempos.

Ya sea por medio de los mediáticamente presentes discursos científicos y médicos, las posteriores interpretaciones y los análisis de las ciencias sociales –una variación, en definitiva, del discurso social– de los efectos presentes y futuros de esta plaga contemporánea, ya sea a través de las tentativas políticas y gubernamentales que, con diferentes niveles de racionalidad, tratan de frenar la expansión de la pandemia, las cosmologías religiosas y los espacios de creencias continúan otorgando un aire profético a este coronavirus y manteniéndolo como un designio de la divinidad. Se trata de desentrañar su origen, sus devenires y su lugar en la escena del casi inevitable (desde estas perspectivas trascendentalistas y apocalípticas) fin del mundo. El coronavirus se manifiesta, así, en un contexto social que se encuentra semióticamente exaltado, en un estado de alarma cuyas prospectivas y apuestas a futuro se asientan muchas veces en el deseo encubierto y tanático de la destrucción total, de la esperanza ansiosa de un armagedón en ciernes.

PERSPECTIVAS RELIGIOSAS. A partir de esta exaltación, algunas corrientes esotéricas contemporáneas sostienen que el nacimiento de este fenómeno pandémico se debe a conductas reprobables y muy humanas. Así, para algunas corrientes cabalistas,1 en la eterna afectación entre mundos visibles (el nuestro) y los que no lo son, la producción permanente del odio gratuito –difamaciones, habladurías y viles chimentos que asumen, en las antiguas figuras alquímicas, el rostro de la comadreja, el hurón o la curiosa rata de campo– habría generado este virus para llamar la atención de la humanidad e incitarla a corregirse. También el manido tema del semen (sacralizado por tantos patriarcalismos) y su eventual “desperdicio” por la permanente masturbación masculina habría generado el surgimiento del covid-19, y la continuación de esta práctica onanista, su difusión extrema.

Otras corrientes religiosas más populares, como los pentecostalismos latinoamericanos, han diferido en su diagnóstico sobre la pandemia: la han colocado como “una invención de Satán” –este es el discurso del poderoso Edir Macedo, líder fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios (Pare de Sufrir)–, indicando que se trata de una ola de miedo orquestada por los medios de comunicación para debilitar a la población frente al Mal, con el objetivo de evitar que los feligreses se aglutinen en sus templos y sean protegidos de todo daño. Por cierto, esta actitud de fe viene siendo corregida por la Iglesia Universal del Reino de Dios en función de los infectados dentro de sus templos en el vecino Brasil.

De modo contrario –el ejemplo es útil también para comprender la heterogeneidad de los pentecostalismos latinoamericanos–, el conocido y local pastor Márquez ha señalado que las pestes como el coronavirus “son juicios de Dios en la tierra”, claras consecuencias de la desobediencia humana, “maldiciones que nos persiguen”, por no seguir lo escrito y manifestado en la palabra de Dios. La respuesta de la corriente religiosa dirigida por este pastor a la pandemia ha consistido en acompañar a sus fieles mediante celebraciones y oraciones virtuales, y aludir a lecturas proféticas y bíblicas que hacen referencia a las pestes, al mal comportamiento humano y al merecido castigo divino. A la vez, recomienda a sus seguidores, de manera más pragmática y realista, el profuso lavado de manos y la quietud hogareña.

En tierras católicas, los movimientos integristas exigen la apertura de las iglesias y la realización de misas, ya que es a través de la oración y los rituales que se logra la salvación del mundo de este virus. El papa y la mayoría católica, sin embargo, prefieren virtualizar sus oficios y su rituales, para bendecir y pedir a Dios por los enfermos y el cese de la peste desde una necesaria e higiénica lejanía.

Otras ofertas, aunque socialmente menos legitimadas, se suman a los rezos papales por la pronta sanación. Desde el curandero espiritista de Piedras Blancas, que asegura a través de unos carteles la cura del virus; pasando por el inclasificable pastor Héctor Aníbal Giménez (fundador de la iglesia argentina Ondas de Amor y Paz), que promociona un alcohol en gel milagroso y sanador de la pandemia;2 hasta la venta de remedios preventivos más sofisticados (y más caros), como el preparado alquímico selenita, producido por la vernácula Iglesia Mariavita, que fortalece el aura y espanta la peste, un sinnúmero de remedios y posibilidades mágicas han surgido como resultado de la enfermedad y la infinita credulidad humana.

