¿Dónde están? La pregunta que
una multitud volvió a hacer
en la Marcha del Silencio
20 mayo 2022
Este año, el colectivo Imágenes del Silencio entregó a los asistentes varias fotos para que llevaran en el recorrido.
Sobre las 19.05 de este viernes empezó a llevarse a cabo la 27ª edición de la Marcha del Silencio, luego de dos años en que no se pudo hacer de forma presencial a raíz de la pandemia de covid-19. “¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada: Es responsabilidad del Estado” es la consigna de este año.
Media hora antes del inicio, ya había una multitud apostada en torno a Rivera y Jackson, donde comenzó la marcha. Desde temprano también se observaba a mucha gente yendo por 18 de Julio, a contramano, rumbo al lugar del encuentro.
La marcha ocupó entre diez y doce cuadras. En el cruce de Rivera y Brandzen, el colectivo Imágenes del Silencio empezó a repartir las 22.000 imágenes que realizaron de los detenidos desaparecidos para que los manifestantes pudieran portarlos.
El trayecto era entrecortado, debido a la multitud. Los manifestantes avanzaban cerca de un metro y paraban.
A la altura de la Facultad de Derecho, en la fachada del edificio, se pudo observar un cartel con luces de neón, con el mensaje “¿Dónde están?”, refiriéndose a las personas que fueron detenidas y desaparecidas durante la última dictadura (1973-1985).
A las personas que comenzaron la marcha desde Rivera y Jackson se les fue sumando gente que los esperaba en algunos puntos clave del recorrido, como la propia Facultad de Derecho o la Plaza de los Bomberos.
La marcha fue encabezada por la nieta de Luisa Cuesta, ícono de la Marcha del Silencio que falleció en 2018 sin poder conocer el paradero de su hijo, Nebio Melo Cuesta.
Sobre las 20.00, la multitud comenzó a llegar a la explanada de la Intendencia de Montevideo. Allí comenzaron a oírse los nombres de los detenidos desaparecidos, acompañados por los manifestantes que exclamaban “presente” con cada nombre.
Alrededor de las 20.30, la marcha llegó a la Plaza Libertad, terminó de responder “presente” a los nombres que seguían sonando y comenzó a sonar el himno nacional.
La marcha finalizó sobre las 20.40, con la multitud dispersándose en silencio.
A VERDAD SIGUE SECUESTRADA
Por verdad y justicia decenas
de miles marcharon por 18
Luego de dos años de pandemia el reclamo por verdad y justicia volvió a las calles y recorrió todos los rincones del país.
20 DE MAYO DE 2022 –
Bajo la consigna “¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada” decenas de miles de personas marcharon por 18 de Julio en la “Marcha del silencio“, movilización que se realiza todos los 20 de mayo desde 1996 en reclamo de verdad y justicia para las víctimas de la dictadura cívico-militar (1973-1985). “Hoy, al igual que los demás días del año, Todos Somos Familiares. Volveremos a marchar en silencio, sin banderas ni consignas partidarias, reclamando ¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada: Es responsabilidad del Estado”, publicó este viernes en sus redes sociales la organización de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, principal convocante de la movilización.
La marcha partió desde avenida Rivera y Jackson y se dirigió por 18 de Julio hasta la plaza de Cagancha donde fueron leídos los nombres de los 197 detenidos desaparecidos.
Fue la primera vez en dos años que la marcha volvió a las calles ya que los años anteriores ello no fue posible a causa de la pandemia.
Cada 20 de mayo marchan para exigir verdad y justicia para las víctimas de la dictadura, tanto las que fueron asesinadas, como las que fueron detenidas y permanecen desaparecidas.
Michelini y Gutiérrez Ruiz
La fecha recuerda el asesinato, en 1976 en Buenos Aires, de los entonces legisladores Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, y los militantes Rosario Barredo y William Whitelaw, así como el secuestro de Manuel Liberof. Los cuatro primeros habían desaparecido dos días antes.
La movilización es encabezada cada año por carteles con imágenes de las personas desaparecidas.
El símbolo de margarita a la que le falta un pétalo, que representa a las personas desaparecidas de la dictadura, se volvió protagonista y se multiplicó para decir “presente” en tapabocas, remeras, balcones, banderas de autos y muros en todos los rincones del país.
Para este año el colectivo Imágenes del Silencio repartirá previo a la movilización en Montevideo 22.000 fotografías entre los asistentes.
Cada imagen tendrá detrás un código QR que brindará información sobre la vida de esa persona desaparecida.
MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA
Una multitud marchó en silencio
en Montevideo y en el interior
del país: ¿Dónde están?
Se realizó la 27.ª edición de la Marcha del Silencio, organizada por Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos.
