Nuevo libro sobre Líber Seregni

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El juicio contra el general Liber Seregni

Mateo Grille

El pasado reciente de Uruguay es un tema que no se agota y en breve se conocerán nuevos capítulos de esa historia aún incompleta. Esta vez el investigador es abogado y no periodista. Entre los hallazgos que se publicarán en el libro El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar, del doctor Gonzalo Fernández, están las actas reales de los interrogatorios que los militares hicieron a parte de la cúpula del MLN para “mostrar” sus vínculos con el sistema político.

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En poco tiempo se editará un nuevo libro que investiga un aspecto singular de la historia reciente: el juicio que la Justicia Militar llevó adelante contra el general Liber Seregni, y que, cinco años después de su detención, determinó la condena a 14 años de penitenciaría del líder histórico del Frente Amplio (FA). El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar, del doctor Gonzalo Fernández, bucea en los acontecimientos ocurridos en la previa al golpe de Estado.

Integran la obra las actas obtenidas tras los interrogatorios reales de los militares a la cúpula del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN). Los papeles que aparecen no tienen nada que ver con los que “ordenaron” Héctor Amodio Pérez, Alicia Rey y Mario Píriz Budes, junto al capitán Armando Méndez. De hecho, del estudio de las actas de los interrogatorios por parte del doctor Fernández surge que los detenidos interrogados sólo aportaron datos inocuos y jamás colaboraron con elementos de sustancia suficiente como para calificarlos de información.

Aunque tiene un perfil claramente jurídico, que responde a la formación académica del autor, el libro permite conocer documentos hasta ahora inéditos de los interrogatorios a los que fueron sometidos tanto el general Seregni como parte de la cúpula del MLN en el marco de la investigación que la Justicia Militar llevaba adelante para conocer detalles de un intento de coordinación de las fuerzas populares para resistir un eventual golpe de Estado que parecía inminente en 1971 y que finalmente se concretó en 1973. Dicho plan nació como una coordinación entre diversos sectores y personalidades políticas para enfrentar la eventualidad de un desconocimiento de los resultados electorales de 1971, siempre y cuando estos fueran distintos de lo esperado por las Fuerzas Armadas.

Los sucesivos interrogatorios efectuados por militares en los cuarteles tenían un objetivo unívoco: vincular a los principales actores políticos contrarios a una intervención militar con la guerrilla. Pero, sobre todo, el objetivo era vincular a Seregni con esa organización. Sin embargo, los testimonios de algunos de los principales dirigentes tupamaros muestran la actitud de Seregni en esa época. Por ejemplo, está el caso de Henry Engler, alias Octavio, rehén de la dictadura, quien afirmó que en una reunión que mantuvo con Seregni, este les planteó su preocupación por la situación preelectoral y por el accionar de la organización. Dijo Engler que Seregni les insinuó la posibilidad de liberar a los secuestrados y sostuvo que “la Cárcel del Pueblo” tenía una validez relativa. “En general la reunión se realizó dentro de un marco de tirantez”, afirmó Engler. Pero todos los testimonios recabados no aportaban información relevante sobre los contactos esporádicos entre el MLN-T y dirigentes políticos entre 1970 y 1971, pero revelan que una “garganta profunda” venía aportándoles información a los militares, señala Fernández.

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Otro de los aspectos interesantes de este capítulo es el interés de los militares por el Plan Contragolpe, que se habría organizado para resistir un eventual golpe de Estado en 1971. Un acta del interrogatorio de Engler señala que existió una reunión entre el MLN, el Partido Comunista y militares constitucionalistas. En esa reunión quedó en claro que la “contraofensiva” sería decidida por estos militares constitucionalistas cuando se constatara la actitud que asumirían los mandos de las Fuerzas Armadas. Este Plan Contragolpe estaba destinado “a precaver la posibilidad de que se desconocieran por la fuerza los resultados del acto electoral de noviembre de 1971” en caso de un eventual triunfo del FA. “En menos palabras, pautado e ideado como proyecto de resistencia contra un hecho ilícito precedente e hipotético –el supuesto de no entrega del poder al vencedor electoral–, el mentado plan deviene un acto de resistencia legítima y pierde todo carácter antijurídico o contrario a derecho”, afirmó Fernández.