Tal vez sea mejor hablar de la necesidad de simbolizar y narrar de alguna forma la peste –esta peste– y el lugar de lo humano. Una narración y una simbolización que exhiben los límites del discurso científico –no por ausencia de datos y razones, sino porque las razones simbólicas remiten a otro orden semántico– y manifiestan el lugar de lo humano desde el anhelo de su extinción y la extinción de todo lo existente (el final de los tiempos) o bien desde su desaparición de la faz de la tierra, para el bien del planeta y las otras especies.

En cualquier momento –bendito y alabado seas, coronavirus– veremos caminando, en la despoblada rambla montevideana, avestruces y mulitas.

  1. Guigou, L N (2018). Kabbalah, comunicación, antropología: las maneras de hacer/pensar teorías en la contemporaneidad. Montevideo: Lucida Ediciones, Fic-Udelar.
  2. El conocido pastor ya fue penalmente imputado por esta estafa. Véase ‹https://www.pagina12.com.ar/253791-imputaron-al-pastor-gimenez-por-vender-alcohol-en-gel-a-mil-›.

*    Licenciada en Ciencias Antropológicas y maestranda (Fhce, Udelar). Tesis: “Evangélicos y políticas”. **           Profesor titular del Departamento de Ciencias Humanas y Sociales (Fic, Udelar)

El autoritarismo, o la otra pandemia

Medidas sanitarias, Estado policial y democracia.

Raúl Zibechi

26 marzo, 2020

A nivel mundial, las iniciativas para afrontar la expansión del covid-19 generan debates sobre las libertades y los derechos ciudadanos toda vez que se imponen severas restricciones y se utilizan las fuerzas armadas para supervisarlas. Algunas voces rechazan la comparación con Estados instalados como referentes de eficiencia.

Cuando la pandemia golpeaba con fuerza a China y había aún pocos casos en el resto del mundo, The New York Times titulaba: “China recurre a un control social al estilo de Mao para frenar el coronavirus”. El diario se empeñaba en contrastar las democracias occidentales con el régimen dictatorial de Beijing: “El gobierno chino ha llenado las ciudades y las aldeas de batallones de vecinos entrometidos, voluntarios uniformados y representantes del Partido Comunista para llevar a cabo una de las campañas de control social más grandes de la historia” (The New York Times, 15-II-20).

Un mes y siete días después, cuando la Oms anuncia que Estados Unidos “empieza a convertirse en foco de una pandemia que se acelera”, el tono de superioridad parece dar paso a una mayor cautela y al reconocimiento de que los países asiáticos han manejado la emergencia mejor que los europeos y que la propia superpotencia.

De hecho, cuando el presidente Donald Trump anunció el domingo 22 el despliegue de fuerzas armadas en Nueva York, California y Washington “para ayudar a los gobiernos regionales a enfrentar la crisis” y se definió a sí mismo como “un líder de tiempos de guerra”, los medios estadounidenses no lo condenaron con la misma energía que mostraron previamente ante el régimen chino.

DEMOCRACIA Y NACIÓN. Los medios rusos informan que para ayudar a Italia a combatir el coronavirusMoscú ha enviado a ese país un grupo de especialistasmilitares formado por unos cien médicos y biólogos del Ministerio de Defensa de Rusia.

“Tomó menos de 24 horas desde la conversación entre el presidente ruso y el primer ministro italiano hasta la salida del primer avión con carga a Roma. En sólo una noche, estos militares se reunieron en la región de Moscú, provenientes de toda la parte europea de Rusia”, destacó el historiador militar Dmitri Boltenkov (Sputnik, 23-III-20).

En un sentido similar se movilizó la ayuda de Cuba (véase “Nadie abandonado”, Brecha, 20-III-20) y de China a los países europeos. En los últimos días, Beijing ha enviado millones de tapabocas y otros suministros a varios Estados. China es “el único país capaz de suministrar mascarillas a Europa en tal cantidad”, sostuvo en un discurso la semana pasada el ministro del Interior checo, Jan Hamacek. Los chinos “son los únicos que pueden ayudarnos”, manifestó por su parte el 16 de marzo el presidente serbio, Aleksandar Vucic, al declarar el estado de emergencia. Vucic ha calificado al jefe de Estado chino, Xi Jinping, de “hermano” (El País, 21-III-20). El prestigio de China crece con los envíos masivos de material protector que escasea en el mundo.