20.05.2022
A las 19 horas, a las 19. Como hace 27 años, este viernes 20 de mayo partió desde la esquina de Rivera y Jackson, donde se levanta el monumento a los desaparecidos, la Marcha del Silencio. Miles de personas tomadas de la mano, en caminata silenciosa, portando las fotografías multiplicadas por miles de los 197 uruguayos desaparecidos en dictadura como estandarte, y la inmensa pancarta, de vereda a vereda, con la consigna: “¿Dónde están? La verdad sigue secuestrada. Es responsabilidad del Estado”
Al frente, con la frente en alto, la nieta de Luisa Cuesta, histórica luchadora por los derechos humano, encabezó la Marcha y tomó la bandera que durante años llevó su abuela, en este ocasión la bandera de Luisa con Luisa y la bandera de su hijo, Nebio Melo Cuesta. Luisa Cuesta falleció en el 2018, sin conocer el paradero de su hijo.
Y la marcha prosiguió por todo 18 de Julio con el silencio atronador, como solo se percibe cada 20 de Mayo.
La extensa procesión silenciosa con los rostros de los desaparecidos y las miles de margaritas incompletas llegó a plaza Libertad, resistiendo, como siempre resistiendo, al frío o al cansancio. Allí se nombraron a cada uno de los desaparecidos y un fuerte presente.
La marcha finalizó con la entonación de las estrofas del Himno Nacional que resonó con el tiranos temblad que hizo temblar las paredes de los edificios y con un atronador aplauso que se escuchó de norte a sur, de este a oeste y puso fin a un nuevo reclamo por verdad, memoria, justicia y nunca más terrorismo de Estado.
La fecha recuerda los asesinatos de Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, William Whitelaw y Rosario Barredo, y la desaparición de Manuel Liberoff, en Buenos Aires y reclama por verdad y justicia para los 197 desaparecidos, muchos de ellos en el marco del Plan Cóndor de coordinación represiva de las dictaduras del Cono sur.
VIDEO MANIFESTACION del SILENCIO EN MONTEVIDEO
La Asociación ¿Dónde Están? – Francia, como todos los años se solidariza con “La Marcha del Silencio” de Uruguay concurriendo a la Plaza Uruguay, de Paris, en torno a la estatua del Prócer José Artigas, y con participación de ciudadanos uruguayos, amigos franceses y personalidades que hicieron de su presencia, también diciendo PRESENTE! por los desaparecidos de la dictadura uruguaya. La presidente de la Asociación comenzó el acto expresando:
París, 20 de mayo de 2022
Estamos reunidos una vez más en esta plaza Uruguay de Paris en solidaridad con la Marcha del Silencio que conserva la memoria de los desaparecidos y reclama en Uruguay todos los 20 de mayo desde 1996 Verdad, Justicia y Nunca Más Terrorismo de Estado.
“¿Dónde Están? La verdad sigue secuestrada: es responsabilidad del Estado”
En 26 años, el sentido de la consigna de esta marcha no ha cambiado, aunque sea formulada de manera diferente cada año.
¿Dónde están los desaparecidos?
Muy pocas son las familias uruguayas que pudieron sepultar los restos de sus desaparecidos y despedirlos por fin dignamente, para que descansen en paz. Desde 2019 en que se encontró a Eduardo Bleier, no hubo ningún avance, a pesar de los esfuerzos de la INDDHH para seguir las excavaciones.
Los que pueden o podían contestar a esta pregunta se callan, o ya se llevaron la respuesta a la tumba. Como los detenidos que ellos hicieron desaparecer para siempre, la verdad de lo que pasó sigue secuestrada.
Pero la verdad también está encerrada en los archivos militares y policiales del terrorismo de Estado que siguen siendo inaccesibles a un estudio sistemático, en profundidad, con los recursos humanos, técnicos, financieros y políticos que serían necesarios.
Es responsabilidad del Estado. A 37 años del retorno a la democracia, el Estado uruguayo, con sus gobiernos sucesivos no supo, no pudo o no quiso darse todos los medios necesarios para que la verdad sea conocida, que pueda haber justicia y que los crímenes del terrorismo de Estado no se repitan.
Gracias a la tenacidad de las familias, de abogados y abogadas, magistrados y magistradas valientes, de defensores implacables de los derechos humanos, la exigencia de verdad, de justicia y de garantías de no repetición ganó a toda la sociedad civil uruguaya y está presente cada día en Uruguay y muy especialmente en el mes de mayo y en este día 20 de mayo.
Es para apoyarles y para recordar que los derechos humanos son universales y los crímenes de lesa Humanidad imprescriptibles que estamos aquí, como están presentes, hoy, en muchos lugares de Uruguay y del mundo, otros hombres y mujeres con la misma consigna.
