Sobre “Perico” Perez Aguirre

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Diálogos con Perico

A 15 años de la muerte de Luis Pérez Aguirre repasamos sus principales líneas de pensamiento y su obra.

Busco revivir el espíritu de este compañero para retomar un diálogo interrumpido. Repaso algunas de sus ideas sobre la Iglesia increíble y necesaria y la espiritualidad imprescindible. No sé qué respondería ahora. Aun así reuní todo el coraje del que fui capaz para pensar con él. Creo que deberíamos congregar nuevamente las diversas avenidas del pensamiento que en él eran una sola pero que nosotros separamos. Darnos un tirón de cuerda, para buscar seguir avanzando.

Me resulta difícil escribir sobre Perico porque fui su amigo, uno de sus muchos amigos, y como es natural entre amigos, compartimos el conocimiento de nuestras luces y sombras. En eso, varias veces nos decíamos, consiste la amistad: en compartir flaquezas sin tener que justificarse y aceptarlas sin que sean obstáculo para seguir siendo amigos. Decir que Perico tenía flaquezas no es sugerir escándalo ni dudar de sus valores, es simplemente recordarlo y recordarnos que, como nosotros, fue un hombre de carne y hueso. Fue un ser de notables y notorias cualidades morales e intelectuales, reconocidas tanto en vida como después. Ese reconocimiento es un acto de justicia, pero al mismo tiempo puede ser un gesto peligroso. Cuando Perico vivía, alguna vez se me ocurrió el malévolo pensamiento de que la veneración que se le rendía en parte era fruto del alivio que causaba ver que había alguien que se ocupaba de tareas que otros no nos animábamos a hacer. Luego de muerto, creo que mucho mal haríamos a su memoria si lo convirtiéramos en un mito o en un santo de estampita. No digo que sea más grande aquel que tuvo que sortear las trabas de sus propias limitaciones, porque no hay nadie que no las tenga, ni siquiera el propio Jesús, como lo dicen los evangelios. La condición humana es común a todos sin excepción, y como le gustaba recordar a Perico, citando a Pascal en sus Pensamientos: “El hombre no es ni ángel ni bestia y la desdicha hace que el que quiera hacer de ángel hace de bestia”. Creo que fue una persona que honestamente buscó sortear la tentación de usar sus dones como un privilegio, de todos modos, confieso que hoy cuando veo su nombre en avenidas, plazas y edificios, dudo acerca de cuál es el mejor modo de honrar los esfuerzos humanos, y me asalta el temor ante formas de la memoria que puedan paralizar más que incitar hacia adelante.

CRISTIANO INQUIETO EN CATOLICISMO TIBIO. Luis Pérez Aguirre es de los pocos uruguayos que han escrito sobre la Iglesia Católica y el cristianismo. Algo comprensible si se piensa que nuestra sociedad es de las más secularizadas del continente y que la Iglesia Católica uruguaya ya desde sus orígenes fue, al decir de José Pedro Barrán, una “Iglesia pobre”. Pobreza material comparada con otras de América Latina, que desde los primeros tiempos de la colonización contaron con masas de indígenas que les acumularon bienes. Pobreza numérica porque siempre fue escaso el clero, el nativo y el foráneo. Por último, pobreza doctrinaria, el clero debía formarse en otros países y no logró instalar una universidad ni otros medios prestigiosos. Esto se explica no sólo por rasgos propios del catolicismo uruguayo sino por su propia sociedad, hija de la vejez de una España de la Ilustración, formada por un aluvión inmigratorio que portaba hombres ya enemistados en Europa con el papado o propensos a aflojar sus lazos con las creencias dejadas en su tierra. Un catolicismo tibio y una Iglesia débil, a la que el Estado tempranamente despojó de su control sobre las personas desde que éstas nacían hasta que morían. Pérez Aguirre consideraba, siguiendo el pensamiento de su mentor, el también jesuita Juan Luis Segundo,1 que esa debilidad de la Iglesia uruguaya podría ser una fortaleza si ésta tuviera que cumplir su tarea sin apoyarse en privilegios estatales y libre de la servidumbre inherente (por ejemplo, la existencia de “capellanes militares” que en vez de evangelizar a los guerreros son sus portavoces en el ámbito eclesiástico, o el fastidio que le provocaban los reclamos católicos de una subvención estatal a sus colegios). Así la Iglesia podría criticar sin estar amordazada por prebendas. También afirma Segundo que en una sociedad donde la Iglesia es débil, el ser cristiano no se da por una mera tradición heredada sino que puede resultar de una decisión meditada.

