Tras más de 40 años de
búsqueda, Carlos Solsona encontró
a su hija, la nieta 129 recuperada
por Abuelas de Plaza de Mayo
4 de mayo de 2019
Escribe: Denisse Legrand
“Detrás de esto no hay una historia linda, hay una historia de
crímenes de lesa humanidad”
Vale la pena conocer la historia de Carlos Rata Solsona. Se criÓ en plena Pampa húmeda, más concretamente en Rafaela, provincia de Santa Fe, una ciudad en la que, según asegura, “importaba más lo que decía el cura que lo que decía la maestra”.
A los 18 años se instaló en Santa Fe, la capital de la provincia, para cursar estudios en ingeniería química. Un año después quiso estudiar ingeniería electrónica y tuvo que mudarse a Córdoba, porque en su provincia no existía esa carrera.
Un poco de contexto: corría 1968, faltaba apenas un año para el Cordobazo y aquella ciudad se consolidaba como un centro de resistencia política a nivel nacional. Mucha efervescencia.
Otra historia corre en paralelo. Norma Síntora era una adolescente cordobesa que rendía libres todas las materias del secundario para entrar a la universidad. Conoció a Carlos cuando finalmente ingresó a la Facultad de Ingeniería; cinco años después, formaron pareja.
Como muchos jóvenes en aquella época, ambos militaban en la clandestinidad. En mayo de 1973, en medio de una movilización callejera, cayeron en la cuenta de que integraban la misma organización política: el Partido Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo. “Yo estaba vendiendo el diario de nuestra organización y trataba de cubrirme la cara con un abrigo que tenía. Entre la multitud estaba Norma, que se me acercó para comprar un diario. Cuando se lo doy me dice: ‘Esa campera la conozco’. Era la campera que usaba todos los días para ir a la facultad. Ahí nos dimos cuenta de que militábamos en la misma organización”.
En 1974 se pusieron de novios, un año después se casaron y en 1976 nació Marcos, su primer hijo. Ante el avance de la represión, decidieron dejar a Marcos, de apenas siete meses, con sus abuelos maternos. En medio del caos, prometieron encontrarse en España, una vez que bajaran los niveles de letalidad de la dictadura militar.
Carlos se fue a Europa, pero Norma se quedó porque estaba embarazada casi a término y no podía viajar. El plan era parir en Buenos Aires y viajar luego ya con sus dos hijos, para el prometido reencuentro familiar. Pero en mayo de 1977 la secuestraron en Morón, provincia de Buenos Aires; todo indica que Norma tuvo a su hija en Campo de Mayo, donde funcionaba una de las maternidades clandestinas de detención.
Unos años después, en Francia, Carlos conoció a Ana, una exiliada uruguaya que es su compañera desde hace más de 30 años. A la salida de la dictadura decidieron volver a Uruguay, porque en Argentina no había amnistía y estaban todas las causas abiertas. Hicieron base en suelo uruguayo, donde recibieron mucho apoyo. “Me gustó Uruguay, sigo eligiendo vivir acá”, dice Carlos.
A Ana la reincorporaron en el trabajo y consiguieron un apartamento prestado. No tenían muebles ni plata para comprarlos. “Me hice carpintero por un rato; con lo que costaba una cama compré las herramientas y los materiales para hacer los muebles”. Le quedaron horribles, pero todavía los conserva (aunque no se los muestra a las visitas).
Carlos trató de retomar el contacto con sus familiares para que supieran que estaba en Uruguay; recién pudo reencontrarse con su hijo Marcos en julio de 1985. Un tiempo después entraron a una cooperativa de viviendas del Sindicato Único de la Construcción y Anexos, donde luego nacería Martín, su tercer hijo, el único nacido en democracia.
En 1986, Carlos montó un taller de reparaciones. “Con unos compañeros de militancia que habían salido de la cárcel o que habían vuelto del exilio teníamos que inventarnos algo para trabajar. Ahí me acordé de que había estudiando electrónica. Me tenía que actualizar, porque la electrónica había evolucionado. Me compré unos libros y me puse a estudiar para poder trabajar”. Empezaron en el sótano de la casa de la madre de uno de ellos y un tiempo después se mudaron a la zona del zoológico, por la calle Rivera. Villa Dolores cobijó el taller por décadas, hasta que tuvieron que dejar el local porque lo iban a derrumbar para hacer apartamentos. No le daban los años activos para jubilarse, así que rearmó el taller cerca de su casa hasta que finalmente accedió a una jubilación.