Desde marzo del 2020 el gobierno uruguayo está en manos de una coalición de derecha. A pesar de ciertas declaraciones engañosas de respeto de los derechos humanos y de apoyo a la búsqueda de los desaparecidos, trata de imponer con la ayuda de la mayoría de los medios de prensa, y gracias a una Ley de Urgente Consideración que no pudo ser derogada, un modelo de sociedad injusto y represivo.
El partido militar Cabildo Abierto forma parte de la mayoría parlamentaria sobre la cual se apoya el gobierno actual. Sus voceros y partidarios reivindican explícitamente los crímenes del terrorismo de Estado y reclaman desvergonzadamente la impunidad de los responsables. Un proyecto de ley de prisión domiciliaria redactado de medida para liberar a los represores presos y evitarle la cárcel a los que la merecerían sigue siendo estudiado en el Senado y el presidente Lacalle declaró ver a ese proyecto “positivamente”.
Se han organizado colectivos de familiares de los pocos represores condenados a prisión que los llaman “presos políticos”, tratan de victimizarlos, atacan decisiones judiciales, olvidan todas las garantías y derechos de los cuales se benefician desde hace decenas de años esos torturadores y asesinos.
El negacionismo de los crímenes del terrorismo de Estado y la nostalgia de la ideología autoritaria de la dictadura se han banalizado hasta las altas esferas del poder político.
Los familiares de los desaparecidos y los defensores de los derechos humanos no bajan la guardia. Queda mucho por hacer, pero la lucha contra la impunidad en Uruguay ha tenido y seguirá teniendo logros que impiden el olvido.
Desde el 20 de mayo de 1976 en que aparecieron asesinados en Buenos Aires luego de haber sido secuestrados Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw hasta la primera marcha del silencio, pasaron 20 años y fueron tal vez los más difíciles para la causa de la memoria, la verdad y la justicia.
Las Marchas del Silencio son la expresión colectiva de una necesidad y de una voluntad de la sociedad entera y hacen que las cosas cambien, aunque sea muy lentamente. Las generaciones que no conocieron al terrorismo de Estado se han amparado de la consigna y no la van a abandonar.
También están las instancias internacionales que defienden al Derecho y a los Derechos Humanos, que están presentes en todos los países del mundo y en las cuales se funda lo que la Humanidad tiene de mejor. Los 25 juristas y expertos de derecho internacional de 12 países que firmaron la carta para denunciar el proyecto de prisión domiciliaria para los represores creen en la fuerza y en la necesidad absolutas de la justicia.
Varias sentencias, comunicaciones o recomendaciones al Estado uruguayo de órganos interamericanos o de las Naciones Unidas, relativas a las violaciones de derechos humanos y la investigación de los crímenes del terrorismo de Estado esperan una reacción adecuada del Uruguay.
Los desaparecidos uruguayos no están solos, en todos lados somos ellos.
-¡Que nos digan donde están!
-No a la impunidad ¡No a la prisión domiciliaria sistemática para los criminales de lesa Humanidad!
-¡Nunca más terrorismo de estado!
Herederos del silencio: hijos y nietos
de víctimas del terrorismo de Estado en
Maldonado se volvieron investigadores
de su propia historia
de mayo 2022
Escribe Carla Alves
“Casi a los 40 años empecé a juntar las piezas del rompecabezas por mi cuenta”, contó Lucía, nieta de Amelia Lavagna.
Lucía Rezzano se convenció de que su padre, Héctor Federico, estaba muy ocupado haciendo juguetes, era por eso que no lo veía. Para responder a la curiosidad de un niño y preservarlo del dolor, los grandes pueden recurrir a la fábula. Después viene el silencio, que se siente en la casa como la ausencia de quien no está, y las preguntas que no encuentran respuestas.
“¿Cómo una persona que no era militante se pudo haber suicidado en un allanamiento? Siempre quedaron preguntas, un silencio y un dolor muy fuerte. Fijate que yo casi a los 40 años empecé a juntar las piezas del rompecabezas por mi cuenta”. Lucía es nieta de Amanda Lavagna, detenida en su casa de Manantiales el 27 de abril de 1975 y conducida al Batallón de Ingenieros N° 4 de Laguna del Sauce. Ese día murió por responsabilidad de las Fuerzas Conjuntas, que alegaron que se suicidó tras ingerir veneno para cotorra.
