Un país sin rumbo
Las elecciones en Brasil revelaron la profunda fractura social en uno de los países más desiguales del mundo. Se podría interpretar como una reacción de las capas medias y altas frente a su relativa pérdida de privilegios. El juez Sergio Moro será ministro de Justicia, lo que confirmaría una connivencia entre la extrema derecha y la judicatura. El Mst enfrentará más ataques, cree João Paulo Rodrigues, uno de sus dirigentes . Será un desafío gobernar para el autoritario e intransigente presidente electo, ya que tendrá que pactar con otros sectores. Sus anuncios en materia económica y de política internacional ya presentan contradicciones y tendrán repercusiones en toda la región
Raúl Zibechi
Los resultados dejan poco espacio para las dudas. El triunfo de Jair Bolsonaro fue amplio y contundente, por más de diez puntos y diez millones de votos. Ganó en todo el país menos en el nordeste. Obtuvo una victoria avasalladora en el sur y el sureste, con un 75 por ciento en el estado de Santa Catarina, donde la mitad de la población la constituyen descendientes de alemanes y austríacos.
Tuvo un apoyo mayoritario entre los varones de todas las edades, con un respaldo de 20 puntos porcentuales más que entre las mujeres, cuyas preferencias fueron parejas para ambos candidatos. La derecha ultra se hizo más fuerte en las ciudades ricas y blancas, y la izquierda fue imbatible en las zonas negras y pobres. En suma, un voto de clase y de color de piel, dos condiciones que en Brasil siempre estuvieron estrechamente anudadas.
En Blumenau (Santa Catarina), con 300 mil habitantes, Bolsonaro obtuvo el 84 por ciento de los votos. Ahí el 90 por ciento de la población es blanca y sólo el 13 por ciento son pobres. Un extremo opuesto puede ser Monte Santo (estado de Bahía), pegado al mítico Canudos, con 52 mil habitantes: Haddad obtuvo el 91 por ciento de los votos, pero sólo el 37 por ciento son blancos y el 78 son pobres.
Brasil está en una situación muy difícil. Una sociedad tan desigual –compite por ser la más desigual del mundo–, con una fractura social y cultural enorme, no puede encarar ningún proyecto de futuro. La historia dice que sólo las sociedades mínimamente integradas pueden despegar algún proyecto de país viable. El gran problema es que las dos fuerzas que podían representarlo, la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso y el PT de Lula, ambas tienen problemas casi irresolubles. El primer partido fue vapuleado en las urnas y casi desapareció del mapa político (véase nota de Esther Solano). El segundo es odiado por algo más de la mitad de la población.
Ante este panorama de crisis no sólo económica, sino de sentido histórico como nación (algo similar a la crisis de civilización que atravesamos), los debates sensatos son sustituidos por la gritería y el fanatismo, que son los que dan seguridad en medio de las catástrofes. Cuando el Titanic se hunde, sólo caben dos acciones: o seguir escuchando la orquesta como si no pasara nada, o dejarse guiar por el mandón de turno aunque te lleve a ninguna parte. Son dos caras de una misma actitud, que consiste en no afrontar la realidad.
CANSADOS DE LOS POLÍTICOS. Carlos Moisés da Silva, 51 años, ingresó al cuerpo de bomberos en 1990 cuando finalizó el curso de Formación de Oficiales de la Academia de la Policía Militar en Santa Catarina. Además de sus funciones como bombero militar, actuó como coordinador regional de Defensa Civil. Antes se había graduado como abogado en la Universidad del Sur, donde fue también profesor de derecho administrativo y fungió como abogado y coronel del Cuerpo Militar de Bomberos.
En marzo de 2018, hace poco más de medio año, se afilió al Partido Social Liberal, liderado por Bolsonaro, se presentó como candidato a gobernador por su estado bajo el mote de “Comandante Moisés”, y obtuvo en la segunda vuelta nada menos que el 71 por ciento de los votos.
Considera que su victoria fue una sorpresa, incluso para él mismo. En las mediciones de fines de agosto tenía apenas el 1 por ciento de las intenciones de voto. “Hicimos una campaña simple, sin dinero del partido, con sólo siete segundos de tevé en el primer turno, cuando ningún instituto de opinión pública previó que iríamos al balotaje. Soy el gobernador más votado en la historia porque represento la renovación” (O Estado de São Paulo, 28-X-18). Sus partidarios festejaron en Florianópolis y Blumenau.
Explicar cómo desconocidos se alzaron con las votaciones más altas es un desafío que los partidos tradicionales, de derecha e izquierda, parecen no querer asumir. El masivo apoyo al PT, con el 60 por ciento de los votos a Lula en 2002 y 2006, fue la última apuesta de una población cansada de una clase política a la que desde hace mucho tiempo identifica con la corrupción.
Luego de diez años de gobierno del PT, esa población entendió que practicaba exactamente la misma cultura política que los demás, y se lanzó a la calle en junio de 2013. Fueron 20 millones de personas en 353 ciudades. Pero los políticos, incluyendo los petistas, no quisieron escuchar y fueron incapaces de reaccionar.
“Queremos el retorno de esta Dilma”, se podía leer por esos momentos en una de las pancartas que sostenía una joven, en la que se podía ver a la entonces presidenta cuando estaba en prisión bajo la dictadura, que sobrellevó con entera dignidad. Esos fueron los años de gigantescos gastos en los estadios del Mundial 2014, mientras la población sufría con servicios de transporte, educación y salud cada vez peores.
RETÓRICA VERSUS ECONOMÍA. La política internacional de Bolsonaro se puede sintetizar en el fin de la integración, el acercamiento a Estados Unidos, el aumento de las tensiones geopolíticas con China, Rusia y Venezuela y, finalmente, una política a la vez privatizadora y opuesta a los intereses de las mayorías sociales.
Tanto la Unasur como el Mercosur están tocados. El futuro ministro de Economía, Paulo Guedes, anunció que la alianza entre los cuatro países del Cono Sur “no es la prioridad”. La apuesta parece ser a las relaciones bilaterales, en el mismo sentido del gobierno de Estados Unidos, al que pretende acercarse.
El presidente electo anunció que sus referencias internacionales son Israel, Italia y el país de Trump, y que sus principales adversarios serían Venezuela y China. Sobre el dragón, Bolsonaro no se privó de hacer declaraciones contrarias (“China no compra en Brasil, compra Brasil”, dijo en plena campaña) y realizó una provocadora visita a Taiwán en febrero, algo que molesta sobremanera en Pekín.
En algún momento de la campaña declaró que China es un “predador que quiere dominar sectores cruciales de la economía” de Brasil, al parecer molesto por la compra de una mina de niobio por parte de China Molybdenum, ya que se trata de un metal estratégico que los nacionalistas brasileños no quieren enajenar (Reuters, 25-X-18).