Estuvo 14 años en la clandestinidad, con distintos niveles de intensidad. Recién en 1989 recuperó sus documentos, y de esa manera Martín pudo llevar su apellido, justo para entrar a la escuela. “Era Martín Payotti, ahora es Martín Solsona Payotti”.
Sin tener certezas de que su bebé hubiera nacido, buscó por más de cuatro décadas. No sabía siquiera si buscaba a Pablo (como se llamaría si nacía varón) o a Soledad. Hace un par de semanas, tras años de investigación de las Abuelas de Plaza de Mayo, Carlos encontró a su hija. La mujer tiene 41 años y vive en España. Es la nieta 129 recuperada por las Abuelas.
Las pistas sobre su identidad y su conexión con la familia Solsona Síntora empezaron a ser firmes en 2012, cuando la organización recibió una denuncia por una mujer que había sido inscripta con una partida de nacimiento adulterada. La partida apócrifa decía que el parto había sido en un domicilio particular y estaba firmada por un médico vinculado con la Policía Federal Argentina, con antecedentes por adulteración de documentos de este tipo.
Las Abuelas se acercaron a ella para que se hiciera el examen de ADN. Tras años de incertidumbre y miedos, viajó a Argentina para hacerse el análisis. Como los resultados demorarían unos meses, se volvió a España, donde vive desde la crisis de 2001. Apenas aterrizó en territorio español recibió la noticia: es hija de Norma Síntora y Carlos Alberto Solsona.
Dicen que el resultado se precipitó porque cuando se fue a hacer la extracción de sangre le mostraron un álbum de fotos de mujeres que fueron desaparecidas por la dictadura estando embarazadas. Ella señaló la foto de Norma, con quien se encontró cierto parecido. Entonces empezaron por las muestras de la familia Solsona Síntora.
A días de haber recibido la noticia que esperó durante más de cuatro décadas, Carlos conversó con la diaria. Cuenta que hablan todos los días y admite que espera con ansias que llegue el momento de abrazarla.
Tuvieron que dejar a Marcos con sus abuelos cuando era un bebé.
En agosto de 1976 tuvimos un choque con la Policía y el Ejército de Córdoba. Sacaron un comunicado diciendo que me habían matado. Estaba mirando televisión y me enteré. Vimos que la situación se estaba poniendo tensa. Ahí Marcos estaba con nosotros. Decidimos dejarlo con sus abuelos maternos hasta que nuestra situación mejorara, aunque sabíamos que no iba a mejorar. Lo más seguro era que estuviera con los padres de Norma. No hubo una noche en la que Norma no llorara por eso.
Decías que no le podían garantizar la vida.
Ya en esa época el carácter criminal de la dictadura era evidente. Los operativos se hacían volteando las puertas a balazos, la gente que estaba adentro, aunque no tuviera nada que ver, caía igual. Para los que militábamos en la clandestinidad la cosa era más compleja aun. Nuestra vida no estaba garantizada, no podíamos arriesgar la vida de la criatura. Era algo común en las organizaciones, pasábamos días con hijos de compañeros que estaban en situaciones complicadas. Nos hacíamos cargo de los chicos entre todos. Al final de la conferencia de prensa en la que anunciaron la noticia de mi hija, vino una mujer de unos 50 años y me dio un abrazo. Cuando habló la reconocí por el parecido con su padre: era la hija de un compañero. Cuando tenía diez años mataron a su padre, y su madre estaba presa. Eran tres hermanas que estaban parando con nosotros; Norma dormía con las tres niñas en la cama y yo en el piso sobre unos diarios. Ella era la mayor; al día siguiente que mataron al padre la más chiquita cumplía años. En nuestra casa, con lo que había, Norma le hizo una torta; se acuerda hasta el día de hoy, me dijo. Ahora es abogada y trabaja en temas de derechos humanos. A los chicos los salvamos entre todos.
¿Cómo fue el reencuentro con Marcos?