Caras y Caretas reproduce en esta edición uno de los capítulos del libro, al tiempo que en sucesivas ediciones se publicarán otros dos extractos sobre un momento clave de ese “pasado reciente” que revelan los pormenores con que se preparó el golpe de Estado.

La frágil prueba de fuego

Al repasar las mentadas actas de ampliación y el trámite inicial del proceso, curiosamente se advierte que en el expediente no hay mención alguna a la condición de detenido bajo medidas prontas de seguridad del general Seregni. Tampoco se hace referencia a la movilización del 9 de julio de 1973, el hecho supuestamente determinante de su detención. Eso vendrá después. Ahora los militares han descubierto algo más grueso: la existencia del “Plan Contragolpe” de 1971 y, por ende, van por más. Con ese objetivo interrogan a quienes fueran miembros de la segunda dirección del MLN. La primera “ampliación de acta” aparece tomada el 10 de diciembre de 1972 en Paso de los Toros –unidad militar de horrenda memoria–, donde se recoge una declaración prestada ante el jefe de la Región Militar Nº 3 por Adolfo Wasem, uno de los “rehenes” de la dictadura. A la luz de cuanto hoy sabemos, la obtención del testimonio bajo tortura pasó a ser la moneda corriente de la época y, tratándose de un rehén, el punto queda plenamente fuera de discusión.

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A Wasem se lo interroga primero acerca de las vinculaciones que tuvo el MLN con el “ciudadano” (obsérvese que el lápiz de plomo del escribiente se ha negado a reconocerle su condición de senador de la República) Zelmar Michelini.

preso responde: “De acuerdo a lo que yo sé, Zelmar Michelini es un individuo que ha mantenido contactos con la organización, siendo estos realizados por Mauricio Rosencof (a) Leonel. Cuántos contactos hizo, no sé, no creo que hayan sido muchos, siendo contactos de orden político. Era un individuo que se sentía defraudado porque no lo habíamos votado. Dónde se vieron, no sé, y la agenda de los temas tratados fue de problemas políticos vinculados al Frente Amplio, las elecciones, la línea de la Organización, en algún momento se habló de formar una alianza entre la gente del Frente Amplio a nivel del 26 de Marzo, la gente de Michelini y la gente de [Enrique] Erro. Uno que se veía con él era el Mingo Carlevaro”.

Luego, el oficial interrogador –quien se abstiene de firmar el acta escudado en el estricto anonimato– sigue recorriendo el espinel y pregunta acerca de las vinculaciones que tuvo Jaime Pérez con el MLN, porque le llega el turno al Partido Comunista.

Wasem responde que él concurrió dos veces, junto con Mauricio Rosencof, a hablar con Jaime Pérez, a la casa de un médico sita en la calle Luis Alberto de Herrera, a media cuadra de San Martín. Nuevamente, el preso indica que “los temas tratados eran de carácter político y se referían a cosas tales como la política de Enrique Erro, apoyo electoral del Movimiento Independiente 26 de Marzo al Partido Comunista, etcétera. A una de las reuniones que fui concurrió también Rodney Arismendi […] El que se veía normalmente con él era Mauricio Rosencof […] Creo que lo acompañaron alguna vez Henry Engler (a) Octavio y Donato Marrero (a) Mauro. Las veces que concurrí al local de reunión nunca vi a la gente de la casa”.

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Conviene dejarle en claro al lector –sobremanera por respeto a la memoria de Wasem, un estudiante que murió en la cárcel– que él no está delatando ningún secreto ni tampoco cuenta hechos hasta ese momento desconocidos. Muy por el contrario, dice una verdad que, para entonces, ya sabía medio país por lo menos. Y no le queda otro remedio que admitirlo porque ha sido específicamente delatado por uno de los mayores traidores del MLN.

En efecto, antes de las elecciones nacionales de 1971 múltiples organizaciones y partidos políticos tomaron contacto con el MLN, no precisamente para “vincularse” al movimiento, ni tampoco formar alianzas –como lo sugiere la pregunta– sino, bien por el contrario, para convencer a los tupamaros de que cesaran las acciones durante la campaña electoral en ciernes.