Tras la muerte de su abuela, fueron detenidos su padre, su madre, Amanda Tizze, su tío, José Pedro Tizze y el sobrino de su madre, Alejo Tizze. “Lo de mi madre fue increíble. Ella fue a averiguar al Batallón N° 4 por mi viejo y, por suerte, fue con una tía de San Carlos que me tenía en brazos. Entró a averiguar y no salió más. Mi tía se fue con una bebé en brazos que era yo. Fuimos de esos niños que tuvieron que vivir en casa de acá para allá […] Mi vieja estuvo un año y algo porque le conversó tanto a los milicos que al final la sacaron antes. No me pregunten dónde anduvimos yo y mi hermano, pero estábamos separados”.
Para Lucía, el silencio que reinó en su familia durante su infancia y adolescencia responde a las “trancas que tenían [los mayores] para preservarnos de ese dolor, de esa porquería”. A los 20 años leyó el nombre de su abuela en un artículo de un diario. “Se me vino el mundo abajo. Fui a hablar con mi vieja, que metió una maquillada [a la historia]”.
El Batallón N°4 de Laguna del Sauce fue la “base de la represión en el departamento”, indicó el historiador carolino Andrés Noguez Reyes en su libro “Maldonado en dictadura: aportes a la construcción de la memoria colectiva”. En el predio de 220 hectáreas había un centro de interrogatorios y tortura al que llamaban “El rancho” o “El tambito”, situado a orillas de la laguna, en el que operaba el Organismo de Coordinación de Operaciones Antisubversivas (OCOA) por decisión del comandante de la División IV, el general Gregorio Álvarez, señaló el historiador.
En el batallón estaba la Oficina de Inteligencia identificada como el “S2”. La nómina de militares que la integraron y responsables de los detenidos, según el registro que hizo Noguez Reyes, fueron Hugo Aguilera, Víctor Stocco, Eduardo Giordano, Álvaro Rovira, Héctor Rodríguez, Ariel Ordeig, Dardo Barrios, Daniel Gordillo y Daniel Reissig. Los médicos que intervinieron en el batallón fueron Luis Braga, Francisco Pons y Julio César D’Albora.
La detención de Amanda Lavagna en ese lugar fue en el marco de un allanamiento de las fuerzas armadas en busca de las armas que su esposo coleccionaba. Años antes, el MLN había robado alguna de las armas. Tras torturarlo, Tizze no confesó que tenía escondidas varias de ellas dentro de su casa de Manantiales, reseñó el historiador.
Los militares dijeron que a Lavagna se le hizo una autopsia que reveló que su muerte fue por “intoxicación exógena” relacionada a la ingesta de Phosdrin, un veneno para cotorras, y que habían encontrado un paquete vacío en la casa. Sus familiares no creyeron en el relato. El 29 de febrero de 1975 se dispuso el archivo de la causa judicial.
“Ella estaba muy preocupada por la detención de su marido, pero estaba muy bien. Era una persona con mucha entereza, no la noté como que estuviera en malas condiciones para que no se pudiera quedar sola, por lo que no insistí en quedarme”, expresó el sobrino de Lavagna, Alejo Tizze, quien estuvo con Amelia horas antes de que llegaran las fuerzas conjuntas.
Su hija Amanda, por su parte, alegó: “Quien conozca Manantiales, sabe que no hay plantaciones que justifiquen el uso de ese veneno porque no hay cotorras”. El marido de Amelia sostuvo siempre que no se suicidó.
“Me di cuenta de que, además de ser Lula, también era hija y nieta de quienes pasaron por esto. Si no me avisaban que iba a haber un memorial en San Carlos con el nombre de mi abuela, no hubiera podido juntar todas las piezas, pero es una necesidad porque es parte de mi identidad”, reflexionó Lucía. El Paseo de la Memoria Amelia Lavagna fue inaugurado en octubre de 2019, en la calle José Enrique Rodó de San Carlos, y es el lugar de llegada de la Marcha del Silencio, que se conmemoró el viernes.
“Desde muy niña hablar de mi abuelo en casa era como tocar una fibra muy compleja. Muchas veces mi padre se ponía a llorar y yo me daba cuenta de que era algo que no daba mencionar”, contó Melani Martínez, nieta de Sócrates Martínez, militante del Partido Comunista, periodista de El Popular y testigo de las muertes de Eduardo Mondello, asesinado el 9 de marzo de 1976 en el Batallón N° 4, y de Horacio Gelós Bonilla, a quien mataron producto de la tortura el 2 de enero de ese año en el mismo lugar, aunque su cuerpo continúa desaparecido.
Melani se reencontró con la historia de su abuelo en su adolescencia. Primero buscó en las redes sociales. Supo que estuvo preso reiteradas veces antes de 1972, durante 1973 y luego definitivamente entre 1976 y 1979. Luego conoció a amigos de Socrátes en un homenaje que se hizo en Maldonado, cuando ella tenía 15 años, y quedó “maravillada”. Se enteró de que Sócrates tenía una biblioteca enorme, que Zitarrosa le dedicó un concierto cuando volvió del exilio, que lo querían. “Lo que supe fue más por la gente que transitó con él que por mi padre”.
