La Historia del Uruguay, un mojón editorial

Dos proyectos editoriales

extraordinarios

A 50 años de “Capítulo Oriental” y “Enciclopedia Uruguaya”

ALICIA TORRES

 El equipo de Enciclopedia Uruguaya y algunos colaboradores festejan el éxito del proyecto. Parados: Jorge Ruffinelli, Julio E Rodríguez, “El Nene” (cadete) y Julio Navarro. Sentados: Luis Oreggioni, Darcy Ribeiro, Alberto “Beto” Oreggioni, Eduardo Irazábal, Ángel Rama, Julio Bayce y Luis C Benvenuto
 

En el contexto modernizador y revolucionario de los años sesenta, un amplio grupo de intelectuales uruguayos interesados en acompañar la expansión del mercado lector, el boom editorial y la formación de públicos, decidió volver a pensar las preguntas que hasta entonces se habían formulado a propósito de la realidad nacional, la posesión de un patrimonio cultural y el difícil equilibrio entre rigor y difusión masiva. Con la orientación de algunos de los intelectuales más brillantes del país, se embarcaron en un análisis plural y actualizado que lograría un éxito sin igual.

Del latín fasciculus, “hacecillo”, de la familia etimológica de “haz”: pequeño haz de hojas.

Las críticas al presente y la incertidumbre del futuro suelen conducir a la sobrevaloración del pasado y a una exacerbación de la nostalgia que llegan a ser paralizantes. En el Uruguay de hoy, menoscabado por la ausencia de políticas educativas atinadas y la pérdida de los niveles culturales alcanzados hace algunas décadas, el hecho de revisar los fascículos de Capítulo Oriental Enciclopedia Uruguaya, dos emprendimientos de enorme importancia cultural y pedagógica surgidos en 1968, puede conducir, más que a apreciar la fecha y el aniversario, a revivir la alegoría del ángel de la historia, que al mirar hacia atrás descubre melancólicamente un presente en ruinas.

Intentaremos que eso no suceda.

Sincrónicos y complementarios, a pesar de sus notables diferencias, ambos proyectos muestran una preo­cupación enorme por recopilar el patrimonio cultural y preservar la memoria colectiva. De alguna manera, su impronta aún condiciona nuestros hábitos interpretativos.1

EL CAPULLO Y LA CRISÁLIDA. Conjugando con eficacia códigos de diseño, icónicos y textuales, el fascículo comenzó a publicarse en el Río de la Plata en la década del 60, alcanzando cifras de edición, distribución y recepción inéditas. Este modo de difundir el conocimiento a través de productos de la industria cultural era una forma novedosa de educación popular.

En una nota titulada “La literatura como consumo”, aparecida en Marcha el 31 de mayo de 1968, Híber Conteris escribió sobre esa época, en la cual se buscaba legitimar un nuevo espacio discursivo que suponía una evolución de la sociedad. “¿Qué circunstancias o transformaciones recientes de nuestra sociedad permiten explicar el fenómeno?”, interrogaba Conteris, y en un segmento de su nota coloreaba un escenario fermental: “Cada semana, la luminosa policromía de las carátulas de Enciclopedia y Capítulo invade la avenida 18 de Julio y los quioscos y librerías de la capital, en número de muchos miles de ejemplares. El posible lector tropieza con un busto de Acevedo Díaz, un sorprendente perfil renacentista de Pérez Castellano, o los nombres de Onetti, Benedetti y Quiroga en medio de su circuito ciudadano. No ha tenido tiempo ni necesidad de detenerse en el escaparate de una librería o revisar los anaqueles en busca de un libro o un autor: el producto literario va a su encuentro, se le impone, comienza a identificarse subrepticiamente con hábitos desde hace tiempo contraídos en el recorrido consuetudinario de este circuito: la compra del diario, el semanario o la revista, la reposición de cigarrillos, la espera en la parada del ómnibus. El hecho iniciador de una fase importante en la historia de nuestro desarrollo cultural y literario es la transformación de la literatura en un artículo de consumo; vale decir –y para emplear una metáfora tradicional– la ruptura del capullo donde por mucho tiempo se enclaustró –y desde donde ahora ha salido para su vuelo de prueba al aire libre– la crisálida literaria”.

Pero a esa confluencia excepcional en la historia de nuestro desarrollo cultural y literario no se llegó por casualidad. Al volver la vista atrás y observar el mural de una época estremecida por los acontecimientos políticos, económicos y sociales, es razonable arriesgar interrogantes: ¿cómo nace por primera vez en Uruguay un público que excede los estrechos círculos intelectuales, un público ávido e inteligente, exigente y culto, no sólo lector, sino también consumidor de música y espectador de cine y de teatro?, ¿qué transformaciones socioculturales implicaba el fenómeno?

