Sobre Saúl Ibargoyen

El escriba de pie

Saúl Ibargoyen.

Jorge Boccanera

15 marzo, 2019

A partir de su tercer libro “El otoño de piedra”, de cuya publicación se cumplieron 60 años en 2018, Saúl Ibargoyen hizo pie de manera firme en la que sería una voz propia desplegada a través de sucesivas exploraciones de sentido, que van de la minucia cotidiana a una metafísica que se abisma en un despeñadero de interrogantes.

El registro de su visión del mundo, escrutadora, profundamente humana, amasada con sueños y sangre, suma cincuenta títulos de poesía, entre ellos: De este mundo (1963), Patria perdida(1973),Erótica mía (1982), Epigramas a Valeria (1984),Basura y más poemas (1991)Poeta en México City (1996), Grito de perro(2001),El escriba de pie (2002), Poeta semiautomático(2006),Nuevas destrucciones (2008) y Gran Cambalache (2013). Todos están atravesados por obsesiones que se amplifican a través de una búsqueda que interpela a la realidad desde ángulos diferentes.Esos núcleos –el viaje, la figura del padre, la pasión amorosa, la coyuntura histórica, el exilio y la misma palabra– se fusionan y resignifican en perplejidades mayores que hacen a la búsqueda del sí mismo y esparcen sus preguntas sobre la especie, la muerte, el vacío y el tiempo, aunque quizá sea este último el tema central de todo poeta, que, al igual que Ibargoyen, en una especie de vagabundeo cósmico indaga las claves de lo efímero, lo que trasmuta continuamente, en un intento por descifrar la materia en el mismo momento en que se desmenuza.

De ese sondear y revolver en los tachos la ceniza de lo perecedero va componiendo la crónica de lo pulverizado, lo triturado, con imágenes crudas, de desgarro, aunque también enlazadas a visiones de la escena onírica. Apela Ibargoyen a un vocabulario recurrente –herrumbre, orines, cáscaras, saliva, óxido, espuma, estiércol, vómito, huesos, flemas– para dibujar el signo de la fragmentación. Su poema “Kaos” habla de “todo lo múltiple que nunca/ podrá ser nombrado… fragores de mugre sobre tripas inmundas, coágulos podridos sobre oxígeno muerto”.

Lejos del poeta oracular, predestinado, aquí el hablante es el hombre común, precario, hundido en el gentío. Se me ocurre a Ibargoyen como un flâneur que recorre las calles de la urbe por una modernidad vacía, sin alma. Como el que ausculta el cuerpo de lo marginado, observa los harapos del maquillaje y los disfraces diarios del transeúnte, y toma el pulso de aquello que late bajo las luces de neón. Andariego por Pompeyas y Chernóbiles de hoy, deambula entre el absurdo, la crueldad y la indiferencia como un corresponsal de suelos arrasados. Y entre el tumulto de pieles calcinadas por hambre, soledad y miedo, anota en el texto “Nadie aquí”: “Nadie contra nadie desde nadie:/ entrega pues burbujas de tierra/ al aire amargo donde las moscas trazan/ ciudades de inmundicia”.

Su libro Poeta en México City fue escrito, según el propio autor, como un homenaje a Poeta en Nueva York, de García Lorca.Por medio de una imaginación prodigiosa y visiones oníricas, el español, que vivió el “crac” del 29 en la metrópoli, hizo también un descargo que es denuncia y profecía. Para el crítico Agustí Bartra se trata de un libro que se anticipa a Hiroshima desde su inicio: “Asesinado por el cielo… con el árbol de muñones que no canta/ y el niño con el blanco rostro de huevo/ Con los animalitos de cabeza rota/ y el agua harapienta de los pies secos”.

Aparte de García Lorca, no resulta forzado ubicar a Ibargoyen en un cruce de coordenadas entre Neruda y Gilgamesh, Discépolo y Yalal ad-Din Muhammad Rumi, Dylan Thomas y Drummond de Andrade, Vallejo y Omar Jayan. Aunque cualquier intento de resumir sus lecturas, vecindades e influencias resultaría fallido, ya que él mismo se ha referido de diversas formas a un sustrato común e intemporal en el que hibridan el imaginario y la vivencia, el pensamiento y la inventiva. En esta misma dirección relativiza la figura de “autor” al desdoblarse en varios heterónimos al modo de su admirado Pessoa. El principal: el poeta árabe Muahmmud Ibn Al-Mahad, a quien Ibargoyen dota de datos biográficos y “traduce” para el libro Cantos a la amada (2009). Siguiendo el rastro de estos juegos de identidad y escritos “a la manera de”, asoman en su obra otros heterónimos como Mishiko Hado (de quien traduce el volumen de haikus Libro de las siete juventudes) y una serie de poetas chinos y árabes que firman sentenciosos acápites en diferentes libros del poeta uruguayo.