La abogada María del Carmen Nany Salazar, defensora de víctimas y familiares denunciantes de delitos de lesa humanidad en Maldonado, le compartió parte de su archivo documental, como las actas de la Comisión Departamental de Derechos Humanos. Le advirtió que la información era muy dolorosa y le sugirió que no las leyera sola. Luego Melani empezó a hacer entrevistas a allegados de su abuelo, incluso entrevistó a su tío y a su abuela con la idea de escribir un libro o un ensayo.
En las actas se leen las declaraciones de Sócrates en primera persona, describe las torturas y menciona a sus represores. En un punto, Melani suspendió su investigación porque la historia la estaba “perturbando”, pero piensa retomarla desde “otro lugar” porque quiere reparar el daño.
Sobre la muerte de Gelós Bonilla en el batallón, Sócrates Martínez dijo el 25 de abril 1985: “Estaban siendo torturados Omar Varona, Viera, Carlos Julio Barrios, Romero y caído Gelós Bonilla, que estaba con los ojos vendados completamente inmóvil. Unos estaban crucificados, otros de plantón, otros sentados y, reitero, Gelós Bonilla tirado, inmóvil en el suelo. En ese momento, se armó un gran revuelo…”.
“En el mes de junio de 1976, en tanto, en el Ingenieros N°4, una noche, alrededor de media noche, los oficiales -como era de costumbre- nos hacían escuchar las torturas. En determinado momento cae un cuerpo de uno de los detenidos y la guardia pide que venga el enfermero. Cuando éste viene, manifiesta: ‘a este le dio un infarto’, luego viene un camión y se llevan el cuerpo. Me doy cuenta, además, por el comentario de los soldados, que la persona es Mondello, de la ciudad de Piriápolis”, narró Martínez, según el documento aportado a la diaria por su nieta.
Años antes, en 1973’, Martínez reconoció a tres de sus torturadores: Víctor Stocco, Dardo Barrios y al “teniente Silvera”. También se da cuenta que fue Pons quien lo asistió en “ momentos de taquicardia”: “Lo reconozco de Punta del Este, desde hace cuarenta y cinco años. Además, mi familia le hizo llegar a él personalmente medicamentos, pero nunca me los dio”, contó. Ese año le pidió que lo revisara por marcas de corriente eléctrica en los testículos y el médico se negó. “Le dije al doctor Pons: no aguanto más”.
Luego lo llevaron a su casa en un auto rojo de “pintura desmerecida”. El doctor Ruíz Duarte le hizo un electrocardiograma cuyo resultado dio “preinfarto de miocardio”. Durante la convalecencia, lo volvieron a detener el 11 o 13 de enero de ese año. Sócrates falleció de un infarto el 17 de febrero de 1987, dos años después de la vuelta a la democracia y tras ocho años de vivir en régimen de “libertad vigilada”, lejos de su familia por decisión de los represores.
“No sé qué hubiera sido de mi padre sin esa experiencia. Hubiera sido una persona con otro semblante en la vida, quizás. Hay algo que después empecé a entender y que tiene que ver con el no juzgar”, expresó. Y agregó: “Si no podemos visualizar nuestro pasado, volvemos a repetir las mismas historias. A la vez, entiendo que no todo el mundo puede abrir una herida de ese modo. No juzgo cuando una persona me dice que no quiere hablar de este tema”.
Tania Fernández es integrante del colectivo carolino Cultivando la Memoria, es nieta de Chile Fernández, preso político de San Carlos, e hija de Dardo Fernández, exiliado. Coincidió con Lucía en que la historia del pasado reciente es un “rompecabezas que una va armando”. En su casa también se sentía el silencio, que sólo podía romper su tía, la única mujer entre siete hermanos.
Comenzó a enterarse de lo que había pasado en la familia cuando abordó el concepto de “imperialismo” en una clase de Ciencias Sociales en el liceo. Lo conversó con su padre y se indignó. Ahora es profesora de Historia y está haciendo una tesis sobre los años 60 en San Carlos para la maestría en Historia Política de la Facultad de Ciencias Sociales. “Siento que estoy reconstruyendo mi historia también”.
“Mi padre cayó preso con un grupo de amigos. Después, se reunían en casa, a no ser por dos que se exiliaron. Conversaban y siempre hablaban del tema y de política. Pero, en realidad, sobre la historia personal de mi padre o de mi abuelo nunca. Siempre se había sobrevolado el tema”, recordó Pierina Vilizzio, también integrante de Cultivando la Memoria, hija de Edizon Villizzio y nieta de Luis Alberto Fernández, integrante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN), ambos detenidos en San Carlos.