Aunque no son los únicos países que ayudan a los afectados por la pandemia, Rusia, China y Cuba cuentan con regímenes que Occidente considera como “autoritarios” o simples dictaduras. Esta tensión está presente en numerosos análisis, con las más diversas conclusiones.

El escritor y periodista brasileño Diogo Schelp considera que las principales amenazas que revela la pandemia son la “propaganda engañosa” de gobiernos y medios, la asfixiante “vigilancia tecnológica”, la “restricción de la libertad de movimientos” y la “tentación autoritaria”, cuyos extremos estarían representados por Jair Bolsonaro y Biniamin Netaniahu (Uol, 23-III-20).

José María Lasalle, profesor de Derecho y exsecretario de Estado para la Sociedad de la Información y la Agenda Digital de España, apunta: “Que China se muestre más eficiente es una mala noticia para la libertad” (La Vanguardia, 18-III-20). En su opinión, la actual crisis “puede acostumbrarnos a vivir en un marco de excepcionalidad normalizada que nos haga admitir que para afrontar los riesgos de la globalización son razonables pautas autoritarias que no admitan discusión”.

Autor del libro Ciberleviatán, cuyo título lo dice casi todo, Lasalle sostiene que el problema de la sociedad actual nace de que “hemos asumido que la salud pública es la prioridad y que, por tanto, la seguridad debe prevalecer sobre una libertad que ha perdido su dimensión pública para confinarse en un ámbito privado”. En gran medida esto sucede porque “vivimos en una sociedad de clases medias debilitadas en sus resistencias emocionales frente a la adversidad”, dice Lasalle.

En síntesis, la decisión de sacrificar la libertad por la seguridad, combinada con la recurrencia a la asistencia social, dibujan un panorama desolador para las libertades democráticas. Un planteo interesante, además, porque no coloca la deriva autoritaria en las alturas sino en el seno de la sociedad, que practica la cultura nada difusa del individualismo. El español concluye asegurando que el “tsunami de datos” que estamos liberando durante el confinamiento enriquece a las corporaciones tecnológicas.

Por su parte, Stephen Walt, profesor de Asuntos Internacionales de Harvard, sostiene que “el covid-19 va a crear un mundo que es menos abierto, menos próspero y menos libre. No tenía que ser así, pero la combinación de un virus mortal, planificación inadecuada y liderazgo incompetente han colocado a la humanidad en un camino nuevo y preocupante” (Foreign Policy, 20-III-20).

EFICACIA Y PUEBLO. El analista de Asia Today residente en Seúl Andrew Salmon sostiene que Corea del Sur “ofrece un historial ejemplar de control de la pandemia sin pisotear las libertades más básicas y el comercio” (Asia Times, 18-III-20). Opone las medidas de Europa y Estados Unidos, que considera “francamente autoritarias”, a las de Corea del Sur, donde la irrupción del coronavirus fue, casi, imparable.

El país consiguió lo que Salmon define como “control democrático de desastres”, haciendo muchas pruebas (unas 20 mil diarias al comienzo de la epidemia), lo que le permitió detectar infectados y apostar al autocontrol. Aunque el daño económico existe, Corea del Sur, pero también Japón están transitando la pandemia sin cerrar la economía, con negocios abiertos y sin recurrir a la Policía para devolver a los viandantes a sus casas. Esto fue posible, en gran medida, por una cultura muy particular que lleva a los ciudadanos a aceptar las recomendaciones de la autoridad sin rechistar.

Este punto lo desarrolla el filósofo coreano, residente en Berlín, Byung-Chul Han, autor de numerosos best sellers de gran circulación entre las clases medias. Han sostiene que muchos Estados del Asia-Pacífico están influenciados por el confucianismo, que sus poblaciones valoran la autoridad y el orden. “Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no sólo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus, los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital” (El País, 22-III-20).

El filósofo agrega que en esos países no existe conciencia crítica ante la vigilancia digital y que no se menciona la protección de datos, incluso en democracias como Japón y Corea. En China, “no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos”, señala Han. La ironía es que esta vigilancia orwelliana, que el pensador coreano define como un “Estado policial digital”, “resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa”.

Si la pandemia acelera la transición hacia la hegemonía global de Asia y China, como apuntan por ejemplo los intelectuales consultados por la revista estadounidense Foreign Policy, y como se deduce de la mayoría de los análisis independientes, podemos estar ante una elección ineluctable: seguridad y salud por un lado, democracia por el otro.