Para situar las coordenadas de la formación del pensamiento de Pérez Aguirre se pueden mencionar: el Concilio Vaticano II (1962-1965), el generalato de Pedro Arrupe en la Compañía de Jesús (1965-1981), el impacto del 68 (París, Praga, México y Montevideo), la ebullición en la diócesis de Montevideo con la adopción de la Pastoral de Conjunto. Al volver de Canadá en 1970 formó con otros jesuitas una comunidad religiosa a la que llamaron Ramón Cabré, para inspirarse en los bríos del primer jesuita que ingresó al país luego de la expulsión del siglo XVIII. Allí y luego en la granja-hogar La Huella, con la gente de la revista La Plaza, el Servicio Paz y Justicia y en muchos otros ámbitos, fue donde se desarrolló su pensamiento. Su reflexión no se redujo a los claustros sino que siempre dialogó con laicos de ambos sexos y de todas las creencias religiosas y políticas.

ENCRUCIJADA DE IDEAS PROVOCADORAS. Creo que Pérez Aguirre como persona de ideas no se caracterizó por la extrema originalidad de ellas, sino por la oportunidad y valentía con que incorporó un conjunto de reflexiones que él digirió, ajustó y puso provocativamente en circulación. En ese sentido fue un hombre que difundió por escrito una mirada refrescante del cristianismo divulgando la teología de la liberación, en la que hizo accesible el pensamiento de Juan Luis Segundo, Leonardo Boff, Jon Sobrino, Ignacio Ellacuría y otros, junto con la crítica cristiana al capitalismo que hace José Ignacio González Faus.2 A su formación teológica le agregó una reflexión política claramente de izquierda a favor de una sociedad socialista alejada de sus autoritarios modelos históricos. Enfatizó temas poco transitados por el pensamiento de izquierda, como la sexualidad, la reflexión ecológica y el feminismo. La encrucijada temática en la que Pérez Aguirre se ubicó para analizar la realidad fue algo totalmente original, que nadie antes había hecho entre nosotros y lamentablemente creo que tampoco después nadie continuó. Pérez Aguirre, a mi modesto entender, logró encarnar el ideal jesuítico de ser “contemplativo en la acción”;3 más que la profundización minuciosa del pensamiento quiso poner a éste al servicio de una práctica transformadora, optó por abarcar en extensión más que en pulir un análisis especializado. Tuvo la audacia de poner juntas ideas de campos temáticos abandonados o aislados. Creo que un homenaje que aún se le debe a este compatriota es el de volver a nuclear esos terrenos dispersos. Seguramente el día que se organice un examen de cómo ha evolucionado esa reflexión se hallará que lo que convivía en el intelecto de un solo ser humano ahora tendrá que estar representado por varias personas.

No necesito abundar en detalles sobre la otra y no menos valiosa valentía de Luis Pérez Aguirre, la de decir cosas que otros no se atrevían a decir: hablar de derechos humanos en dictadura, hablar de amnistía y desaparecidos, reclamar por los excluidos y proscriptos (por los que “no habían sido invitados al copetín político”, refiriéndose a los quedaban fuera de la “apertura” que concedían las Fuerzas Armadas), hablar de torturas, etcétera. Pero también tuvo la valentía de hablar de censura, presión, autoritarismo, escándalo y riquezas en el seno de la Iglesia Católica, y de la necesidad que ésta tenía de encarar la solución de varias cuentas pendientes. Vale decir, tuvo la valentía de renunciar al privilegio de integrar una institución de dominación y, al contrario, sostener que ese poder coercitivo era una forma de incumplir con la misión liberadora que debería ejercer la Iglesia.