Por un lado hay que destacar las décadas de enseñanza humanista –gratuita, laica y obligatoria– que hicieron posible una población altamente alfabetizada y una clase media con nivel universitario o equivalente. Pero esto no es suficiente, porque el público era más amplio. No sólo lo integraban jóvenes de clase media, sino también otros ciudadanos y ciudadanas que gozaban de un razonable acceso a los bienes culturales, compartían una sensibilidad y eran herederos de un modelo de país en bancarrota que, de transformarse, podría, quizá, concretar los cambios pregonados por minorías revolucionarias y finalmente hacer posible la cultura nacional y democrática que por décadas los letrados latinoamericanos habían soñado.

Otro factor importante fue el advenimiento de una generación de escritores –la del 60– que nació con su propio público: jóvenes de entre 20 y 35 años con nuevos horizontes de expectativas. Incentivado por las publicaciones de estos nuevos escritores y por la obra ya prestigiosa de varios integrantes de la generación del 45 –cuyos representantes no cumplían aún los 50 años–, el público lector tuvo un crecimiento extraordinario. Hacia 1967 la cifra de libros vendidos se había multiplicado por diez en relación con las décadas anteriores. El país y los uruguayos parecían descubrirse a sí mismos, y su avidez superaba las expectativas de los editores. Estimulados por una crítica periodística que orientaba el gusto y la lectura, los interesados podían acceder a las colecciones económicas de los Bolsilibros de Arca y a los muy accesibles y regulares libros de Alfa y de Banda Oriental, que abrieron un canal fluido de publicaciones nacionales. No por ello se redujo el consumo de libros extranjeros, traducidos o en su idioma original. Por el contrario, la crítica del 45, sobre todo desde las páginas de Marcha, pero también desde las revistas que ellos mismos publicaban y otros medios de prensa donde algunos colaboraban, impulsó ese consumo.

¿Qué otros factores incidieron en la formación de ese público? La mayor parte de los intelectuales involucrados en la aventura de Capítulo Oriental yEnciclopedia Uruguaya eran profesores de Secundaria o de la Universidad y tenían una vocación pedagógica ligada al racionalismo crítico y al compromiso, rasgo que a muchos les venía de Marcha y muy particularmente de la impronta de Carlos Quijano. En forma paralela, éste impulsó los Cuadernos de Marcha (1967-1974), y a fines de 1968 se gestó el proyecto Nuestra Tierra-Los Departamentos, ambicioso plan de estudio de la realidad nacional que significó el primer intento de abordaje sistemático del olvidado mapa cultural del interior del país. Por otra parte, el Ministerio de Instrucción Pública mantenía la Colección de Clásicos Uruguayos de la Biblioteca ArtigasY la Feria Nacional del Libro y el Grabado, fundada en 1961 por la poeta Nancy Bacelo, continuaba siendo un mercado adecuado para la difusión y el intercambio.

UN CANON LITERARIO. Hacia 1958 se creó la Editorial Universitaria de Buenos Aires –Eudeba–, bajo la dirección de Boris Spivacow, figura señera de los editores argentinos, convirtiéndose en uno de los más importantes centros editoriales de la región. Intervenida por la dictadura argentina en 1966, Spivacow fundó el Centro Editor de América Latina –Cedal– con filial en Montevideo. Si en Buenos Aires publicó Capítulo Universal y Capítulo Argentino; en Montevideo financió y administró Capítulo Oriental, cuyos números se elaboraban en esta orilla, pero eran revisados por el Departamento Literario del Cedal.

Con el subtítulo “La historia de la literatura uruguaya”, y bajo la dirección de Carlos Real de Azúa, Carlos Maggi y Carlos Martínez Moreno, Capítulo Orientalcomenzó a circular en marzo de 1968, a cien pesos el ejemplar. Hasta su última entrega, en enero de 1969, publicó 45 fascículos semanales, siendo el último un detallado índice general. Cada cuaderno venía acompañado por un libro de autor nacional, que en ocasiones daba paso a una antología de cuentos, de poesía o de ensayo. En su publicidad, los responsables intentaban seducir al lector recordándole que si adquiría todos los fascículos, al concluir las entregas podría armar y encuadernar su propia “biblioteca uruguaya fundamental”.

Nunca antes se había emprendido en Uruguay un proyecto sistemático comoCapítulo Oriental, que se propuso abarcar un panorama completo y en profundidad de las obras más representativas de la producción literaria nacional, “desde la conquista y la patria vieja hasta nuestros días”. El único antecedente colectivo era la discutida Historia sintética de la literatura uruguaya (1931), un plan de conferencias trazado por Carlos Reyles en el centenario de la independencia. Y emprendimientos individuales, como las útiles ediciones del Proceso intelectual del Uruguay (1930, 1941 y 1967), de Alberto Zum Felde, y antes, la polémica Historia crítica de la literatura uruguaya (1912-1916), de Carlos Roxlo.

