El lenguaje de las dictaduras

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Marguerite Feitlowitz, especialista en el lenguaje de la dictadura

“Los juicios surgieron de una necesidad popular”

Traductora y especialista en literatura, una obra de Griselda Gambaro le despertó el interés por Argentina. Tras años de trabajo, publicó un formidable análisis del peculiar idioma que hablaban los militares, su supervivencia y su anulación, que se acaba de editar en castellano. El nuevo país, la amnistía y la vuelta de la justicia.

Por Andrew Graham-Yooll

marguerite

Marguerite Feitlowitz considera que Emilio Massera fue “el gran orador del Proceso”, con una obsesión por el lenguaje, el ritmo, tono y capacidad de confundir. Solemne, declaraba que su discurso era producto de “meditación” sobre la “realidad objetiva”. La tiranía tiene lenguaje propio para la brutalidad. Massera, almirante al frente de la Armada, “accionista del terror”, coleccionista de arte argentino en sus oficinas en la calle Cerrito, aspirante a presidente con un partido de su creación, fue investigado por Feitlowitz durante casi ocho años. El resultado es un estudio impresionante sobre el idioma del autoritarismo. “Viví en Buenos Aires la mitad de 1990, luego la mitad de cada año hasta que se publicó el libro en 1998. Vine por primera vez en 1989. Pero usted sabe cómo este país se le mete a uno. Ahora celebro que mi libro se haya publicado en la Argentina”.

–Usted enseña literatura, ¿cómo se encaminó al estudio del discurso del terror? Quizás ese texto también sea literatura: la de máxima vileza… Mary Shelley lo hizo con Frankenstein en 1818, si bien lo de ella fue el producto de su imaginación. Lo suyo es la realidad.

–No pensé que podía meterme en el tema Argentina. Fui escritora toda mi vida y traductora literaria. El primer libro que traduje fue una colección de tres obras teatrales de la dramaturga francesa Liliane Atlan, cuya familia materna fue aniquilada por los nazis. Sus obras tratan la historia, con las distorsiones de la memoria y del terror. Atlan pasó la Segunda Guerra Mundial escondida. Fue parte de un círculo de intelectuales judíos en París que incluía a Jacques Derrida. Pertenecían a una red neo-ortodoxa que trabajaba sobre textos antiguos, estudiaron hebreo, Liliane se interesó mucho por el estudio de la Kabbalah y temas asociados… Le digo esto porque me influyó, también sus reflexiones sobre el yiddish desde lo francés, donde hay influencias del ladino, del lenguaje de los judíos griegos y turcos. Su familia se originó en Salónica. Yo estaba traduciendo estas obras suyas y vi una corriente de ecos y cómo pesan en nuestro pensamiento actual, en lo que somos. Siempre tuve un gran interés por ese tema. Crecí en una familia políglota. Éramos todos muy conscientes de la importancia de la lengua.

–Es un antecedente complejo, quizás un camino esencial, pero ¿cómo llegamos a la Argentina?

–Entré a la Argentina como escritora a través de una amiga que conocí en París, la dramaturga Griselda Gambaro. Para mí fue importante traducir su obra Información para extranjeros (Ediciones de La Flor, 1995) y otras piezas suyas. Su teatro me fascinó. Mucho de su lenguaje tiene un código, muchas escenas se sitúan en la historia argentina mediante esos códigos. Están todos ligados a la historia Argentina. Estaba traduciendo la obra en casa en Brooklyn durante los juicios a los comandantes de las juntas. Daba una sensación muy extraña.

–Eso fue en 1985…

–Por lo tanto mi referente para la obra de Gambaro fue el Nunca Más, que hacía poco se había traducido al inglés y publicado en Nueva York y Londres. Para mí fue muy importante. Su lectura es casi inaguantable, transmite una impresión de brutalidad y terror. Eso fue muy importante y por eso quería conocer la realidad desde otro ángulo. Obtuve una beca Fulbright que me permitió viajar a la Argentina para traducir más obra de Griselda Gambaro. Ese fue el comienzo de mi labor.

