Personas vestidas de civil portando armas largas, que dijeron ser policías y se desplazaban en tres autos, entraron y obligaron al portero del edificio a que los llevaran al departamento del matrimonio Dossetti-García. Fue secuestrada junto a Edmundo Dossetti (esposo), también desaparecido. La hija de ambos, Soledad Dossetti García, de 7 meses, fue dejada con el portero. Junto al matrimonio fue detenida una tercera persona que se presume sería Alfredo Bosco, también desaparecido, quien estaba viviendo con ellos. La familia de Bosco reconoció algunas prendas que se encontraron en el apartamento. La vivienda fue totalmente saqueada y permaneció ocupada durante tres días por algunos de los participantes del secuestro.
Migas de pan
Sobrevivientes del Cóndor contaron sus experiencias y aportaron datos sobre desapariciones de uruguayos en Argentina.
Edgardo Pampín se mudó a Buenos Aires en 1974 para escapar de la dictadura en Uruguay. En Argentina vio desaparecer a la mayor parte de sus compañeros de militancia sindical y política, y logró salvarse gracias a un salvoconducto de Naciones Unidas. Ayer, en Roma, declaró en el juicio por el Plan Cóndor delante de la Tercera Corte d’Assise. “En Argentina ya había grupos paramilitares antes del golpe de 1976, pero después la situación se hizo más complicada”. Pampín fue citado por la fiscalía para relatar sobre los casos de Raúl Gambaro, Edmundo Sabino Dossetti e Ileana García Ramos de Dossetti, personas con las cuales había compartido militancia y amistad en los Grupos de Acción Unificadora (GAU).
En diciembre empezó una ola de detenciones. “El 22 de diciembre a las 9.00 una vecina vino a avisarme que estaban secuestrando al profesor Borelli a pocos metros de mi casa, y que en la camioneta en la cual lo estaban subiendo ya había cuatro detenidos encapuchados. El personal que llevaba a cabo la operación era compartido entre argentinos y uruguayos y estaban preguntando si vivían otros uruguayos en el barrio. Yo me fui rápidamente. El día 27 de diciembre la compañera de Raúl Gambaro me avisó que él no había vuelto a la casa. Así me contacté con Naciones Unidas para buscar refugio y allí me enteré de todos los secuestros de aquel período”.
Rearmando
Soledad Dossetti tenía siete meses cuando un grupo de hombres entró al apartamento en el que vivía con sus padres, Edmundo Sabino Dossetti e Ileana García Ramos de Dossetti, y los separaron. Ahora es una mujer de 38 años que se constituyó parte civil en el juicio y relató hechos que le fueron contados por sus abuelos acerca del secuestro, y otros que descubrió en su camino de búsqueda. “Mis padres fueron secuestrados a las 23.00 del 21 de diciembre; mi padre acababa de cumplir 25 años y mi madre 23. Por el testimonio del portero del edificio, personas vestidas de particular con armas largas le exigieron que los acompañara al piso 12 y lo obligaron a anunciarse a la puerta para que mis padres le abrieran. En casa estaba también Alfredo Fernando Bosco, compañero de la universidad que había viajado a Buenos Aires para refugiarse. Él también sigue desaparecido.
Según el relato del portero, mi madre se resistía a entregarme, y por eso fue muy golpeada. Me dejaron al portero, que después me entregó al personal policial de la comisaría. Mis abuelos se enteraron a raíz de una carta que escribió un vecino y los primeros días de enero viajaron a Buenos Aires. Me habían entregado a una familia. Mi abuela tardó 15 días en recuperarme y me encontró en un estado de salud muy deteriorado y con un problema de dislocación de la cadera por el cual tuve que tratarme en los siguientes 25 años”.
Edmundo e Ileana Dossetti reaparecieron años después, en una carta escrita por Adriana Chamorro y su esposo Eduardo Corro, argentinos sobrevivientes del pozo de Banfield, que compartieron celdas con el matrimonio Dossetti. Según contó la pareja, en Banfield argentinos y uruguayos eran separados. Cuando Chamorro y su esposo fueron detenidos, las celdas del primer piso ya estaban repletas, así que les tocó compartir calabozos en el segundo piso con los uruguayos: “Chamorro estuvo en la celda con mi madre -dice Dossetti- y se enteró de que todo el grupo había sido detenido en diciembre de 1977.
Nos resaltó que los uruguayos, cada vez que volvían de un interrogatorio, decían que las personas que los interrogaban eran uruguayas, y eso les llamaba la atención. En mayo se comunicó a los uruguayos que iban a ser trasladados a una cárcel legal en el sur del país. Salieron todos excepto mi madre, que estuvo allí hasta finales de junio”.
Soledad Dossetti relató también que supo, años después, de Ramón Camps, jefe de la Policía de la provincia de Buenos Aires, quien tuvo un rol de primera línea en la represión en Argentina; el Centro de Operaciones Tácticas Nº 1 Martínez, el Pozo de Banfield y el Pozo de Quilmes son conocidos como Circuito Camps. La conexión surgió por una prima de su madre que vivía en Buenos Aires y que la hospedó varias veces durante las vacaciones de su infancia: “Sé que parece increíble, pero esa pariente estaba casada con Jorge Alberto Torres, que era un gran amigo de Camps. […] Cuando tenía 13 años esa prima me contó que Camps le había dicho que le daba pena que siguiéramos con la esperanza de encontrar a mis padres, y que él sabía que habían muerto en un traslado entre Argentina y Uruguay”.
El nombre de Néstor Tróccoli surgió sobre el final de la declaración de Dossetti, cuando la jueza preguntó si en Uruguay había condenados por estos hechos y el abogado Fabio María Galiani, defensor de Dossetti y del Estado uruguayo, relató las condenas a Gregorio Álvarez y Juan Lacerbeau y la fuga en Italia de Tróccoli para escaparse de la Justicia.
Dossetti señaló a la diaria su satisfacción por declarar en el juicio en Roma. También agregó detalles sobre lo que le contó Adriana Chamorro, la última en ver a sus padres vivos: “Mis padres y los uruguayos que estaban en Banfield no creían que su destino final fuera la muerte. Estaban convencidos de que iban a terminar en una cárcel. Para nosotros fue muy importante saber eso y pensar que no vivieron sus últimos meses con angustia. Chamorro me contó que jugaban ajedrez entre una celda y otra con golpecitos en la pared, que cantaban canciones de Daniel Viglietti, que el día de mi primer cumpleaños, ante el desánimo de mi madre, que pensaba en mí, los otros les enviaron muñequitos hechos con migas de pan y entonaron ‘que lo cumplas feliz’”.