Uruguay: sobre militares

A menos de un mes, que se han de realizar las elecciones nacionales en Uruguay, y la presencia de un militar, el Gral. Manini Ríos como candidato del Partido Cabildo Abierto, y las controversias de algunos de los componentes, reproducimos dos artículos del mensual VADENUEVO, que trata justamente sobre la actitud y el accionar de los medios en las Fuerzas Armadas en Uruguay.

VADENUEVO DE COLECCIÓN: Del N° 5 (febrero de 2009). CON EL GRAL. (R) EDISON ARRARTE

   02/10/2019

Todos los militares tienen algún dato de

lo que pasó en la dictadura

Evocación del proceso vivido en el Ejército, el ascenso de las corrientes golpistas, y una experiencia personal.

 

Por Pedro Cribari y Federico Martínez

– ¿Cómo fue el proceso de acercamiento al Frente Amplio (FA) desde su condición de joven militar?

– Yo provengo de un hogar batllista y soy un gran admirador de don Pepe (José Batlle y Ordóñez). Mi familia simpatizaba con Luis Batlle y mi padre militó con Julio César Grauert. Cuando ingresé a la Escuela Militar tomé contacto con una realidad que contradecía a los libros de historia del liceo, por ejemplo, que en Uruguay no había indígenas. Yo veía en los cuarteles soldados blancos, negros y mucho mestizaje con fuerte impronta indígena.

Siendo teniente, conseguí un libro sobre la revolución guatemalteca. De muchacho había leído “Cómo fueron derrotados los rojos en Guatemala” -no me olvido más del título- en Selecciones del Reader’s Digest, la revista norteamericana. Cotejando los planteos comencé a tomar conciencia que los gringos no eran tan amigos y tan sensacionales y que hacían las cosas en función de sus intereses norteamericanos, de su “seguridad”. Sostenía un presidente argentino, (Roque) Sáenz Peña, que el mayor cáncer de la humanidad era la “seguridad” de los Estados Unidos (EEUU), porque, según decía, cada vez que hablan de seguridad sobrevienen invasiones, bombardeos, destrucción y muerte. La presencia norteamericana era muy clara en los cuarteles. Cuando prestaba servicios en Montevideo había oficiales que iban y venían de Vietnam. Veía la presencia de personal norteamericano en las unidades, venían a controlar lo que ellos llamaban “el plan de ayuda mutua”, producto de los arreglos de gobiernos de la época.

En 1962 voté todavía al Partido Colorado, a Oscar Gestido. Había aparecido la figura de Zelmar Michelini, con la lista 99, que tuvo una buena votación dentro del Partido Colorado. Y ahí aprendí lo que era ese “rastrillo” electoral que tenían los partidos tradicionales para juntar votos de izquierda.

Yo conversaba de política lo que podía con algunos oficiales. Algunos se interesaban y otros no. En 1966 voté al Frente Izquierda de Liberación (FIdeL).

UN TAL SEREGNI, QUE ERA COMUNISTA

– Ir asumiendo ideas de izquierda, ¿era un proceso que no se hacía público?

– No se podía hacer público. Yo tenía compañeros que les parecía que matar un comunista era hacer patria. En 1958 ingresé a la Escuela Militar, y me recibí en diciembre de 1961. Al poco tiempo, en octubre del 62, se dio la “crisis de los misiles” en Cuba. En el 63 o 64 ya escuché decir que había un general, un tal Seregni, que era comunista. Él venía de la época en que los batllistas, en los años ’30, luego de la muerte de don Pepe Batlle, ya eran considerados comunistas por gente de derecha. No se olviden de la reacción del Alto de Viera, en el año 17, del terrismo, del riverismo. Para ellos todo lo que estaba fuera de sus ideas era comunismo.

– Los años ’60 eran tiempos de auge del general Oscar Aguerrondo, ¿no?

– El aguerrondismo tomó fuerza a partir del 64, más o menos, sobre todo porque desde el 63 se empieza hablar de golpe de Estado. El aguerrondismo va a predominar dentro de los sectores de la ultraderecha militar hasta la conformación incluso de los llamados “Tenientes de Artigas”.

