MEMORIA DE MUJERES

 

radiouruguayGrupo de ex-presas políticas de Cabildo trabaja con el barrio en la recuperación de la memoria

 

Luego de cuarenta años nos enteramos de lo mal que pasó la gente que vivió alrededor de la cárcel”, contó Magela Fein, una de las integrantes del Grupo de ex-presas políticas de la Cárcel de Cabildo. El vínculo con el barrio, dijo, es una de las líneas de acción social que el colectivo lleva adelante. Fein recordó que en las conversaciones con vecinos que vivieron la zona en la época de su reclusión supieron de las dificultades que se vieron.

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“Había carpas con soldados, tanques; había que presentar la cédula para salir de la casa y después de las nueve de la noche había que dar explicaciones de por qué uno salía”, contó. Uno de los objetivos centrales del trabajo del grupo es la reconstrucción de la memoria con el fin de generar algún tipo de material, repasó María Álvarez, otra de las integrantes del colectivo. Se apela también, subrayó, a la memoria de los familiares que llegaban a las visitas.

La placa recordatoria que se instalaría este viernes a las 18.30 horas en el edificio de la excárcel de Cabildo es una estación del trabajo del grupo, señalaron. El acto se cerrará con las ex-presas cantando las canciones que cantaban en la reclusión y que los vecinos escuchaban, adelantaron. “Ellos nos dijeron que cuando nos escuchaban cantar venían y tocaban los tambores acompañándonos”, recordó.

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MEMORIA VIVA

Ex presas políticas a Cabildo abierto

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Este viernes a las 18:30 hs se descubrirá una placa que recordará que la cárcel de Cabildo fue centro de reclusión de presas políticas. Liberadas y vecinos contarán una historia que atañe a todos.

En la zona de Tres Cruces, delimitada por las calles Nicaragua, Cabildo, Miguelete y Acevedo Díaz se encuentra un caserón de construcción contundente y ventanas pequeñas si se le comparan con la altura de las paredes. Cualquier caminante desprevenido pensaría que está frente a un convento. Y la cruz que asoma en uno de los laterales del edificio le daría la razón. Pero sólo en parte.

La piedra fundamental de esa mole fue colocada el 25 de agosto de 1900. Allí existía el Asilo del Buen Pastor, regenteado por las monjas, y desde esa construcción se extendió la “Cárcel de mujeres y asilo correccional de menores”, según su denominación oficial. Posteriormente, en 1934, fue el “Establecimiento de detención y correccional para mujeres”, aunque ya entonces era conocido como la “cárcel de Cabildo”, y nunca abandonó ese nombre, a pesar de que hoy funcionen el Centro de formación penitenciaria y la Dirección del Liberado.

Pero desde su fundación hasta su cierre, en 2011, pasaron miles de mujeres privadas de libertad, un par de cientos de ellas, presas políticas, recluidas allí por el terrorismo de Estado.

Las otras presas

En 1968, Corina De Vita fue la primera presa política en pisar la cárcel de Cabildo. Viejas militantes recuerdan que “era la compañera de Gabino Falero Montes de Oca, uno de los principales requeridos del MLN desde diciembre de 1966. La publicación Al rojo vivo de la época cubrió esa detención. En la tapa lucía la foto de Corina y el título era ‘Tupamara por amor’. Era cierto, amor le sobraba, pero no sólo en el sentido que lo decía la revista, que también podía tener una doble acepción. Al rojo vivo era un medio independiente. Estábamos en el “pachecato” y en la antesala del proceso que llevó a la dictadura. Si bien no se puede decir que ese medio respondiera al MLN, nos veía con simpatía y quería protegernos de los excesos represivos que ya comenzaban a manifestarse en ese tiempo”.

Luego llegarían otras mujeres, en un principio casi con exclusividad tupamaras; más tarde Cabildo sería el centro de reclusión de mujeres que responderían a distintos sectores políticos de izquierda. Unas doscientas presas políticas pasaron por ese edificio.