Sin embargo, no deberíamos reducir la disyuntiva actual a una opción entre los valores y las culturas de Occidente y de Oriente. Para quienes se ufanan de la superioridad de las democracias liberales occidentales, el sociólogo e historiador económico Immanuel Wallerstein nos recordaba que democracia y liberalismo no van a la par, sino que son opuestos: “El liberalismo se inventó para contrarrestar las aspiraciones democráticas. El problema que dio origen al liberalismo fue el de contener a las clases peligrosas”, ofreciéndoles un acceso limitado al poder político y cierto bienestar económico “en grados que no amenazaran el proceso de acumulación incesante de capital”.

Primero la salud y la comida,

luego las ganancias

Prioridades en tiempos de pandemia.

James Meadway

26 marzo, 2020

 

Esto no es una crisis habitual y la tarea del momento no es reactivar la economía. Es justo lo contrario: se trata de ponerla a hibernar a través del aislamiento y el distanciamiento social. Mientras dure la emergencia, los Estados deben asegurar las necesidades básicas de todos los ciudadanos y garantizar la solvencia de las empresas.

Primero, debemos tener muy claro que lo que estamos viendo no es una recesión. No es una crisis financiera. Esta pandemia de coronavirus es una profunda dislocación de los componentes esenciales de la vida económica y social en sí misma. Si no la abordamos en esos términos –es decir, si intentamos tratar esto como algo que se puede gestionar en un entorno económico convencional–, enfrentaremos cientos de miles de muertes, tal como nos muestran las proyecciones del gobierno británico.1 Para evitar este terrible resultado, la vida económica y social normal debe cambiar profundamente.

En la práctica, esto significa que cualquier respuesta fiscal (o monetaria) es inadecuada. Es cierto que los gobiernos deben gastar, y gastar como lo recomendó John Maynard Keynes durante la Segunda Guerra Mundial: sin límites y para completar una tarea. Pero la tarea actual no es administrar la economía en el sentido habitual. No se trata de establecer una economía de guerra –algo que requiere la movilización total de los recursos nacionales–, sino, de hecho, de todo lo contrario. La tarea actual es desmovilizar gran parte de la economía a través del aislamiento y el llamado distanciamiento social hasta que la epidemia haya alcanzado su pico máximo y la crisis inmediata haya pasado: poner a la sociedad a hibernar. Es el momento de una anti-economía de guerra.

SEGURIDAD PARA LOS TRABAJADORES. Asegurar ese objetivo de salud pública requiere poner dinero en los bolsillos de la gente, para que esta pueda distanciarse socialmente y autoaislarse con seguridad, sin tener que trabajar innecesariamente. Cómo hacerlo es menos importante que hacerlo: para una economía con un gran número de trabajos inestables, temporales y de medio tiempo, tendría sentido instrumentar algo similar a un sistema de pagos básicos universales para todos.2 Además, las principales cargas sobre las finanzas del hogar deben suspenderse por un tiempo: hipotecas, alquileres, tarifas públicas, pagos de deuda y de conexión a Internet (esta última es, como ahora debería estar claro para todos, un servicio esencial). Esto debe hacerse de manera justa: la contención de la pandemia sólo funcionará si es universal, lo que significa que todos deben estar en condiciones de autoaislarse. La salud de todos estará determinada por la salud de los más pobres de nosotros.

La otra cara del problema es garantizar la seguridad empresarial. Hasta ahora muchos gobiernos han sido notablemente más generosos en este punto. Lamentablemente, esta generosidad se ha ofrecido en forma de préstamos. Ofrecer más deuda a empresas que ya enfrentan problemas de flujo de caja no es una buena idea. Se requieren subsidios, no préstamos, para permitir que las empresas permanezcan solventes y mantengan los pagos de sus empleados. Las exenciones fiscales podrían ser útiles, así como una amnistía general de la deuda al final del período de crisis.

Luego de que las medidas esenciales de salud pública estén aseguradas, tenemos que resolver los otros problemas. No se trata de apuntalar la economía, como en el caso de una recesión ordinaria en la que ha caído la demanda (el gasto de personas y empresas). Tampoco se trata de evitar que las instituciones económicas en quiebra arrastren en su caída al resto de la economía, como sucedió en 2008-2009. En aquel entonces, el rescate de los bancos –aunque extremadamente caros y, en última instancia, injustos– mantuvo las cosas en su sitio. En ese tipo de caso, la intervención del gobierno funciona porque, aunque existe una disrupción en los mercados –e incluso en sus principales instituciones, los bancos globales–, esta tiene sus causas en los propios mercados o en las instituciones que los sirven.