Ahí aparece la figura del general Seregni, que estaba con la Constitución y la democracia, pero no era fácil defender esos valores. Entre los oficiales que defendían esos valores democráticos se destacaba don Pedro Montañez, que era socialista.

– ¿Ya era coronel?

– Sí, y ya era reconocido socialista siendo subalterno. Yo presté servicios en Rocha en 1962 y ya me decían: “Pedrito es socialista”. Era muy querido. Ser socialista todavía no era pecado; lo que no se podía era ser comunista.

Bueno, lo cierto es que yo iba entrando cada vez más en el tema político, junto a compañeros con varios de los cuales terminaríamos en la cárcel. Había leído el “Manifiesto del Partido Comunista” a los 15 años. Un día faltó un profesor de Literatura el suplente nos preguntó si habíamos leído algo de Marx. Nadie conocía a Marx en 4º año de Liceo. Yo tuve formación católica hasta 2º año, y me parecía que muchas de las cosas que decía Marx coincidían con la concepción cristiana. Lo veía como un tipo preocupado por los pobres, por decirlo así, de la misma forma que Jesucristo…

Siendo un joven oficial, veíamos cómo en el Ejército se criticaba cada vez más a Seregni, hasta que terminó pidiendo el retiro en 1968. El pretexto que dio en ese momento fue el cambio con la curia de los terrenos de Toledo por los de la Escuela Militar. Creo que se mostró disconforme con eso por no haber sido consultado, además de otras causas que alegó. Se fue él y se fue el general Víctor Licandro. Después me enteré que con Seregni se fue también una cantidad de coroneles veteranos. Atrás del retiro estaba el tema político; estábamos en plena época de (Jorge) Pacheco Areco.

Después hubo propuestas del Partido Colorado a Seregni, incluso recuerdo una famosa tapa de un semanario de la época, donde estaba Nasim Ache conversando con el general, proponiéndole la candidatura del batllismo. Mientras, se iba uniendo la izquierda, el FIdeL, la Unión Popular, los socialistas, el PDC. Y recuerdo otra tapa, no sé si del mismo semanario, cuando lo propusieron a Seregni para la presidencia de esa fuerza, el FA, que se estaba creando. La tapa decía algo así como “Cabeza de ratón y no cola de león”, como que Seregni iba a encabezar un movimiento muy minúsculo en lugar de ser uno de los candidatos de un partido fuerte como era el Colorado.

Después se constituyó el Frente Amplio. Ahí hubo un personaje importante, interesante, el general Arturo Baliñas, del cual se habla poco o nada, un hombre que merece todo nuestro reconocimiento, fue abogado además, profesor de Derecho en la Escuela Militar, y diría que en muchos aspectos estaba más adelante que Seregni.

A LA POLÍTICA DESDE LA CÁRCEL

– Cuando nace el Frente Amplio, ¿usted y sus compañeros ya integraban esa fuerza política?

– Yo era votante del FIdeL, pero no tenía relación orgánica. ¡Si nosotros salimos al medio político estando en la cárcel!

– ¿Entre otras cosas porque el Ejército siempre fue como un gueto?

– Exactamente, el Ejército tiene muchos parecidos con la vida monacal y con las jerarquías sacerdotales; en ambos casos hay un mandato metafísico: Dios o el deber. Todo viene de arriba, Dios es responsable, el deber es responsable. Hay una estructura fuertemente jerarquizada, tanto en la Iglesia como en el Ejército. Y están nuestros propios monasterios, los cuarteles, donde transcurre la vida de los oficiales.

– ¿Cómo era el clima en los cuarteles cuando se forma el Frente Amplio, que, por si fuera poco, tenía un líder y candidato militar?