UNA DESGARRADA AUTOCRÍTICA. Es importante aclarar que todos los cuestionamientos que Pérez Aguirre hizo a la Iglesia los acompañó públicamente de una declaración de pertenencia a ella, y hasta en su eclesiología, el sin poder, el simple cura o la simple monja o el o la laica comunes y silvestres organizados en comunidad eran para él la verdadera Iglesia. A ella no quería dejar de pertenecer. Veamos sus cuestionamientos.

Fue en La iglesia increíble (1993) donde se planteó una mayor profundización polémica. Este libro molestó a algunas autoridades de la Iglesia Católica, y no tengo claro cuál fue la extensión de ese malestar, lo hubo en medios uruguayos como probablemente en el Vaticano y al parecer los propios jesuitas también actuaron para disciplinar a Pérez Aguirre.4 Eran tiempos en que Juan Pablo II y el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (institución derivada de la Inquisición), el cardenal Joseph Ratzinger (luego nombrado papa Benedicto XVI), arreciaban en su censura contra lo que consideraban pensamiento disidente. Entre muchos que llegaron hasta el último año del pontificado del alemán, el proceso más sonado fue el de Leonardo Boff, que llevó a que abandonara su condición sacerdotal en 1992.

Según Pérez Aguirre, la Iglesia Católica pierde credibilidad por el proceso de reversión de los grandes cambios iniciados en el último concilio y las conferencias episcopales de Medellín y Puebla, por la represión inquisitorial a partir del papado de Juan Pablo II. Reclama el autor una vuelta a la libertad porque encuentra la realidad eclesiástica dirigida a una clase pudiente e ilustrada, signada por fenómenos (trasnacionalización y concentración urbana) que ignoran la pluralidad sociocultural del mundo, y sobre todo por su moral sexual, su pastoral del matrimonio y su liturgia ajena a los pobres. La Iglesia no es creíble porque persigue a teólogos y porque es más sensible ante las pretensiones de su estructura que con los derechos de los pobres. Sostiene allí que aunque la Iglesia proclama valores evangélicos y hasta (tardíamente) abraza los derechos humanos, en su práctica cotidiana se alinea “con el poder, la insolidaridad, el autoritarismo, el secretismo, el centralismo”.

La Iglesia Católica, dice Pérez Aguirre, no es Dios ni el reino que anuncia, y por ello no puede caer en la tentación de querer ser servida, sino que debe servir a los más débiles. La Iglesia debe estar “realmente dispuesta a ser lo que exige de los otros”. O sea, practicar la libertad en su seno así como exige que se la deje predicar hacia afuera, evangelizar, convertir, llevar el mensaje de Jesús. Si denuncia a los regímenes políticos (como el comunismo en el Este que ha venido denunciando y por cuyo desmoronamiento el papa Wojtila fue un batallador infatigable) que restringen su libertad, ella misma debe mostrarse como la campeona de la libre circulación del pensamiento de sus pensadores, y no imponer un centralismo autoritario que acalle opiniones de sus miembros.

La emprende Pérez Aguirre contra el autoritarismo, al que define como un poder que no es servicio a los demás sino una imposición. Para ello fustiga el clericalismo y el patriarcalismo, dos modalidades autoritarias y discriminadoras que están profundamente alojadas en el seno de la estructura eclesiástica y que consisten en el desprecio y subordinación del laico al clérigo célibe y de la mujer al varón. La salida a este cuello de botella lo ve el autor en un “retorno a la horizontalidad colegiada de la Iglesia” que antes de Juan Pablo II algunas iglesias locales estaban impulsando.

El reclamo de pobreza es expresado con peculiar virulencia, arremetiendo contra las finanzas del Vaticano y las escandalosas maniobras de los “banqueros de Dios”, como el obispo Marcinkus y los mafiosos Roberto Calvi y Michelle Sindona.5 “La transparencia económica de la Iglesia (…) es una condición de credibilidad.” Pero reclama que el clérigo se mantenga pobre y, como los apóstoles Pablo y Bernabé, trabajando ellos mismos para ganar su sustento. Un anexo a esta cuestión es la crítica a la figura de los nuncios apostólicos que actúan como diplomáticos de la santa sede pero que ostentan un rol de autoridad en el seno de las iglesias locales donde están representando al Estado del Vaticano, y que además lucen como canales privilegiados con el papado. Recuérdese al tenebroso cardenal Angelo Sodano, que fuera nuncio en el Chile de Pinochet y que colaborara activamente con éste.