–Me transmite la impresión que venir a Buenos Aires fue una culminación de algo en su vida. Produjo un gran libro ¿y ahora?

–Vine a Buenos Aires para comenzar este libro con preguntas bastante simples: ¿qué palabras ya no se toleran ni se usan? por ejemplo. Eran preguntas a las que quería respuestas. Tuve la suerte de conocer al rabino Marshall Meyer. Me puso en contacto con Yoyi Epelbaum y con Gerardo del Oro y con otra gente. Me llevó a Yoyi y a Emilio Mignone. Cada vez que conocía a una persona, esa me presentaba a cinco más. Hice mis preguntas y la gente respondió. Esto fue en 1990. Para mí fue el momento… La gente estaba más dispuesta a hablar. Tantos me ayudaron, en el CELS, en la Asamblea, todos. De haberlo intentado al año siguiente, luego de los indultos, hubiera sido más difícil, muchos callaron. Usted recuerda esos tiempos, cundió una profunda depresión en el círculo de los derechos humanos y la comunidad de sobrevivientes. Hubo suicidios, como en el caso de Augusto Conte, uno de los fundadores del CELS y padre de un desa- parecido, que luego de años de lucha tenaz no pudo seguir.

–Le confieso que visto desde Londres, donde vivía yo, los indultos parecieron una buena idea como camino para explicar el pasado, una forma casi sudafricana (que desde luego fue posterior a 1991 y además se inspiró en el juicio de las Juntas en algunos aspectos) de levantar o postergar la pena para lograr la información. Luego nos desayunamos con la noticia de que los indultos eran parte de un pacto preelectoral que involucraba sumas sustanciales de dinero para la campaña. Era otro trámite político y corrupto. En aquel momento la Argentina parecía querer renovarse dejando atrás a lo pasado. Pero no fue así.

–Estoy convencida de que este complicado camino de la memoria en desarrollo se inició en 1985. Establecer el nivel de relaciones que logré yo hubiera sido imposible a comienzos de los años noventa y después. Trabajaba con Griselda Gambaro en ese primer viaje en 1989. Ahí supe que quería hacer un libro, aunque no había elaborado una estructura. Sabía que tenía que ser sobre el “léxico del terror”. Tenía ese título en la cabeza. También tenía mis preguntas, conocía mi tema en lo literario y lingüístico, y como se sabe, una pregunta lleva a otra, y otra, y otra… Por lo tanto el libro se desarrolló en formas que nunca hubiera pensado. El capítulo segundo fue el que escribí primero basado en (el físico desaparecido y reaparecido) Mario Villani (ver Página/12 del 28 de noviembre de 2011). Juntaba material para el primer capítulo y luego el tercero y las otras tomaron forma. Cada viaje estaba dedicado a un capítulo. El capítulo III era uno que no quería escribir. Se trata de la DAIA. Como judía que soy me resistía. Hallé una familia tras otra que me contaron historias de cómo habían sido maltratadas, abusadas, por la DAIA. Pero tenía que escribirlo. Marshall Meyer me abrió su archivo y eso fue importante. Y ya ve, cuando comienza uno a tratar el discurso, el lenguaje, es llevada a otros discursos.

–Hay un punto que enfatiza el terror porque no es un discurso del terror. Por ejemplo, tomo el momento final del juicio cuando en su defensa Massera dice que se lo acusa de matar a gente pero su fuerza libró una guerra, en defensa de la vida y del país. Cada vez que leo ese pasaje, me acuerdo de su libro. Fue uno de los momentos más claros del léxico del terror, como cuando los asesinos hablan de amor, hermandad, paz, lealtad y sacrificio y heroísmo.