– No era hostil, pero me parece que ya empezaba a desarrollarse un sistema de inteligencia sordo, interno, empezando a detectar cosas. Hago referencia a la época de auge de la lucha contra el MLN. De repente uno decía ante un oficial: ¿qué novedad esto del Frente Amplio, pueden hacer una buena propuesta para el país? Algunos se asustaban, porque, entendámonos, el oficial es un ser humano como cualquier otro, que cree por educación que por tener las armas está por encima del bien y del mal. Es una cuestión que tiene que ver con la formación psicológica de los militares. Al margen de eso es un tipo como cualquier otro y se asusta como cualquiera.

Las Fuerzas Armadas (FFAA) en su conjunto también son un reflejo de la sociedad. Habría que haber estudiado el clima de violencia que se desarrolló antes y después del golpe, conocer la raíz de la violencia. Podía aparecer un tipo sádico en el conjunto, y si le dabas vía libre hacía cualquier cosa. Pero tengo la impresión que esos no eran los mayoritarios. Pero había un clima de violencia, de individuos que quedaban con bronca porque algún integrante del cuartel era herido o muerto en los enfrentamientos, y se quería tomar revancha. Había otros que actuaban en función de que no lo fueran a considerar “cómplices”; entonces, por las dudas, se ponía violento, duro. Pero hay otra cosa a tener en cuenta, que es cierto menosprecio hacia las FFAA que existió siempre de parte de la sociedad. Eso fue haciendo mella.

El único combate internacional que tuvo el Ejército oriental fue en la guerra de la triple infamia, contra Paraguay. Más allá del despliegue, del coraje y demás, la misión en sí fue aborrecible, asesinamos al pueblo paraguayo. Ni con cien años de perdón lo arreglamos. Después fue la guerra de 1904, donde fundamentalmente hubo un ejército colorado que después se transformó en un escalafón de funcionarios y se burocratizó hasta el día de hoy. Posteriormente fue empleado como “rompehuelgas”. Cuando la gran huelga de los frigoríficos en 1951, 1952, es el Ejército el que va a hacerlos funcionar. Eso contribuyó al poco aprecio de mucha gente hacia los militares. Yo, por ejemplo, intervine en la huelga de UTE, porque tenía que hacerlo, no podía dejar a los soldados solos. Todo eso te hace quedar mal entre la población.

SOLO UN 15% REPRIMÍAN Y TORTURABAN, PERO…

– Tampoco era un rango social, a diferencia de la Argentina.

– Sí, los oficiales uruguayos se quejaban mucho porque decían que acá nadie te conocía. En el interior era algo diferente, porque el oficial formaba parte de comisiones civiles y el cuartel era un centro de referencia importante. El oficial podía presidir algún club o institución social. Cuando se inició la época maldita de la dictadura y de la tortura un oficial joven podía tener un enorme complejo de inferioridad que se manifestaba, por ejemplo, cuando le decía a un profesional de menor rango: “usted está acá bajo mi mando”, para que el otro sintiera que estaba debajo de la bota. De alguna manera lo inferiorizaba.

Tratando de buscar la raíz de la violencia, la fuerza que estaba afuera de los cuarteles, enfrentando a la subversión o reprimiendo y torturando a la gente, no era mucho más del quince por ciento del total. Hubo un montón de oficiales que no estuvieron en la represión, o bien porque estaban en las oficinas o en los cuarteles, o se las ingeniaron para no meterse en problemas. No obstante, todos tienen algún dato de lo que pasó. Todos tienen algún dato de lo que pasó,

DE CIVIL EN EL ACTO

– ¿Asistió a algún acto del FA siendo militar en actividad?

– Cuando el enorme acto del FA de cierre de campaña en la avenida Agraciada (hoy avenida del Libertador), en el 71, estuve presente, vestido de civil. Después me enteré que compañeros míos me vieron. Por ejemplo el capitán Cabán, que estaba con su señora. En última instancia, fue para frenar la enorme fuerza del FA que se dio el golpe.

-¿Su acercamiento al FA fue un proceso individual?

– Yo ya llevaba conmigo hacerme “hincha” del Frente, y lo llevo hasta el día de hoy. Sí, fue un proceso individual por las características mismas de la institución militar. No era como la Universidad; en los cuarteles no podías ir al boliche de enfrente y conversar de política. Tenías que cuidarte.