Marcos tenía nueve años. Quedamos en encontrarnos en un pueblo de Entre Ríos con mi padre, mi hermano y él. Me bajé del ómnibus y vi un auto en el que había gente. Ni sabía qué auto tenía mi padre en ese momento, hacía nueve años que no lo veía. Un niño salió del auto y vino corriendo hacia mí. Años después me contó que a pesar de que no me conocía, cuando me vio bajar del ómnibus dijo “es él”. Corrió hacia mí, dejó que lo agarrara de la mano pero no me habló. Tenía que sacarle las palabras, al día de hoy no es muy distinto.
¿Cómo fue contarle todo lo que había pasado?
Lo primero fue reconstruir su historia, averiguar qué sabía sobre la verdad y cómo estaba parado en el mundo. Con los chicos hay que ir siempre con la verdad. En Argentina, recién ante la apertura democrática la familia se volcó a reconstruir la verdad. Él se quedó viviendo en Córdoba y yo en Montevideo. Nos veíamos esporádicamente, no podíamos pasar mucho tiempo juntos, pero en cada oportunidad que teníamos intentábamos compartir. Cada uno se adaptó a la época como pudo.
¿Cómo fue contarle a Marcos que podía tener un hermano?
Más o menos en el mismo momento en que le cuento la verdad. Le habían hecho creer una historia terrible, que la madre lo había abandonado y que el padre era un satanás al que mejor perderlo que encontrarlo, una historia que sigue vigente hasta hoy en el pueblo. Cuando volvió la democracia todo el mundo tenía la expectativa de que volvieran los que se habían ido y a los que se habían llevado. Ahí alguien le dijo que su madre no iba a volver porque había muerto en un accidente. Cuando le conté toda la historia le dije que cuando se la llevaron estaba embarazada y que entonces podía haber una hermana o un hermano, que no sabíamos si había nacido. A medida que me iba enterando de las cosas le iba contando. No le podía transmitir certezas, porque yo tenía dudas. Mientras no sabés, tenés que seguir buscando. No podés clausurar el tema. En la adolescencia empezó a militar en la organización HIJOS, y fue armando su propia historia.
¿Cómo fue tener un hijo en democracia?
Cambia todo. Cambian todas las condiciones de la crianza. Tenía una experiencia muy limitada sobre la crianza de hijos. Conocía los primeros meses nada más, hasta los siete meses sabía lo que hace un bebé: no te deja dormir, tenés que estar todo el día arriba de ellos, etcétera. El hijo de la democracia tiene 11 años menos, hubo un cambio de época en el medio. Estaba todo el tiempo con él, yendo para todos lados juntos.
El hermano de Norma también está desaparecido.
Daniel tenía dos años menos que Norma. Lo secuestraron y se llevaron toda la mercadería que vendía y el vehículo. La dictadura también tenía intereses económicos. Fue visto en el centro clandestino de detención La Perla, en Córdoba.
Carlos Solsona.
¿Cómo te enteraste de que habían desaparecido a Norma?
Retomé contacto con la organización desde el exilio. Suponía que íbamos a reencontrarnos, tal como habíamos planificado antes de que me fuera. Ella se quedó para tener el bebé, porque con ocho meses de embarazo no podía viajar. Estaba en París con otro compañero, cuya pareja también estaba embarazada cuando se fue. Nos dijeron que en Madrid había una compañera con un niño recién nacido, no sabíamos si era su pareja o Norma. Había plata sólo para dos pasajes. Si íbamos los dos nos quedábamos anclados todos en Madrid, porque no teníamos más plata. Resolvimos que viajara yo y me encontrara con ella. Si era la compañera del otro le pagaba el pasaje de París a Madrid para que ellos se reencontraran; si era mi compañera él se arreglaba y yo podía vivir con mi familia una semana con esa plata. Ni bien llegué la vi de lejos. No era Norma. Aparte Norma tenía que venir con dos bebés, uno en el cochecito y el otro caminando. Y la compañera tenía sólo el cochecito. La acompañé a la estación de tren y la despedí. Al tiempo fui a la casa de unos compañeros y ahí me enteré de lo que había pasado.
¿Cómo fue la última vez que hablaron?
Hablamos por teléfono, en marzo de 1977. Estaba en Madrid, los teléfonos públicos se trancaban y permitían hablar gratis. Habíamos quedado en que ciertos días a cierta hora podía llamar a la casa de una gente que no tenía nada que ver con la militancia pero recibía a Norma para que pudiera hablar conmigo. Me contó que se iba a Buenos Aires, que tenía todo arreglado y que había visto a Marcos caminando de lejos.