No es difícil inferir en el prólogo de Ibargoyen aCantos a la amadacoincidencias de vida e ideas entre Al-Mahad y su supuesto “traductor”: “La ineludible fragmentación del cosmos”, el nomadismo, un “ascetismo espiritualizado por la unidad erótica”, la condición de “fronterizo” y el haber sufrido “hostilidades” y exilio. Al volcar al español los versos del poeta árabe, Ibargoyen dice haber sentido que Al-Mahad “colocaba sus pacientes dedos sobre los míos”.

Si bien son numerosos los libros de Ibargoyen con eje en la pasión amorosa –Cuaderno de Flavia, Versos de poco amor, Erótica mía, Amor de todos, Maldita mía, entre otros–, uno de los más logrados es sin duda Cantos a la amada.Como si el abandonado (“Cómo juntaré tus pedazos/ que no están sobre la cama”)el ardiente (“Escribiré en tu espalda/ con un trazo de dientes/ una sola historia”), el extasiado (“Cuántos pueblos nuestros sangraron/ hasta mojarte el corazón/ donde ahora limpio mi lengua/ para que puedas cantar”), el nostalgioso (“de aquella niña que buscaba palabras/ metiendo su cara en el cielo”) y aun el despechado (“Ah, Maldita mía… Pocas marcas quedan de tus fríos sudores/ En sábanas veloces y alquiladas”) encontrasen placidez y reposo en un tono más sosegadoque recuerda al Cantar de los Cantares“Tu libertad se mide por el movimiento/ del aroma que llega hasta ti/ con las respiraciones de la amada (…). Es el momento de mojar tu lengua en el silencio de los labios de la amada”.

Cabe subrayar entre sus herramientas expresivas las torsiones de lenguaje y una variedad de tonos –coloquio, elegía, imprecación, ironía, salmo– que recurre a la enumeración en el armado de textos abigarrados, barrocos; en tanto el encabalgamiento de los versos traza el dibujo espiralado de una cinta Moebius. Utilizando estructuras diversas –soneto, verso libre, haiku, epigrama, aforismo, versículo, poesía en prosa, refrán, diálogo–, la voz del poeta logra reunir concepto y desvarío en una especie de azar planeado.

Finalizo aludiendo a otro eje significativo de la obra de este gran “poeta de pecho propio” (utilizo palabras de Vallejo), que es el tema de la justicia social. El clamor del paria, del desterrado, del extranjero, se deja oír en las páginas de libros como La última bandera y las compilaciones Poesía política y Poesía militante. Este último, publicado en 2015 y que reúne sus textos entre 1958 y 2014, resalta desde el título la condición del que lucha por una idea de “comunidad” en la que primen el respeto y la equidad, el gesto fraterno y el diálogo, justamente lo que le costó a Ibargoyen persecución, cárcel y exilio: “Parece que no hubiera/ un sitio en la tierra”.

El poeta ya daba noticias de su extranjería a inicios de los años setenta cuando publicaba “Patria perdida”: “Perdida está mi patria:/ Destrozados su fresca latitud/ De amplias raíces/ y su prólogo de sueño/ Que aún se niega/ A la ofensa brutal/ de las mentiras// ¿Dónde está mi patria?/ No puedo ya volver/ Está conmigo”.

Sus versos llevan el espíritu de una solidaridad movilizadora, con contenidos (“Debo salir a buscar entre nosotros/ El alimento que todos necesitan”), una solidaridad que es retroalimentación e intercambio entre iguales. “Escribo así –dice– para simplemente tozudamente/ Respirar en la memoria de algunos otros”. Esos “algunos” son sus camaradas. Escribe: “Cae la tierra/ En lentas repetidas densas gotas/ De tierra suciamente oscura./ Así cae la tierra/ Para beber deshacer devorar enterrar/ la sangre respirada de los compañeros”. Aquellos que seguirán levantando “una bandera de polvo” en la conciencia popular, porque, pese a todo, contra todo, dice el poeta, “de algún modo sangriento/ Tendremos que cantar”.

*    Poeta argentino, autor de varios libros de poesía, testimonio y ensayo, mantuvo con Ibargoyen una férrea amistad desde 1976, cuando se conocieron en el exilio en México. Compartieron viajes, trabajaron juntos en la revista Plural y coordinaron a partir de 1979 las antologías Poesía rebelde en LatinoaméricaLa nueva poesía amorosa de América Latina y Poesía contemporánea de América Latina.