Aunque China es un importante inversor en Brasil que se está haciendo con sectores clave de su economía, Bolsonaro no podrá prescindir de mantener buenas relaciones. En efecto, entre 2003 y 2017 el dragón anunció inversiones por 123.000 millones de dólares, en su inmensa mayoría en las áreas de energía y minería, incluyendo petróleo y minerales estratégicos (El País, 22-I-18).
Días atrás la Corporación de Inversiones de China (Spic) hizo una oferta formal para el control de Madeira Energía, propietaria de la represa San Antonio, una de las mayores del país, con una inversión total de 1.000 millones de dólares y asumiendo una deuda de más de 4.000 millones (Valor, 29-X-18). Brasil está barato y se espera una carrera de ofertas, en las que los chinos pueden llevar la delantera.
Hay, empero, una razón adicional para inducir a Bolsonaro a evitar la confrontación con China y a no alinearse con la guerra comercial de Trump. Brasil tiene una enorme dependencia de las importaciones de la potencia oriental. Los dos principales rubros de exportación a China son mineral de hierro y soja. El primero representa el 61 por ciento de las exportaciones totales de hierro y la soja que se dirige a China representa el 80 por ciento del rubro, ya que la guerra comercial desvió buena parte de las importaciones asiáticas de Estados Unidos al mercado brasileño.
Por más ultraderechista y nacionalista que pretenda ser el gobierno que se instalará el 1 de enero, las realidades globales ponen límites precisos a las veleidades y las opciones ideológicas. Algo similar puede decirse de la política nacional, en la que Bolsonaro tendría el campo más despejado, ya que cuenta con mayorías parlamentarias y una opinión pública favorable. En este terreno el juego de partidos y las inercias institucionales le jugarán también en contra (véase nota de Esther Solano).
Brasil tiene un déficit fiscal del 8 por ciento del Pbi, más del doble de Uruguay y tres veces el promedio de la región, lo que obliga a tomar medidas de austeridad y de reforma del sistema previsional, que es una de las principales causas del déficit. Se encararán privatizaciones, pero el sector militar que lo apoya se opone a que incluyan áreas estratégicas como Petrobras.
Bolsonaro y el MERCOSUR
Empresarios preocupados
La Confederación Nacional de la Industria (Cni) brasileña emitió un comunicado muy duro, advirtiendo a Bolsonaro que no diera pasos en falso. “Si el gobierno brasileño no da prioridad al Mercosur, o aun peor, si reduce la tarifa externa común de forma unilateral, el único ganador será China, que ya viene ocupando el mercado brasileño en toda América Latina. Las pequeñas y medianas empresas, que son las que más exportan para esos países, serán las más afectadas” (O Estado de São Paulo, 30-X-18).
El comunicado le recuerda al nuevo presidente, al que apoyó con fervor durante la campaña, que la Constitución establece los principios para la actuación del país en las relaciones internacionales, y que entre ellas figura en lugar destacado la integración económica de los países de América Latina.
En esa dirección, la Cni defiende fortalecer el Mercosur, porque “el bloque es un complemento del mercado doméstico brasileño y el destino de exportaciones en el cual la industria tiene mayor participación”. En opinión de los empresarios, es hacia esos países donde se dirigen las exportaciones con alto valor agregado y donde trabajan diversas multinacionales brasileñas.
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“Existía una agenda de la extrema
derecha de combate selectivo
a la corrupción”
Con Leonardo Avritzer.
Marcelo Aguilar
El jueves, el famoso juez responsable de las investigaciones de la operación Lava Jato, Sergio Moro –quien envió a Lula a prisión– aceptó la invitación de Bolsonaro a ser su ministro de Justicia. El politólogo Leonardo Avritzer analiza cómo la instrumentalización de la operación anticorrupción afectó el resultado de las elecciones.
Experto en estudios sobre la democracia, Leonardo Avritzer ha investigado la participación ciudadana en Brasil y la judicialización de la política en ese país, entre otros temas. Profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais (Ufmg), este politólogo analizó para Brecha los motivos del descreimiento en el sistema político de los brasileños y qué peligro corre la democracia bajo un futuro gobierno de Bolsonaro.
—Usted afirma que esta elección se dio en un contexto de muy baja legitimidad del sistema político. ¿Cómo se explica?
—Fundamentalmente, por la forma en que se manejó la operación Lava Jato y la forma en que las instituciones judiciales y el sistema político le permitieron actuar. Hizo que si hoy se les pregunta a los brasileños dónde se halla la legitimidad de la democracia, la ven únicamente en las acciones punitivas del sistema judicial contra el sistema político. Ni las políticas públicas como la Bolsa Familia, ni el Sistema Único de Salud legitiman la democracia. Los brasileños sólo apoyan la democracia por su facultad punitiva. Y la candidatura de Jair Bolsonaro se aprovechó de eso. Pero tenemos un presidente electo y de alguna manera va a tener que adaptarse a los parámetros mínimos de estas instituciones.
—¿Qué rol han jugado los medios en la creación de esta percepción?
—Parte del resultado electoral actual refleja una percepción errónea sobre la centralidad del Partido de los Trabajadores (PT) en la corrupción en Brasil. Y quien construyó esa visión fue en parte la operación Lava Jato, pero principalmente los grandes medios. Al punto de que la operación tenía una unidad de comunicación que trabajaba directamente con los grandes actores mediáticos que ayudaron a construir esta percepción.
—¿En qué medida la corrupción marcó la elección?
—Es necesario relativizar la afirmación de que la corrupción pautó la elección. O sea, un discurso contra la corrupción del PT pautó esta elección. Son cosas diferentes. Esto influyó, pero el principal determinante del resultado electoral fue la manera en que el sistema político recortó los canales públicos de formación de opinión durante el proceso electoral. Se disminuyó el tiempo de propaganda electoral gratuita en la televisión: la campaña se basó principalmente en pequeños spots y se le otorgó prácticamente la mitad del tiempo, comparando con las anteriores. Eso permitió que la imagen mediática prevaleciese sobre la posibilidad de la construcción de un debate público.
El hecho de que el candidato que lideraba las encuestas –Lula– no pudiera hacer campaña política influyó, porque eso podría haber ayudado a Haddad. Pero más importante que eso fueron las divisiones entre la izquierda y el centro, que también jugaron un papel central. Va a ser necesaria una rearticulación de aquello que llamamos “campo democrático”. El centro es el principal derrotado, su papel moderador dejó de existir, y parte de sus políticas migraron hacia la derecha con esta elección.
—¿Cómo analiza la aceptación del juez Sergio Moro, al frente de la operación Lava Jato, de ser el ministro de Justicia en el gobierno de Bolsonaro?