– ¿Les parecía bien a los militares que simpatizaban con el FA que el candidato fuera Seregni?

– Sí, sí. Nosotros veníamos siguiendo el tema, se conversaba mucho del Frente, Montañez era allegado a Seregni. Sí, nos parecía muy bien.

Edison Arrarte, 67 años, general retirado de Infantería, integró la lista de militares que se adhirieron al Frente Amplio (FA) y al liderazgo de Liber Seregni. En 1972, cuando el combate de las Fuerzas Armadas a la guerrilla del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), fue preso por ordenar el cese de una sesión de tortura y denunciar ante sus superiores esas prácticas contra los detenidos en la unidad salteña en la que revistaba. Sometido a la Justicia Militar, estuvo nueve meses preso, luego en libertad provisional, y en enero de 1976 fue procesado junto al resto de sus colegas contrarios a la dictadura y confinado en prisión durante largos años.

 

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VADENUEVO DE COLECCIÓN: Del N° 50 (noviembre de 2012). ENTENDER A LOS UNIFORMADOS

   02/10/2019

Los parámetros del pensamiento militar

Todos los militares, en todas las naciones, son formados –en mayor o menor grado– de la misma manera y reaccionan de igual forma ante ciertas manifestaciones individuales o sociales. Al militar se le educa para matar y para morir. Así de simple.

Por Contraalmirante (R.) Oscar Lebel

 

A los civiles se los gobierna. A los militares se los manda. Y la esencia del arte del mando no consiste en conducir a los convencidos sino en convencer a los conducidos..

Mariscal Foch

 

Las formaciones militares son de dos tipos. Si se trata de un desfile, la tropa y solo la tropa, se alinea de derecha a izquierda por estaturas decrecientes. Si se trata de oficiales en actos protocolares, la formación se hace de derecha a izquierda también, pero en orden decreciente de jerarquías, y dentro de éstas, por orden de antigüedad. En otras palabras, cada oficial “le cede la derecha’’ a su superior inmediato, como disponen las reglas de la cortesía castrense. Esto, que es universal, en el Uruguay se denomina “orden de derechas” al hacer referencia al escalafón militar. La palabra “derecha”, así empleada, no tiene relación alguna con su habitual connotación político–filosófica.

La carrera militar, como se ve, tiene sus peculiaridades. Por ello, cualquier análisis de las estructuras militares exige, por lo menos, saber de qué manera piensan los hombres de armas; por qué piensan de tal manera; y cuáles son los parámetros educativos y formativos que sirven a ese fin. La educación para la profesión militar en tal sentido es atípica en comparación con los parámetros generales que caracterizan las normativas de formación de las restantes profesiones y oficios. La citada atipicidad no es privilegio ni peculiaridad de los militares uruguayos. Todos los militares, en todas las naciones, independientemente de sus regímenes sociales, son formados –en mayor o menor grado– de la misma manera, y por ende reaccionan de igual forma ante ciertas manifestaciones individuales o sociales. Al militar se le educa para matar y para morir. Así de simple. La educación castrense se singulariza por componerse de partes iguales, de conceptos formativos antinómicos, –a la vez afirmativos y negativos– pero peculiarmente jerarquizados y aun sobrevaluados, por cuanto hacen al error y a la virtud, a la vida y a la muerte. Se forma afirmativamente al soldado cuando se le enseñan los intrincados mecanismos de su fusil. Se forma antinómicamente, cuando se le inyecta, a nivel de reflejo condicionado, el sentido de la subordinación y obediencia a sus superiores. La casi anulación del instinto libertario, del deseo de protesta, del afán de rebeldía, son ingredientes insustituibles en cualquier formación militar. A la hora de la verdad, lo negativo pasa a ser positivo, y su profundidad y arraigo miden la capacidad para sobrevivir y el coraje para morir. En suma, la distancia y la opción entre ser y no ser. Pero además se forma al militar de tal manera porque solo así se le podrá entregar el arma de guerra y la parcela de poder que ella significa, sin que esa parcela se convierta en poder total. El orden se convierte en un fin en sí mismo, perdiéndose –en gran medida– la capacidad de discutir libremente. En el militar, la libertad intelectual colide directamente con el reflejo condicionado a la obediencia.

