Feminismo y accionar político

  No hay marcha atrás

La fertilidad de la militancia feminista en Uruguay acompaña un fenómeno internacional de características inéditas. Puertas adentro, las diferencias ideológicas y generacionales marcan distintas formas de ponerle el cuerpo a la causa y reeditan el histórico debate entre la autonomía, la institucionalización y el rol del Estado. Pero hay una preo­cupación compartida: cómo llegar a los sectores populares.

Escriben: Daiana García, Graciela Sapriza, Sofía Kortysz, Ana Laura de Giorgi, Mariana Abreu, Raúl Zibechi, Azul Cordo, Aníbal Corti, Verónica Panella, Fabián Muniz, Isabel Retamoso, Lilián Celiberti y Nancy Fraser.

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Feminismo y política desde el Sur

El movimiento feminista en América Latina.

Ana Laura de Giorgi

El presente histórico del mundo occidental no está definido en función de la inmensa mayoría de mujeres que amasan el pan o la tortilla y que aún no resuelven sus problemas más elementales, como lograr casa, alimentación y salud para ellas y sus hijos. Evidentemente en esa realidad hay una especie de insurgencia, y es difícil pensar a Domitila, la mujer de las minas bolivianas, versus Carolina de Mónaco.” Esta frase publicada en 1986 por parte de feministas que buscaban los modos de desplegar un pensamiento propio, hoy podría ser reescrita casi en los mismos términos. Hoy podríamos escribir: el presente histórico del mundo occidental –y de América Latina si ella quisiera ser parte de ese Occidente– no está definido en función de la inmensa mayoría de mujeres que amasan el pan o la tortilla y que aún no resuelven sus problemas más elementales, como lograr casa, alimentación y salud para ellas y sus hijos. Evidentemente en esa realidad hay una especie de insurgencia, y es difícil pensar a la hija de la activista asesinada Berta Cáceres versus las actrices de Hollywood y su movimiento #Metoo. El feminismo, o los feminismos, desde su vocación internacionalista pueden compartir un repertorio de preocupaciones con otras feministas del Norte, pero están interpelados por fenómenos particulares que inciden en sus concepciones y estrategias. Esta preocupación por comprender, visibilizar y denunciar las condiciones específicas de opresión de las mujeres de América Latina nació hace varias décadas y hoy cristaliza en un movimiento que recoge día a día cada vez más adhesiones. Pero lo importante aquí no se trata de decir “nosotros/as tenemos nuestros propios problemas”, sino de comprender que el feminismo en clave latinoamericana tiene características propias y proporciona una oportunidad para pensar la política hoy en día.

El movimiento feminista en América Latina actual es hijo –o tal vez nieto, porque los noventa no fueron en vano– de un despliegue que no fue un resultado automático de la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas de 1975 en México, ni de una recepción pasiva de las ideas del feminismo blanco heterosexual clasemediero del Norte estadounidense o parisino. Fue el resultado de muchas cosas, pero entre otras, de la resistencia de organizaciones de mujeres y feministas a las políticas de control natal que en su expresión más dura llegaron a algunos países de la región financiadas por agencias estadounidenses para practicar esterilizaciones forzadas que se aplicaron especialmente a mujeres pobres indígenas y negras. Las primeras organizaciones feministas, aun apoyando la contracepción como método emancipatorio, señalaron no sólo el modo imperialista, sino la intervención arbitraria en los cuerpos femeninos y el carácter racializado que ponía al descubierto la reedición de prácticas coloniales. Así, desde sus inicios muy tempranos, el despliegue feminista tuvo un carácter antimperialista.

Ese feminismo de los setenta y ochenta también se diferenció por una específica lectura de la experiencia política de las mujeres en la región. Esta experiencia era la de la lucha, el combate, la revolución, la capacidad de subversión de las mujeres, en un continente colonizado, violentado y empobrecido. Las referentes latinoamericanas no eran tanto las sufragistas sino las que pertenecían a una generación más reciente, luchadoras, presas, exiliadas, guerrilleras, madres de desaparecidos, indígenas desplazadas, sindicalistas, figuras en las que el feminismo se inspiraba para realizar su nueva revolución que no era sólo la de las mujeres sino la de todos los oprimidos en general. Así, a pesar del “sisterhood is global”, muchas rechazaron una hermandad que podía invisibilizar y neutralizar un objetivo de transformación estructural. Junto con el apellido de “latinoamericano”, el feminismo se adjetivó “comprometido”, “político” y “revolucionario”.

TIERRA Y PROPIEDAD. El nuevo momento feminista al que hoy asistimos y que convoca a una nueva generación tiene mucho de aquellos antecedentes pero además los refuerza. Una parte importante de este feminismo latinoamericano denuncia las formas de operar del neoliberalismo en la región, actualiza la vigencia de la discusión sobre la tierra y la propiedad, poniendo en evidencia además cómo estas se articulan con la opresión de las mujeres. Denuncia, visibiliza y respalda la resistencia de las mujeres en los territorios donde resisten –y mueren– a los despojos violentos de tierras o a la masculinización de esos territorios que los megaemprendimientos extractivistas conllevan, las dos principales novedades del neoliberalismo en el continente y que afectan principalmente a las mujeres.

Este fenómeno específico hoy en día es muy poco visualizado por las izquierdas latinoamericanas, aunque estas también son responsables. Si en Uruguay los megaemprendimientos extractivistas producen, por ejemplo, una nueva división sexual del territorio, la reproducción y fijaciones de roles de género y el crecimiento de la prostitución, resulta difícil concebirlos como otra cosa que la reedición de la alianza del hombre blanco con el nativo que reproduce desigualdad y en la que el costo más alto lo pagan las mujeres. Este tipo de cosas están siendo denunciadas por los feminismos contemporáneos latinoamericanos, sería importante escucharlos aunque implique repensar profundamente las políticas impulsadas por el propio “progresismo”.

Para quienes la propiedad de la tierra no les resulta una agenda actual o consideran que no hay poblaciones afectadas como en otros países –ninguna de las dos cosas es cierta–, también el feminismo latinoamericano está denunciando, como ninguna otra corriente, el carácter extremadamente conservador del nuevo neoliberalismo. Un fenómeno que ya tiene nombre –backlash– y que designa la reacción conservadora al paquete de leyes aprobadas que hacen a la denominada agenda de derechos. Un fenómeno que no sólo atañe a la posible derogación de normas aprobadas o al recorte presupuestal de iniciativas institucionales orientadas a combatir la desigualdad de género, sino al llamado de retorno al hogar que se vehiculiza por los grandes medios de comunicación y tiene el apoyo de las elites conservadoras. Un retorno al hogar que claramente tiene objetivos de despolitización y desmovilización.