Pues bien, estando ya involucrados en el asunto Michelini, Erro, Jaime Pérez y Arismendi, le toca la ronda al Partido Nacional. La pregunta subsiguiente, calcada de las anteriores, interroga sobre las “vinculaciones” que pueda haber tenido con el MLN el “ciudadano” Wilson Ferreira Aldunate.

El detenido contesta con toda claridad y sin margen de equívocas interpretaciones: “Lo que sé es que Wilson Ferreira tuvo un contacto con la Organización. Exigió para ello que a la entrevista concurriera Raúl Sendic (a) Bebe, Julio Marenales (a) Abdón o Eleuterio Fernández Huidobro (a) el Ñato. Al contacto concurrieron Julio Marenales (a) Abdón y Mauricio Rosencof (a) Leonel. No sé dónde se concretó la reunión. En ella se trataron temas tales como qué iba a hacer la Organización después de las elecciones; habló de sus informantes militares, a los que él les tenía confianza hasta por ahí nomás, porque primero eran ‘milicos’ y después informantes de él. Dijo que iba a llevar el asunto del ‘fraude electoral’ hasta las últimas consecuencias, que iba a hacer una política de oposición. A la reunión realizada concurrió también Héctor Gutiérrez Ruiz”.

Empero, en el caso de este expediente, todo lo anterior viene a ser harina de otro costal. El interrogador encara por último la frutilla de la torta y le pregunta al detenido sobre las vinculaciones del general Seregni con el MLN. La respuesta no hubiera podido ser más explícita y unívoca sobre las intenciones u objetivos de Seregni. “A este hombre –dice Wasem– los que lo vieron fueron Mauricio Rosencof (a) Leonel y Donato Marrero (a) Mauro o Henry Engler (a) Octavio, antes de su primera caída. Fue este también un contacto de carácter político en el que él marcó sus discrepancias con nosotros y concretamente nos pidió que no comprometiéramos al Frente Amplio, nos pidió que tuviéramos control sobre las acciones de la Organización, que por vía de estas no fuéramos a comprometer la realización de las elecciones”.

Lo que Wasem relata era de público conocimiento: la preocupación de Seregni de que el MLN no interfiriera ni llegara a perturbar el proceso electoral de 1971, por lo que mal puede sospecharse vinculación de clase alguna con la guerrilla, sino más bien todo lo contrario. Impuso un parate y el respeto al normal desarrollo de los comicios.

Si de muestra vale un botón, sirvan las palabras de un extupamaro sobre la visión que imperaba dentro del MLN respecto de la coalición de izquierda: “El Frente Amplio era una molestia, una piedra en el zapato, un signo del sometimiento de la izquierda a la política tradicional, una cosa que entorpecía la toma de conciencia del pueblo acerca del verdadero rostro de la democracia burguesa”. La crispación del general Seregni hacia ellos era una evidencia indesmentible.

El acta de ampliación de declaraciones se cierra con una pregunta de estilo, formulada en casi todos los interrogatorios militares, para aventar cualquier sospecha de tormento físico en los círculos del Infierno de Dante. Se le pregunta al declarante “si tiene alguna queja del tratamiento recibido durante el presente interrogatorio”. Y el torturado rehén de la dictadura, preso en aquel terrible cuartel de Paso de los Toros, contesta negativamente.

Como es obvio, del testimonio de Wasem no surge ningún elemento incriminatorio contra el general Seregni. El declarante acaba de absolverlo de culpa y cargo. En consecuencia, el jefe de la Región Militar Nº 3 prosigue con su táctica de “ampliación de acta”. Hay que rastrear más información.

Gonzalo Fernández

Gonzalo Fernández es un abogado penalista, profesor y político uruguayo. Fue secretario de Presidencia, canciller de la República y ministro de Defensa Nacional en el primer gobierno de Tabaré Vázquez. Se destaca como catedrático en Derecho Penal, grado 5.

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Del libro de Gonzalo Fernández

El juicio contra el general Liber Seregni: La indagatoria

El libro El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar, del doctor Gonzalo Fernández, revela detalles del pasado reciente de Uruguay. Allí se exponen las actas reales de los interrogatorios que los militares hicieron a parte de la cúpula del MLN-Tupamaros para “mostrar” sus vínculos con el sistema político y, sobre todo, con Seregni. Caras y Caretas publica un nuevo extracto del libro.

