El plan Cóndor, fallido

  Operación Faro

Uruguay, Brasil, el Cóndor y un plan fallido.

DANIEL GATTI

Matias Spektor es un investigador y columnista brasileño que actualmente coordina, en San Pablo, el Centro de Relaciones Internacionales de la Fundación Getúlio Vargas. Un día de comienzos de mayo pasado uno de sus colegas estadounidenses con el cual estaba chateando le hizo llegar una serie de documentos desclasificados por el Departamento de Estado que –le dijo– podrían ser “de su interés”. Se trataba, entre otros, de un memorando secreto dirigido el 11 de abril de 1974 por el director de la Cia, William Colby, al secretario de Estado Henry Kissinger dando cuenta de la “decisión del presidente brasileño, Ernesto Geisel, de continuar con las ejecuciones sumarias de personas subversivas bajo ciertas condiciones”. “Es el documento secreto más perturbador que he leído en 20 años de investigaciones”, comentó Spektor a la prensa de su país hace apenas unas semanas, después de haber subido el informe a su perfil de Facebook. “Tiene una enorme importancia para la historiografía brasileña: sabíamos que el régimen militar había asesinado opositores, pero leerlo con tanto nivel de detalle deja a cualquiera asustado”, dijo al diario O Globo. En el memorando, Colby informa a su jefe que Geisel, que acababa de asumir y que luego aparecería como “aperturista”, se había dejado convencer por un militar, el general Milton Tavares de Souza, de que había que seguir matando opositores en campos clandestinos de detención. Tavares de Souza le dice a Geisel que en el año anterior el Centro de Inteligencia del Ejército había “ejecutado sumariamente” a 104 personas, y que esa política debía proseguir y acentuarse. Geisel se toma un día para pensarlo y luego comunica al jefe de la inteligencia, el general João Baptista Figueiredo, que lo sucedería en la presidencia en 1979, que, bueno, que las ejecuciones continúen, pero “con cuidado de que se trate realmente de peligrosos delincuentes subversivos”. Los secuestros, desapariciones y ejecuciones –de brasileños y extranjeros, en el marco del Plan Cóndor– proseguirían y superarían largamente los 400 durante la dictadura.

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Un mes después de la divulgación de este memorando, a mediados de junio, Spektor difundió otros documentos secretos desclasificados. Esta vez le llegaron de manera anónima. El paquete de 16 textos refería a contactos mantenidos en 1977 por todas las dictaduras del Cono Sur para tomar posición sobre la postura del gobierno estadounidense de Jimmy Carter de cortarles la ayuda militar y económica mientras no mejorara la situación de los derechos humanos. La administración de este demócrata productor de cacahuetes sería un islote en la materia en Washington, y los regímenes cívico-militares del área se sentirían entonces poco menos que traicionados por el gran hermano del norte.

Algunos de los documentos manejados por el investigador brasileño tienen que ver con una hasta ahora ignota Operación Faro, que apuntaba a que todas las dictaduras del área pidieran en bloque a Estados Unidos, en tanto líder del “mundo libre”, que reviera su postura y volviera a venderles armas y darles crédito. Desde que Carter llegara a la presidencia, en enero del 77, no sólo se había cortado el apertrechamiento militar de las dictaduras: también había dado la orden a los representantes estadounidenses en el Bid y el Banco Mundial de que no les otorgaran préstamo alguno.

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La Operación Faro data de mayo-junio de 1977. Uruguay y Chile aparecen como su punta de lanza. Unos pocos meses atrás, y con el mismo objetivo de recuperar la asistencia militar ya trabada en el Congreso estadounidense, la dictadura uruguaya había inventado la farsa de las detenciones en Montevideo de integrantes del Pvp secuestrados en Buenos Aires por las huestes del Ocoa. Trasladados en vuelos clandestinos desde Argentina, esos militantes habían sido exhibidos aquí tras ser supuestamente “detenidos”, para demostrar que el peligro subversivo seguía vivito y coleando y que sin la solidaridad de Occidente podía crecer.

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El 9 de mayo de 1977 Gregorio Álvarez, por entonces jefe de la División de Ejército IV y factótum de la Comisión de Asuntos Políticos de las Fuerzas Armadas uruguayas, llega a Brasilia con un mensaje del dictador Aparicio Méndez a su par brasileño Ernesto Geisel. Uno de los documentos secretos brasileños ahora develados da detallada cuenta del contacto. El objetivo de los uruguayos, explicitado en la carta de Méndez y en la entrevista personal de Álvarez con Geisel, era la realización en Asunción de una cumbre regional para constituir un frente común ante la “injerencia” estadounidense. El general dijo que la idea era apoyada por Argentina, Chile y Paraguay, sugirió que también por Bolivia, e invitó a los brasileños a una reu-nión preparatoria de la cumbre que tendría lugar en Montevideo cinco días después, el 14 de mayo.