—Creo que representa el desenlace del problema de la corrupción del sistema político. Muestra que existía una agenda de la extrema derecha de punición y combate selectivo a la corrupción, que se cierra con la designación de Sergio Moro en el Ministerio de Justicia. Lo que resta ver es qué va a suceder con los procesos en curso, como la condena de Lula. Evidentemente el Supremo Tribunal Federal va a tener que expresarse sobre eso.
—¿El PT sale derrotado o fortalecido de estas elecciones?
—Salió como un sobreviviente. No fue destruido, a pesar de ser el partido más atacado por la articulación jurídico-mediática en torno de la operación Lava Jato, y que tiene a su principal líder preso. Sale vivo de la elección con cuatro gobernadores, la mayor bancada del Congreso y un número no despreciable de votos. Es un actor en la reconstitución, pero probablemente no conseguirá actuar solo.
—¿Y los sectores no petistas que apoyaron la candidatura de Haddad?
—Muchos actores de la sociedad civil apuntan a la necesidad de construcción de un centro democrático, pero no en torno del sistema político, sino en torno de alguna cosa que tal vez todavía no exista. Apoyaron a Haddad, sí, pero no es un apoyo al PT, ni a una política de oposición hecha únicamente por el PT. Alguna concertación democrática debe surgir en Brasil en los próximos meses en torno de ese movimiento, que en mi opinión no es político partidario, y que hasta puede llevar a la creación de una nueva organización.
—¿Qué riesgos corre la democracia en Brasil con un gobierno de Bolsonaro?
—Muchos. En su primera entrevista con la Globo atacó al principal diario del país, y dijo que lo mejor sería que cerrase. Los bolsonaristas hicieron diversas listas de personas no gratas, en las que infelizmente me encuentro. Evidentemente hay ataques contra la democracia, que se encuentra en una situación de fragilidad. El Poder Judicial puede constituirse como una contención, siempre y cuando los jueces del Supremo Tribunal Federal adopten conjuntamente una posición más garantista, algo que no ha ocurrido hasta ahora. No sabemos tampoco cuál será el papel del aparato represivo del Estado, que desde hace muchos años no está controlado, y que sale reforzado de la última elección. Ciertamente la democracia brasileña está bajo presión en este momento. Todavía está por verse si podrá resistir o no.
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La renovación vino por la
extrema derecha
Grandes cambios en el sistema político brasileño.
Esther Solano
Los brasileños dejaron varios mensajes contundentes en las urnas. Tal vez el más claro de todos fue un pedido de renovación. Grandes nombres de la política nacional desaparecieron del mapa parlamentario en estas elecciones, y con ellos la centroderecha. Un Poder Legislativo altamente fragmentado supondrá un desafío para la gobernabilidad.
Jair Bolsonaro ganó las elecciones presidenciales brasileñas con 55,13 por ciento de los votos. Con ocho segundos diarios para sus spots de campaña electoral en la televisión, y un partido desconocido, este resultado sería por sí solo histórico, pero la onda bolsonarista no acaba allí.
El bolsonarismo ha conquistado no sólo la presidencia, sino también el Congreso brasileño y algunos de los más altos mandos políticos en los estados de la federación. Simultáneamente con las elecciones presidenciales, Brasil también escogía a los nuevos diputados estatales y federales, senadores y gobernadores, y en esto los brasileños han mandado varios recados contundentes en las urnas. Pero tal vez el más claro de todos fue: queremos renovación. Caciques históricos de la política brasileña se quedaron por primera vez sin escaño.
Grandes nombres de la política nacional desaparecieron del mapa. Un caso emblemático es el de Romero Jucá, actual presidente del Movimiento Democrático Brasileño (Mdb), vicelíder de la coalición de gobierno de Fernando Henrique Cardoso, líder de las coaliciones parlamentarias de los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff, y ministro fuerte de Michel Temer. Se presentaba a su reelección como senador por el estado de Roraima. Se quedó fuera, como tantos otros, incluida la propia Dilma Rousseff, cuya candidatura a senadora por Minas Gerais se frustró, lo que supone una amarga derrota para el PT por todo el simbolismo que rodea a la ex presidenta, víctima de un impeachment muy polémico.
Paradigmático también es el caso de los candidatos de la familia Sarney en el estado de Maranhão, que tampoco obtuvieron escaños, lo que supone un golpe insospechado para una de las más importantes dinastías del nordeste brasileño, símbolo de la vieja política feudal.
Los políticos que no han sido reelegidos perderán sus fueros, y como no pocos de ellos están siendo investigados por corrupción es probable que dentro de un tiempo comencemos a verlos desfilar en dirección a las prisiones brasileñas.
RECAMBIO PARLAMENTARIO. El Senado y la Cámara de Diputados tendrán la mayor renovación de las últimas décadas, gracias al grupo de Bolsonaro, el Partido Social Liberal (Psl), que pasa de unos insignificantes ocho escaños a 52, la segunda mayor bancada parlamentaria después de la del Partido de los Trabajadores, y concentrando algunos de los diputados más votados de la redemocratización brasileña: Janaina Paschoal –la abogada que protocoló el pedido de impeachment contra Dilma Rousseff– fue electa para la Asamblea Legislativa de San Pablo con más de dos millones de votos, y Eduardo Bolsonaro, con ninguna otra distinción en su historial político más que ser el hijo de Jair Bolsonaro, fue el diputado federal más votado, con más de 1,8 millones de votos.
Otros casos simbólicos de esta renovación bolsonarista son los nuevos gobernadores de los estados de Rio de Janeiro y Minas Gerais, dos de los más importantes de Brasil. En Rio, el ex juez Wilson Witzel, del Partido Social Cristiano (Psc), superó con 59,87 por ciento de los votos a Eduardo Paes (Mdb), que fue alcalde de la ciudad de Rio por ocho años. En Minas Gerais, un empresario del Partido Nuevo, Romeu Zema, atropelló con un impresionante 71,80 por ciento a un histórico candidato “tucano” (del Psdb), Antonio Anastasia. Ambos gobernadores electos son totalmente desconocidos, pero los dos contaron con la bendición de Jair Bolsonaro.
LOS “TUCANOS” AGONIZAN. El gran perdedor de estas elecciones fue el grupo político que tradicionalmente ha representado a la centroderecha en Brasil: el Partido de la Social Democracia Brasileña (Psdb). A nivel presidencial, la polarización política brasileña siempre ha sido entre el PT y el Psdb, pero esta vez el candidato tucano, Geraldo Alckmin, acabó en la primera vuelta con un irrisorio 4,76 por ciento de los votos. La centroderecha ha sido barrida del mapa y una nueva polarización está en curso: PT versus Psl, o sea, centroizquierda versus extrema derecha.
En estas elecciones el Psdb pasa de tener 49 diputados a tener sólo 29, y de ser el tercer grupo parlamentario más importante a ocupar el noveno puesto. El partido que representaba a la socialdemocracia brasileña, y que cuenta entre sus fundadores a figuras tan emblemáticas como el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, ha sido rechazado por los electores.