En setiembre de 1973, el juez militar Federico Silva Ledesma –quien más tarde sería presidente del Supremo Tribunal Militar durante la dictadura– se constituyó en el Batallón de Paso de los Toros. Su objetivo era avanzar en la indagatoria contra el general Liber Seregni por el presunto Plan Contragolpe, supuestamente ideado por un grupo de militares constitucionalistas, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Partido Comunista para resistir un eventual golpe de Estado en 1971.

 Para esto, el coronel Silva Ledesma interrogó, en calidad de testigo, a algunos de los “rehenes” de la dictadura: Adolfo Wasem Alaniz y Henry Engler. Estos, como se desprende de las actas, ratificaron la versión aportada a la Justicia Militar, en la que no brindaron detalles sustanciales para confirmar la existencia de ese plan, por el cual la dictadura pretendía condenar a Seregni. Así se desprende de las actas de esos interrogatorios publicadas en el libro El juicio contra el general Liber Seregni. Otro capítulo de la dictadura militar del doctor Gonzalo Fernández, que está próximo a publicarse.

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En esa segunda declaración, por ejemplo, Engler ratifica sus dichos anterior, pero aclara –respecto de las reuniones tripartitas mantenidas– que no conocía que militares concurrieron a las mismas “ya que en ningún momento se mencionó el nombre de ellos”. Incluso dice no tener posibilidades de reconocerlos en virtud del tiempo transcurrido y la brevedad que tenían ese tipo de reuniones. Y agrega que ni siquiera tiene la certeza de si concurrió a las mismas solo o con Wasem Alaniz, ya que por esos años “se hacían tantas reuniones”. Asimismo Engler dice no conocer personalmente ni a Rodney Arismendi ni a Jaime Pérez, quienes supuestamente participaron de esas reuniones.

Pero las evasivas se intensificaron cuando el coronel Silva Ledesma le pregunta directamente por el general Seregni y su vínculo con esas reuniones. Engler dice que junto a Mauricio Ronsecof tenían que mantener un contacto con una alta autoridad del Frente Amplio y que la reunión se concretó poco antes del golpe de Estado. Pero dijo no poder individualizar quién era esa persona: “a la autoridad del Frente Amplio no le vi la cara”.

Meses después, en enero de 1974, Silva Ledesma constituyó su despacho en la sede del Regimiento de Caballería Nº 8, en Melo, para recibir la declaración de Mauricio Rosencof, quien admite haberse reunido con Seregni a mediados de 1971. En esa reunión, Ronsecof afirma que Seregni “manifestó su preocupación de que el accionar de las organizaciones clandestinas pudiera perturbar el proceso electoral”. Y que sería una contribución que el MLN-T liberara al embajador inglés, Geoffrey Jackson.

“Los rehenes han jugado al gato y al ratón, pero a diferencia de los cuentos infantiles, esta vez el torneo lo ganaron los ratones y no el felino. Desde el punto de vista jurídico estas declaraciones no poseen ninguna eficacia probatoria, ni contra Seregni ni contra nadie”, afirma Fernández al finalizar el capítulo. Caras y Caretas reproduce en esta edición otro de los capítulos del libro, esta vez el Capítulo IV: La indagatoria, sobre los interrogatorios del coronel Silva Ledesma a los rehenes de la dictadura sobre el Plan Contragolpe.

CAPÍTULO IV: LA INDAGATORIA

Ratificaciones sin careos

Con la orden ministerial pertinente, la Orden de Intervención ya concedida, el juez militar de Instrucción tiene que recoger personalmente la declaración de los rehenes. Se constituye el 27 de diciembre de 1973 en Paso de los Toros para interrogar a Wasem en calidad de “testigo” y en el marco del art. 180 del Código Penal, cuyo contenido se le hace saber expresamente al deponente. Es una nueva ilegalidad, porque se trata de un detenido, que debió haber prestado declaración en presencia de su abogado defensor. Sin abogado presente ningún preso puede ser indagado. Por si fuera poco, el art. 341 CPPM prohíbe que sean testigos, salvo para simples indicaciones y al solo objeto de la indagación sumaria, a los procesados o perseguidos por razón de algún delito. Por tanto, se violenta también en este relato una prohibición probatoria específica de la propia ley militar.