LA IGLESIA NECESARIA. Comentando con dos grandes amigos ateos y anticlericales militantes (así se definen) estas notas que estoy terminando, contrariamente a las pullas que esperaba recibir, ambos me sugirieron enfoques posibles. Uno de ellos me dijo: “No te olvides de contar alguna anécdota que pinte al cura”, y el otro, tradicionalmente más ácido (al menos décadas atrás), me dijo: “Tenés que trazar algún paralelismo entre el cura y el nuevo papa”. Voy a satisfacer sus demandas.

Perico contaba que una vez una pareja amiga le pidió que los casara. Les preguntó por qué, si ambos eran ateos, y reconocieron que era por presión familiar. Perico los convenció de que si no creían en la Iglesia lo más auténtico era que no tuvieran un casamiento así. Después, como amigo que era, concurrió a la fiesta donde tuvo su trifulca con la familia (“¿Así que usted es el cura que no quiso casar a mi hija?”).

Salvando las distancias, esta anécdota me viene a la mente cuando evoco la prédica de Perico y sus compañeros del Cabré. Yo sentí que no me identificaba con la Iglesia, aunque admiraba a muchas de sus personas, como admiro a muchas otras que nunca pisaron una parroquia. Y me sentí y me siento muy cómodo no perteneciendo a ella. Sacando inspiración de gente muy valiosa como Jesús y otros y lamentando sus crímenes y corrupciones a lo largo de miles de años de historia.

Aquellos curas decían que más que los dogmas y los ritos lo que importaba era practicar la justicia. Y ya no me importó más si la persona que tenía al lado era bautizada (de hecho, el que me llevó a mí al Cabré fue un ateo). Lo que contaba era si buscaba hacer la vida un poco mejor. El resto era secundario. Emmanuel Mounier decía que en el futuro los hombres no se dividirán según crean o no en Dios, sino según la postura que tomen ante los pobres. Y Atahualpa Yupanqui canta: “Hay un asunto en la Tierra/ más importante que Dios/ y es que naides escupa sangre/ pa que otro viva mejor”.

La sugerencia de mi amigo Antonio es respecto de esta Iglesia Católica liderada por Francisco, el jesuita. Hay cosas que me impresionan, que uno de sus primeros comentarios haya sido: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”, y todos los gestos que adoptó en ese sentido. También que haya tenido una actitud de mayor celo y de tolerancia cero contra los clérigos inculpados de pedofilia, que haya tenido una actitud de tolerancia y comprensión hacia los homosexuales, que haya llamado a un sínodo, o sea una asamblea de obispos, y se haya tratado el asunto de la revisión de la exclusión de los divorciados vueltos a casar. En su entrevista con Civiltà Cattolica dijo: “Lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia es curar heridas y dar calor a los corazones. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla”.

No cabe duda de que Francisco accede a una Iglesia Católica que ha sufrido el estruendoso fracaso de un proyecto. Ese que Pérez Aguirre decía que la hacía increíble.

Tras el retroceso de los papados de Wojtila y Ratzinger, que quisieron cerrar las ventanas abiertas por el Concilio y la apertura a la participación en las estructuras eclesiásticas, se produjeron heridas y escándalos que Bergoglio reconoce. Se ha dicho que el nuevo papa no tenía otra opción que adoptar esa postura popular y humilde. Pero podría haberse encerrado en una negación triunfalista como en otras ocasiones lo han hecho los papas. (Recuérdese a Pío IX, que derrotado y despojado de sus tierras afirmó su dominación monárquica sobre la Iglesia proclamando en el Concilio Vaticano I de 1870 el principio de la infalibilidad papal, mientras el catolicismo se iba debilitando y de su seno desertaban las clases populares, especialmente los obreros urbanos.) Desde luego que eso no exime de crítica a Francisco como ser humano y por tanto falible que es, por ejemplo: ¿qué significado simbólico tiene convertir en santos el mismo día a Juan XXIII y a Juan Pablo II? Otro ejemplo: muchos dentro y fuera de la Iglesia le pediremos mayor celeridad en los propios cambios que él mismo ha dicho propiciar.