Pierina tenía 13 años. Un sábado a la noche su madre alquiló La noche de los lápices. “Ahí me contó cosas de mi padre, pero él no intervino. Fue el primer momento que entré en sintonía con el dolor de mi madre. Ella tenía 14 años cuando se llevaron a mi abuelo. Mi tía Leticia tenía siete. Mi abuelo falleció y mi padre también. Ahora hablamos mucho más que antes”.
En cambio, Gabriel Sánchez, primo de Tania y sobrino de presos políticos y exiliados, llegó a la adolescencia sin ganas de seguir escuchando la historia del pasado reciente. “Mi madre siempre lo habló abiertamente y por ser el más chico escuchaba lo que hablaban con mis hermanos mayores. Las historias de cuando fueron a buscar a mi abuelo, entender por qué tenía un tío que vivía en Suecia”, contó.
Al crecer volvió a interesarse, habló con su abuelo, con el padre de Tania y con amigos de la familia para “llenar los baches cronológicos”. En diálogo con la diaria Gabriel rememoró el relato sobre el día en que el párroco de San Carlos Luis Astigarraga, uno de los principales delatores de la ciudad, llamó a su abuelo para avisarle sobre la detención de sus hijos mayores, Daniel y Nino, horas antes de que cayeran presos.
“Creo que pasa a ser una responsabilidad. Al menos yo lo asumo así: de que no se olvide, que no se quede en ellos. Hay que mantener esa memoria para que no se repita”, consideró.
Herederos del silencio: hijos y
nietos de víctimas del terrorismo de Estado
en Maldonado se volvieron
investigadores de su propia historia
20 de mayo 2022
Escribe Carla Alves
“Casi a los 40 años empecé a juntar las piezas del rompecabezas por mi cuenta”, contó Lucía, nieta de Amelia Lavagna.
Lucía Rezzano se convenció de que su padre, Héctor Federico, estaba muy ocupado haciendo juguetes, era por eso que no lo veía. Para responder a la curiosidad de un niño y preservarlo del dolor, los grandes pueden recurrir a la fábula. Después viene el silencio, que se siente en la casa como la ausencia de quien no está, y las preguntas que no encuentran respuestas.
“¿Cómo una persona que no era militante se pudo haber suicidado en un allanamiento? Siempre quedaron preguntas, un silencio y un dolor muy fuerte. Fijate que yo casi a los 40 años empecé a juntar las piezas del rompecabezas por mi cuenta”. Lucía es nieta de Amanda Lavagna, detenida en su casa de Manantiales el 27 de abril de 1975 y conducida al Batallón de Ingenieros N° 4 de Laguna del Sauce. Ese día murió por responsabilidad de las Fuerzas Conjuntas, que alegaron que se suicidó tras ingerir veneno para cotorra.
Tras la muerte de su abuela, fueron detenidos su padre, su madre, Amanda Tizze, su tío, José Pedro Tizze y el sobrino de su madre, Alejo Tizze. “Lo de mi madre fue increíble. Ella fue a averiguar al Batallón N° 4 por mi viejo y, por suerte, fue con una tía de San Carlos que me tenía en brazos. Entró a averiguar y no salió más. Mi tía se fue con una bebé en brazos que era yo. Fuimos de esos niños que tuvieron que vivir en casa de acá para allá […] Mi vieja estuvo un año y algo porque le conversó tanto a los milicos que al final la sacaron antes. No me pregunten dónde anduvimos yo y mi hermano, pero estábamos separados”.
Para Lucía, el silencio que reinó en su familia durante su infancia y adolescencia responde a las “trancas que tenían [los mayores] para preservarnos de ese dolor, de esa porquería”. A los 20 años leyó el nombre de su abuela en un artículo de un diario. “Se me vino el mundo abajo. Fui a hablar con mi vieja, que metió una maquillada [a la historia]”.
El Batallón N°4 de Laguna del Sauce fue la “base de la represión en el departamento”, indicó el historiador carolino Andrés Noguez Reyes en su libro “Maldonado en dictadura: aportes a la construcción de la memoria colectiva”. En el predio de 220 hectáreas había un centro de interrogatorios y tortura al que llamaban “El rancho” o “El tambito”, situado a orillas de la laguna, en el que operaba el Organismo de Coordinación de Operaciones Antisubversivas (OCOA) por decisión del comandante de la División IV, el general Gregorio Álvarez, señaló el historiador.