Pero como aun –y a pesar de ello– la profesión militar requiere imaginación, iniciativa y tino, la educación castrense se convierte en un delicado juego de equilibrios entre lo que se debe alentar y lo que se debe prohibir, máxime que esos valores (a alentar o prohibir) cambian permanentemente con los avatares de la política nacional e internacional. La escala de valores en la educación militar se apoya fundamentalmente en el buque, en la escuadrilla o en el regimiento, y por extensión en el arma, como lo relata con amenidad el escritor francés Jean Larteguy en su novela autobiográfica “Los Mercenarios’’. Eso explica –no justifica– que los militares, en ciertas circunstancias, aun no deseando salir de los carriles constitucionales, terminen apoyando un golpe de Estado, en aras de una mal entendida aunque no absurda “lealtad al arma”. Eso corre en los dos sentidos. Y así ha sido a través de la historia; a veces para imponer una dictadura; a veces para regresar a la democracia. Porque el hombre militar, cuanto más aislado y segregado esté de la sociedad de la que forma parte, más lejanamente la verá y menos comprometido con ella se sentirá.

A diferencia del civil, el militar –salvo casos extremos– no verá resentida la seguridad de su mujer e hijos, pues si comete una falta, la sanción lo privará a lo sumo de su libertad, manteniéndolo dentro de la Unidad Militar, uno o más días, sin que por ello se afecte su sueldo, ni se limite el acceso a las prestaciones gratuitas de orden sanitario y social a que tiene derecho su núcleo familiar. El civil, en cambio, sujeto a los avatares de la inseguridad en el trabajo y a la derivada angustia por las carencias para los suyos, se educará y conformará en un entorno social y mental que está en las antípodas del soldado, quien al precio de ceder una parcela mayor de su libertad, encuentra justificativo y refugio en el esquema paternal que le brinda el Ejército. La apreciación del mundo, subordinada a una óptica particular, conocida como “deformación profesional”, es mayor en los militares que en cualquier otra profesión, y de tal manera el militar, ya sea uruguayo, alemán o cubano, frente a cualquier manifestación de protesta social se sentirá epidérmicamente molesto, porque siente en su fuero más íntimo que ella materializa y publicita la ruptura de su escala de valores más caros, basados en el verticalismo, la subordinación y el orden formal.

A diferencia del civil, el militar -salvo casos extremos- no verá resentida la seguridad de su mujer e hijos, pues si comete una falta, la sanción lo privará a lo sumo de su libertad, manteniéndolo dentro de la Unidad Militar uno o más días, sin que por ello se afecte su sueldo, ni se limite el acceso a las prestaciones gratuitas de orden sanitario y social a que tiene derecho su núcleo familiar.

Los militares están ahí, y ese solo hecho es motivo de polémica. ¿Sirven o no sirven a los intereses de la sociedad? ¿Son onerosos? ¿Es concebible un Estado sin Fuerzas Armadas (FFAA)? Comencemos por el principio, diciendo algunas verdades que hacen al sentido común.

– En el mundo hay FFAA porque hay guerras, y la guerra es un fenómeno social. Brutal pero social.

– La Constitución de la República, volcada a las leyes orgánicas de las FFAA, dice que éstas: “Tienen por misión y esencia, defender la integridad del Estado, su honor e independencia, la paz, la Constitución y las leyes de la misma”.