Una de ellas, Adriana Zinola, era, al momento de su detención, militante de la Unión de Juventudes Comunistas (UJC). Fue de las últimas presas políticas en abandonar Cabildo: “En agosto de 1977 se cierra ese centro de reclusión para quienes estábamos allí por nuestra militancia política y social. A las 23 mujeres que quedábamos en esa condición nos trasladan a Punta Rieles. Hoy me erizo al pensar que durante nueve años estuvieron llegando presas de distintas organizaciones políticas”.

El delito de esas mujeres era pensar en un mundo mejor y actuar, a través de la militancia política o social, para conquistarlo.

“Nosotras llegábamos a Cabildo una vez que nos procesaban, por eso decimos que era un centro de reclusión, no de detención”, afirma Zinola.

Con las presas comunes, que eran el grueso de las reclusas, no tenían ningún tipo de contacto, algo que no sucedía, por ejemplo, con los presos políticos en el penal de Punta Carretas. Quizá el secreto estuviera en la primera fuga que se dio en Cabildo, cuando, el 8 de marzo de 1970, 13 presas políticas se escaparon. El hecho, conocido como “Operación La Paloma”, se llevó a cabo desde la iglesia. Hasta ese momento, la cárcel estaba regenteada casi en exclusividad por las monjas del Buen Pastor. A partir de ahí, las religiosas se quedaron a cargo de las presas comunes y efectivos armados vigilaban a las presas políticas, que demostraron no ser muy devotas ni a la religión ni a las rejas.

Unión con la vecindad

Adriana Zinola cuenta que el grupo de liberadas políticas que pasó por Cabildo se reúne desde hace más de 15 años, movidas por intereses sociales y humanos: “Al principio era para ver cómo estábamos llevando el proceso de adaptación en libertad. Luego de salir de la cárcel, llegó el tiempo de reconstruir nuestras vidas, porque esto había significado una ruptura drástica cuando éramos muy jóvenes, y nos quisimos apoyar afectivamente”, relata.

Con los años consideraron que tenían vivencias dignas de ser plasmadas. Fue así que comenzaron el trabajo de recuperación de la memoria colectiva: “No es sencillo. Nos reunimos una vez por mes. Se trae un tema y de ahí se va hablando de lo que recordamos. La memoria no es estática, es algo vivo, por eso hay distintas miradas hasta de un mismo recuerdo.

En ese marco llegamos a la necesidad de que se reconozca a Cabildo como centro de reclusión de presas políticas”, cuenta.

Ese trabajo incluye a los habitantes del barrio: “Tenemos el testimonio de los vecinos que nos cuentan la otra cara de la moneda: lo que significaba para ellos tener la cárcel en el barrio, con vigilancia militar y policial permanente, con vallado para no dejar pasar, la demanda de presentar cédula de identidad y la prohibición de circular de noche”.

Es por eso que los vecinos tendrán su participación en el acto del 17 de marzo.

La memoria colectiva llega hasta las nuevas generaciones. En la escuela de la calle Nicaragua, la tallerista Tania Astapenco, del Museo de la Memoria, interactuó con los alumnos de 6° año en el marco de la historia del pasado reciente, que figura en los planes de estudio. Con barro dieron forma a la historia de su barrio. Seguramente, los abuelos les habían hablado de ciertas canciones que traspasaban los muros de la cárcel para llegar a sus casas. Eran las entonaciones de las presas, una forma más de lucha que derribaba rejas. Y los vecinos se unían al coro. Casi en un susurro. Nadie podía saberlo.