 REACCIÓN CONSERVADORA. En América Latina este fenómeno además se profundiza con el fortalecimiento del conservadurismo de la Iglesia Católica y la Iglesia Evangélica. Que el 8 de marzo se conmemore con múltiples iniciativas, con miles de mujeres y varones en las calles, pero también con iniciativas de “contramarchas” o “contraconmemoraciones” que reivindican la femineidad y el “no te metas con mis hijos”, no es un dato menor. Que la destitución de Dilma Rousseff se apoyara como un retorno a la familia tampoco lo es. La denuncia de esta nueva ola conservadora la está realizando el feminismo, no la izquierda, y con ello se afirma en su voluntad de perder cada vez más socias y algunos socios también.

El movimiento feminista convoca hoy un contingente que no convoca ninguna otra causa. Ofrece un espacio en el que se depositan nuevas expectativas en lo político, entendido en sentido amplio, que puede traducirse en decisiones políticas o no, pero que permite desplegar una discusión y politizar nuevos asuntos. Moviliza en las calles, fundamentalmente en una fecha concreta, pero también congrega a un número cada vez más importante de jóvenes a reunirse a pensar e intercambiar en múltiples espacios que se escapan de la institucionalidad estatal y partidaria y que pretenden recuperar lo político desde otro lugar. Esta cuarta ola feminista latinoamericana es movimientista, disputa el espacio público, lo interviene y grita que está harta de inercias institucionales y patriarcales. Ahí hay algo a atender, porque evidentemente ese espacio está convocando lo que otros no convocan.

Si se presta atención puede apreciarse que el feminismo latinoamericano no es el resultado de la agenda de las Naciones Unidas, que no hace otra cosa que “licuar” a la izquierda, hacerle favores al capitalismo y vaciar la política. El feminismo latinoamericano es justamente lo contrario, su resistencia. Claro, para acompañarlo hay que abandonar la lógica del centro, de los consensos, de la política tradicional y de la perpetuación de los privilegios patriarcales. Es que si no se lo acompaña, el feminismo se transforma en un concepto que muchos buscan disputar y vaciar políticamente. Si necesitan ejemplos podemos mirar el titular del diario Clarín de esta semana adjudicando la condición de feminista al presidente del país vecino.

En esta nota se escribió feminismo en singular como modo de simplificar la lectura pero también como recurso para realizar una lectura específica de las iniciativas feministas en la región, que son diversas, que están más o menos cerca del Estado, de los partidos, del anticapitalismo, etcétera… pero que presentan algunos factores en común que le dan características propias al feminismo latinoamericano. Puede ser además una oportunidad para el retorno de la “politicidad” luego de la reinstalación de democracias formales que cancelaron rebeldías, y de progresismos latinoamericanos que tras una primavera crecieron en desilusión. Estos feminismos desde el Sur no vacían la política, sencillamente la hacen posible.

*       Candidata a doctora en ciencias sociales por la Universidad Nacional General Sarmiento (Argentina). En su tesis doctoral trabaja sobre izquierda y feminismo en el Uruguay posdictadura.

 

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Esta es mi revolución

El feminismo militante en Uruguay.

Daiana García

Como un río desbordado tras una tormenta, el pensamiento feminista cautiva hoy, quizás más que nunca, a mujeres de todas las generaciones, pero fundamentalmente a las más jóvenes. Esto tiene su espejo en el brazo militante que también se ensancha y diversifica. Pero aún no está claro cómo será el cauce del río. Dos grandes paradigmas parecen dividir a la militancia feminista en Uruguay: la autonomía o la institucionalidad. Las “autónomas”, un adjetivo que las define aunque no todas sientan que es el que mejor las representa, están nucleadas en la Coordinadora de Feminismos (CF), conformada en noviembre de 2014 como una secuela del I Encuentro de Feminismos de Uruguay. En ella participan colectivos de mujeres1 y mujeres a título personal. El segundo grupo está comprendido en la Intersocial Feminista,2 conformada el 8 de marzo de 2017 como una escisión de la CF e integrada por organizaciones de mujeres y mixtas, ya que no admite la participación individual.

La militancia no se agota en estos dos espacios. Existen organizaciones, como Mujer y Salud Uruguay (Mysu), que no participan de ninguno y otras que lo hacen en ambos. También hay diversos colectivos del Interior cuyo contacto con el brazo capitalino es muy puntual, y está el Paro Internacional de Mujeres (Pim), cuya génesis es la que se adivina en su nombre, que actualmente se consolida como un lugar de coordinación, encuentro y acción, y aunque participa en algunas actividades de la CF, se define como independiente.

Esta geografía feminista en la que coexisten diferencias ideológicas, estratégicas e incluso generacionales, no ha logrado, hasta el momento, concretar un espacio de coordinación. Para la organización de la marcha de ayer acoplaron algunas acciones puntuales, pero con concepciones que parecen casi irreconciliables acerca de cómo aprovechar y gestionar la masividad esperada. Si colocar o no un estrado, si leer la proclama de forma colectiva o seleccionando a una vocera, y si hacerle o no reclamos al Estado fueron algunos de los principales desencuentros de cara al denominado “8M”.

Es casi un cliché decir que la izquierda progresista ya no enamora. El feminismo parece abrazar el mérito de conquistar ideológicamente y el principal desafío para las militantes parece ser cómo capitalizar esta efervescencia, o cómo traducir la masiva convocatoria en mejoras que resientan las desigualdades de género.

EL ESTADO DE LA MATERIA. La concepción en torno al rol del Estado y cómo interactuar con él es uno de los parteaguas del feminismo. Mariana González Guyer, investigadora del área de género de la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar), explicó en conversación con Brecha que el debate entre la autonomía, la institucionalización y el rol del Estado es “muy viejo” en el movimiento feminista: “es una discusión que tiene varias décadas y que ahora se reedita”.