–Hay cosas que veo yo reconociendo que no tuve el compromiso en los hechos que tuvieron otros. Pero una imagen que a mí siempre me conmueve pertenece a la presencia de los jueves en la Plaza de Mayo, cuando alguna persona dibuja la silueta de una persona en el cemento y a eso agrego la foto del jovencito que se acuesta en el piso y su abuela dibuja el contorno del niño. Era una “abuela” que con un marcador recorría la silueta de un hijo o de una hija con las líneas del nieto. Bueno, esa evidencia también es parte del léxico del terror… (hay un silencio en la conversación). ¿Dónde estábamos? Ah, en los matices del discurso. Es un aspecto del espacio público. Yo no pensaba en términos de una teoría del discurso o en un aspecto intelectual o filosófico. Tengo una buena educación, pero no tengo una línea para el discurso. Le aseguro que puede desarrollar la teoría del discurso que quiera con este libro, pero en esto no comencé con una teoría. Salí con lo que la gente me decía.

–Y en los comienzos estaba Griselda Gambaro…

–Era la investigación que había hecho antes de lo que hace al lenguaje. Sin eso no habría llegado a Griselda.

–Y pasaron los años, sin el epílogo que ahora le ha puesto a la edición argentina. Nos estamos remontando casi veinte años a la primera edición. Pero había un antes de esa publicación, cuando ni siquiera se había propuesto una investigación ¿cómo ve ahora lo que vivió a través de la narración de sus entrevistados?

–No he mirado atrás y no miraba cuando escribí el epílogo. Pero hay que notar que es una traducción del final que le agregué ya a la segunda edición en inglés. Es muy parecido al resto de los capítulos, en cierto sentido. Viajé a Buenos Aires por dos semanas en diciembre de 2009 y era el momento en que a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner recibió amenazas de una bomba en su avión. Al día siguiente de eso, yo tenía programado ir al juicio de la ESMA. Era una de esas semanas en que cada día estallaba algo. El epílogo no es convencional porque no mira para atrás, es una narración como la de un capítulo. También estuve bastante tiempo con el fotógrafo Gerardo del Oro, cuya hermana estuvo presa con Julio López. Y Julio López le había dicho a su familia lo que le había sucedido a ella. Fue uno de los últimos en verla con vida. Sorprende. Y Gerardo y su cuñado habían estado conversando con López durante la causa en La Plata unos días antes de que desapareciera, que es cuando salen a buscarlo. Sucedía de todo, de todo y así escribí esa pieza última que tiene 46 páginas para actualizar el libro. Digo eso, lo escribo reconociendo el concepto que en la Argentina nada se puede actualizar, todo es un continuo permanente. Una experiencia continua. En 200 años de vida independiente la Argentina ha sido un tumulto constante. Este es un país que nunca ha visto o vivido un período prolongado ni formal de vida política o social. Mi editor argentino me cargaba y decía que debí haber incorporado ese comentario en el epílogo. Somos un ejemplo de crisis sin fin, me dijo.

–Bueno ¿y ahora?

–No soy tan ingenua como para pensar que mi libro era de actualidad y que estaría impresa la traducción en pocos meses. Este lugar es sísmico. Hay semanas en que estalla algo y explota todo y adiós actualidad de un libro. De golpe, toda la historia argentina se presenta ante los ojos. Uno de los temas de este libro es el paso del tiempo. Cada capítulo se remite a un momento preciso del pasado, pero también a la instancia de mi investigación y además al momento en que escribí el texto. Ese ambiente recorre el epílogo que tiene lugar aquí y ahora en la Argentina. Comencé este libro en agosto de 1990 hacia el fin del invierno y casi veinte años después me dediqué a escribir el epílogo en la misma línea y estilo del resto del libro y que tiene su punto final en la primavera de 2009. En los términos de forma y estilo, el libro casi cumple un círculo completo. Si escribiera otro epílogo debería ver como lo mantengo en la misma línea y estilo. Lo que quiero acentuar es que sucedieron cosas impensables desde que comencé a trabajar. Entre ellas, pensé, a diferencia de lo que me dijo usted, que los indultos eran impensables. Y luego fue impensable que esa decisión pudo ser revertida.