Mujeres en fuga

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En la madrugada del 30 de julio de 1971, 38 presas políticas se fugan de la cárcel de Cabildo. Esta salida sin pedir permiso estuvo orquestada por el MLN-Tupamaros. Las presas apenas tuvieron tiempo de enterarse, pero pudieron decidir si se iban o no. Caras y Caretas habló con Adriana Castera, tupamara que fue parte de esa fuga. Sin duda hay cosas que los años no cambian, esas que están presentes en Castera: ríe mucho, su mirada tiene el brillo propio de los ojos jóvenes y sus pupilas se mueven inquietas, delatando un dejo de adolescencia que no la abandona. Cuando le pregunto por la fuga, lo primero que me dice es un reclamo: “Que quede claro que el nombre La Estrella lo pusieron los compañeros”. La tranquilizo diciéndole que eso quedará plasmado. Recién en ese momento me doy cuenta de que va a hablar: “La propuesta nos la hicieron dos días antes. Una por una. Si estabas de acuerdo, te daban las instrucciones”. Una sonrisa pícara asoma a su cara. La imagino recordando que dijo “sí” apenas escuchó la palabra “fuga”. Pero ella continúa: “Ese día, en lugar de acostarnos, teníamos que armar una especie de muñeco para que los milicos que nos vigilaban pensaran que dormíamos. Nos teníamos que poner un gorro para no ensuciarnos el pelo. Nos vestimos con pantalones y teníamos una pollera enrollada a la cintura. Se formaron tres grupos. Yo, por supuesto, iba en el último [ríe]. Teníamos que entrar de cabeza y cuando llegabas, el compañero que te recibía, te paraba y enfrentaba a la cloaca. Te daba una linterna y caramelos para la boca”.

Vio mi cara de extrañeza, porque largando una carcajada, agregó: “Decía que era por si te mareabas, pero para mí que era para que no habláramos. La linterna tenía doble función. Por un lado, te guiaba; por otro, si te enfrentabas a una rata, tenías que enfocarla y se paralizaba. Cuando me dijo eso, la que me paralicé fui yo; al instante decidí que ninguna rata me frenaría y seguí adelante. Al llegar a la casa, teníamos montoncitos de ropa para cambiarnos y otro con pilots, que habían tenido que comprar de apuro porque llovía”, recuerda. Le consulté por qué cuatro presas decidieron no plegarse a la escapatoria: “Cada una tenía sus motivos, te fueras o te quedaras. El mío era fugarme. Y lo hice”, concluye ladeando la cabeza y parpadeando de manera graciosa, mientras estoy segura de saber su pensamiento. En mayo de 1972, cayó la Cárcel del Pueblo y Castera fue apresada nuevamente.

Recuperó la libertad el 10 de marzo de 1985. Por estos días, su foto está en las redes. Desde una camioneta policial asoma su puño en alto. Los años pasaron, pero la sonrisa es la misma.  

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        Entre recuerdos y música fue colocada una placa de la memoria en la ex cárcel Cabildo    

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Desde ahora, quien pase por la esquina montevideana de Cabildo y Miguelete podrá ver una placa de bronce que da cuenta de que allí, entre 1968 y 1977, funcionó la primera cárcel de mujeres presas políticas en Uruguay. La iniciativa surgió del impulso de las ex presas políticas, que emprendieron esta acción como forma de recuperar la memoria, pero no por la historia en sí, sino por el futuro.

Por la cárcel Cabildo pasaron más de 200 presas políticas. Algunas de ellas comenzaron a juntarse hace 15 años, y hace dos que empezaron a trabajar “en un proyecto de recuperar la memoria de lo que pasaba adentro de los muros”, contó a la diaria Martha Avella, de 76 años de edad, que estuvo presa en Cabildo entre 1969 y 1975. La colocación de la placa es una de las acciones mediante las que el Estado uruguayo reconoce el período de terrorismo de Estado que vivió el país entre el 13 de junio de 1968 y el 28 de febrero de 1985, y cumple con el reconocimiento y la reparación a las víctimas determinados por la Ley 18.596.

La esquina de Cabildo y Miguelete estaba llena de gente el viernes de tardecita; ahora funcionan allí la Dirección Nacional del Liberado y el Centro de Formación Penitenciaria.

“Nos parecía que no podíamos poner una placa fríamente, que teníamos que ver al pueblo, trabajar con el barrio, con los vecinos que, en última instancia, habían soportado, sufrido y vivido las mismas vicisitudes que vivíamos nosotras, porque la calle estuvo cerrada mucho tiempo. Encontramos mucho apoyo, en el Municipio B, de los vecinos, que estuvieron muy

dispuestos a dar sus testimonios. Trabajamos con las escuelas del barrio, con el liceo, la comisión de género, los sindicatos, Sutel [Sindicato Único de Telecomunicaciones], asociaciones y organizaciones; tal vez eso explica que hoy hubiera un poco más de gente que la que hay habitualmente” en estas actividades, contó Martha, ya de noche.