Adquirir todos los fascículos de Capítulo Oriental garantizaba la posesión simbólica de un patrimonio cultural integrado por los textos de un canon literario, una memoria histórica, un estudio literario, bibliografías básicas, cuadros sinópticos, un archivo y una valiosa iconografía. Doce de los fascículos fueron escritos por sus directores, que además se encargaban de revisar y adaptar los trabajos de una veintena de colaboradores, la mayoría integrantes de la generación del 45 (Ida Vitale, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Washington Lockhart, Daniel Vidart, Ruben Cotelo, Mercedes Ramírez, Ruben Yáñez, Tabaré Freire), y muchos de la del 60 (Alejandro Paternain, Enrique Fierro, Fernando Aínsa, Nelson Di Maggio y un caso atípico: el especialista en fútbol Franklin Morales).

Real de Azúa, siempre interesado en la historia de las ideas, la literatura y la sociología, se ocupó de los temas menos estudiados, como las biografías, los cronistas del siglo XIX y el pensamiento político, económico y social contemporáneo. Los panoramas más específicos y el abordaje particular de autores –desde Acevedo Díaz y Juan Zorrilla de San Martín hasta Juana de Ibarbourou y Rodó, pasando, entre otros, por Julio Herrera y Reissig, Delmira y María Eugenia Vaz Ferreira– quedaron en manos de los demás colaboradores, cuya formación radicaba mayoritariamente en la docencia y en la crítica. Los procedimientos desplegados en cada operación ponen de manifiesto dos líneas fundamentales: la primera procura aprehender la problemática cultural desde el análisis histórico, la reflexión sobre el imaginario y los grandes panoramas de cada época; la segunda, más tradicional, es una crítica literaria universalista y europeizada, que examina época, géneros literarios, periodizaciones generacionales, vida y obra de los autores.

Entre los cambios que la sociedad procesa, figura la confluencia de una promoción letrada que se desplaza de las bellas letras hacia las ciencias sociales, en momentos en que la cultura está bajo el impacto de los nuevos medios de comunicación. Parecía haber llegado a Uruguay el tiempo de una mirada, si aún imprecisa, atenta a lo masivo y lo popular, sin que la mayoría relegara el modo tradicional de entender la cultura. En 13 fascículos, ocho de ellos escritos por los directores, se incursiona en la cultura en un sentido amplio, aunque vinculado a lo literario. Se abordan manifestaciones relegadas, como el humorismo, y en las últimas entregas se ocupa de la literatura y las artes plásticas, la literatura y el fútbol, la literatura y el tango. Fotografías, ilustraciones, testimonios y cartas completan el persuasivo diseño de estas páginas.

SABER ENCICLOPÉDICO. La editorial Arca fue fundada en 1962 por Ángel y Germán Rama junto a José Pedro Díaz. En el año 1967 se incorporó Alberto Oreggioni, que hizo suyo el destino de la editorial. Enciclopedia Uruguaya fue publicada por Arca y Editores Reunidos, grupo encabezado por Julio Bayce y Luis C Benvenuto. El plan y la dirección general fueron responsabilidad de Ángel Rama, que contó con la asesoría del historiador Julio E Rodríguez, la diagramación del artista Jorge Carrozzino y la fotografía de Julio Navarro. Por inclinarse hacia las ciencias sociales, fue presentada como una “historia ilustrada de la civilización uruguaya”. Más amplia que Capítulo Oriental, constó de 63 fascículos en los que se analizan ensayísticamente aspectos de la cultura, entendida como “civilización”. Sólo uno, escrito por Rama, está dedicado a “180 años de literatura uruguaya”, pero en los cuadernos que acompañan a cada fascículo se recurre a textos literarios para ilustrar temas de diferentes épocas. El lector que completaba la colección disponía de su propia “biblioteca básica de la cultura uruguaya” encuadernada.

La Enciclopedia salió todos los martes entre mayo de 1968 y diciembre de 1969, a 85 pesos. El precio del semanario Marcha, impreso en papel de muy mala calidad, era por ese entonces de 20 pesos. En la mitad de la serie, un dato significativo retrata la crisis: de los 85 pesos originales se pasa, según anuncia el fascículo número 31, al nuevo y definitivo precio de 120 pesos (un aumento del 40 por ciento). Si se piensa que en 1968 el salario real había decaído de 100 a 73,2, resulta evidente que no hubo relación directa entre bienestar económico y expansión cultural.