Wasem ratifica sus dichos, pero aclara que él no estuvo presente en el contacto que tuvo el MLN con el Gral. Seregni, sino que lo conoce por información de terceros, ya fuere de Rosencof, Marrero o Engler. No sabe dónde tuvo lugar la entrevista ni tampoco puede precisar la fecha, aunque indica que se realizó antes de las elecciones. En suma: sólo es un “testigo de oídas”, que mal puede aportar prueba alguna.

También admite haber concurrido a una reunión poco antes de las elecciones, en la cual “me dijeron que iba a haber representantes de militares; yo no sé si esas personas eran militares o representantes de ellos”. El Cnel. Silva Ledesma le pregunta si los reconocería, ante lo cual responde: “Tengo mis dudas debido al tiempo transcurrido”. Tampoco recuerda ninguna característica especial que permita la individualización de ellos porque “la reunión se realizó en una habitación muy grande, una biblioteca, de noche, y la iluminación no era muy buena, además tuvimos un rato nada más”. Ostensiblemente, Wasem va licuando de sustancia su relato.

Sobre el contenido de la reunión, el rehén reitera la misma versión: “El hecho circunstancial que motivara la reunión era consultarnos sobre la concertación de un acuerdo acerca de la participación de la organización en un posible contragolpe en caso de que se intentara desconocer el resultado electoral o la realización de las elecciones mismas. El fin de este contragolpe sería restituir la legalidad, ya sea que se realizaran las elecciones o, en caso de que se realizaran, garantizar el resultado de las mismas.

Fuera de estos fines no era posible ningún tipo de acuerdo y la condición final que se ponía era que el MLN aceptara que la conducción de las operaciones estuviera en manos del sector de militares. De no aceptarse alguna de las condiciones puestas, no habría posibilidad de acuerdo. Nosotros, después de escuchar, nos retiramos para consultar con la Organización y yo no recuerdo bien si concurrí a una segunda reunión en la que la Organización comunicara su resolución”.

Engler también ratifica su anterior “ampliación de acta” el 27 de setiembre de 1973, pero aclara –respecto de las reuniones tripartitas mantenidas– que “yo no sé el nombre de los militares que concurrieron, ya que en ningún momento se mencionó el nombre de ellos”. El juez quiere saber si podría reconocerlos, pero el rehén se acoge a la sempiterna fragilidad de la memoria: “Debido al tiempo transcurrido –fue antes de las elecciones– y a la brevedad de las reuniones, me parece difícil reconocerlo”.

En la misma línea evasiva, no menciona ninguna biblioteca y refiere que la reunión se celebró en un comedor. Por añadidura, manifiesta que no puede individualizar el lugar donde la misma se llevó a cabo “por haber interés de las personas que me llevaron de que no conociera el sitio”. Es evidente que la declaración procura proteger a terceros todo lo más que se pueda, a tal grado que Engler dice no tener certeza si fue solo o con Wasem a la entrevista,“ya que en esa época se hacían tantas reuniones”.

De todas formas, el Cnel. Silva Ledesma no se conforma con la debilidad mnémica de Engler y continúa interrogándolo para saber quién sugirió esa reunión. El preso le responde que “tengo entendido que el Partido Comunista hizo llegar a través del secretariado de la organización la posibilidad de esa reunión”.

No muestra reticencia, en cambio, cuando se le pregunta quiénes integraban la Dirección del MLN en aquel momento, pues el declarante ya sabe que están todos presos y harto identificados: “Estábamos Rosencof, Wasem, Marrero y yo. Tratamos el tema y resolvimos que debíamos ir yo y no recuerdo exactamente si también me acompañó Wasem”.