– Argumentos tales como que Uruguay, por su inermidad, no aguantaría ni cinco minutos una embestida de Argentina o Brasil, son carentes de realismo. Primero, porque no hay, hoy por hoy, la menor posibilidad que tal cosa ocurra. Segundo, si lo que se pretende es descalificar a las FFAA por su escaso poder de fuego, habría que decir que el pequeño Israel tiene más tanques, cañones y aeronaves que Brasil y Argentina sumados. Además tiene misiles nucleares, por si algo faltaba. Además se debe recordar que: “Las FFAA ni se disuelven por prejuicio, ni se mantienen para entretenimientos color castrense”. No tenemos un ejército porque es lindo verlo desfilar. Tampoco podemos borrarlo “porque no nos gustan los militares y son caros’’. (Más caros resultaron los Rohm y los Peirano.) Seguramente nuestros más encendidos antimilitaristas, puestos en cubanos, venezolanos o israelíes no dudarían en girar la ecuación y defender a las FFAA. Es que a Cuba, Venezuela o Israel le va la vida en ello.

– No faltan los que sugieren el reemplazo de las FFAA por una Guardia Nacional que cumpla simultáneamente la labor policíaca y la de Defensa Nacional. Las GGNN, que abundaron hasta hace poco tiempo, fueron creadas por los “marines” estadounidenses, que ocuparon Centroamérica durante 20 años hace algunas décadas. Como el poder de la Guardia Nacional no tenía contrapeso, quien dominaba la Guardia dominaba el país. Estas Guardias, que de nacional no tenían nada, estaban formadas por matones y forajidos al servicio de personajes tales como Tacho Somoza de Nicaragua o Trujillo de la República Dominicana, de triste recuerdo. En el ejemplo recurrente de Costa Rica, las cosas sucedieron así: el ejército quiso trampear una elección y fue derrotado por una rebelión popular encabezada por el hacendado José Figueres, que sería electo presidente. Casado con una norteamericana, disolvió el ejército, con el beneplácito de Estados Unidos, que en pleno doble discurso quería disimular su abierto concubinato con las dictaduras tropicales apoyando a la única democracia de la región.

 

– Los entusiastas de disolver a la Armada, proponiendo el reemplazo de sus buques medianamente grandes por “lanchas rápidas’’, por lo visto nunca estuvieron en un temporal con vientos del Sur en aguas oceánicas uruguayas. Con rolidos (inclinaciones) de 60 grados poco y nada se puede hacer con una embarcación pequeña en un mar embravecido.

Con la segunda presidencia del doctor Sanguinetti, la permisividad asociativa se acentúa. El presidente no sólo niega que haya habido desapariciones y torturas, sino que al tiempo de destratar al poeta Juan Gelman concurre a los actos del Centro Militar donde se hace el panegírico del gobierno cívico militar.

¿Qué ha ocurrido con el estrato militar en estos 20 años post dictadura?

La primera presidencia de Julio María Sanguinetti, aunque tuvo como reaseguro del ejército al golpista general Hugo Medina en el Ministerio de Defensa, comenzó con bríos. Hubo ocupación del bunker del ejército, transformándolo en Casa de Gobierno, con el nombre de Edificio Libertad. Ley de amnistía a los presos políticos. Devolución de galones y jerarquía a los generales Liber Seregni y Víctor Licandro, dados de baja por “traidores” por la dictadura. Pero el cambio duró poco. Frente a la imposibilidad de juzgar a los militares que habían cometido delitos aberrantes y de los otros, nació la Ley de Impunidad. Parafraseando a Real de Azúa, “al impulso siguió el freno”, y queda instalada una suerte de permisividad con sospechoso aroma a complicidad, donde en vez de la sujeción del poder militar al civil, se pasa a una asociación vergonzante, donde ambas partes se usan mutuamente para su propio beneficio sectorial. Esa será de aquí en más la tónica de las relaciones Ejecutivo–FFAA.