Quien ha escrito estas líneas se ha preguntado muchas veces si la Iglesia es necesaria. Sigo creyendo que lo que importa es la práctica de la justicia. Respeto todas las creencias y las sanas y pacíficas posturas de todos, tanto como pido que respeten las mías. Pero además me digo que no me es indiferente la existencia de una institución profundamente comprometida en la salvación material de las personas y de su hábitat, una institución que juegue toda su fuerza y creatividad para construir un mundo lo más habitable posible. Aun sin pertenecer a ninguna institución de una creencia organizada creo importante que éstas existan. Hace menos de un año Leonardo Boff dijo en nuestra ciudad que si existieran menos religiones es probable que existieran menos guerras, quizá sea así, aunque dudo de que nadie mentalmente sano mate por Dios. También, sopesando las situaciones, creo que se debe considerar que hay un componente espiritual en las personas que hay que preservar a toda costa. Quiero aclarar que por tal entiendo el conjunto de valores que todos los seres humanos apreciamos y vivimos para su realización, a vía de ejemplo: la solidaridad, la tolerancia, el amor, el sentido de armonía y el de belleza, entre otros. Esos valores constituyen una espiritualidad que no tiene por qué ser patrimonio exclusivo de una fe religiosa, entendiendo por ella a una creencia determinada respecto de la vida después de la muerte u otros dogmas y ritos, y pertenencia a una estructura humana que los mantiene y comunica. Simplemente son valores espirituales que la mayoría de las personas anhelamos concretar. Por supuesto que las religiones tienen esa espiritualidad, pero, insisto, también la poseen las personas que no profesan una religión. En ese sentido, el dalai lama decía que se podría prescindir de la religión pero no se podría prescindir de la espiritualidad.

  1. Segundo, Juan Luis. Función de la Iglesia en la realidad rioplatense. Montevideo, Barreiro y Ramos, sin fecha.
  2. No hay que olvidar su lectura atenta de los teólogos protestantes que estudió en la Universidad de Toronto, entre ellos Karl Barth, Dietrich Bonhoe-
    ffer, Paul Tillich.
  3. El jesuita Jerónimo Nadal (1507-1580) se refirió así para caracterizar a Ignacio de Loyola y son pilares de la espiritualidad de esta orden religiosa la conjunción del examen, el discernimiento, la reflexión con la práctica.
  4. Véase Brecha, 13-VIII-93.
  5. De quienes aún se sigue sospechando su intervención en la muerte de Juan Pablo I (el comentario es del autor).

Vigencia del pensamiento y acción de Perico

Brenda Bogliaccini*

Luis Pérez Aguirre, “Perico”, fue un hombre de acción y pensamiento comprometido con su época. Vivió intensamente la búsqueda de los sentidos de la vida, “no podía ser feliz mientras tuviera a mi lado gente que lloraba, que era infeliz”. Nada le era indiferente, y trabajó para comprender las causas de los sufrimientos que poblaban nuestra realidad y transformarla.

Pensador original, tuvo la libertad para inspirarse y aprender de múltiples fuentes, desde la producción teórica de teólogos diversos hasta de intelectuales marxistas, filósofos y cientistas sociales de diferentes corrientes, hombres de acción como el Che, mujeres y hombres del pueblo, también de leyendas indígenas, de la poesía y la narrativa latinoamericana y universal.

Su radical compromiso con transformar la realidad y su libertad de pensamiento explican en gran parte su influencia y convocatoria.

LA OPCIÓN ENTRAÑABLE. Su vocación y militancia por la promoción y defensa de los derechos humanos –la “opción entrañable”, como él la llama– nace desde muy joven junto a los pobres y los oprimidos, con los trabajadores extranjeros y los metalúrgicos mientras trabajaba y estudiaba en Canadá; en Montevideo con las prostitutas en la Ciudad Vieja y luego con jóvenes. En 1975 es cofundador de la que sería una de sus experiencias más significativas: el hogar La Huella.