En Uruguay ya se esbozaba tímidamente en los primeros movimientos posdictadura, si bien en ese momento la institucionalidad feminista prácticamente no existía o era muy reciente (Cotidiano Mujer se creó en 1985). Pero se instaló con fuerza en los noventa a partir de la histórica Conferencia sobre la Mujer, de las Naciones Unidas, realizada en Beijing. González entiende que esta discusión “implica una distancia difícil de reconciliar, porque determina con quién interactuás y la acción”.

Soledad González (Cotidiano Mujer), una de las impulsoras de la creación de la Intersocial, afirma que su surgimiento tuvo que ver con la necesidad de “incidir políticamente” y hacerle reclamos concretos al Estado y al gobierno, y su objetivo es consolidarse como “un actor de peso”. En ese sentido, contó, dieron los primeros pasos al estudiar los textos de la última rendición de cuentas y luego lograron revertir algunos cambios de la ley integral sobre violencia de género que se habían introducido en la Cámara de Senadores y que eran “poco favorables”.

Si bien hay quienes reconocen en la CF rasgos anarquistas, no es una definición ideológica que sus integrantes levanten explícitamente. La mayoría parece reconocerse con el concepto de autonomía. Florencia y Verónica, dos de sus siete voceras, que prefirieron figurar sólo por sus nombres de pila, explicaron a Brecha que no buscan reclamarle nada al Estado, sino “hablarnos a nosotras mismas, desde el contacto. No tenemos una lista de reivindicaciones, tenemos una búsqueda que es transformar las relaciones entre mujeres”. Su encare se propone “cambiar el foco”, no “hablarle a otros”, puntualmente al Estado, porque lo consideran una estructura que reproduce las lógicas patriarcales.

La CF lleva adelante las “alertas feministas”, instancias situadas en el espacio público que se convocan cada vez que una mujer es asesinada por violencia de género. Esta forma de protesta es distinta a una marcha tradicional, el sentir es el clima predominante, con las performances, el “abrazo caracol” (una dinámica de abrazo colectivo) y la lectura de la proclama en forma grupal. Para Florencia “es una lucha que te atraviesa, es mucho más que una lista de reivindicaciones”. Verónica redobla la apuesta. Explica que pedirle algo al Estado “es pensar que el cambio va suceder dependiendo de ellos, cuando nos den tal presupuesto, por ejemplo. No negamos que exista, pero apelamos a estas otras formas”.

Lilián Celiberti, coordinadora de Cotidiano Mujer, define a este colectivo como “un feminismo que quiere interpelar al Estado respecto de sus responsabilidades”, pero “manteniendo la autonomía y la visión crítica, porque hay luchas concretas que exceden nuestra acción”. En esa línea, González reconoce que hay cambios más de orden cultural que no dependen exclusivamente de las políticas públicas, pero relativiza al afirmar que hay problemas más urgentes. Pone como ejemplo las mujeres que sufren violencia en sus casas hoy: “Necesitan refugio, protección legal, trámites fáciles, campañas de comunicación estable, y para eso se necesita plata. Por eso nuestro foco es pedir recursos al Estado”.

VOLVER A LA CALLE. Si hay un mérito que se les reconoce a las jóvenes integrantes de la CF es el retorno del feminismo al espacio público, con las alertas. En ocasiones, lamentablemente, más de una vez por semana. Algunas de ellas visualizan una dicotomía entre la presencia en las calles y hacer política tras los escritorios de las instituciones feministas.

Mariana Menéndez, integrante de Minervas, un colectivo que articula a través de la CF, considera que el mapa de feminismos de los noventa, “muy encerrado en las políticas públicas y de género”, ha sido superado, en algún punto. La militante considera que reconquistar el espacio público como lugar de encuentro y protesta “no es poca cosa, ante cuerpos que de noche tienen miedo de estar solos en la calle, es experiencia política, aunque se desestime desde las visiones más dogmáticas”. Aunque la prioridad de Minervas no ha sido la intervención en la agenda, Menéndez reconoce que “a veces hay que arrancarle cosas al Estado, o ponerle límites”; admite que el movimiento está madurando y quizás “mañana haya que hacerlo”.

El empuje de las nuevas generaciones propone una nueva forma de hacer política, a través del cuerpo, si bien advierten que quizás no es entendida. La revalorización de los vínculos entre mujeres –en un sistema que abona la competencia– y la presencia en las calles son su motor.

LOS BILLETES. ¿Cómo financiar una causa o generar conocimiento y evidencia sin dinero?, ¿cuál es el organismo que subvenciona y en qué medida condiciona las agendas?, son algunas de las interrogantes a la hora de pensar el financiamiento del movimiento feminista organizado. Desde los colectivos institucionalizados entienden que es difícil hacer política sin dinero; desde la CF repelen completamente la financiación que provenga de organismos internacionales (de donde surge la gran mayoría de los recursos de las organizaciones que reciben financiamiento) y prefieren apelar a la autogestión o a la solidaridad de los sindicatos.

Lilián Abracinskas, directora de Mysu, fundado en 1996, reconoce que “la institucionalidad de la lucha a través de las políticas de género ha sido débil y muy mezquina”, pero entiende que con la autoorganización no alcanza: no se logran los recursos para realizar campañas que impulsen políticas públicas o para monitorear al Estado. Si hay dinero es posible, además, remunerar a las personas que trabajan en estas instituciones. Abracinskas se pregunta por qué, si las mujeres cargan con la doble o triple jornada, deben trabajar gratis para la causa.

Los espacios feministas más distantes de la institucionalidad prefieren para sí mismos formas de financiación ajenas a organismos como las Naciones Unidas o la Unión Europea, por la carga simbólica y porque entienden que hay un riesgo de contaminar las agendas. Este tipo de subvenciones, explicó Celiberti, se genera a través de concursos de proyectos “transparentes”, y se financia al ganador sin modificar su propuesta.

En 1995, ante la Conferencia sobre la Mujer, de Beijing, varias fueron las voces feministas que se alzaron en el mundo preo­cupadas por la “cooptación de la agenda”. La ítalo-estadounidense Silvia Federici, por ejemplo, en su texto “Rumbo a Beijing. ¿Cómo las Naciones Unidas colonizaron el movimiento feminista?”, realiza un análisis de la influencia que tuvo este organismo en favorecer una neutralización y apaciguamiento del feminismo: “domesticó un movimiento que contaba con un enorme potencial subversivo y fuertemente autónomo (hasta el momento)”.

