Nuevas esperanzas para encontrar “desaparecidos”

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Nuevas rutas de verdad y justicia

Un banco de datos genéticos creado y dirigido por familiares de desaparecidos, un ejercicio de “ciencia ciudadana” que hace frente a la impunidad.

MARIANA CONTRERAS

cabezacorte

—El punto central del proyecto es la construcción de ciudadanía científica. Romper los monopolios de la verdad y del acceso absoluto al conocimiento, que muchas veces los científicos y los expertos usan de una manera que me parece hasta exclusivista y discriminatoria. Hay otras formas de hacer ciencia, no es una sola: la que nos venden los expertos y el Estado. Y para transformar las realidades sociales debemos repensar no sólo cómo discutimos en el Congreso, sino cómo generamos bases de datos, cómo las gobernamos. A medida que el mundo se vuelve más dependiente del conocimiento científico se vuelven todavía más importantes estas formas alternativas de hacer ciencia ciudadana.

El dueño de la frase es Ernesto Schwartz, mexicano, doctor en genómica, investigador en la Universidad de Durham, en Inglaterra, y uno de los ideólogos de una base de datos de genética llevada adelante por familiares de desaparecidos en México.

En los hechos son dos bases. Una contiene los datos clásicos, los “que les interesan a los forenses”: talla, edad, sexo, tatuajes, aspectos fenotípicos, radiografías, y todo aquello que pueda identificar a las personas. Y también asuntos no técnicos: quién se los llevó o en qué circunstancia, por ejemplo. “Y es explosivo, porque es la única base de datos independiente que tiene esas narrativas. Muchos familiares han investigado cómo fueron los últimos momentos antes de desaparecer. La base no responde sólo a asuntos técnicos. También está diseñada para la emoción y los sentimientos de las personas.”

La segunda base custodia los datos genéticos. Las muestras de Adn son extraídas generalmente por la propia persona, y la secuenciación la realiza el equipo guatemalteco de antropología forense. Hasta ahora llevan registrados 886 casos y recolectadas 322 muestras de Adn. No todos quienes registraron a su familiar han dado las muestras, porque no todos “se sienten listos, por diversas razones; y aunque no es un proceso eficiente preferimos seguir este proceso para atender las necesidades de los familiares”, explicó a Brecha Schwartz.

Si se piensa en los 27 mil desaparecidos reconocidos por el Estado mexicano, la base es pequeña. Mucho más si se atiende a los registros independientes: este proyecto contabilizó en Iguala (tan sólo uno de los 2.440 municipios mexicanos) 440 casos de desaparición. “Y de ellos 400 son de desaparición forzada, pero el Estado sólo reconoce 279 casos. Es lo que presentó a la Onu”, aseguró el científico.

El grupo define dónde recoger muestras, qué tecnologías le sirven, a qué instancia de gobierno presionar, con quiénes hacer alianzas. También a quién habilita el acceso a la base. Además, decidieron que los datos no estén “bajo mil llaves”, sino en sus computadoras. “Si uno piensa desde Europa qué tan peligroso es tener Adn, entiende que muchas de las restricciones son para proteger la privacidad. Pero cuando estás en México la privacidad es algo que no tiene tanta importancia como encontrar a alguien que puede estar muerto. Nosotros respetamos eso, no queremos imponer las preocupaciones éticas desde Inglaterra, que es de donde vienen los fondos. Y ellos han decidido hacerlo ágil. Les importa menos que alguien se entere de su Adn o los datos forenses de los desaparecidos que usar esos datos para buscarlos.”

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La utilización del Adn como herramienta de reclamo en materia de derechos humanos y, en particular, en la desaparición de personas ha sido valiosísimo. Aunque no hay unanimidades. Alcanza con ver las diferentes apuestas que han hecho las organizaciones vinculadas al tema en el continente, y los diferentes usos que hacen los gobiernos.