En marzo de 1977 Brasil había denunciado el acuerdo de asistencia militar firmado con Estados Unidos un cuarto de siglo antes. La “modificación inaceptable de las condiciones de la asistencia militar” por parte del gobierno de Carter había sido el motivo esgrimido por Brasilia para la ruptura.

Esa actitud dejaba presagiar que el proyecto de formar un bloque para presionar a Washington sería respaldado por la potencia regional.

Uruguay presentó en la reunión montevideana un proyecto de comunicado final de la cumbre asunceña escrito en el mejor lenguaje (faltas de ortografía incluidas) de los militares vernáculos. “Considerando –dice el borrador de comunicado ahora conocido– la amenaza de la agresión marxista internacional, (…) la acción psicopolítica, violenta o pacífica, que se realiza a través de la infiltración, la captación ideológica, la distorción (sic) sistemática de la verdad y los atentados físicos a personas, bienes e instituciones”, etcétera, etcétera, los presidentes participantes en la cumbre “declaran (…)haber obtenido conciencia de la necesidad de aunar criterios y realizar acciones conjuntas para enfrentar la agresión del marxismo internacional en sus distintas manifestaciones, no sólo en el ámbito continental sino mundial, (…) la imperiosa necesidad de estudiar la reestructuración de los organismos y(sic) institutos interamericanos e internacionales a la luz de los principios expuestos precedentemente con la finalidad de adaptarlos a los requerimientos de la actual coyuntura internacional”, etcétera, etcétera.

El plan fracasó. Brasil se cortó solo e hizo imposible la formación de un bloque de oposición a Washington. Sin el apoyo abierto del gran socio, Argentina y Paraguay se negaban a dar la cara. La justificación dada por el gobierno de Geisel fue que la diplomacia brasileña siempre había sido reacia a la formación de bloques, que el “marco político” de su país era “distinto” al de los otros países del Cono Sur, “que están pasando por una etapa indispensable de represión de la subversión”, y que en todo caso, “a pesar de las dificultades o de puntos de vista no coincidentes”, la política exterior de la subpotencia “seguirá siendo la de un alineamiento con Estados Unidos en la defensa del mundo occidental”. La administración Geisel aconsejaba a los gobiernos de los países amigos que fueran discretos y que se reunieran a puertas cerradas con los representantes del Gran Hermano en alguna ocasión regional (por ejemplo “la asamblea general de la Oea en Granada, a realizarse en junio”). En claro, que se revolvieran por su cuenta, que Brasil tenía medios para jugar a dos puntas sin correr demasiado riesgo de perder el apoyo de Estados Unidos. Menos de un año después, el dictador Geisel recibía a Carter en Brasilia.

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Los documentos publicados por Spektor confirman una vez más otro aspecto: la participación activa de civiles en la definición de las estrategias de la dictadura uruguaya. En la reunión de Montevideo del 14 de mayo de 1977 estuvieron presentes, por los locales, Gregorio Álvarez, el brigadier Jorge Borad, el contralmirante Francisco Sangurgo, el coronel Jorge Martínez y el civil Álvaro Álvarez. Director de Asuntos Políticos de la cancillería, Álvarez tuvo un papel fundamental en el caso de la maestra desaparecida Elena Quinteros. Fue él quien redactó de puño y letra, el 2 de julio de 1976, el memorando titulado “Conducta a seguir frente al caso Venezuela”, que evaluaba las distintas opciones sobre “qué hacer con la mujer” arrancada de los jardines de la embajada de Venezuela en Montevideo unos pocos días antes.1 Junto a otros tres civiles –el ex canciller Juan Carlos Blanco, el ex vicecanciller Guido Michelín Salomón y el embajador Julio Lupinacci–, Álvarez intervino en las discusiones que derivaron en la decisión de hacer desaparecer a la militante del Pvp. Ese caso le valió a Blanco ir a la cárcel muchos años después. Álvarez, Michelín Salomón y Lupinacci (muerto en 2008) zafaron.

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“Todos estos documentos confirman por un lado la veracidad de las denuncias que hicimos durante tantos años, y por otro, el papel central de Brasil en la coordinación represiva entre las dictaduras, un papel que ejerció aun antes de la creación formal de la operación Cóndor en 1975 en Chile. No por casualidad los países que participaron en la referida reu-nión de Montevideo son los países miembros del Cóndor”, escribió a Brecha desde Porto Alegre el presidente del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos gaúcho Jair Krischke. “Muestran también las contradicciones entre esas dictaduras y el papel autónomo que Brasil quiso jugar. Brasil fue de hecho el verdadero creador del Plan Cóndor, pero no tenía la más mínima confianza en sus colegas represores conosureños.”

 

  1. Véase Secuestro en la embajada, de Raúl Olivera y Sara Méndez. Montevideo, 2003.

 

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