Parece de Perogrullo que las actividades que hoy hacen los colectivos más institucionales no podrían sostenerse con bailes, rifas o colaboraciones de los sindicatos. Pero también que la financiación no es clave para las formas de militancia propuestas desde la CF.

DE TODAS. Pero dentro del feminismo en Uruguay también hay concepciones compartidas: la oposición al punitivismo como respuesta a la violencia, la sensibilidad a la interseccionalidad con otras desigualdades (véase recuadro), la definición de izquierda y la importancia y la preocupación por un feminismo popular. En este sentido, Abracinskas reconoce que hay “un núcleo duro” de la sociedad al que aún no se llega con el feminismo. Es “un desafío”, porque es donde llegan, por ejemplo, “los sectores religiosos neopentecostales”, consolidando espacios en los que las mujeres “siguen reproduciendo lógicas de sometimiento”.

Desde cada lugar se trabaja para que el feminismo no se convierta en algo que involucre exclusivamente a determinadas mujeres, generalmente universitarias y de clase media. Cotidiano Mujer buscó reforzar su trabajo en el territorio, con líderes barriales, de cara al último Encuentro Feminista Latinoamericano (que llevó el sintomático lema “Diversas pero no dispersas”), está organizando un “tribunal popular” por el derecho a la vivienda y desarrolla actividades en la cárcel de mujeres.

La necesidad de consolidar un feminismo desde bases populares es también desvelo de las autónomas. Menéndez, de Minervas, cuenta que uno de los ejes sobre los que se ha trabajado es la generación de una red de “feminismos desde abajo, junto a colectivos de base”, que incluyen la dinámica de hacer asambleas en barrios como Cerro y Casavalle. La estrategia de ese feminismo “más de base”, explica, la han aprendido de la interacción con las argentinas, que tienen una importante tradición territorial.

En el Pim también germina una organización popular. Hekatherina Delgado, una de sus representantes en Uruguay, lo define como un movimiento, “no como un colectivo”, que si bien desembarcó el año pasado con la plataforma de un paro internacional, hoy ha trascendido aquella instancia concreta. Para este 8 de marzo, contó, se realizaron desde enero asambleas en los barrios para “pensarse con autonomía”. Delgado advierte que hay una necesidad de que ese espacio se sostenga, “tenemos la inquietud de visibilizar voces que no están visibles, que nadie está procesando: las compañeras presas, las trans del Comcar, las manicomializadas”. El Pim busca consolidarse como un “espacio transfeminista”, una corriente que comienza a emerger en Uruguay, la cual trasciende la visión binaria de otros feminismos: “les damos un lugar a los varones trans que no lo tienen en el movimiento”, ejemplificó.

También es cierto que en los espacios populares la palabra “feminismo” suele generar algunas resistencias. Ilustrativo es el ejemplo del colectivo La Pitanga, que realiza un trabajo que podría enmarcarse dentro del feminismo, pero no lo sienten así todas las que participan de ese espacio. La Pitanga trabaja la violencia de género con mujeres de la franja que va de Punta de Rieles a Villa García, fomentando redes solidarias de ayuda y contención mutua, generando herramientas de acompañamiento y promoviendo el empoderamiento de las mujeres de estos barrios.

UNIDAS Y ADELANTE. Pero la posibilidad de trazar un mapa feminista con una diversidad tan amplia era imposible de imaginar antes de 2014. Hoy, con un mismo fin último –eliminar las desigualdades de género–, los feminismos uruguayos conviven con escaso diálogo, pero admitiendo, quizás por lo bajo, que los caminos no son excluyentes y que, al final del día, “nos necesitamos todas”, en las calles, en los barrios, en el Parlamento, en la academia, en la cultura, en lo cotidiano.

Amparo Ochoa cantaba ya en los años ochenta: “Mañana es tarde y el tiempo apremia/ Nos sirven estas mujeres de ahora” para ilustrar una sensación parecida a la que se respira hoy: este es el momento. La búsqueda de la unidad y de algunos consensos emerge como preocupación, quizás con mayor ahínco en las generaciones más viejas, que ya piensan en el legado y en el rumbo que tomará el movimiento. Ellas creen que, en el feminismo, al igual que en muchos movimientos sociales, hay una crisis de representatividad y de confianza. Mientras tanto, la nueva camada desestima los liderazgos como forma de hacer política. En cualquier caso, la vitalidad del feminismo la determinará el hecho de permanecer en movimiento.

  1. Los colectivos que articulan en la Coordinadora de Feminismos son: Minervas, Decidoras Desobedientas, Taller por la Liberación de la Mujer Célica Gómez, Encuentro de Feministas Diversas, Paro Internacional de Mujeres, y Amatistas.
  2. Los colectivos que integran la Intersocial Feminista son: Amnistía Internacional Uruguay; Área de Género de Fucvam; Asociación Civil El Paso; Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Humanos; Colectivo Ellas; Colectivo La Pitanga; Colectivo Ovejas Negras; Coordinadora Nacional Afro-Uruguaya; Cotidiano Mujer; Departamento de Jóvenes del Pit-Cnt; Diálogo Político de Mujeres Afrouruguayas; El Abrojo; Las Puñadito; Mujeres de Negro Uruguay; Mujeres en el Horno; Mujer Ahora; Nacer Mejor; Proderechos; Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual; Red Canarias en Movimiento; Secretaría de Género, Equidad y Diversidad Sexual del Pit-Cnt; y Uafro Colectivos.

El feminismo y la diversidad

Todas mujeres

 Uruguay, a diferencia de otros lugares del mundo, no tiene grandes tensiones entre el feminismo y el movimiento de la diversidad sexual. Magdalena Bessonart, integrante del Colectivo Ovejas Negras, que hoy articula en la Intersocial, entiende que en Uruguay no hay, por ejemplo, un movimiento de lesbofeministas, no porque las lesbianas feministas no estén militando sino porque no lo hacen desde esa identidad. A su juicio, las agendas de diversidad y feminismo se apoyan e interactúan constantemente, y eso entre otras razones se debe a que el movimiento de la diversidad “no es identitario, sino que es interseccional y esto también se sintetiza con el feminismo”.