El candidato más fuerte del Psdb, João Doria, ex alcalde de San Pablo y elegido nuevo gobernador del estado de San Pablo, ha dado un fuerte viraje ideológico al distanciarse de la tradición socialdemócrata y acercarse a una línea más próxima a la derecha más dura. La campaña de Doria parecía mucho más la de un candidato del Psl que la de uno del Psdb, tanto que él mismo llegó a denominarse “Bolso Doria” y a utilizar la imagen de Jair Bolsonaro en su propaganda electoral. La elección de Doria, nuevo hombre fuerte del Psdb, ha provocado una enorme fricción interna en su partido, tanto que, después de su victoria, ni Fernando Henrique Cardoso ni Geraldo Alckmin lo llamaron por teléfono para felicitarlo. Ninguno de ellos quería que ganara, ya que saben que Doria puede destruir ideológicamente al Psdb –que surgió inspirado en la socialdemocracia alemana– para transformarlo en un partido satélite de Bolsonaro.
La misma tragedia se abate sobre el Mdb, el partido del actual presidente, Michel Temer, que pierde varios de sus líderes regionales y pasa de 66 diputados a 34. Además, durante el período anterior a la segunda vuelta Michel Temer pasó a ser formalmente investigado por la Policía Federal por corrupción, organización criminal y lavado de dinero, en un megaesquema de pago de sobornos en el sector portuario.
FRAGMENTACIÓN EN EL CONGRESO. Junto con esta renovación el Congreso brasileño sufrió una atomización: 30 partidos políticos obtuvieron representación. Según dispone la legislación electoral, los partidos que no hayan alcanzado un determinado nivel de votación se quedarán sin financiamiento estatal (por más que hayan conseguido representación parlamentaria), lo que en la práctica obligará a sus diputados a migrar hacia otros partidos. Para conseguir financiamiento, los partidos deben alcanzar 1,5 por ciento de los votos para la Cámara, distribuidos en nueve estados y con un mínimo de 1 por ciento de los votos en cada uno de ellos, o bien conseguir que sean electos al menos nueve diputados de su partido, distribuidos en nueve estados. Esta matemática puede afectar a 13 partidos, por lo que finalmente la gobernabilidad dependerá de la articulación del gobierno con una veintena de partidos.
Este panorama anuncia una política muy fragmentada que supondrá un contexto de negociación difícil para el nuevo presidente. Es importante recordar que Brasil tiene un sistema de presidencialismo de coalición. El primer mandatario es una figura importante, pero en la práctica está muy comprometido por un Congreso con amplias potestades, y que suele tomar las riendas de la política.
LAS LIMITACIONES DE BOLSONARO. Igualmente merece señalarse que aunque Bolsonaro ha sido diputado durante casi 30 años, siempre fue una figura irrelevante en Brasilia, que quedaba fuera de los grandes acuerdos y negociaciones nacionales.
Su perfil autoritario, intransigente, no combina con la negociación continua necesaria en Brasilia. La renovación del Congreso ha sido grande, pero la mayoría de los diputados continúan perteneciendo a la vieja política profesional. Uno de los primeros desafíos del nuevo gabinete es el nombramiento del presidente de la Cámara de Diputados. Probablemente este será un momento de tensión entre Bolsonaro y los diputados de los grupos políticos clásicos. Por tradición, el diputado más votado –en este caso Eduardo Bolsonaro– asumiría este papel, pero esto significaría que la familia Bolsonaro tendría mucho poder, relegando los partidos tradicionales a un segundo plano, algo que quizá no estén dispuestos a aceptar.
Onyx Lorenzoni, diputado federal desde 2003 y futuro ministro de Relaciones Institucionales en el gobierno de Bolsonaro, será el encargado de las negociaciones con el Congreso. Lorenzoni es diputado por el partido Demócratas (Dem), que representa a la vieja política profesional de Brasilia y que Bolsonaro deberá enfrentar.
La renovación vino por la extrema derecha. Veremos cómo se enfrenta a la vieja política.
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Una izquierda sin rumbo
Análisis truncos.
Raúl Zibechi
Si se busca comprender la situación política actual en Brasil, simplemente mentar al fascismo es un mal camino. Implica adjetivar la realidad, para no tener que analizarla. La inmensa mayoría de los análisis de los medios de izquierda eluden cualquier responsabilidad de la izquierda en el desenlace bolsonarista.
“Un troglodita radical, incapaz de comprender la vida más allá de su defensa inquebrantable de la violencia. Un ser totalmente desequilibrado, que merecería soporte psicológico urgentísimo”, concluye sobre Bolsonaro el corresponsal de Página 12 en Brasil. Tan sólo una de las tantas perlas de “análisis” que ofrecen algunos escribas izquierdosos sobre el próximo presidente.
Hay análisis más sofisticados, por cierto, en los mismos medios. Pero la gritería se lleva la palma. La pregunta es cómo va a actuar la izquierda en una sociedad partida al medio y con altas dosis de violencia racista y clasista.
En su primera entrevista luego de ser electo, Jair Bolsonaro repitió varios de sus dogmas, como liberar la posesión de armas y reducir la edad de imputabilidad penal a 14 años. Declaró la guerra a los movimientos sociales, al destacar que las ocupaciones de los sin tierra y los sin techo (Mst y Mtst) serán “tipificadas como terrorismo”, y que “se debe abandonar lo políticamente correcto” (Valor, 30-X-18).
Los cuadros políticos y los militantes de la izquierda se reclutan hoy entre los universitarios de clase media, aunque sus votantes provengan de los sectores más pobres. Aquellos tienen sus propios intereses, y en los intercambios preelectorales argumentaban que si ganara Bolsonaro pensarían en emigrar a países con mejores condiciones de vida. Esta es una de las principales limitaciones de las izquierdas progresistas. Haberse instalado en los despachos institucionales limita tanto su capacidad de comprender la realidad como de actuar en consecuencia.
A esos cuadros se les podría aplicar, casi íntegramente, la “Tesis XII” de Sobre el concepto de historia, de Walter Benjamin. El autor alemán consideraba que la socialdemocracia era la gran responsable de la derrota ante el nazismo porque había minado la fuerza espontánea de las clases oprimidas. En apenas tres décadas había borrado el nombre de rebeldes ejemplares, como Blanqui, y adjudicado a la clase trabajadora “el papel redentor de las futuras generaciones, cortando así el nervio de su mejor fuerza”, que había consistido en “su odio y su espíritu de sacrificio”, que “se nutren de la imagen de antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados”.
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Hijo de la gran duda
Especializado en temas de desigualdad y pobreza en su país, Marcelo Medeiros duda enormemente acerca del margen con que contará Jair Bolsonaro para implementar una línea “a la Donald Trump”, con quien el ultra brasileño tiene tantos puntos de contacto. A continuación, un resumen de sus declaraciones a Brecha.