María Luz Osimani leyó un discurso en nombre de todas las ex presas políticas. El texto daba cuenta de que había sido un “proceso sanador y reconciliador, en lo individual y en lo colectivo”. Habló de que la dictadura cívicomilitar buscó la “destrucción total” de ellas como mujeres, y de las largas colas que tenían que hacer semana a semana sus familiares. “Fue necesario un período de decantación”, dijo, en relación a los 40 años que pasaron desde que Cabildo dejó de encerrar a presas políticas y los más de 30 desde el retorno de la democracia. El grupo no enumeró las enormes deudas pendientes que tiene el Estado uruguayo, pero hizo suyo el reclamo de Crysol, la asociación de ex presas y presos políticos, que el 14 de marzo, Día de la y el ex Preso Político, volvió a pedir justicia por los crímenes, torturas y abusos sexuales cometidos durante la dictadura, y que se quite a los militares sentenciados los privilegios que mantienen.

Hablaron también el alcalde del Municipio B, Carlos Varela, el intendente de Montevideo, Daniel Martínez, el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, y la subsecretaria de Educación, Edith Moraes. Sus discursos fueron breves y todos aludieron a la importancia de fortalecer la memoria para que no vuelva a haber terrorismo de Estado.

Recuerdos vivos

“Me acuerdo de que me pasaban por la mirilla de la puerta y yo tenía miedo de que no me fueran a pasar las orejas. Nunca fue una cárcel para mí; cuando yo llegaba era como un cumpleaños, como si fuera una fiesta con un montón de tías”, contó uno de los hijos de aquellas presas políticas en el documental Memorias, elaborado por Román Rodríguez Salgado, hijo de una ex presa de Cabildo. La puerta estaba allí, exhibida junto a la placa, por ser un símbolo muy potente.

Antes de empezar la ceremonia, Marta Pérez Hernández, de 75 años, recordó a su padre, las colas que hacía, y dijo que “cuando llegaba a la ventanilla para hablar conmigo estaba con el bastón y temblando de arriba a abajo, no podía venir muy seguido porque se enfermaba; no entendía, yo le decía que estaba ahí por [buscar] un cambio”. Ella era dirigente sindical desde los 16 años, primero del sindicato textil y luego del de la madera (Soima); la llevaron presa de su casa “por estar afiliada a un partido político que estaba proscripto, que ellos proscribieron”, aclaró.

María Inés tenía 17 e iba a visitar a su hermana, que tenía 18 cuando cayó y que estuvo cuatro años en Cabildo y después fue trasladada a Punta de Rieles. “Me acuerdo que venía una vez por semana, hacíamos la fila para entrar, te revisaban toda y estábamos un rato, pero, en realidad, dentro de todo era mejor acá que en Punta de Rieles, porque acá tenías un trato más cercano y allá era todo reja de por medio. Acá era diferente, el trato era especial, porque no estaban acostumbrados a tener presos políticos, y aquello fue construido especialmente para eso”, recordó.

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En la ceremonia y en las charlas afloraban más las cosas buenas que las malas, tal vez porque, como decía María Inés, la etapa de Punta de Rieles fue mucho más dura.

Las ex presas quisieron que en la ceremonia sonaran algunas de las canciones que cantaban mientras estaban recluidas. Mediante el programa Esquinas de la Memoria, consiguieron un profesor de guitarra del Taller Uruguayo de Música Popular con el que durante todo el verano ensayaron tres canciones, que entonaron todas juntas. La primera fue “Vientos del pueblo”, poema de Miguel Hernández musicalizado por una de las ex presas. Le siguió “Pa’l que se va”, de Alfredo Zitarrosa, que cantaban cuando una presa salía en libertad, y “Sentados al cordón de la vereda”, de José Carbajal, el Sabalero, que “la cantábamos siempre”, explicó María Amalia, una de las ex presas.

¿Cómo era la vida dentro de la cárcel? “Hacíamos de todo: manualidades, estudiar, conversar, cantar. Había algunas compañeras que tocaban la guitarra, yo aprendí a tocar. Hubo distintas etapas. En el primer Cabildo estaban todas juntas. Cuando yo llegué, en la última etapa del Cabildo, eran todas celdas, había tres corredores distintos con celdas, algunas con tres compañeras, otras con cuatro”. Cantaban todas juntas cuando salían al patio. “Sentados al cordón de la vereda” fue acompañada por tambores. No era casual: parece que ellas escuchaban siempre tambores y pensaban que era una cuerda de la zona que ensayaba; al tiempo se enteraron de que tocaba especialmente para ellas.