Otro distintivo del feminismo uruguayo es que no es biologicista, y por tanto no excluye a las mujeres trans: “La diversidad en Uruguay es feminista, estamos convencidas de que queremos lo mismo”, sintetizó. En esto coincide Maia Calvo, del área académica queer de la Facultad de Ciencias Sociales, y agregó que si bien la propia exclusión que sufren las mujeres trans condiciona su presencia en la militancia, en la actualidad están integradas las proclamas de las marchas de la diversidad en las del 8 de marzo.

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El estruendo de una historia silenciosa

Feminismo en Uruguay.

Graciela Sapriza

9 marzo, 2018

Las mujeres fueron protagonistas de una “revolución silenciosa” a lo largo del siglo XX que comenzó con las luchas por los derechos políticos y civiles a comienzos del siglo y culminó en la década del setenta con la fórmula prodigiosa de “lo personal es político”, consigna que se reformuló como “democracia en el país y en el hogar” a la salida de la dictadura.

Hace décadas la historiadora francesa Michelle Perrot preguntaba: ¿Las mujeres tienen una historia? El trabajo de las académicas feministas respondió logrando que se incorporaran estos nuevos sujetos al relato histórico, demostró a su vez que el discurso “neutro y universal” sólo daba cuenta de la experiencia de los varones occidentales. Por eso hoy damos vuelta la pregunta y decimos: ¿es posible una historia sin las mujeres? O: ¿Qué sería de nuestra historia sin ellas?

OBRERAS Y SUFRAGISTAS. En Uruguay, ya en el final del siglo XIX algunas pioneras, mujeres excepcionales, levantaron la voz contra el sistema patriarcal que las excluía de los derechos políticos, civiles, laborales y culturales. Burguesas y obreras, liberales y anarquistas que a pesar de sus diferencias –de clase, educación, o proyecto político– coincidieron en el deseo de cambiar la vida.

Coincidieron en la voluntad de modificar la situación de exclusión de los derechos políticos, civiles, laborales a la que las sometía la Constitución que dio nacimiento al país independiente en 1830, excluyéndolas del derecho a votar y ser electas; y el Código Civil de 1868 que no les permitía administrar sus bienes, ni elegir su residencia y menos proteger su vida en caso de adulterio.

Las maestras, compañeras de ruta de José Pedro Varela en su Reforma Escolar (1875), fueron pioneras del feminismo en Uruguay. María Abella creó en 1911 la sección uruguaya de la Federación Femenina Panamericana en el Ateneo de Montevideo. El primer Consejo Nacional de Mujeres (1916) y la Alianza Uruguaya para el Sufragio Femenino (1918) fueron creados por la maestra Paulina Luisi.

Las trabajadoras se anotaron pronto en las luchas revolucionarias. En 1881 el Comité de Mujeres Socialistas de Montevideo publicó una convocatoria a afiliarse a la Primera Internacional (Ait, Asociación Internacional de trabajadores). Mercedes, una joven de 14 años, promovía en sus artículos en La Lucha Obrera (1898) la asociación de mujeres en sociedades de resistencia. Y en 1896, en las páginas del Derecho a la Vida, la “mujer rebelde” afirmaba frente a sus compañeros revolucionarios: “Yo que soy mujer me creo perfectamente vuestra igual”.

Tuvieron diferencias: las sufragistas reclamaban la conquista de la ciudadanía y consideraban el voto como piedra angular de todos los derechos; las trabajadoras luchaban por conquistar un salario igual para igual trabajo. Las dos corrientes pusieron en escena la cuestión femenina que sumada a la cuestión obrera acaparó el debate social en el Novecientos. Sus luchas forjaron la modernización del país acompasando con la inmigración masiva, la rápida urbanización, el inicio de la industrialización, la formación de las clases trabajadoras y las capas medias.

AÑOS CRUCIALES, ALIADOS ESTRATÉGICOS. El proceso de reformas se encarnó en el proyecto batllista que moldeó esas propuestas y su resultado fue la transformación del Uruguay en un pionero Estado de Bienestar que buscó plasmar la igualdad entre varones y mujeres. Se creó la Universidad de Mujeres en 1912, un año después se aprobó la ley de divorcio por sola voluntad de la mujer, para compensar su situación de desventaja ante la sociedad al decir de su autor, el filósofo Vaz Ferreira. Y en 1915 se promulgó la ley de ocho horas de trabajo, un cerno particular del reformismo y logro primordial que indudablemente benefició a ambos sexos.

La propuesta del voto universal que implicaba el Proyecto de Reforma de la Constitución brindó a las feministas la oportunidad de crear el Consejo Nacional de Mujeres (1916) y presentar un petitorio reclamando sus derechos ciudadanos que infelizmente no se concretó en esa instancia. Las sufragistas no se desalentaron, recurrieron a la argumentación, publicaron artículos y editaron su propia revista, Acción Femenina, (1915-1924); negociaron apoyándose en los dirigentes más progresistas del espectro político hasta obtener el sufragio en diciembre de 1932. El logro fue opacado por el golpe de Estado de marzo de 1933 y el sufragio femenino quedó postergado hasta la transición de 1938 en la que las mujeres votaron por primera vez.

En las elecciones de 1942, fueron elegidas las primeras cuatro legisladoras de la historia del país. Ese escaso número de legisladoras se mantuvo por décadas –nunca llegaron a ser más del 3 por ciento del total del Legislativo hasta 1973–. En aquella legislatura inaugural (1943-1947) la labor de algunas parlamentarias permitió que se aprobara la ley de Derechos Civiles de la Mujer (1946). Se podría decir que allí se cerró una etapa. También, que a partir de ese momento comenzó a operar el mito de la igualdad entre hombres y mujeres en Uruguay, junto al otro mito, el del país como una “arcadia feliz”“excepción” en el contexto latinoamericano, que la crisis manifiesta a partir de los sesenta se encargó de desmontar.

 LAS MUJERES Y LA DICTADURA CÍVICO MILITAR. Los países del Cono Sur se sumergieron en un clima de terror y desconfianza que devastó las bases de convivencia de amplios sectores sociales con efectos que aún perduran luego de más de tres décadas de gobiernos democráticos.

A la situación de represión y terrorismo de Estado, se sumaron las transformaciones operadas en el país en lo económico y su expresión concreta en el descenso dramático del salario real (que entre 1968 y 1984, alcanzó al 50 por ciento)1 lo que determinó el ingreso masivo de las mujeres al trabajo asalariado.2 La “doble jornada” asumida por las mujeres al interior de los hogares, acentuó las inequidades de género.