Es una incógnita todavía cuál será la política económica de Jair Bolsonaro. Las alianzas que estableció son de lo más variadas, porque estaban sobre todo sustentadas en la defensa de lo que él presentaba como valores “morales”. Se sabe, sí, que tendrá un apoyo sólido de las fuerzas armadas, pero en el plano económico le manifestaron su respaldo tanto sectores fuertemente estatistas como otros identificables como neoliberales. Es una combinación muy confusa, contradictoria. Él no ha dado ningún mensaje claro en ese sentido. Su partido, el Social Liberal, no tiene consistencia ideológica. Es un partido que se presenta como antisistema, anti-establishment, en la línea de las manifestaciones de 2013. Las propias pautas de Bolsonaro han sido más bien negativas: contra el sistema político, contra el gobierno existente y los anteriores, en la dirección de un Donald Trump. Pero es tan antisistema como Trump…
—¿No tiene peso acaso en las bancadas de las llamadas “tres B” (la bala, la Biblia, el buey), esas que están imbricadas con los sectores social y económicamente dominantes?
—Sí y no. Va a tener un gobierno muy pragmático, obligado por las circunstancias incluso. En la bancada de la bala, formada por militares y nostálgicos de la dictadura, sí, sin ninguna duda tendrá apoyo. Los militares tendrán enorme influencia en su gobierno. La bancada de la Biblia también lo respaldará, pero los legisladores que la componen están allí porque comparten valores conservadores, no tanto intereses económicos. Y en la del buey, la de los dueños de la tierra, habrá que ver: el agronegocio le ha dado apoyo en la campaña, pero los intereses del agronegocio no van necesariamente por el mismo lado que los de la industria, y algunos de los más poderosos industriales también le manifestaron su respaldo. Habrá que ver cómo se revuelve entre esos dos frentes, cómo negocia, qué prioriza, y allí se podrá saber si la bancada del buey termina apoyándolo o no.
Hay que tener en cuenta que la emergencia de la bancada del buey fue de la mano con la profunda desindustrialización que vivió Brasil en los últimos 30 años. La industria pasó de pesar 35 por ciento del Pbi hace tres décadas a un 8 por ciento ahora. Nadie pudo frenar esa tendencia porque tiene que ver con el auge de China. Algunos países compensaron esa desindustrialización con un sector de servicios de alto nivel, pero no ha sido el caso de Brasil, como tampoco el de Argentina, los dos países con mayor nivel de industrialización de América del Sur.
(Lo que sigue son extractos de las respuestas del entrevistado.)
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En la campaña se escuchó a Bolsonaro criticar duramente a China, en esa línea que manejó de alinearse en todo sentido (ideológico, político, económico) con Donald Trump. Pero no lo podrá sostener estando en el gobierno. China es un socio comercial importantísimo para Brasil. Estados Unidos tiene tal vez condiciones para mantener una guerra comercial con Pekín, pero Brasil no las tiene en absoluto. Trump lo hace para defender la industria nacional, pero Brasil no podría: la mayor parte de su principal producto de exportación, la soja, va a China. De alejarse de China, Bolsonaro perdería de inmediato el apoyo del agronegocio sin poder compensarlo por el lado de la industria.
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Vi en Twitter comentarios de algunos uruguayos de que esta elección brasileña podría ser buena para países como Uruguay. Nada menos claro. Uruguay y Brasil compiten en la producción de soja, por ejemplo, y en otros rubros agrícolas. El tamaño de la economía favorece obviamente a Brasil, y Bolsonaro es un tipo profundamente nacionalista que no va a hacer ningún esfuerzo político para compensar a los países más pequeños. No le interesa.
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Hay que entender que el fenómeno Bolsonaro fue posible porque se dieron condiciones especiales que tienen que ver con la falta de representatividad de la dirigencia política “tradicional”. Partidos tradicionales que creyeron que propiciando la salida de Dilma se verían beneficiados perdieron en toda la línea, como el Psdb, que resultó destruido. Y el PT, a pesar de todo, tuvo un resultado impresionante: sigue siendo el de mayor peso parlamentario, aun cayendo.
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El hecho de que no tenga mayoría parlamentaria (véase nota de Esther Solano) obligará a Bolsonaro a negociar mucho más que quienes lo precedieron en su cargo y hay una incertidumbre absoluta sobre su capacidad para maniobrar.
Manejemos un dato que no es menor: después de Fernando Collor de Mello, es el presidente electo con el menor número de votos. Y en porcentaje de votos tiene menos respaldo que el que tuvieron Fernando Henrique Cardoso y Lula en sus dos mandatos, y Dilma Rousseff en el primero. Bolsonaro y sus partidarios son muy ruidosos, pero él no tiene la misma legitimidad que esos antecesores, y el propio sistema político brasileño, tremendamente fragmentado, lo limitará aun más.
Bolsonaro puede proponerse hacer una serie de reformas ultraliberales que si dependieran sólo de él, concretaría. Todo lo que haga y le dejen hacer sin duda irá en un sentido conservador, pero habrá que ver en qué grado, porque se abre un período de mayor, y no de menor, inestabilidad política que antes.
Reformas como la de las pensiones, que se proyecta hace tanto tiempo en diversos sentidos, no se han podido llevar a cabo ni siquiera bajo gobiernos con mayor base de sustento que la que tendrá Bolsonaro. No pudo hacerlo Lula, que no tenía un Congreso tan polarizado como el que tendrá Bolsonaro, no pudo tampoco Cardoso.
Reformar en Brasil el sistema de pensiones es imposible sin afectar las pensiones de los militares. Y él depende brutalmente de los militares.
¿Qué va a hacer con el funcionariado público, al que tanto atacó? La tecnocracia forma parte de esos funcionarios, y él se va a apoyar en ella. Además, es uno de los pocos sectores con fuerte peso de los sindicatos, que le van a plantar mucha resistencia.
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Si deberá o no recurrir a un mensalão más jugoso que en el pasado se verá. Aquí hay otro mito: él se presenta como un abanderado de la lucha contra la corrupción, pero los principales dirigentes de su partido están implicados en casos de corrupción, aunque no hayan sido condenados.
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“Lo que nos va a salvar es
el pueblo”
João Paulo Rodrigues, de la dirección nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (Mst), conversó con Brecha sobre las amenazas de Bolsonaro contra el movimiento, sobre los horizontes de lucha y la resistencia frente a un presidente electo que ha declarado la guerra a los movimientos populares.
—¿Cómo interpreta la elección de Bolsonaro?
—Posiblemente durante los próximos días lo tengamos más claro. Pero puede significar algo más amplio que una derrota táctica para la izquierda: una derrota estratégica. Y eso por tres motivos principales.