¿Cuándo te enteraste de que el bebé que esperaba Norma había nacido?
Hace unos 30 años las Abuelas de Plaza de Mayo me dijeron que existía la posibilidad. Estela de Carlotto siempre nos decía que lo más probable era que hubiera nacido, porque a las embarazadas esperaban que parieran para matarlas. Incluso les garantizaban atención médica, porque había una política de hacer nacer a los hijos de las detenidas.
¿Qué datos tenías sobre el secuestro de Norma?
No sabía de dónde la habían desaparecido. El viaje de Córdoba a Buenos Aires es larguísimo, podían haber tres o cuatro controles militares en el medio. Toda la gente en la que podía pensar para preguntarle si sabía algo estaba desaparecida. Sólo un miembro de la organización estaba vivo. Y me dijeron que había muerto en un accidente de tránsito en Europa. Años después, averiguando otras cosas, me entero de que este hombre estaba vivo. Al principio fue muy difícil obtener datos con este hombre, porque había quedado muy golpeado por la represión. Desaparecieron a toda su familia. Él recuerda que en esa caída Norma zafó y fue ella que al tiempo le contó que se habían llevado a toda su familia. Pasaron como tres años para que se acordara. Un día recibí un mail en el que me contaba que en otra caída había zafado una mujer embarazada y que él la había dejado en una casa en la zona de Morón. Ahí arranqué para Buenos Aires. Era 2005, los equipos de búsqueda del kirchnerismo estaban activos. Salimos a buscar por ese barrio, con las descripciones que teníamos. En un momento uno de los vecinos me preguntó qué tenía que ver yo con la búsqueda, le dije que la mujer embarazada que buscábamos era mi compañera. “Usted está buscando a un hijo, entonces”, me dijo. Y sí, estaba buscando a un hijo.
Empezaron en 2012 a investigar con pistas más firmes.
Me enteré de eso cuando se supo todo, hace unos 20 días. Alrededor de 2012 llegó el dato a Abuelas de que había una mujer que vivía en el exterior con datos que no eran los de ella y con una partida de nacimiento adulterada. Desde que apareció la posibilidad real hasta que se confirmó para mí pasaron unas horas, pero las Abuelas pasaron años investigando. Ella tenía más de 20 años cuando le dijeron que era adoptada. Estaba asustada, a medida que ella va explicando te das cuenta de que no era rechazo por su historia sino miedo. Detrás de esto no hay una historia linda, hay una historia de crímenes de lesa humanidad.
¿Qué le contó la familia que la crio?
Le contaron otra historia. No le dijeron nada hasta que murió el hombre que la crio. Cuando él murió le contaron. Su abuela materna le contó que no era hija del matrimonio que la había criado. Ella interpeló a su madre, que al principio lo negó. Le pidió fotos de cuando estaba embarazada, fotos que claramente no existían. A los pocos días la mujer le reconoció que era adoptada, aunque la habían anotado “como hija propia”. Le dijo que se la había dado un médico amigo del padre de ella porque la iban a abandonar, porque era hija ilegítima de una hija menor de edad de un general, cosa que era una deshonra muy grande para la familia. Compró esa historia durante un tiempo, hasta que hizo un clic respecto de la historia reciente. Vio que había una maniobra ilegal, porque no figuró nunca como hija adoptada sino como legítima nacida en un parto domiciliario.
¿Cuándo te enteraste de que existía la chance real de que apareciera?
En Semana de Turismo de este año, mientras estábamos de vacaciones. Íbamos por la ruta entrando a Santiago de Chile y llamó Marcos. Como estaba manejando atendió Ana. Le dijo que lo llamara enseguida, cosa que nunca había hecho antes. Ahí me di cuenta de que algo fuerte pasaba. Cuando lo llamé me dijo que las Abuelas querían que estuviéramos en una conferencia al otro día. Ahí me fue cayendo la ficha. Martín me sacó un pasaje de avión para esa noche. Cuando llegué a Buenos Aires todo era una locura. Pasé de la sospecha a la certeza en medio día.
¿Cómo fue el primer contacto con ella?