No son pocos los fascículos que denuncian los conflictos de la época y reflexionan sobre las dificultades y los sobresaltos de una sociedad en transición, donde el movimiento obrero y el resto de los trabajadores organizaban paros y largas huelgas, los estudiantes enfrentaban en las calles a las fuerzas represivas y el gobierno afianzaba una escalada de violencia sin igual.

Un número apreciable de intelectuales inquietos y comprometidos, vinculados a una nueva visión de la cultura y el mundo, colaboró en la Enciclopedia. Su perspectiva era mayoritariamente próxima a la izquierda independiente que estaba representada en Marcha, aunque también participaron algunos comunistas y varios simpatizantes de los partidos tradicionales. El único colaborador no uruguayo fue el antropólogo, político y educador Darcy Ribeiro, exiliado en nuestro país a causa del golpe militar de 1964 en Brasil. Ribeiro compartió varios proyectos con Rama y participó en la planificación de la Enciclopedia, sobre todo en lo que tuvo que ver con la incidencia de una mirada antropológica que operaría en las ideas de Rama sobre la cultura. Completaron el elenco, además de otros antropólogos: historiadores, sociólogos, críticos de arte, musicólogos y hasta un especialista en deportes. Como sucedía en Capítulo Oriental, la mayoría de quienes colaboraban en la Enciclopedia integraban la generación del 45, pero había muchos de la del 60: Lucía Sala de Touron, Aurora Capillas de Castellanos, Blanca Paris de Oddone –las mujeres aún firmaban con el apellido del marido–, Alberto Methol Ferré, Óscar Bruschera, José C Williman, Hugo Licandro, Washington Reyes Abadie, Roque Faraone, José Pedro Barrán, Benjamín Nahum, Manuel Claps, Germán Rama, Luis A Faroppa, Florio Parpagnoli, Roberto Ibáñez, Eduardo Galeano y otros.

No pocos intervinieron en más de un proyecto. Real de Azúa, por ejemplo, uno de los tres directores de Capítulo, escribió para la introducción al primer número de Enciclopedia un diagnóstico de aquel Uruguay que él pintaba como “el del lento, irremontable deterioro económico, el del sistema de partidos esclerosado y vacío, el de la emigración de sus elementos más dinámicos, el de las devaluaciones y el privilegio reptante e invulnerado, el del aferrarse, sin esperanza efectiva, al arquetipo de lo que fue, el de la convicción desolada de que ‘al mundo nada le importa’ y no somos el ‘laboratorio’ admirado e imitado por todos los pueblos del orbe. Pero vale la pena hurgar debajo de esas imágenes, ver qué las enhebra, cuánta verdad o deformación conllevan, cómo tejen, todas, una singular, no siempre dignificante, no siempre decepcionante, trayectoria histórica”.

Si la Enciclopedia dedicó diez entregas a la época colonial, exhibiendo documentos desconocidos para el gran público, su involucramiento con las transformaciones que procesaba la sociedad se revela desde el fascículo inaugural, dedicado a “El pensamiento de Artigas”, y llega a la urgencia testimonial de los diez últimos, reservados al mundo sindical, las clases sociales, la inserción del país en el escenario internacional, la crisis económica, la conciencia crítica del 45 en adelante, la irrupción de los jóvenes y una crónica de los últimos y explosivos años.

Como dato curioso, Abril Trigo tiene en cuenta que Capítulo Enciclopedia son contemporáneos de la primera fase de los cultural studies y constituyen, sobre todo la Enciclopedia, por su ambicioso carácter interdisciplinario, un antecedente notable de lo que vendrían a ser los controvertidos estudios culturales latinoamericanos.

Volver a leer estas colecciones a medio siglo de su publicación invita a bucear en nuestros orígenes para tratar de conocernos mejor y entender los problemas aún vigentes, la política, la ética, la cultura, la literatura, nuestras costumbres y nuestros grandes mitos nacionales.

 

  1. Además de las dos colecciones fasciculares, resultaron muy útiles para esta nota los siguientes artículos: “La industria cultural y las publicaciones periódicas en fascículos”, de Leonardo Rossiello, en Actas del coloquio Los años sesenta en el Río de la Plata(Udelar, Montevideo, 11, 12 y 13 de julio de 2002, págs 77-87); “Algunas reflexiones sobre el proyecto cultural de Capítulo Oriental y Enciclopedia Uruguaya”, de Abril Trigo (ibíd, págs 103-110); “La Enciclopedia Uruguaya: nacionalismo paradójico”, de Gustavo San Román (ibíd, págs 89-102); “Capítulo Oriental”, de Pablo Rocca, en Diccionario de literatura uruguaya, tomo III, dirigido por A Oreggioni (Arca, Montevideo, 1991, págs 69-70); y “Enciclopedia Uruguaya”, de Óscar Brando (ibíd, págs 167-169).

 

 

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