Primero, porque Bolsonaro recibió un apoyo popular significativo, más allá de las clases medias y de la gran burguesía. Tuvo llegada en las bases sociales del lulismo y del petismo con un discurso conservador, por momentos religioso, prometiendo mejorar la vida de la población. Entró en nuestra base.
Segundo, porque él va a realinear al país –como en el período de la dictadura militar– con dos grandes imperios: Estados Unidos e Israel. Abandonará todos los instrumentos de defensa de América Latina, Celac, Mercosur, etcétera, dará la espalda a las experiencias de los Brics. Y es de esperar que forjará una alianza peligrosa con Colombia y posiblemente con Chile, en una tentativa de destrucción o aislamiento de Venezuela y de otros países progresistas de la región, como Bolivia.
Por último, representa una ola represiva y autoritaria. Él ya afirmó en televisión, y en vísperas de la elección, que quiere aniquilar el comunismo, el socialismo y la izquierda. No dijo “tal vez”. Frente a esto, si no conseguimos construir una resistencia significativa que permita dividir la base que le dio sustento desde el punto de vista militar, desde el punto de vista social y político, él conseguirá una posición hegemónica que posiblemente se expresará a través un gobierno autoritario capaz de deshacer los avances acumulados en al menos 30 años de posdictadura.
—¿Cómo llegamos a este punto?
—Se manejan varias teorías. Pero yo destacaría el peso de la crisis de 2008 en Estados Unidos, que hizo estragos en Europa. Esa crisis del capital fue no solamente una crisis económica de reorganización a nivel internacional, sino que tuvo una consecuencia práctica: la “primavera árabe”. A Brasil la respuesta a la crisis le llegó en 2013 con un movimiento de masas que no entendimos en aquel momento, pero que ya estaba siendo influenciado –difusamente, pero con importante apoyo del gran capital– por las luchas para desorganizar los estados nacionales. Esto tuvo un impacto significativo en la política brasileña, forjando y organizando una nueva derecha que salió del armario. Esa misma “primavera” creó y organizó un movimiento popular de derecha en Brasil, que tiene un pie muy fuerte en la religión y otro en la clase media moralista. Este movimiento exhibe confusiones teóricas a cada momento, pero, al mismo tiempo, hace un cuestionamiento –que es comprensible– del Estado brasileño, por no conseguir resolver una serie de demandas. Su paso siguiente fue dar el golpe (N de E: destituir a Dilma Rousseff). Su estrategia fue justamente armar un frente de clase media, de la pequeña burguesía del Poder Judicial, con una retórica moralista sobre el tema de la corrupción, y sobre eso construyeron una base social con cierta fuerza política. Así consiguió desorganizar lo que el lulismo y el petismo habían hecho.
—¿Esos movimientos fueron subestimados?
—La derecha le acertó cuando metió preso a Lula, y perdimos el principal portavoz de las masas, el líder natural que teníamos. Cortó la mediación entre nuestras concepciones ideológicas y las masas. Esa decisión la subestimamos. Creímos que no lo iban a encarcelar, que si se lo llevaban preso, lo soltarían enseguida, que íbamos a elecciones y las ganábamos. Y salió todo mal.
—Bolsonaro señaló al Mst como uno de sus principales enemigos y parece querer resolver todo con balas. ¿Temen un exterminio?
—No, porque es muy difícil. No somos un impuesto, con el que se puede acabar así nomás. Somos por lo menos 2 millones de personas que viven en 8 millones de hectáreas de tierra en Brasil. ¿Cómo va a hacer? ¿Despejar el terreno y matar a todo el mundo? Esa base de nuestro movimiento está formada ideológica y políticamente. El movimiento no es la dirección. Tenemos una historia de 30 años. El Mst sobrevivió a gobiernos muy delicados.
Sí van a eliminar a compañeros, implementar políticas públicas para boicotear nuestras escuelas y nuestras tantas iniciativas de asistencia técnica. Pero en su esencia la lucha por la reforma agraria va a continuar. Es como decir que vas a acabar con los movimientos que luchan por la vivienda, ¿cómo?, ¿matando a todos los pobres?, ¿enterrándolos?, ¿mandándolos a Venezuela? Se precisa resolver el problema a través de la política pública. Es probable que haya ataques a nuestro pueblo, pero el movimiento nació en la dictadura militar en una situación gravísima y sobrevivimos hasta ahora. Tampoco somos arrogantes, ni vamos a decir que estamos bien, felices, que vamos a crecer. Pero no trabajamos con la hipótesis del exterminio de una lucha por una causa tan amplia y justa como la reforma agraria.
—¿Qué repercusiones puede tener el futuro gobierno de Bolsonaro?
—Es muy difícil saber, porque desconocemos de dónde van a venir sus ataques. Puede ser un gobierno que hace mucho barullo como el de Trump, pero que no logra implementar grandes medidas radicales. Podemos tener un gobierno autoritario que hace grandes cambios en la legislación, y eso es un peligro, porque tiene una propia base en el Congreso nacional.
Un riesgo es que libere fuerzas paralelas de represión o que sus propios seguidores monten milicias, por ejemplo. Eso sería peligroso, y es posible que ocurra. Pero quiero creer que esa división que tenemos en la sociedad brasileña nos va a dar mucha fuerza para resistir. Buena parte de la academia está de nuestro lado, los juristas, sectores de los medios de comunicación, los artistas. Los bolsonaristas están a favor del sector más conservador de la sociedad. Pero de un total de más de 100 millones él tiene sólo el 40 por ciento de apoyo, hay un 60 por ciento que no lo votó. El desafío, y es muy grande, es cómo hacer que ese 60 por ciento esté de nuestro lado.
Ya sabemos tres cosas. Primero, nuestra resistencia es política, no militar. No podemos engañarnos con cualquier idea militarista para defenderse o atacar a Bolsonaro. Segundo, tenemos que estar en el medio de las masas, porque lo que nos va a salvar es el pueblo. Si apostamos por la acción vanguardista, estamos en problemas. Tercero, tenemos que enfocarnos en las reivindicaciones económicas, como la reforma agraria, la reforma de las jubilaciones, salud, educación. Porque el discurso ideológico ahora nos ayuda poco, esas reivindicaciones son las que nos unen y permiten movilizar al pueblo.
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Bolsonaro: una construcción
política engendrada por el
golpe de Estado en Brasil
.Escrito por Constanza Moreira
Es el signo de los tiempos que los locos guíen a los ciegos” (William Shakespeare)
Miedo. Es el sentimiento que nos animó a muchos, conocidos los resultados de las elecciones de este domingo. Miedo. Miedo a un Brasil autoritario. Miedo al país más grande de América Latina gobernado por una extrema derecha nostálgica de la dictadura y partidaria de un liberalismo económico llevado hasta el extremo. Miedo por Uruguay. Miedo por Brasil. Miedo por América Latina.