Por teléfono. Uno de los abogados de las Abuelas la llamó y la puso en altavoz. Ella estaba molida del viaje, recién había llegado y no se esperaba la respuesta tan pronto, le habían dicho que iba a demorar unos meses. Él le insistió para que habláramos y ella le dijo que no estaba en condiciones. Agarré mi celular, escribí “sin presión” y se lo mostré. Se calmó y en determinado momento le preguntó si todavía estábamos ahí. Le pidió que le pasara con nosotros. Cuando la saludé se largó a llorar, no podía hablar. Le dije que se calmara, que respirara un poco. Le pasé con Marcos. Él la calmó, intercambiaron unas palabras y le dijo que me diera el teléfono a mí. Le dije que se quedara tranquila, que íbamos a tener tiempo para todos los problemas que vinieran. Nos dijo que iba a ver la conferencia de prensa por internet. Ni bien terminó la conferencia le mandó un mensaje al abogado diciendo que le había gustado. Eso ya fue un avance, y nos fuimos todos más contentos todavía.
¿Cómo fue verla en foto?
Antes de la conferencia me mostraron una foto de Norma y otra de ella juntas. Cuando la vi enseguida las encontré parecidas, sobre todo en algunos detalles, como los dientes y una marca en la pera. También me mostraron un video en Youtube en el que habla de su actividad laboral. Tiene gestos que son de la madre. Hay un gesto que hace en el video que es el mismo gesto que hacía la madre. A la gente que conoció a Norma le mostré ese video y cuando llegaron al momento que hace ese gesto lloraron todos, porque hay una gran semejanza. En Marcos también veo cosas. Marcos tiene la mirada y los gestos de la madre.
¿Fue como encontrar un poco a Norma?
Seguro. Yo sé que a Norma difícilmente la encontremos, a ella y a los 30.000 que faltan, porque fueron víctimas de una maniobra muy bien planificada y ejecutada de manera que no pueda ser descubierta nunca. Mi hija es una parte de ella, aunque todavía falta ella, y todos los demás.
Con los desaparecidos no se puede hacer el duelo.
Hasta el término “desaparecido” es nefasto. Ahora está impuesto socialmente, pero desde que surge fueron muy pocos los que lo cuestionaron. El término “desaparecido” es tan criminal como el crimen, porque oculta el secuestro, la tortura, el asesinato y el ocultamiento del cadáver. Lo tapa con un concepto que es nebuloso. No es que estás buscando algo que no encontrás y que tenés perspectiva de que aparezca, el desaparecido por el terrorismo de Estado implica que en el mejor de los casos vas a encontrar algunos restos óseos ocultos en algún lugar. Restos de una persona que fue militante social. Acá quisieron borrar hasta la historia, porque junto al desaparecido apareció el “algo habrán hecho”. Esa fue la máxima explicación que dieron los mayores criminales de la historia de nuestros países.
¿Cómo fueron estos 40 años de búsqueda?
La gran mayoría fueron años de espera. De paciencia. No soy muy paciente, pero en esto no tenía opción. Si me ponía loco terminaba loco. Y por el lado de la locura no me iban a ganar. No estaba peleando contra un misterio, estaba peleando contra una política de terrorismo de Estado. Sabía quiénes eran.
Empezaste a buscar a los 30, tenés 70. ¿Qué le dirías al Carlos de 30 años?
Que estuvo bien en no aflojar.
¿Qué te pasa ahora cuando suenan los militares como opción para la seguridad?
Me da vergüenza ajena. Los mismos que convocan este plebiscito se hacen los distraídos cuando se codean con los torturadores que andan sueltos. Muchos se codean con estos políticos que quieren sacar los militares a la calle. Mienten, porque acá no está en juego la seguridad de doña María, que va al almacén y le roban el monedero, la tiran y le parten la cadera. Nunca les importó el destino de los de abajo. Que esta medida es para solucionar la seguridad de doña María es mentira. El riesgo de los delitos no cambia con los tanques. Nunca la solución va a ser sacar a los militares a la calle. Tratan de embarrar la cancha con los de abajo. Plantean agudizar la represión contra el delito, cuestión que no funcionó en ningún lugar del mundo.
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Martín Solsona, el hermano
uruguayo de la nieta recuperada
4 de mayo de 2019
Martín “Marto” Solsona se define como “un hijo posdictadura”. Es el primero de los tres hijos de Carlos que nació en Uruguay y ya en democracia, en 1987. “Eso te define un montón de cosas, es algo que te marca y uno crece muy identificado con esa historia”.