Cuando Luis Alberto Lacalle asume la Presidencia se encuentra que su antecesor le había entregado el ejército “atado y bien atadito’’ (Francisco Franco dixit). El molesto episodio, sin embargo, trajo consecuencias positivas, por cuanto Lacalle recuerda que en la carrera militar los ascensos son administrativos, por antigüedad y méritos hasta la jerarquía de teniente coronel. El ascenso a coronel, general, y, por ende, a la jefatura del arma, ya requiere venia del Senado. En especial la designación de los Comandantes en Jefe. Es que en todos los países del mundo, se entiende que el poder implícito en esos galones debe estar en sintonía con el Poder Ejecutivo emanado de las urnas. De tal modo, cuando el presidente Lacalle señala enfáticamente: “A partir del 1 de marzo, y en mi carácter de Comandante en Jefe de las FFAA, cargo al que accedo por el voto de la ciudadanía, ejerceré mis potestades como tal, designando dentro de la Constitución y la Ley los mandos de la FAU y la Armada Nacional’’ (sic), tenía a su favor tanto la ley como la razón. Acto seguido ascendió al capitán de navío James Coates sucesivamente a contra almirante y comandante en Jefe de la Armada, con galones de vicealmirante. No obstante tuvo que soportar dos desacatos del ejército. Uno, cuando se negó a reprimir a la policía amotinada que había aislado y dejado a oscuras al Presidente y varios ministros en el edificio Libertad. Otro, cuando los generales se negaron a esclarecer las complicidades militares en el caso Berríos. Pero, como antes, la reacción del Ejecutivo siguió siendo la permisividad.

Con la segunda presidencia del doctor Sanguinetti, la permisividad asociativa se acentúa. El Presidente no solo niega que haya habido desapariciones y torturas, sino que, al tiempo de destratar al poeta Juan Gelman, concurre a los actos del Centro Militar donde se hace el panegírico del gobierno cívico militar.

El presidente Jorge Batlle quedó a medio camino. Por un lado instala la Comisión para la Paz e institucionaliza sus conclusiones: “Hubieron 22 torturados que fueron hechos desaparecer”. Pero otra vez aparece el freno, y el Presidente concurre al Centro Militar y en compañía de los comandantes de Aire, Mar y Tierra se solidariza con el consuetudinario discurso que aplaude y justifica la dictadura. Un detalle no menor a destacar es el papel que les cupo a los ministros de defensa Luis Brezzo y Yamandú Fau en esta mecánica perversa. Parafraseando a Clausewitz, se podría concluir del período de 1984 a 2004 que: la democracia tutelada es la continuación de la dictadura por otros medios.

No tenemos un ejército porque es lindo verlo desfilar. Tampoco podemos borrarlo “porque no nos gustan los militares y son caros’’. (Más caros, resultaron los Rohm y los Peirano.) Seguramente nuestros más encendidos antimilitaristas, puestos en cubanos, venezolanos o israelíes, no dudarían en girar la ecuación y defender a las FFAA. Es que a Cuba, Venezuela o Israel le va la vida en ello.

Dice el Diccionario de la Real Academia: “Contubernio: alianza vituperable”. Pues bien, con la llegada del doctor Tabaré Vazquez al poder, comienza el principio del fin del prolongado contubernio cívico-militar.

En este nuevo escenario hay que situar al doctor José Bayardi. Que cuando dijo ”maricones” no se refirió a las preferencias sexuales de los posibles aspirantes al comando de las FFAA, sino a la capacidad de asumir pasadas responsabilidades, como lo hizo con gallardía el teniente general aviador Enrique Bonelli, desmarcándose notoriamente –por la positiva– de sus colegas del ejército y la armada. Seguramente, si el Subsecretario de Defensa hubiera empleado la rica gama de sinónimos que posee la lengua española (vacilantes, irresolutos, ambiguos, indecisos, medrosos, pusilánimes, etcétera) no hubiera despertado el poco creíble temporal de pasiones que desató la filtración de sus palabras del recoleto local donde sesionaba el Frente Amplio.

Para finalizar, dos frases. Una del doctor Hugo Batalla: “Uruguay deberá construirse con ciudadanos de todo el espectro político, de todas las razas, de todas las confesiones. Con empresarios, obreros, intelectuales y estudiantes. Para las FFAA la ratificación de que los valores de patria y soberanía no se expresan sólo en el respeto a la bandera y no son patrimonio exclusivo de los soldados, sino que residen en el pueblo todo”.

La otra frase, del doctor Carlos Quijano: “No es malo gastar en Defensa Nacional. Lo malo es gastar mal”.

Y agrego yo: Esto último es lo que se hizo hasta ahora.

 

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