Para Luis Pérez Aguirre desentrañar los “mecanismos” que nos acercan o alejan del prójimo es la base de cualquier posibilidad de transformación. Dedica La opción entrañable a “traducir” su experiencia, el porqué de su opción por la promoción y la defensa de los derechos humanos: “ella se inicia, como cuando se da a luz la vida humana, en un grito. Un grito escuchado y sentido como en carne propia”. Reafirma años más tarde: “No creo alejarme de la experiencia humana básica si digo y afirmo que lo esencial no pasa en primera instancia por conocimientos teóricos, ni por elaboraciones doctrinales o por teorías científicas, sino por la sensibilidad. Es decir, lo esencial pasa por una materialidad desnuda, que implica corporalidad, la carne, la vida y la muerte del pobre, el sufrimiento, lágrimas, hambre, desnudez o frío (…) esta materialidad, esta sensibilidad, es el criterio primero de la ética. Esta materialidad doliente es el criterio absoluto que juzga las acciones humanas, las decisiones de bondad o maldad de toda praxis” (Desnudo de seguridades).

En el hogar La Huella los jóvenes y Perico pondrán en práctica su visión de la opción por los pobres y excluidos, en este caso por los niños abandonados, lo que suponía compartir la vida con ellos, crear una comunidad basada en valores diferentes a los vigentes en el Uruguay dictatorial, unir la reflexión con la acción y atender, simultáneamente, causas y efectos. Se proponían mostrar que se podía vivir en la opción que prescinde de la propiedad privada y al mismo tiempo cuestionaban una visión de la solidaridad como caridad: “No le podías decir a los niños que estaban en la calle que tenían que esperar a que cambiaran las estructuras. Era una eterna discusión de la izquierda: o cambiar primero las estructuras, para que cambie el hombre, o cambiar primero el corazón del hombre, para que cambien las estructuras. Nosotros decíamos: ‘Ni una cosa ni la otra. Las dos a la vez’”. En Huellas de una vida afirmará que al compromiso con los niños se le debía agregar el compromiso con la sociedad, “para no caer en el clásico asistencialismo: llenarse de niños y olvidarse de todo lo demás. Esto hubiese sido hacerle el juego al sistema”.

Cuestiona la visión individualista del prójimo y nos aterriza en la realidad vivida, no en abstracto: “Son esos pobres con los que nos encontramos a diario en las calles, en los caminos del campo, en las comunidades populares, en las periferias de las ciudades… Los pobres son una realidad compacta, impresionante. Se han convertido en un fenómeno social escandaloso, desafiante e inesquivable. (…) Depende de nuestra ‘sensibilidad’ que superemos una visión fatalista y falsamente providencialista del fenómeno de la existencia de los pobres, para alcanzar las causas estructurales, económicas y sociales de su existencia. No se trata de un dato de la naturaleza, y mucho menos de la ‘voluntad de Dios’, sino que son producto de decisiones políticas de los grupos de poder (económico, social y político)” (La opción entrañable).

SERVICIO PAZ Y JUSTICIA. Junto a esta realidad “escandalosa” Perico vivió la dictadura con la misma intensidad con que emprendió sus compromisos anteriores. Pese a que fue detenido y también torturado en varias oportunidades, participó en la búsqueda de caminos para fortalecer la resistencia a la dictadura aportando en la creación de la revista La Plaza y del Servicio Paz y Justicia (Serpaj), que será un actor relevante en la lucha por la recuperación de la democracia y la defensa de los derechos humanos hasta hoy.

En agosto de 1983 participó durante 15 días –junto a Jorge Osorio y Ademar Olivera– en el ayuno decidido por el Serpaj ante la suspensión del diálogo que los militares estaban teniendo con los partidos políticos: “Queríamos mostrar una nueva manera de luchar, no violenta, para movilizar a la opinión pública, para impactar a las autoridades (…). Recibimos mucha solidaridad nacional e internacional durante el ayuno. Y lo cierto es que a partir de allí se creó una dinámica marcada en el proceso de movilización. Se arrancó de nuevo” (Luis Pérez Aguirre. Huellas de una vida).