En 1980, el régimen militar uruguayo convocó a un plebiscito para una nueva Constitución. En ese momento se puso de manifiesto lo que había sido un mudo rechazo al régimen. Los agentes de esa resistencia fueron principalmente mujeres que jugaron un papel protagónico.3 Lo hicieron “desde abajo”, desde los espacios de la vida cotidiana, de la familia, la comunidad, centros deportivos y parroquias. Sus actividades pueden ser entendidas como una forma de hacer política desde lo privado, lo que puso en evidencia la centralidad de sus roles políticos.

Las luchas de las mujeres por recuperar la democracia, se acompañaron del reclamo por “democracia en el hogar” resumiendo en esa consigna el cuestionamiento a la división entre público y privado, que el “feminismo de la segunda ola” acuñó como concepto original, en la consigna revolucionaria de “lo privado es político”. Pero la transición democrática traía aparejada una paradoja, en las elecciones de 1984 no fue elegida ninguna parlamentaria titular, a pesar de la creciente participación de las mujeres en la vida política del país.

Las feministas no se desalentaron, por el contrario, lograron plasmar una agenda para las décadas que siguieron a la posdictadura –participación política paritaria, denuncia y acciones contra la violencia de género, despenalización del aborto, derechos sexuales y reproductivos–, desplegada en una arena política que incluyó realizaciones y frustraciones, tensiones, alianzas y divisiones. Y más allá de estos desencuentros han logrado constituir un heterogéneo, multifacético y polifónico campo de posibilidades. Están comprometidas no sólo en luchas “clásicamente políticas” sino en disputas por el sentido, en luchas discursivas, en batallas culturales para otorgar significado a los conceptos de ciudadanía, desarrollo, violencia patriarcal, salud reproductiva y hasta la propia democracia.

Graciela Sapriza es Historiadora. Docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Centro Interdisciplinario de Estudios Uruguayos (Ceiu). Responsable de la línea de investigación Género, memoria e historia, integrante del Grupo Multidisciplinario de Estudios de Género de la Fhuce.

  1. Durante el período dictatorial es cuando se observa una acentuación de la caída del salario real ya que el Estado dejó de aplicar políticas redistributivas y reprimió a las organizaciones sindicales, posibles cuestionadoras de estas medidas.
  2. En Montevideo, en 1973, las mujeres eran el 31,7 por ciento de la Pea y, en 1986, llegan a ser el 42 por ciento.

3              De acuerdo a la investigación realizada por Prates, S, Rodríguez Villamil, S. “Los movimientos sociales de mujeres en la transición a la democracia”. Grecmu. Doc Ocasional No. 9. Montevideo, 1985.

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Lento pero sin pausa

La central sindical frente al 8 de marzo.
 

El Pit Cnt llegó a esta fecha conmemorativa con al menos dos anhelos: que en su próximo congreso de mayo se pueda cumplir la cuota que asegure la participación femenina en los cargos de dirección, y que en todos los nuevos convenios salariales figuren cláusulas orientadas a la igualdad de género. Además realizará, con el apoyo del Ine, una auditoría para relevar cuántas mujeres ocupan cargos de dirección en sus trabajos y en los sindicatos.

En 2017 la central sindical consiguió que la mitad de los convenios colectivos incluyeran medidas que promueven la igualdad de género en el ámbito laboral. Para este año la aspiración de la Secretaría de Género, Equidad y Diversidad del Pit-Cnt es que ese tipo de cláusulas estén en el cien por ciento de los acuerdos, en particular: licencia paga por violencia doméstica y por corresponsabilidad familiar.

“Llevamos como una postura muy firme a los consejos de salarios la solicitud de cinco días hábiles pagos para mujeres que hayan denunciado violencia doméstica en su contra”, expresó la presidenta de esa secretaría, Milagro Pau. Con respecto a la licencia por corresponsabilidad familiar explicó: “No podemos seguir pensando que cuando una madre o un padre tiene que llevar al médico a un niño, o tiene un familiar internado, deba perder el salario”.

La proclama del Pit-Cnt reivindicó la aplicación de la nueva ley de violencia de género y pidió la rápida aprobación de la ley para personas transexuales. Para este año, además, planea, con el apoyo del Instituto de Estadística (Ine), una auditoría en todos los ámbitos laborales de Uruguay para evaluar cuántas mujeres ocupan cargos de dirección, tanto en los trabajos como en los sindicatos. Esta iniciativa surgió como resultado de una capacitación en género que recibió de la Oit, en Turín (Italia), la dirigente Daniela Durán, miembro de la Untmra, como representante de la central.

En el último congreso, el propio Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt quedó integrado por 15 hombres. Esto iba contra la cuota del 30 por ciento de participación femenina resuelta ya en 2003 pero que aún no ha podido aplicarse. Como remiendo, en 2015, en una sesión de la Mesa Representativa, se resolvió por unanimidad que las mujeres a cargo de las secretarías de Género, Equidad y Diversidad, y de Derechos Humanos y Jóvenes, pasaran a conformar el Secretariado Ejecutivo. Con voz pero sin voto.

Pau afirmó que en el próximo congreso de la central, en mayo, el informe de la secretaría a la que pertenece propondrá la paridad en todos los cargos. “Pero lo que queremos que salga del congreso es un compromiso político de llegar mínimamente a una cuota de género, y en el próximo sí llegar a la paridad”, aclaró. Aseguró que ésta tiene el respaldo del presidente, Fernando Pereira, así como de la mitad del Secretariado. Según Tamara García, integrante de Fuecys y del Departamento de Jóvenes del Pit-Cnt, para lograr que se cumpla la cuota es necesario impulsar su obligatoriedad, pero para ello se debería modificar el estatuto de la central. Opinó que están “lejos de hablar de paridad”, pero que la discusión ha hecho visible el problema y sensibilizado a algunos compañeros. A otros todavía les cuesta porque les significa dejar de ocupar espacios de poder.

JÓVENES Y FEMINISTAS. Otra forma de impulsar la igualdad desde la central obrera, mencionó Pau, son los talleres dictados con apoyo del Instituto Cuesta Duarte: “Lo más importante es que nos llaman de los sindicatos para que la Secretaría de Género vaya a dar cursos, porque entienden que es necesario que los compañeros se informen”. El Departamento de Jóvenes organizó talleres abiertos en varios barrios sobre temáticas de género, en los que se explicó, además, por qué parar el 8 de marzo.