Como coletazo de la dictadura, los problemas de documentación de su papá hicieron que llevara el apellido de su mamá hasta los seis años. Le cambiaron el nombre en el momento justo: cuando entró a la escuela. “Recuerdo que me puse contento; todavía tengo las cédulas de cuando yo era Martín Payotti de León”.
En su infancia hablaba mucho con su papá, que estuvo muy presente. Lo llevaba y lo iba a buscar a todos lados. Solía acompañarlo a su trabajo, donde se ponía a desarmar televisiones y otros objetos electrónicos. “Me acuerdo de mi mamá diciéndome ‘tenés que entender que tu papá sufrió mucho’, nunca me olvidé de eso”.
Martín tiene 32 años y está cerca de recibirse de ingeniero químico, carrera que alguna vez probó su padre. Fue militante de la Asociación de Estudiantes de Química y secretario de organización de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay.
Su hermana es la nieta 129 recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo y desde que se supo la verdad están en contacto permanente. “Como tenemos un montón de tiempo perdido nos hacemos reseñas biográficas mutuas, porque nos estamos conociendo”.
¿Cómo te enteraste de la historia de tu papá?
Crecí con el grueso de la historia de mis padres, ambos exiliados durante la dictadura. Se conocieron en Francia. Supe que mi padre se enteró durante su exilio de que a Norma, la mamá de mi hermano, la habían secuestrado y desaparecido en Argentina. Tendría 12 años cuando me enteré de que Norma estaba embarazada casi a término cuando la secuestraron. En un momento mi padre entra a viajar muy seguido a Buenos Aires, lo cual era raro porque siempre viajaba a Rafaela –su pueblo en Santa Fe– o a Córdoba, donde estaba mi hermano. Un día le pregunté a mi madre por qué iba tanto a Buenos Aires y me contó que estaba tras una pista, porque cuando Norma cayó estaba embarazada y yo podía tener una hermana o un hermano desaparecido apropiado por otra familia. Recibí la información y me la quedé. No lo hablé con casi nadie hasta después de los 20. Recién de grande empecé a asumir la posibilidad de tener otro hermano. Cuando empezaron a aparecer los nietos de las Abuelas de Plaza de Mayo, empecé a pensar que eventualmente un día podía aparecer mi hermano. Pasé por varias etapas, de expectativa pero también de cuidado, porque uno se cuestiona qué chances hay de que eso pase y por qué estar esperando cuando no tenés ningún tipo de certeza de que esa persona haya nacido. Por una cuestión de salud, me quedé con la idea de que no había nacido y que no lo íbamos a encontrar.
¿Cómo fue crecer lejos de Marcos, tu hermano mayor que creció en Córdoba?
Lejos en territorio y en edad, porque nos llevamos 11 años. Cuando él era adolescente yo era un niño de cinco años al que veía una o dos veces al año y que le andaba correteando atrás. Cuando crecí y empecé a poder viajar solo, a eso de los 15, generamos un vínculo más cercano. Podemos pasar tiempo sin hablarnos, pero somos incondicionales, porque somos hermanos.
¿Cómo fue cuando empezó a ser una posibilidad real que apareciera tu hermana?
Desde que apareció la posibilidad hasta que se confirmó pasaron unas horas, que fueron eternas. Cuando llegó la noticia de que había “un dato” pensé en todas las opciones que no significaban que habían encontrado a mi hermana. Podía ser que la habían encontrado pero que no quería saber nada de nosotros, o que tenían el dato de quién era pero ya había muerto. Quería que la noticia fuera que la encontraron, si no era eso me iba a morir de tristeza. En la espera traté de ver cómo reaccionaba mi entorno, de apoyar a mi viejo, al que vi más inquieto que nunca. Después de la conferencia de prensa de Abuelas me enteré de que no nos íbamos a ver porque ella estaba en España. Estábamos de vacaciones en Chile y empezamos a volver en auto. En el medio me escribió mi hermano diciendo que ella le había pedido mi número para comunicarse. Apagué el internet del teléfono para que no me cayera un mensaje a mitad de camino, porque no iba a poder seguir manejando y se me iba a hacer eterna la vuelta.
¿Cómo fue el mensaje que te mandó?