Jair Bolsonaro superó todas las expectativas de voto. Las encuestas lo ubicaban por debajo del 40% hasta pocos días antes de los comicios, frente a un Fernando Haddad que crecía cada semana. Pero le faltaron semanas. Bolsonaro estaba instalado. Haddad no. El retraso con el que el Partido de los Trabajadores (PT) definió su candidatura –inevitablemente o no-, no lo ayudó. Aun así, votó excepcionalmente bien y demostró que el PT sigue siendo el único partido con la capacidad de hacerle frente a la derecha. Sí, el viejo y cuestionado PT, tan criticado por sus concesiones a la derecha, tan defenestrado por sus escándalos de corrupción, por suerte, existe. Y las esperanzas de un efecto de amortiguación de los vientos de derecha que soplan en Brasil recaen en este partido.
El voto de Bolsonaro refleja el pavor de las clases medias y medias altas a perder sus privilegios, el fantástico modo de vida que ostentaron históricamente frente a la pobreza de la inmensa mayoría del pueblo brasilero. Luego de dos siglos de gobiernos oligárquicos, el empoderamiento del pueblo brasileño que había empezado a combatir la gigante brecha entre ricos y pobres se enfrentó a la consigna: “no queremos ser Venezuela”. Esa es la bandera que se agita en el sur del país, en las grandes ciudades, en la playa de Copacabana, como antes se agitaba en contra de Cuba. Al progresismo le llaman progredumbre, y de la mano de un conservadurismo social bien alimentado por las iglesias evangélicas, el Brasil del atraso comenzó a ganar, nuevamente, su partida.
El petismo parece arrinconado en el nordeste empobrecido, mientras en San Pablo y Río de Janeiro campea Bolsonaro. ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué el PT, un partido que surgió en San Pablo, en las grandes capitales, en el electorado moderno y educado de Brasil, transformó su ecología del voto para asentarse entre los pobres del nordeste brasilero? ¿Cómo el 50% que votó por Dilma Rousseff hace solo cuatro años hoy vota por Bolsonaro?
Jairo Nicolau, politólogo brasileño, señala que el 45% de las personas con estudios superiores votaron por Bolsonaro, mientras que solo el 25% de los pobres lo hicieron. Quienes lo defienden usan el término “restauración” y pregonan la vuelta a una sociedad “de valores”. La BBC Mundo (*) recoge el testimonio de alguien que expresa: “[lo voto porque] es conservador en las costumbres y liberal en la economía [porque] puede contener el deterioro de los valores y la cultura […] y que es fruto del marxismo cultural”.
Leí un titular de un diario uruguayo donde connotados dirigentes de la oposición decían que la culpa del voto de Bolsonaro en Brasil la tenía la corrupción del PT. Es como decir que la culpa de que una mujer sea violada la tiene su mal comportamiento, y no la bestia que la agredió. Porque la explicación más simple, y el hecho más significativo en el Brasil de estos últimos años, apunta al golpe de Estado. El golpe de Estado contra Dilma (porque de eso se trató el impeachment y no de otra cosa) es lo que conduce a Bolsonaro. De aquellos polvos vinieron estos lodos.
Bolsonaro no es una creación tan “de la nada” como Fernando Collor de Mello, pero se le parece. Saltó a la fama con su discurso contra Dilma en ocasión del impeachment. Sin pertenecer a un partido significativo, su figura se agrandó alimentada de carroña, de odio, de desprecio. Entre las elecciones anteriores y las celebradas ayer, su pequeño partido, el PSL, pasó de tener 8 bancas en la Cámara de Diputados a tener 52. Desplazó al MDB de Michel Temer (y de Eduardo Cunha) y al PSDB de Fernando Henrique Cardoso. Cómplices del golpismo, ninguno de estos dos partidos salió indemne. El MDB pasó de 51 bancas a 33 y el PSDB de 49 a 29. Ellos pusieron el huevo de la serpiente. Y allí anidó. Hoy se despliega impúdicamente sobre el paisaje de la resaca que dejó el gobierno de Temer.
El gran empresariado brasileño, las clases medias y medias altas, la población despolitizada y asqueada por los escándalos de corrupción que día a día inundaron los medios de comunicación, construyeron el primer gabinete con políticos y empresarios. Fracasaron. Hoy declinan su poder ante el gran “otro” de la política brasileña: las Fuerzas Armadas (hay que recordar que el candidato a vice de Bolsonaro, Hamilton Mourão, es también un militar). Esas que se mantuvieron intactas desde el fin de la dictadura, y que todavía ostentan prestigio entre la población que cree en el “milagro económico” brasileño durante los años de plomo. Y que piden seguridad y orden. Y que creen que una buena “mano dura” contendrá el desorden económico y social de Brasil (lo mismo que creyeron los monárquicos, en su época).
Para Uruguay, no pueden ser noticias peores. Un Mercosur implosionado por gobiernos poco proclives a una integración regional, un Brasil que se corta solo en la negociación con terceros, un gobierno conservador, religioso y autoritario del otro lado de la frontera, son todas malas noticias. La derecha uruguaya debiera entender bien cuál es el interés de Uruguay. Y ser sincera sobre la creación de Bolsonaro. No lo creó la izquierda, sino la derecha: es su serpiente, fueron sus huevos, fue su estrategia para desembarazarse de la izquierda lo que abrió la caja de Pandora. Y ahora que está abierta, todos se preguntan: ¿cómo pasó esto? Y sí…fue pasando…en cámara lenta. Todos lo vimos. La prisión de Lula, el Lavajato, la destitución de Dilma…y ahora, Bolsonaro.
Nada de esto es nuevo en el siglo XXI. La historia del siglo XX estuvo plagada de concesiones al fascismo y al autoritarismo con tal de que la izquierda no prosperara. Y son las clases medias y altas (la pequeña y gran burguesía), las que alimentan con su miedo a cualquier cambio en el status quo, estas serpientes. Por más tímida que sea la izquierda en sus políticas y medidas, para la derecha, es siempre un enemigo. De eso se trata. De borrarla de la faz de la tierra, de denostarla, de eliminar su prestigio de las mentes y corazones de quienes vieron en ella una esperanza. Porque por más inocua que parezca la izquierda, siempre tiene dentro de sí la semilla de la libertad, de la rebeldía, del poder a favor de los más pobres, de los humildes, de los explotados. Solo en este sentido, la izquierda alimenta a las derechas. Porque las enfrenta. Porque las desnuda. Y Bolsonaro es, exactamente, la derecha desnuda. La derecha tal cual es. Sin disfraces.
Y asusta.
Constanza Moreira
(*) BBC News Mundo, 8/10/2018 (https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45781389).