El próximo fin de semana este departamento tendrá un nuevo encuentro nacional. Allí se discutirá la elaboración del documento que presentarán al próximo congreso de la central y, como informó Búsqueda en su momento, tienen planes de declararse feministas: “Si bien el Pit-Cnt viene trabajando en la representación real y en los discursos que formamos, nosotras como jóvenes somos las que tenemos que impulsar a que las cosas se llamen por su nombre. Si estamos luchando por la igualdad entre el hombre y la mujer, somos feministas”. Respecto a esta decisión, Pau expresó: “Me parece sensacional. A mis 57 años, me da la tranquilidad de que el trabajo de todo este tiempo no ha sido en vano, porque estamos creando una generación distinta, de avanzada, y realmente confío en que estos jóvenes van a poder cambiar las cosas”.

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Diversas pero no dispersas

El avance feminista.
Lilián Celiberti
 
 

Durante varios años nos preguntamos por qué éramos tan pocas en las marchas del 8 de marzo, y añorábamos aquella del 85 en la que se llenó 18 de Julio con mujeres que llegaban de todas partes. También hubo algunas por el orgullo gay, cuando se conmemoraba en junio, en que ni siquiera éramos suficientes para cortar media calle.

Como dice la antropóloga feminista Mari Luz Esteban, “el cuerpo es un nudo de estructura y acción, de experiencia y economía política”,1 y por ello todo avance feminista implica siempre una experiencia de los cuerpos, una acción de aparición performativa en el espacio público, como resistencia, como acción discursiva y afirmación de identidades políticas. Continuidades y/o rupturas, según desde dónde se enfoque el análisis, lo cierto es que los últimos dos años han mostrado cambios significativos en las formas de expresión de los feminismos.

La diversidad de éstos es cada vez más diversa y esa es, además, su mayor riqueza, porque expresa las múltiples formas, espacios, estrategias, desde donde los feminismos luchan por modificar las situaciones de exclusión y subordinación de las mujeres, intersectadas por condiciones étnico raciales, generacionales, sexuales, que crean desigualdad. Una diversidad que trae nuevas voces y presencias, forjadas desde otras experiencias y culturas, y que proponen múltiples categorías y epistemologías de conocimiento y acción, con enorme impacto en la teoría feminista.

En 2015 las plazas, las calles y las escuelas de Brasil (particularmente en Rio de Janeiro) se llenaron de voces feministas contra proyectos que pretendían restringir aun más el derecho a decidir de las mujeres sobre su capacidad reproductiva.

El abuso sexual de una joven por parte de un grupo de machos, que además grabó su “hazaña”, fue otro desencadenante de lo que comenzaron a llamar la “primavera de las mujeres”: una emergencia de rostros y voces que combinó el ciberactivismo con la presencia física en las calles. El hashtag “primer asedio” desbordó de testimonios y pronunciamientos contra el machismo cotidiano. Paralelamente, las organizaciones de mujeres negras construyeron durante más de un año la “Marcha de las mujeres contra el racismo, el machismo y por el buen vivir”, que confluyó en Brasilia el 25 de julio, fortaleciendo la presencia política de las mujeres afrodescendientes en el feminismo brasileño y el latinoamericano.

La movilización convocada para el 3 de junio de 2015 en Argentina, con la consigna “Ni una menos”, se extendió rápidamente a otras ciudades latinoamericanas, incluida Montevideo, y fue la antesala del Paro Internacional de Mujeres del último 8 de marzo.

Simultáneamente, y desde otros territorios, otras mujeres se convertían en símbolo de lucha y resistencia contra el extractivismo y las multinacionales, como Berta Cáceres –voz del pueblo lenca–, Máxima Acuña, en Perú, las mujeres indígenas de Guatemala, o las madres de desaparecidos en México. 

MÚLTIPLES SENSIBILIDADES. La diversidad de luchas fue acercando espacios que se habían mantenidos separados durante mucho tiempo, pluralizando las miradas y voces del feminismo latinoamericano y caribeño. Aquellas calles en las que unos años antes nos costaba reunir grandes mayorías, desbordaron con una nueva identidad colectiva de jóvenes y viejas, con voces, rostros y rabias diversas, y multiplicidad de consignas y demandas.

“Tocan a una tocan a todas”, expresa un colectivo que va mas allá del enfrentamiento a la violencia, es una afirmación de los cuerpos inviolables, de una identidad múltiple y diversa que subvierte el orden cultural establecido.

Sin embargo, como demuestra la práctica política feminista en diferentes países, sólo una mirada abierta y plural es capaz de hacer confluir las múltiples sensibilidades políticas que surgen de la subversión de los modelos hegemónicos. Y este es uno de los mayores desafíos y un nudo significativo para las subjetividades políticas de los feminismos: ¿podrán generarse los diálogos y las escuchas que hagan posible inaugurar un nuevo tiempo político en medio de la diversidad de sensibilidades, cuerpos y opresiones?

En el feminismo existen corrientes antagónicas que se basan en expulsar de la “casa” a quienes piensan y actúan diferente, y a veces esos debates adquieren una virulencia que pone en duda la posibilidad de expresar una nueva sensibilidad política.

Por el contrario, el desafío actual es reestructurar el campo del deseo, como propone Franco Berardi, y también el del poder. Si “las utopías de la modernidad se fundaron sobre la exaltación testosterónica de la juventud (…) nuestra fuerza ya no puede basarse en el ímpetu juvenil, la agresividad masculina, la batalla, la victoria o la apropiación violenta, sino en el gozo de la cooperación y el compartir. Reestructurar el campo del deseo, cambiar el orden de nuestras expectativas, redefinir la riqueza, es tal vez la más importante de todas las transformaciones sociales”.2

Para esta transformación se necesita desterrar las lógicas “fundacionales”, el vanguardismo y la apropiación de las subjetividades colectivas. La creación de un “nosotras” desde el “mejor y único feminismo” –así se proclame crítico, descolonial, poscolonial, o cualquier otra denominación–, mientras se base en la ausencia del diálogo y el debate político, será apenas la reproducción de viejas prácticas. Necesitamos desarrollar un pensamiento de frontera capaz de revisar conceptualmente las categorías y los mapas de ruta con los cuales hemos interpretado los problemas. Sospechar de las palabras para poder crear una pedagogía de la alteridad, que nos permita ver al otro/otra en su radical diferencia sin pretensión de asimilación y/o conquista. Necesitamos abrir el espacio a las interrogantes e incertidumbres pero confrontando opiniones que permitan que fluya la palabra colectiva combatiendo en nosotras mismas lo que aún queda de pensamiento hegemónico, colonialista, universalista. Parece una tarea sencilla, pero quienes llevan casi toda su vida embarcadas en procesos políticos, saben bien de sus dificultades y fracasos.