—El Adn puede ser muchas cosas. Antes de la presentación en Montevideo estuve con Madres de Plaza de Mayo. Ellas tiene una posición contraria, porque dicen que sus hijos no son cuerpos, cadáveres, sino ideales vivos, entonces no quieren recuperar cuerpos, sino mantener el ideal que llevó a sus hijos a la tumba. Es algo muy distinto a lo que se escucha en México, donde es una herramienta para darle dignidad a tus seres desaparecidos, como dicen en México y Colombia, “que no los entierren como perros, sin tumba”.

En México el Adn es, además, una forma de resistencia a ciertas prácticas establecidas. El gobierno no vio con buenos ojos el proyecto y, de forma más o menos velada, lo ha saboteado. Pero “la parte más complicada” viene del lado de otras organizaciones de apoyo a las víctimas, acostumbradas “a intervenciones forenses basadas en una división laboral y ciertas lógicas capitalistas de incentivos y de creencias”: creen que los científicos son los únicos que deben tocar estos temas, creen que cualquier cosa que no sea hecha bajo su esquema es contraproducente y le dan el nombre de “falsas esperanzas”. Existe también el problema de la “profesionalización de la representación de las víctimas”: sociólogos, politólogos, abogados, agentes de Ong, todos hablan en su nombre. “Pero es muy paternalista pensar que la víctima siempre es indefensa, llorona, triste, que necesita ser siempre guiada porque emocionalmente ya no tiene uso de razón”, dice Schwartz, que devuelve el golpe opinando que aquellos “han pasado toda su vida trabajando con el gobierno para hacer marchas, para cambiar una ley, pero ¿qué carajo cambia una ley en un país donde no se cumple la ley? Nuestro proyecto es una profunda crítica a su forma de hacer política y a su forma de hacer ciencia. Esa es la tensión”.

En el esquema propuesto se interpreta que la ciencia no puede ser entendida y controlada por pocos. Hay que “apropiarse de los conocimientos científicos no sólo como un usuario o estudiante, sino como un co-creador de esa ciencia, que se aplique y se use para transformar, para buscar objetivos colectivos de verdad, memoria, también de transformación económica y, en este caso, de trabajo contra la impunidad sistemática en México”.

Un ejemplo: una vez que dieron las muestras de Adn, muchas familias rurales se abocaron a la tarea de abrir fosas clandestinas. “Todos los expertos decían ‘están destruyendo evidencia’. Pero para nada, son súper listos: pusieron banderas y abrieron un poco la fosa para que se viera que hay huesos, si no, el gobierno dice que son huesos de vaca, o de perro”. Después de mucha controversia los expertos internacionales se acercaron a estos grupos para abrir las fosas clandestinas y luego la movida se hizo de alcance nacional. Hoy hay decenas de proyectos similares. “Ahora hasta toman fotos aéreas con drones. Está creciendo, evolucionando. Hay que destapar las posibilidades científicas y políticas para buscar a los desaparecidos.”

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—Nuestro modelo es frágil, tiene limitaciones y debilidades. Si roban la computadora de sus miembros, se llevan la base. Depende de la solidaridad, es más fácil trabajar con un equipo al que se le pague varios millones de pesos. Emocionalmente es muy desgastante. No es la panacea, es una forma alternativa.

—Durante su presentación alguien preguntó si las víctimas, al convertirse en especialistas de sí mismas, no pierden su condición de tales.

—Somos libres para todos, pero no para tomar decisiones con consecuencias en nuestra vida diaria, reorganizar los sistemas de producción o buscar la justicia social. Creo que lo mismo pasa con el mundo de víctimas. Somos libres para estar asistidos, para estar en dolor, pero no para repensar nuestro mundo. Es cierto que te saca de un estatus de víctima, pero nunca dejas de serlo, aunque encuentres a tu hijo y lo entierres. La gente que dio ese paso y se ha lanzado a la lucha social ya no tiene retorno. Algo se transformó en ellos. Lo único que hace el proyecto es ser honesto sobre esa transformación y pensar cómo hay nuevas formas de organizarse que pueden hacer que esas transformaciones individuales se sumen a un proyecto colectivo. El Adn puede que identifique un porcentaje muy pequeño de las familias, pero es una plataforma para que encuentren avenidas posibles, nuevas rutas de verdad y justicia.

 

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