–Interrumpo, le pido disculpas. Creo que lo impensable que usted así define tenía el antecedente claro de los juicios a las juntas en 1985…

–Yo creo que se hallan en otro contexto histórico. Sin embargo, luego de todos esos años, la cancelación de los indultos sucedió. Nuevamente, enfatizo que el movimiento constante continúa. Era impensable, inimaginable para mí, que pudiera dejar una piedra en la tumba de la madre de Ana María Carega (que fue secuestrada el 13 de junio de 1977 cuando tenía 16 años y luego liberada después de severas torturas). Cuando el libro se publicó, creo que había 56 hijos de desaparecidos que habían recuperado la identidad de sus padres biológicos. Cuando se publicó el epílogo el número había crecido a 105 y hoy son 120. Sigue habiendo novedades. Esto no es el tipo de historia ante la cual un puede decir, “Y, bue… con esto estoy al día. Ya sé todo.” Sería ridículo.

–Usted ha estado “observando” a la Argentina durante un cuarto de siglo. ¿Cómo responde a una pregunta importante para mí a la que no tengo respuesta clara? Yo temo que esto puede volver a suceder, no ahora, no mañana. Y eso a pesar de la famosa conclusión del fiscal, el doctor Julio César Strassera. Quizás no vuelva a pasar en breve. Sólo puedo rogar que no vuelva a suceder. Al fin y al cabo, hubo un “año del terror” que fue así llamado que ocurrió en 1840 durante el gobierno del general Juan Manuel de Rosas. Con muchos desaparecidos en las noches y con víctimas que se hallaban degollados en los descampados de entonces. Y luego la matanza salvaje en el noroeste que ordenó Bartolomé Mitre. Hay más, no tan extendidos. Son antecedentes del terror que luego vendría con Jorge Rafael Videla.

–Para hoy, opino que los tribunales federales que siguieron a la anulación de los indultos tienen una tremenda importancia. Estuve aquí en 2009 y ahora unos días. Hablo con mucha gente. Debo cuidar cómo le contesto. Me parece que a pesar de todo lo que se pueda criticar en los juicios de ahora, estaban dirigidos a poner fin a la impunidad por su extensión casi sin fin, pienso que su sólo ejercicio es de gran importancia. El hecho de que surgieran a partir de los esfuerzos de abogados, estudiosos y activistas de los derechos humanos y finalmente que hubiera un presidente que logró los juicios tiene valor en sí. Agrego que creo que los juicios surgieron de una necesidad popular y del sentimiento de una parte de la población civil. Eso es grande, realmente grande.

–¿Puede decir que ve una sociedad más saludable?

–Es una pregunta muy amplia. No conozco tanto la naturaleza histórica de esta sociedad, las fechas que usted acaba de mencionar. Tendría que ser una estudiosa para opinar sobre el comportamiento de lo social en los dos siglos del país. Pienso en el ahora, en los juicios y todo lo que está conectado con ellos y que surge de ellos que es muy importante. La idea de una ESMA convertida en un Centro Cultural es una indicación clara que la historia no se censura en forma macabra, como sucedió en los años noventa. Hay gente que estudia las décadas recientes y cómo ocurrió todo. Un hecho que me impresionó el año pasado fue un seminario doctoral en la UBA al que fui invitada y fue fascinante. Había unos siete u ocho abogados, una mujer que trabajaba en el Ministerio de Seguridad, otra mujer que trabajaba en el Museo de las Malvinas, un psicólogo, un psicoanalista que es hijo de desaparecidos, varios “hijos” en su cuarta década, una mujer cuyo padre había sido muerto y creció con ese secreto familiar en Resistencia… un abogado de Neuquén que viaja para participar en este seminario… La variedad era impresionante. Y esta gente está trabajando en sus tesis doctorales en los temas de represión, memoria, representaciones de la memoria, a muy alto nivel. Eso era muy valioso porque tiene que haber un nivel de estudio académico, una nueva investigación. Esto tiene que continuar a través de los años para que la investigación no provenga de una sola fuente. La experiencia atraviesa líneas ideológicas para ver lo compleja que es la historia. Hay tantas variables, tantas sutilezas… y tantas emociones que pareciera que no pueden convivir pero conviven. Esto es saludable y conmovedor. Y esto está en la Argentina de hoy.

 

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