En el batallón estaba la Oficina de Inteligencia identificada como el “S2”. La nómina de militares que la integraron y responsables de los detenidos, según el registro que hizo Noguez Reyes, fueron Hugo Aguilera, Víctor Stocco, Eduardo Giordano, Álvaro Rovira, Héctor Rodríguez, Ariel Ordeig, Dardo Barrios, Daniel Gordillo y Daniel Reissig. Los médicos que intervinieron en el batallón fueron Luis Braga, Francisco Pons y Julio César D’Albora.
La detención de Amanda Lavagna en ese lugar fue en el marco de un allanamiento de las fuerzas armadas en busca de las armas que su esposo coleccionaba. Años antes, el MLN había robado alguna de las armas. Tras torturarlo, Tizze no confesó que tenía escondidas varias de ellas dentro de su casa de Manantiales, reseñó el historiador.
Los militares dijeron que a Lavagna se le hizo una autopsia que reveló que su muerte fue por “intoxicación exógena” relacionada a la ingesta de Phosdrin, un veneno para cotorras, y que habían encontrado un paquete vacío en la casa. Sus familiares no creyeron en el relato. El 29 de febrero de 1975 se dispuso el archivo de la causa judicial.
“Ella estaba muy preocupada por la detención de su marido, pero estaba muy bien. Era una persona con mucha entereza, no la noté como que estuviera en malas condiciones para que no se pudiera quedar sola, por lo que no insistí en quedarme”, expresó el sobrino de Lavagna, Alejo Tizze, quien estuvo con Amelia horas antes de que llegaran las fuerzas conjuntas.
Su hija Amanda, por su parte, alegó: “Quien conozca Manantiales, sabe que no hay plantaciones que justifiquen el uso de ese veneno porque no hay cotorras”. El marido de Amelia sostuvo siempre que no se suicidó.
“Me di cuenta de que, además de ser Lula, también era hija y nieta de quienes pasaron por esto. Si no me avisaban que iba a haber un memorial en San Carlos con el nombre de mi abuela, no hubiera podido juntar todas las piezas, pero es una necesidad porque es parte de mi identidad”, reflexionó Lucía. El Paseo de la Memoria Amelia Lavagna fue inaugurado en octubre de 2019, en la calle José Enrique Rodó de San Carlos, y es el lugar de llegada de la Marcha del Silencio, que se conmemoró el viernes.
“Desde muy niña hablar de mi abuelo en casa era como tocar una fibra muy compleja. Muchas veces mi padre se ponía a llorar y yo me daba cuenta de que era algo que no daba mencionar”, contó Melani Martínez, nieta de Sócrates Martínez, militante del Partido Comunista, periodista de El Popular y testigo de las muertes de Eduardo Mondello, asesinado el 9 de marzo de 1976 en el Batallón N° 4, y de Horacio Gelós Bonilla, a quien mataron producto de la tortura el 2 de enero de ese año en el mismo lugar, aunque su cuerpo continúa desaparecido.
Melani se reencontró con la historia de su abuelo en su adolescencia. Primero buscó en las redes sociales. Supo que estuvo preso reiteradas veces antes de 1972, durante 1973 y luego definitivamente entre 1976 y 1979. Luego conoció a amigos de Socrátes en un homenaje que se hizo en Maldonado, cuando ella tenía 15 años, y quedó “maravillada”. Se enteró de que Sócrates tenía una biblioteca enorme, que Zitarrosa le dedicó un concierto cuando volvió del exilio, que lo querían. “Lo que supe fue más por la gente que transitó con él que por mi padre”.
La abogada María del Carmen Nany Salazar, defensora de víctimas y familiares denunciantes de delitos de lesa humanidad en Maldonado, le compartió parte de su archivo documental, como las actas de la Comisión Departamental de Derechos Humanos. Le advirtió que la información era muy dolorosa y le sugirió que no las leyera sola. Luego Melani empezó a hacer entrevistas a allegados de su abuelo, incluso entrevistó a su tío y a su abuela con la idea de escribir un libro o un ensayo.
En las actas se leen las declaraciones de Sócrates en primera persona, describe las torturas y menciona a sus represores. En un punto, Melani suspendió su investigación porque la historia la estaba “perturbando”, pero piensa retomarla desde “otro lugar” porque quiere reparar el daño.
Sobre la muerte de Gelós Bonilla en el batallón, Sócrates Martínez dijo el 25 de abril 1985: “Estaban siendo torturados Omar Varona, Viera, Carlos Julio Barrios, Romero y caído Gelós Bonilla, que estaba con los ojos vendados completamente inmóvil. Unos estaban crucificados, otros de plantón, otros sentados y, reitero, Gelós Bonilla tirado, inmóvil en el suelo. En ese momento, se armó un gran revuelo…”.