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Fascismo entonces, fascismo ahora
Gyorgy Lukács. (18985-1971) Pensador marxista húngaro. (del Testamento Político)*
“Esta situación puede ser brevemente descripta de la siguiente manera: el poder militar del fascismo ha sido aniquilado en la guerra. Sin embargo, el desarrollo de la postguerra muestra que su destrucción política, organizativa y, sobre todo, ideológica, es mucho más lenta y difícil de lo que muchos pensaban. Políticamente, porque algunos hombres de Estado, que acostumbran llamarse enfáticamente democráticos, consideran a los fascistas como una reserva, los cuidan y los apoyan. Y, también ideológicamente, el fascismo se muestra mucho más resistente de lo que muchos se lo habían representado después de la demoledora derrota de Hitler.
Debo confesar que no me cuento entre los que están sorprendidos y desilusionados por este desarrollo. Ya antes de la guerra y durante la guerra, la base de mis artículos fue que el fascismo de ninguna manera era una manifestación históricamente aislada, ni una repentina irrupción de la barbarie en la civilización europea. El fascismo, como visión del mundo, es antes bien una culminación ciertamente cualitativa de teorías epistemológicamente irracionalistas, social y moralmente aristocráticas, que en la ciencia oficial y no oficial y en el periodismo científico y pseudo científico juegan, desde hace muchas décadas, un papel importante. Como aquí existe una asociación orgánica, los seguidores intelectuales del fascismo pueden replegarse fácilmente, pueden sacrificar a Hitler y a Rosenberg y – para un nuevo avance bajo condiciones más favorables- atrincherarse en la filosofía de Spengler o Nietzche.”
György Lukács (1967): “La visión del mundo aristocrática y la democrática”. Testamento Político y otros escritos sobre política y filosofía. El Viejo Topo, España, 2003, pp. 31-32.
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Caetano: Bolsonaro será “un peligro
permanente” para Uruguay
9 de noviembre de 2018
El historiador afirmó que la izquierda debe volver al internacionalismo para enfrentar a la ultraderecha.
De Brasil, de la llegada de Jair Bolsonaro al poder, se pasó rápidamente al análisis de los errores y aciertos de los progresismos latinoamericanos y a imaginar qué puede suceder en Uruguay a futuro. La mesa realizada en la noche del miércoles en la Facultad de Ciencias Sociales, coordinada por el docente del Instituto de Ciencia Política Diego Sempol, se tituló “Brasil, crisis y ultraderecha”, y estuvo signada por el pesimismo sobre el futuro de la región.
El historiador Gerardo Caetano afirmó que Brasil es motivo de preocupación por varios motivos. En primer lugar, porque los impactos de los “errores” del Partido de los Trabajadores (PT), entre ellos su involucramiento en esquemas de corrupción, “van a ser muy fuertes para los progresismos y para la izquierda latinoamericana”. “Lula es muchísimo más importante que Chávez”, graficó Caetano.
En segundo lugar, el historiador señaló que Bolsonaro es “un extremista, un ultraderechista”, “una figura extremadamente peligrosa” que ha afirmado principios antidemocráticos y ha propuesto una “arcadia regresiva en donde se combatan todos los derechos”. “Hoy nosotros tenemos instalada en nuestra frontera la posibilidad de una ruptura de régimen, de que haya una dictadura autoritaria civil-militar con un programa absolutamente regresivo, que además va a afirmarse en un pronunciamiento popular”, afirmó. “Hoy, la hipótesis de dictaduras cívico-militares, de autoritarismos de nuevo signo, de arcadias regresivas sustentadas en la violencia está arriba no sólo de la agenda del continente, también de la nuestra”, insistió.
En materia de política exterior, Caetano consideró que la asunción de Bolsonaro implicará una reorientación radical de las alianzas en el continente que romperá con pautas históricas de la política de inserción internacional de ese país, impulsando vínculos bilaterales con Estados Unidos. Consideró que el gobierno uruguayo debe manejarse con cautela, pero sostuvo que “con seguridad”, la administración de Bolsonaro “será un peligro permanente para Uruguay”.
El historiador alertó que Uruguay no es una “isla” en este contexto. “Bolsonaro expresa la gran tentación de todas las derechas en este momento, que es volverse ultraderecha. Y que nadie advierta que hay islas en el mundo que están liberadas de esta situación. Nosotros vivimos en sociedades en las que eventos que nunca imaginamos que podían ocurrir, ocurren”, advirtió. Consideró que uno de los aprendizajes que deja lo sucedido en Brasil es que la democracia es “un valor supremo, no un instrumento para”.
Caetano afirmó que las izquierdas deben, “hoy más que nunca”, volver a la idea de internacionalismo, porque “nadie se defiende solo” y porque además la derecha “hace décadas que tiene orientaciones internacionalistas”. Asimismo, el historiador llamó a defender la laicidad como un valor progresista. “Cuando el fundamentalismo religioso se mete en política, los peores monstruos se desatan. Hay que afirmar los derechos conseguidos; los derechos solamente son irreversibles cuando las sociedades se apropian de ellos”, sostuvo.
El vínculo con las bases sociales
Federico Graña, director de Promoción Sociocultural del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), evaluó que en Brasil hubo un “alejamiento total” del PT de sus bases sociales. Opinó que un error común en los progresismos de la región fue vaciar las organizaciones de base (porque los cuadros políticos se trasladaron al gobierno) y dejar de hacer un “trabajo capilar en el territorio”.
Como diferencia con la situación en Brasil, Graña consideró que en Uruguay los movimientos sociales son “muy independientes” del gobierno, y que en ese sentido “la tradición histórica de la izquierda uruguaya es un diferencial grandísimo respecto del movimiento social brasileño”. Puso como ejemplo todos los paros que el PIT-CNT le hizo al gobierno en este período en comparación con la ausencia total de paros generales en Brasil. “Y eso no es responsabilidad del PT, es responsabilidad en todo caso de los militantes del PT de la CUT [Central Única dos Trabalhadores]”, apuntó.
Graña consideró que la izquierda debería profundizar los intentos por crear “un nuevo universal” y evitar segmentar las luchas. La cuestión, evaluó, es “cómo pensar un ser político que sea consciente de que en realidad hay tres ejes de desigualdad: género, raza o etnia y clase social, y que no tengo que ser mujer para acompañar demandas de las mujeres, ni tengo que ser un trabajador organizado para darme cuenta de que existe desigualdad de clase”.
El director del Mides llamó a generar un proyecto político “que pueda combatir el discurso del neofascismo, que es un discurso que va a atacar la diferencia y que va a utilizar la diferencia entre sectores sociales, porque una persona que no es afro y de un asentamiento se preocupa porque alguien ingresó con una cuota o no, y ahí pega el racismo”. Graña remarcó que si bien hay dirigentes del Partido Nacional que adhieren a discursos antiderechos como el de Bolsonaro, otros en ese mismo partido no lo hacen. En ese sentido, llamó a generar “un frente amplísimo que pueda detener estos procesos”.