El contacto con el barrio era “más auditivo que visual”, contó Martha. Lo mismo dijo un vecino, que prefirió no identificarse. Tiene 67 años, y desde que nació vive a media cuadra de la cárcel. “Yo tenía la edad de ellas, 20 y poco, también militaba y siempre estaba pendiente de una seña, de un sonido, de un grito, de un canto, de las visitas que entraban y salían, de cuando las trasladaban. Durante mucho tiempo tuvimos una tanqueta M 113 – que había antes, de transporte de tropas- en cada esquina; era el terror, más para los niños. Los papás tenían que llevar a los niños a la escuela con el documento en la mano. Pintaron de blanco de la mitad para abajo todos los árboles que rodeaban la cárcel para poder dispararle a alguien que estuviera atrás de un árbol”, relató. Contó que aun así, hubo dos fugas, el 8 de marzo de 1970 y el 30 de julio de 1971. “Los vecinos vivimos las fugas con mucha emoción, aplaudíamos para adentro, porque si aplaudíamos para afuera terminábamos adentro. Había vecinos que miraban para otro lado”, señaló.

Edith Moraes -no la subsecretaria de Educación, sino una ex presa política- escuchaba el relato del vecino y agregó: “Lo importante es ahora. Los barrios tienen que recuperar su historia pero además avanzar, cambiar la realidad de esta cárcel; hay muchas generaciones que no conocen lo que pasó. No es que los jóvenes no quieran saber nada, a veces nosotros, los mayores, no les hemos sabido explicar. La vida no es blanco y negro, pero hay que demostrarles para que ellos tengan herramientas para pensar por sí solos”.

Varinia, de 50 años, es hija de Élida, que estuvo presa de 1969 a 1977 en Cabildo y luego en Punta de Rieles. “Cuando ella cayó yo tenía tres años, y cuando salió tenía 17 para cumplir 18: estuvo 15 años presa”, contó. “De acá tengo muchos recuerdos”, dijo. Algunas veces se quedó a dormir. “Era como un secreto, sabían todos los del penal, pero cuando se hacía la guardia había que esconderse arriba del wáter y taparse con la cortinita, eso lo vivía con diez años. Saqué varias fotos contra la puerta, porque uno de los recuerdos que tengo es de cuando cerraban la puerta a las cinco de la tarde y yo a veces me quedaba y me iba a visitar a otras

presas y salía por el agujerito ese, que es chico, pero yo era chica y flaquita. Tengo muchísimos recuerdos: de que escuchaban a [Joan Manuel] Serrat, de una vez que en el patio pusieron la televisión y de que iban a pasar una película de [Carlos] Saura y era todo un acontecimiento. Yo tengo la comparación con la cárcel de Punta de Rieles; entonces, esta cárcel para mí era una maravilla y todos los recuerdos en general son buenos. Iba de celda en celda, ellas hacían su propia comida y había cierta libertad, derechos humanos, digamos. Después, cuando se llegó a Punta de Rieles, se perdió todo eso y fue realmente un campo de concentración”.

¿Qué significa la placa para ella? “La placa, nada. No me reúno con hijos [de ex presos políticos], nunca fui a una actividad, pero hoy sentí que tenía que venir, porque para mí Cabildo es algo muy fuerte, es la mayor parte de mi niñez. Quería ver si me dejaban entrar a la cárcel y hoy me dijeron que no, pero que viniera el lunes. La placa no significa nada, pero me resultó súper emocionante ver a todas estas mujeres que todavía están ahí resistiendo, que están vivas, a los hijos; me encontré con algunos compañeritos de visitas y la verdad es que estoy explotando de emoción, de una emoción contenida desde hace muchos años, porque yo no soy de andar hablando de que soy hija de y no formo parte de [agrupaciones de] hijos, pero es muy fuerte”, expresó.

Amanda Muñoz

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