Parece ser un especialista en entreverar la baraja, porque sólo admite que él conocía a un militar cuyo seudónimo era Claudio, pero no sabía el nombre verdadero y, además, este no estaba entre los participantes de la referida reunión. Como sí sabe lo que está en juego en el interrogatorio e intuye que el instructor lo lleva a terreno resbaladizo, Engler puntualiza que “en realidad, lo específicamente militar, referente a división de zonas y de coordinación lo planteábamos nosotros y los militares adoptaban una posición muy recelosa, sin comprometer opinión, más bien escuchaban”.

El juez parece desconcertado. El preso aprovecha la ocasión y se despacha. No puede precisar el lugar de la reunión y “en cuanto al nombre de Arismendi y Jaime Pérez, yo no los conozco personalmente, sí sabía que eran autoridades del Partido Comunista y posteriormente se comentó que podían ser ellos”.

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El juez militar le pregunta a boca de jarro por el Gral. Seregni, que es el objetivo principal, el plato fuerte, pero Engler vuelve a escurrir el bulto: “En la Dirección Central se planteó el tema de un contacto con una alta autoridad del Frente Amplio y se resolvió en la Dirección que debíamos ir Rosencof y yo”. Agrega que la reunión se realizó poco tiempo antes de las elecciones, en la época en que se realizaron todos estos contactos. Pero al momento de tener que individualizar a los participantes, responde que “a la autoridad del Frente Amplio no le vi la cara”.

El interrogador le repregunta cómo sabe entonces que se trataba de una autoridad del Frente Amplio si no la pudo ver. Engler responde abrigado por la lógica aristotélica: “Porque en el contacto se especificaba que la persona que concurriría sería una autoridad del Frente que iría a plantear problemas de importancia”.

La descripción que hace de la reunión es de antología: “Recuerdo que entramos y había una habitación en penumbra donde nos recibió una persona que nos invitó a pasar. Me llamó la atención lo poco iluminado del ambiente, que se ve que estaba previsto para no distinguir bien a las personas. Al ver esto yo mantuve una actitud en consonancia y traté de no mirarlo. La reunión no fue cordial y, más que una discusión, la persona trató de imponer en forma imperativa sus puntos de vista. Al salir con Rosencof comentamos el tono poco cordial y áspero de la reunión y hablamos sobre la posibilidad de que esa persona fuera el Gral. Seregni, ya que su actitud fue de no mostrar la cara. Recuerdo que en la Dirección se comentó fundamentalmente la actitud poco cordial de esa autoridad del Frente Amplio con nosotros”.

El 8 de enero de 1974 el juez militar de Instrucción dispone constituir despacho en el Penal de Libertad (Establecimiento Militar de Reclusión Nº 1), para tomarle declaración –nuevamente sin abogado y en calidad de testigo– al preso Donato Marrero.

Marrero es lacónico. Admite haber ido con Rosencof a una casa “que supongo era la del Gral. Seregni”, porque “yo fui compartimentado, es decir que no sabía a qué lugar iba”. Recuerda que el hecho tuvo lugar unos meses antes de las elecciones, en 1971, pero no tiene claro si se trataba de una casa o de un apartamento, en la zona de la Facultad de Arquitectura.

Sobre la reunión en sí misma, Marrero expresa que fue una reunión corta. Además –argumenta– “estamos en el año 1974, la reunión fue en 1971, por lo que muchos detalles no los recuerdo, pero al general le interesaba conocer nuestra opinión sobre el acto electoral. Además marcó las diferencias que él tenía con los tupamaros. Para él, la más marcada, que todo acto fuera de la Constitución era ilegal y que por lo tanto debía condenarse”. También recuerda que se trató el problema de la doble militancia: “Él planteó de que con eso se perjudicaba al Frente Amplio y que si se perjudicaba al Frente Amplio, nos iba a considerar sus enemigos”.

En lo concerniente a la reunión con Zelmar Michelini, Marrero la sitúa también antes de las elecciones de 1971, cuando “tratamos más o menos los mismos temas que con el general Seregni; la reunión se hizo en una casa que no puedo precisar el lugar”.

Por último, el 9 de enero de 1974 el juzgado constituye despacho en la sede del Regimiento de Caballería Nº 8, en Melo, para recibirle declaración a Rosencof. Este admite haberse reunido con Seregni, una vez junto con Engler y otra junto con Marrero, a mediados de 1971. “La citación” –dice– “la recibimos en Punta Carretas, por correspondencia que manteníamos con la Organización desde Punta Carretas”.