Del camino recorrido en esos años también nació un fuerte vínculo con las madres y familiares de detenidos desaparecidos, que perduró después de la recuperación de la democracia. Para Perico la condición del desaparecido es un caso extremo de “alteridad”, porque no tiene derecho a ser juzgado, ni siquiera a ser condenado, ni a tener públicamente la condición de preso, “la sociedad les quitó toda cualidad humana. ¡Se les negó su condición humana!” (La opción entrañable).

LA EDUCACIÓN EN DERECHOS HUMANOS. Perico siempre consideró a la educación en derechos humanos como una herramienta fundamental y una estrategia para su defensa, y también para transformar la realidad. Lo reafirma en sus últimas reflexiones sobre la sociedad globalizada actual, donde imperan la desigualdad y la hegemonía de los valores consumistas y de mercado: “El problema actual de la ética en la sociedad occidental es que se está destruyendo el ethos (valores y normas inconscientes de la sociedad). Hoy toda ética permanece teórica o despierta emociones, pero no penetra en los comportamientos, porque éstos obedecen cada vez más a la dinámica del mercado (…). De ahí la importancia que adquiere la educación para los derechos humanos como referente ético de la sociedad. Ellos deben ser el nuevo ethos, la meta de la educación de toda sociedad que se precie de humana. Por su universalidad, interdependencia e indivisibilidad, ellos son el referente ético más adecuado para las sociedades actuales”.

UNA NUEVA PRÁCTICA LIBERADORA. El avance del neoliberalismo en la década del 90 tuvo un fuerte impacto en Perico y lo llevó a dedicar una parte importante del trabajo a profundizar su pensamiento. En diálogos y textos compartirá su preo-cupación ante lo que él definía como la crisis de los paradigmas teóricos para poder crear un nuevo proyecto de sociedad. Desnudo de seguridades, libro póstumo que culminó en el año 2000, contiene ese esfuerzo crítico global, desde la filosofía, la economía, la ética y la política.

Hombre de acción, preocupado ante una izquierda que en esos años “fue aceptando poco a poco lo más conspicuo de los principios demoliberales, como la economía de mercado y el derecho a la propiedad privada” (Desnudo de seguridades), profundizó su visión ético-política e hizo aportes para una estrategia política de la izquierda. Podemos decir incluso que tuvo una visión anticipatoria sobre acontecimientos que hoy estamos viviendo.

Perico nos convoca “como militantes” a “contribuir a cambiar esta realidad. Pero para poder cambiarla no basta con anunciar la utopía, es necesaria una nueva práctica liberadora”. Abierto al mundo y al diálogo, Perico toma contacto con las nuevas luchas emergentes: “Estas nuevas demandas vienen de una sociedad civil con nuevos sujetos históricos –mujeres, indígenas, jóvenes– y de la conciencia creciente sobre la crisis ecológica y la necesidad de salvaguardar el hábitat. Las demandas de la mujer, de las etnias y de los que claman por el respeto de la naturaleza son hoy las alternativas más esperanzadoras” (Desnudo de seguridades).

Y también convoca a que la izquierda no se corra al centro, que se rebele y no acepte el orden establecido y asuma “la misión de devolver la esperanza al pueblo”. La llama a recuperar las referencias que le dieron identidad y sentido, su horizonte ético y utópico, “la pasión por la justicia y por la redención de los excluidos”. Partir de una indignación ética para una “nueva militancia, una verdadera actitud revolucionaria que despierte conciencias y llame a la acción” (Desnudo de seguridades).

*    Integrante de la Red de Amigos de Luis Pérez Aguirre.

Referencias bibliográficas: Luis Pérez Aguirre, Opción entrañable (Ediciones Trilce, 1989), Desnudo de seguridades. Reflexiones para una acción transformadora (Ediciones Trilce, 2001), y Héctor Luna, Luis Pérez Aguirre. Huellas de una vida (Ediciones Trilce, 1997).

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