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La eterna errancia como destino

Saúl Ibargoyen (1930-2019).

Martín Palacio Gamboa

15 marzo, 2019

La vastedad reinante en la escritura del poeta Saúl Ibargoyen Islas tiene tantos vértices –hablamos de una obra constituida por más de setenta títulos– que abordarla es muy difícil. A eso se le suma la complejidad de su universo temático (la política en clave emancipatoria, el erotismo, una mirada filosófica que se acerca a las derivas del existencialismo), pero también sus incursiones por otros géneros como el ensayo y la narrativa.

Con todo, fue la poesía el género que lo llevó a ser reconocido dentro y fuera de fronteras. La palabra “frontera” no deja de ser significativa. Nacido en 1930 en Montevideo, vivió en Rivera entre 1964 y 1970 para ejercer la docencia de literatura. En su libro La sangre interminable explica que su mundo referencial, la fluidez de un castellano poroso en su morfosintaxis con el portugués –y que lo derivará a otras lenguas– surge a partir de “mis primeros encuentros y desencuentros en la frontera, con el tiempo en que compartí la existencia de cada día junto a tanta gente que –de alguna trabajosa manera– se fue haciendo personaje multiplicado que me empujó a escribir lo ya inventado, vivido, dolido, desvanecido, concretado y soñado también, y lo que yo he tratado –aun más trabajosamente– de imaginar”. A partir de esas experiencias surgió la creación de un espacio limítrofe que aborda lo idiomático-ficcional, al cual Ibargoyen llamó “Rivamento”. Es un lugar de mezclas y mestizajes, pero también un punto de partida para entender lo que algunos críticos llaman “literatura ectópica”, es decir, “una literatura que ha sido escrita por autores que se han desplazado de su lugar de origen a otro lugar, implicando ese desplazamiento en muchos casos inmersión en una realidad lingüística distinta de la de origen, e incluso cambio de lengua”.1 Una de las experiencias límite que atraviesa la literatura de Ibargoyen es el exilio político, empujado por su pertenencia al Partido Comunista. El exilio implica emprender un viaje por tiempo indefinido, y para algunos, sin retorno. Quien emigra está siempre en las fronteras: fronteras lingüísticas, culturales, de creencias religiosas, políticas. Sobrevivir al exilio implica inquietud, movimiento, inestabilidad permanente. En los poemarios del exilio de Ibargoyen están presentes casi cada uno de sus peregrinajes, sus reflexiones como inmigrante, como huésped, como extranjero, además de una gran resistencia al silencio. Escribe “para no aceptar el vacío”, y con esa confesión se acerca a lo que planteaba Adorno: “Para un hombre que ha dejado de tener patria, el escribir se convierte en lugar para vivir”.2

Ese no aceptar el vacío que la dictadura le dejó, y que lo llevó a seguir viviendo en México (el país que lo recibió en 1976 hasta 1985, para después regresar de manera definitiva en 1989 y obtener su ciudadanía en 2001), lo transformó en una suerte de judío errante: (…) el exilio en mí no ha terminado, en la medida en que yo soy el territorio móvil donde continúa procesándose un cambio espiritual, afectivo, cultural e ideológico que tal vez nunca llegue a un final.3 El exilio no es sólo del territorio, sino de los cánones de nuestra literatura, aunque muchos aspectos vinculados a lo estilístico (como la predominancia del coloquialismo –sin que se deje de lado la consolidación de un sistema metafórico propio–, un registro marcadamente reflexivo, la hibridación casi experimental de diversas disciplinas) lo aproximaron a lo que Ángel Rama denominó “generación de la crisis”. Sin embargo, su último recorrido, ese que culminó un 9 de enero de 2019, sólo puede ser el eje de toda una afirmación presentida, una afirmación por donde “pasamos otra vez/ bajo los mismos árboles:/ pasaremos otra vez/ entre el lento sabor/ de la muerte y de la lluvia”.

  1. Albaladejo, Tomás, “Sobre la literatura ectópica”, Actio Nova: Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, número 2, España, 2013.
  2. Citado por Edward Said en “Exilio intelectual: expatriados y marginales”, en Representaciones del intelectual, Barcelona, Paidós, 1996.
  3. Muñoz, Miguel Ángel: “Escribir por compulsión para no aceptar el vacío”, entrevista a Saúl Ibargoyen Islas publicada en El Nacional, México, 3 de octubre de 1994, pág 35.