A Rosencof también lo traiciona la memoria –como a los demás– porque cree que “el local al cual concurrimos estaba en los alrededores y próximo al Club Defensor en Pocitos, no pudiendo precisar si era una casa o un apartamento”.

Insólitamente, el juez no sabe qué más preguntar y se limita a indicarle al rehén que “prosiga con su relato”. Entonces Rosencof prosigue, en la misma línea exculpatoria de sus compañeros: “El Gral. Seregni manifestó su preocupación de que el accionar de las organizaciones clandestinas pudiera perturbar el proceso electoral. Le manifestamos que entendíamos que dichas organizaciones operaban con sentido político y que sabíamos que el MLN, en particular, de ninguna manera tenía intención de perturbar el proceso. Comentó el Gral. Seregni que sería una buena contribución a la pacificación si la Organización que tenía recluido al embajador inglés decidía liberarlo. Comentamos que podría ser una contribución interesante”.

Ese comentario, expresado casi en tercera persona y en condición de analista político, se explica de inmediato porque Rosencof añade que, si bien él concurría por el MLN, “debo precisar que en ningún momento precisamos nuestra condición de tales durante las reuniones”. Agrega que “nunca quedamos en volver […] incluso tengo idea de que en una oportunidad el MLN quiso establecer entrevista con el Gral. Seregni y no obtuvo respuesta”.

Previsiblemente, el Cnel. Silva Ledesma desea saber más detalles, pero se queda con las ganas. El detenido le manifiesta que “dado el tiempo transcurrido, no recuerdo ningún detalle especial, y prácticamente hemos mantenido entrevistas con todos los sectores políticos, con integrantes, por lo que es imposible recordar detalles de lugares”.

El juez militar quiere averiguar acerca de la entrevista con el “exsenador Zelmar Michelini”. Obtiene como respuesta que con él se encararon temas en torno a la situación política del país y a las elecciones en general. Con Arismendi y Jaime Pérez los temas versaron sobre la situación política del país y “las diferencias violentas que al nivel de frente de masas se daban entre los militantes del Partido Comunista y los denominados de la “tendencia” (26 de Marzo, anarquistas, nacionalistas, etc.)”.

Los rehenes han jugado al gato y al ratón, pero a diferencia de los cuentos infantiles, esta vez el torneo lo ganaron los ratones y no el felino.

Desde el punto de vista jurídico estas declaraciones no poseen ninguna eficacia probatoria, ni contra Seregni ni contra nadie. Martínez Moreno lo denuncia sin remilgos: “Los ‘testigos’ iniciales de cargo, en función de cuyos dichos se procesó a Seregni, están presos, estaban ya presos desde antes y sometidos a condiciones de máxima seguridad en distintos cuarteles del interior de Uruguay. Figuran en la categoría de lo que se conoce como ‘rehenes’ y las razones alegadas para mantenerlos confinados en el aislamiento total y ferozmente cruel inciden sobre el punto mítico de la seguridad del Estado.

Hasta ellos llegó un juez militar, elegido a esos fines no se sabe por quién, y los interrogó. Con sus dichos no cotejados y contradictorios se edificó la base de un primer cargo. Lo importante aquí no es lo que hayan dicho, sino cómo lo hayan dicho, en qué condiciones de trato y con cuál posible etapa ulterior de verificación. ‘Con ninguna’, respondió categóricamente ese juez, ante el reclamo de los abogados de Seregni: no podía traérseles al juzgado a fin de que la defensa los repreguntase por virtud de las mencionadas razones de seguridad; no podían ser entrevistados en sus prisiones por lo mismo; Seregni no podía ser confrontado a ellos porque, además, un general de la nación no podía ser paseado por celdas ajenas”.

Es que, en puridad, todos son presos maltratados hasta el cansancio, declaran sin presencia de sus defensores, no pueden ser careados. Son, al fin y al cabo, meros “rehenes”, cuyo peculiar calificativo –otra vez la semejanza– hace evocar al concepto de “vida sin valor de vida”, acuñado en su época por el nazismo.

 

 

 

 

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