Reconocernos en nuestras diferencias, con nuestras historias y desigualdades, un punto de partida para alianzas, complicidades y potenciaciones. Los esfuerzos deberían estar dirigidos a desplegar espacios colectivos para re-inventar resistencias a la cultura capitalista en todas sus manifestaciones consumistas, individualistas, violentas, racistas, colonialistas, y patriarcales. Ello no implica desatender la crítica, o el cuestionamiento a las formas tradicionales de la política y la gestión estatal. Pero necesitamos desplegar una nueva imaginación crítica capaz de enfrentar al mismo tiempo los fundamentalismos religiosos, políticos y económicos, abriendo espacios a la creatividad y la imaginación transgresora: perturbar las disciplinas y la disciplina sin desentendernos de la acción política cotidiana.

NUEVAS DIMENSIONES POLÍTICAS. Vivimos tiempos confusos, llenos de incertidumbre, que parecen evidenciar el cierre de una etapa histórica. Cien años de cambios vertiginosos, desde el capitalismo industrial a la revolución tecnológica y el neoliberalismo, en su expresión más voraz, alteran las dinámicas económicas, políticas, culturales, el imaginario social y la vida cotidiana. Se expresa hoy una crisis civilizatoria y un nuevo ciclo que, aunque despuntando, no termina de perfilarse.

Es, indudablemente, una crisis de la modernidad capitalista implantada como patrón civilizatorio desde hace más de 500 años en nuestra región. Expresa también una crisis epistémica, que impacta en los imaginarios y las prácticas de los actores y actoras sociales, y abre en el horizonte la posibilidad de apelar a la construcción de “otros mundos posibles”, como propuso desde sus inicios el Foro Social Mundial. O como propuso la revolución zapatista, “un mundo donde quepan muchos mundos”.

Necesitamos una mirada más integral sobre la autonomía de las mujeres, incorporando la autonomía reproductiva, la autonomía subjetiva y la inviolabilidad del cuerpo como entramados indisolubles. Carecemos de una apuesta política clara, pero, como dice la economista Amaia Pérez Orozco, se trata de desprivatizar y desfeminizar la responsabilidad de sostener la vida; que ésta pase a ser el eje sobre el que pivotee una economía distinta. Por eso, aunque aún no tengamos del todo clara la articulación política que queremos darle, sabemos que la subversión recorre la senda del decrecimiento ecofeminista”.3 En las últimas Jornadas Feministas (julio 2017) Yayo Herrero convocaba a articular los paradigmas de la economía feminista y la economía ecológica. La economía feminista subraya la honda contradicción entre la reproducción natural y social de las personas, y el proceso de acumulación de capital, mientras que la economía ecológica enfatiza la inviabilidad de un metabolismo económico inconsciente de los límites biogeofísicos y de los ritmos necesarios para la regeneración de la naturaleza. El diálogo entre ambos paradigmas es urgente e imprescindible. Interdependencia y ecodependencia son dos principios centrales para pensar alternativas.

El pensamiento crítico que necesitamos como hoja de ruta en un contexto tan complejo como el actual supone una subversión cognitiva capaz de hacer interactuar dimensiones que coloquen en el mismo plano las luchas contra el patriarcado, el etnocentrismo, el racismo, la heteronormatividad, el antropocentrismo, y las perspectivas descoloniales en una relación fecunda entre teoría y práctica, para desmontar el andamiaje conceptual que nos atraviesa. En definitiva, descolonizar el pensamiento y la acción para acortar la relación fantasmal (Sousa Santos) entre teoría y práctica. Abrir espacio a nuevas formas de hacer política supone articular las luchas de resistencia sin buscar nuevas hegemonías, reconociendo a las y los múltiples sujetos protagonistas de esas luchas. Tenemos demasiadas experiencias solipsistas y culturas políticas saturadas de antagonismos y protagonismos.

“Diversas pero no dispersas” fue el lema del 14º Encuentro Feminista de Latinoamérica y Caribe realizado en Montevideo en noviembre pasado. Es un llamado a reconocer diferencias de prácticas, lenguajes e imaginarios políticos, de feminismos abigarrados, que reconocen que sólo un tejido social participante, y activamente dialogante, podrá enfrentar al capitalismo heteropatriarcal.

Lilian Celiberti Coordinadora de la organización Cotidiano Mujer.

  1. Mari Luz Esteban, Antropología del cuerpo: género, itinerarios corporales, identidad y cambio. Ed Bellaterra, 2004.
  2. http://www.eldiario.es/interferencias/bifo-sublevacion-afectos_6_319578060.html
  3. Pérez Orozco, 2017, pág 35.

 

El gobierno presentó Estrategia para la Igualdad de Género 2030

Algunas líneas

En vísperas del 8 de marzo, con la presencia de todas las autoridades ministeriales en la Sala Zitarrosa, el gobierno presentó la Estrategia Nacional para la Igualdad de Género 2030, que pauta algunas líneas de trabajo para disminuir la inequidad en la distribución del poder, las desigualdades en el trabajo y en el uso del tiempo. A su vez, los ministerios anunciaron varias medidas que apuntan a disminuir la violencia basada en género. El del Interior, por ejemplo, prometió la compra de más tobilleras y el lanzamiento de una aplicación para celulares que servirá para garantizar la protección de mujeres bajo el amparo de medidas cautelares. Por otro lado, el subsecretario de Vivienda, Jorge Rucks, adelantó que, a partir de este año, el sistema de respuesta habitacional para mujeres que están saliendo de situaciones de violencia doméstica se complementará con capacitación laboral del Inefop. A contrapelo, ayer varios medios informaron que la Suprema Corte de Justicia disolvió el Grupo de Trabajo en Políticas de Género, que venía capacitando en esa temática a los magistrados, por entender que sus metas “ya se cumplieron” y otras “quedaron sin objeto”.

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