Saúl, el poeta, el compañero

Siempre pensé que cualquiera de los zapatos pintados al óleo por Van Gogh resumían en su cuero extenuado una encrucijada de caminos. Fue así que los imaginé en los pies de un poeta andariego, Walt Whitman. Ahora, releyendo la obra de otro caminante empedernido, Saúl Ibargoyen, no dudo que este también debe haber calzado alguno de esos pares raídos. De hecho, es uno los símbolos recurrentes de su poesía; a ratos como parte de la piel del trashumante: unos “zapatos descalzos(…) de raíces vacilantes entre la polvazón (…) que se van borrando/ como huellas de sí mismos”.

Aunque, a decir verdad, más que un viajero, Saúl era una especie de caravana en la que trotamundeaban el poeta, el narrador, el ensayista, el maestro, el lector voraz, el periodista, el traductor, el exiliado y, sobre todo, el hermanito, el “cuate” (“gemelo”, “amigo cercano” en la lengua de los mexicanos). Por ello me pregunto cuántos hombres se fueron con el fallecimiento de este poeta de sensibilidad multiplicada que nunca abandonó sus exploraciones estéticas ni su lucha por la justicia y la dignidad.

Es difícil ponerle palabras a la pérdida del amigo, a este “flaco poeta” –así se autonombraba entre sonrisas– de apariencia semejante al hidalgo enjuto; de “flaco pellejo”, decía para sí, pero de sentires grandes, agregamos nosotros. Un hombre querible, alegre, cabal, poseedor de una sabiduría que mostraba por goteo y sin alharaca, en temas varios: la literatura de tiempos y latitudes diversas en simultáneo con la historia social y política, más las disciplinas que frecuentaba en un calado severo y que iban de la filosofía a la astrofísica, y otras más mundanas, como la gastronomía, “el beberaje”, el fútbol, el tango, etcétera.

Ese mismo hombre vívido, estudioso, que publicó alrededor de setenta libros de poesía, narrativa y crítica, se calificaba apenas como un “pepenador” (en el lenguaje popular mexicano equivale al “bichicome” y al “ciruja” del Río de la Plata), pero que en su verdadera acepción náhuatl remite también al que sabe elegir, espigar, seleccionar algo de un conjunto. De ahí su humildad.

También se consideraba un hombre de los bordes, de las orillas. Lo fue por escribir desde los márgenes de la lengua, pero además por introducir en su obra un dialecto hablado en la frontera entre Uruguay y Brasil, o por su interés en adentrarse en la literatura chicana que enlaza, al norte del Río Bravo, el español de México con términos en inglés. Este mestizaje me lleva a verlo como un “puente”. Y a partir de allí los reenvíos que cada uno pueda sumar: vínculo, camino, conexión, paso, enlace, empalme, y, por qué no, trasiego, dados los múltiples traslados del peregrino y los intercambios que signan al solidario en la cuerda de la reciprocidad.

Pienso que entre las muchas tareas que realizó en México, donde vivió de 1976 a 1984 como exiliado y de 1990 a 2019 de modo voluntario, destacan dos líneas de trabajo: la del “maestro” que recorría México coordinando talleres literarios y la del periodista, sobre todo en la revista Plural, donde llegó a ocupar el cargo de subdirector y fue crucial su labor de diversificar el cóctel temático, a la vez que convocaba a colaboradores de distintas disciplinas y geografías.

Una semana antes de su fallecimiento, Saúl me envió varios audios que dan el perfil de un hombre en su vehemencia por aprehenderlo todo, por debatirlo todo más allá de la circunstancia personal (y terminal). Con voz algo cascada pero entera, matizada con algunas frases irónicas, habló de sus proyectos: “Voy a sacar un libro con cien haikus (y) hoy terminé un cuento, tiene que ver con la experiencia hospitalaria”. Habló del presocrático Meliso y el tema de la nada, de Stephen Hawking y los “infinitos universos”. También repasó el momento político actual: “Estamos en la nueva guerra, la de los medios de comunicación y las divisas; el reparto de un mundo tripolar entre Estados Unidos, China y Rusia. Pero seguimos la pelea”. La frase de despedida da la talla de su integridad: “No le vamos a aflojar a nadie”.

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Homenaje en Montevideo al escritor y poeta Saúl Ibargoyen

 

El pasado 6 de marzo el Espacio Mixtura y la Editorial Que Vendrá realizaron en el Teatro el Galpón un homenaje al escritor y poeta Saúl Ibargoyen.

Saúl Ibargoyen Islas  (1930 – 2019), fue un poeta, narrador, crítico, traductor y ensayista uruguayo, nacionalizado mexicano.

En el evento participaron: Betty Chiz, Hugo Giovanetti Viola, Dardo (Rulo) Delgado, Melba Guariglia, Eduardo Nogareda , Diego Cubelli.

 

 

 

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