“En el mes de junio de 1976, en tanto, en el Ingenieros N°4, una noche, alrededor de media noche, los oficiales -como era de costumbre- nos hacían escuchar las torturas. En determinado momento cae un cuerpo de uno de los detenidos y la guardia pide que venga el enfermero. Cuando éste viene, manifiesta: ‘a este le dio un infarto’, luego viene un camión y se llevan el cuerpo. Me doy cuenta, además, por el comentario de los soldados, que la persona es Mondello, de la ciudad de Piriápolis”, narró Martínez, según el documento aportado a la diaria por su nieta.
Años antes, en 1973’, Martínez reconoció a tres de sus torturadores: Víctor Stocco, Dardo Barrios y al “teniente Silvera”. También se da cuenta que fue Pons quien lo asistió en “ momentos de taquicardia”: “Lo reconozco de Punta del Este, desde hace cuarenta y cinco años. Además, mi familia le hizo llegar a él personalmente medicamentos, pero nunca me los dio”, contó. Ese año le pidió que lo revisara por marcas de corriente eléctrica en los testículos y el médico se negó. “Le dije al doctor Pons: no aguanto más”.
Luego lo llevaron a su casa en un auto rojo de “pintura desmerecida”. El doctor Ruíz Duarte le hizo un electrocardiograma cuyo resultado dio “preinfarto de miocardio”. Durante la convalecencia, lo volvieron a detener el 11 o 13 de enero de ese año. Sócrates falleció de un infarto el 17 de febrero de 1987, dos años después de la vuelta a la democracia y tras ocho años de vivir en régimen de “libertad vigilada”, lejos de su familia por decisión de los represores.
“No sé qué hubiera sido de mi padre sin esa experiencia. Hubiera sido una persona con otro semblante en la vida, quizás. Hay algo que después empecé a entender y que tiene que ver con el no juzgar”, expresó. Y agregó: “Si no podemos visualizar nuestro pasado, volvemos a repetir las mismas historias. A la vez, entiendo que no todo el mundo puede abrir una herida de ese modo. No juzgo cuando una persona me dice que no quiere hablar de este tema”.
Tania Fernández es integrante del colectivo carolino Cultivando la Memoria, es nieta de Chile Fernández, preso político de San Carlos, e hija de Dardo Fernández, exiliado. Coincidió con Lucía en que la historia del pasado reciente es un “rompecabezas que una va armando”. En su casa también se sentía el silencio, que sólo podía romper su tía, la única mujer entre siete hermanos.
Comenzó a enterarse de lo que había pasado en la familia cuando abordó el concepto de “imperialismo” en una clase de Ciencias Sociales en el liceo. Lo conversó con su padre y se indignó. Ahora es profesora de Historia y está haciendo una tesis sobre los años 60 en San Carlos para la maestría en Historia Política de la Facultad de Ciencias Sociales. “Siento que estoy reconstruyendo mi historia también”.
“Mi padre cayó preso con un grupo de amigos. Después, se reunían en casa, a no ser por dos que se exiliaron. Conversaban y siempre hablaban del tema y de política. Pero, en realidad, sobre la historia personal de mi padre o de mi abuelo nunca. Siempre se había sobrevolado el tema”, recordó Pierina Vilizzio, también integrante de Cultivando la Memoria, hija de Edizon Villizzio y nieta de Luis Alberto Fernández, integrante del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN), ambos detenidos en San Carlos.
Pierina tenía 13 años. Un sábado a la noche su madre alquiló La noche de los lápices. “Ahí me contó cosas de mi padre, pero él no intervino. Fue el primer momento que entré en sintonía con el dolor de mi madre. Ella tenía 14 años cuando se llevaron a mi abuelo. Mi tía Leticia tenía siete. Mi abuelo falleció y mi padre también. Ahora hablamos mucho más que antes”.
En cambio, Gabriel Sánchez, primo de Tania y sobrino de presos políticos y exiliados, llegó a la adolescencia sin ganas de seguir escuchando la historia del pasado reciente. “Mi madre siempre lo habló abiertamente y por ser el más chico escuchaba lo que hablaban con mis hermanos mayores. Las historias de cuando fueron a buscar a mi abuelo, entender por qué tenía un tío que vivía en Suecia”, contó.
Al crecer volvió a interesarse, habló con su abuelo, con el padre de Tania y con amigos de la familia para “llenar los baches cronológicos”. En diálogo con la diaria Gabriel rememoró el relato sobre el día en que el párroco de San Carlos Luis Astigarraga, uno de los principales delatores de la ciudad, llamó a su abuelo para avisarle sobre la detención de sus hijos mayores, Daniel y Nino, horas antes de que cayeran presos.
“Creo que pasa a ser una responsabilidad. Al menos yo lo asumo así: de que no se olvide, que no se quede en ellos. Hay que mantener esa memoria para que no se repita”, consideró.
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