Pero si estamos en una situación como la actual, en la que es la oferta de mano de obra lo que se reduce radicalmente y, como resultado, afecta de forma significativa la oferta de bienes –desde piezas de automóviles hasta la comida que comemos–, ya no alcanza con las herramientas estándares de la gestión macroeconómica. No existe ninguna cantidad de dinero que pueda crear productos de la nada. Si la comida es escasa, su precio puede aumentar, pero eso por sí sólo no hace que aparezcan más alimentos.

GARANTIZAR LA DISTRIBUCIÓN. Si esta reducción dramática y repentina de la oferta de trabajo durara sólo unas pocas semanas, sería algo grave pero superable. Los pagos temporales a los trabajadores y los programas de asistencia económica pueden cubrirla. Pero la evaluación de la epidemia por el Imperial College London sugiere para Inglaterra un período de cinco meses de aplicación de medidas estrictas, desde abril hasta setiembre, y la suposición compartida a nivel mundial es que la vida económica normal no se reanudará hasta pasados quizás unos 18 meses, cuando una vacuna esté lista para ser usada masivamente. La disrupción será prolongada y, por ende, las intervenciones deberán ser más profundas. El capitalismo avanzado depende de manera crítica de la producción y la entrega en caliente: las cadenas de suministro son largas, los stocks son pequeños. Eso las hace frágiles.

Por eso, la tarea económica central para el gobierno ahora es asegurar el suministro de electricidad, gas, agua y conexión a Internet. Lo siguiente es distribuir alimentos. Luego, dada la emergencia, brindar atención médica, lo que requiere personal. Luego vienen los suministros médicos, incluidos los ventiladores. Estas cosas pueden y deben planificarse para el tiempo que dure la crisis, junto con los pasos necesarios para garantizarlas. Después de años de políticas de austeridad, podemos tener genuinas preocupaciones sobre las capacidades de los Estados para cumplir estas tareas, pero tenemos pocas opciones por delante. Si nos centramos sólo en lo esencial, podemos reducir la presión sobre los Estados. Todo lo demás será un plus y podemos dejarlo en manos de lo que queda del mercado.

Si el objetivo es reducir la actividad económica en vez de maximizarla, el problema de la planificación económica se vuelve mucho más fácil: sólo lo esencial debe ser garantizado. El gobierno no necesita andar adivinando la demanda de los consumidores ni acrecentar el Pbi: francamente, si ambos se mantienen en niveles bajos, en cierto sentido el programa económico está siendo exitoso. Es seguro que debemos asumir que poco más ocurrirá en estos meses y que lo que suceda deberá ser de gran preocupación para los gobiernos. Como dice el lema del hospital público de Walworth, en Inglaterra: “La salud del pueblo es la ley superior”. Este debería ser ahora nuestro principio económico rector.

*    Doctor en Economía por la University of London-Soas y magíster en Historia Económica por la London School of Economics. Exasesor del Partido Laborista, de Reino Unido, y actual director de comunicaciones de la Economic Change Unit.

  1. Se refiere al modelo de expansión e impacto del covid-19 diseñado y puesto a consideración del gobierno británico por un equipo del Imperial College London, institución universitaria dedicada a la investigación científica, considerada una de las diez mejores del mundo por diversos rankings internacionales. Los resultados del estudio, que obligaron a Reino Unido y Estados Unidos a cambiar su estrategia moderada frente a la pandemia, fueron publicados el 16 de marzo y pueden consultarse en ‹https://www.imperial.ac.uk/media/imperial-college/medicine/sph/ide/gida-fellowships/Imperial-College-COVID19-NPI-modelling-16-03-2020.pdf› (N de E).
  2. En ese sentido se inscriben algunas medidas tomadas en los últimos días por los gobiernos europeos y, en menor medida, por el estadounidense. Por ejemplo, el Estado británico pagará, durante al menos tres meses, el 80 por ciento del salario de todos los trabajadores cuyo empleo se haya visto afectado por las medidas tomadas contra la pandemia. “No habrá límites” para los fondos destinados a esa tarea, afirmó el viernes 20 el canciller de la Hacienda de Reino Unido, el conservador Rishi Sunak (N de E).

(Artículo publicado originalmente en Tribune con el título “The Anti-Wartime Economy”. Traducción del inglés de Brecha.)