“Hola Martín, soy X”. Me quedé mirando el teléfono. Pensaba en cómo puede ser que uno esté 20 años esperando algo y que cuando pase no sepas qué hacer. Creés que en las cosas más importantes de la vida te va a salir un gesto poético, que vas a tener algo lindo para decir, algo que le guardaste toda la vida para regalarle. Pero no tenés nada, lo único que tenés es miedo a hacer una cagada. Porque mi hermana está en una situación complicada, tiene que asumir un montón de cosas. De un día para el otro le están diciendo que no es quien era y que tiene una familia, que son un grupo de desconocidos que la están buscando hace 40 años. No sabía qué responderle, entonces fui con el mismo mensaje que ella. “Hola X, soy Martín”. Por suerte teníamos cinco horas de diferencia y hasta el otro día no me iba a contestar, si no no iba a poder dormir. Al otro día siguió la comunicación, al principio con miedo y con mucho respeto por los procesos de cada uno. Lo que quería que supiera era que del otro lado lo que había era alguien que lo único que quería era vincularse con ella. Desde ahí no paramos de comunicarnos. Estamos haciendo intercambio de reseñas biográficas para conocernos, así cuando nos juntemos podemos hablar de otra cosa, para no terminar alrededor de una mesa contando quiénes somos, aunque sea algo que inevitablemente vaya a pasar.
¿Cómo te imaginás ese momento?
Dubitativo. Porque te encontrás con una persona que es tu hermana, con la que ya tenés un diálogo y la mejor predisposición, pero a la vez sos un desconocido. ¿Qué hacés? ¿Te das un abrazo? Yo la voy a querer abrazar, no tengo duda. Pero no sé cómo voy a reaccionar, menos sé cómo va a reaccionar ella. Pero la cosa espontáneamente va a andar bien, porque hay ganas de que todo salga bien. Tenemos que atravesar esta primera etapa, que es la más difícil. No te convertís en hermano, en padre o en hijo de un día para el otro, pero se va armando.
Militaste en 2009 por el plebiscito para anular la ley de caducidad.
No sé por qué se perdió ese plebiscito, pero hoy creo que fue un error porque implicó un montón de limitaciones para buscar salidas por otras vías. Hay actores políticos que estuvieron en contra de aclarar esos delitos y que hoy están promoviendo un plebiscito “por la seguridad”. Hablan en nombre de la seguridad, preocupados por el delito, pero a los delincuentes más grandes de la historia de este país, que son responsables de delitos brutales, los tienen protegidos con una ley que nunca cuestionaron. Hay cosas que hasta hoy seguimos arrastrando por eso. Hay un conjunto de actores que hoy vuelven a aparecer en la política haciéndose los nunca vistos y son los responsables de que no haya justicia.
¿Qué te pasa ahora que suenan los militares como “solución para la seguridad”?
Es de un nivel de hipocresía brutal de parte de quienes lo promueven. Creer que reforzar la represión va a generar algo que no sea violencia es negacionista. Que la opción sean los militares es un guiño entre compadres. Es indudable que al delito hay que atacarlo, porque es peligroso, pero al delito se lo ataca con inteligencia. Para no generar daño hay que hacer las cosas con inteligencia, no con brutalidad. Y si queremos inteligencia no la vamos a encontrar con los militares. Los militares pueden ser buenos reprimiendo, pero no asumiendo el problema de la seguridad. No por nada cuando apareció esta propuesta más de uno salió a decir que no están preparados para esta tarea. Le puedo tener mucho odio a la institución militar por su historia, pero también tengo claro que hay militares que tienen mi edad y que no tienen nada que ver con esto. Pero esa gente no está preparada para asumir la seguridad en las calles. ¿Qué están buscando cuando quieren que gente que está preparada para otra cosa asuma la represión del delito?
¿Qué le dirías a la gente que dice que la dictadura ya fue y que es una etapa cerrada?
Le diría que hay cosas que son muy graves para dejarlas pasar. En Uruguay pasaron barbaridades, hace 40 años, que están vinculadas intrínsecamente a nuestra realidad actual, y las revelaciones sobre las altas jerarquías del Ejército en estos días lo han dejado claro. Quedó clarísimo cuál es el pensamiento de gran parte de la institución militar respecto de lo que pasó. La dictadura tiene que ver con un modelo económico y social del que todavía seguimos pagando los platos rotos. Hay que asumir que esto no es un problema sólo de quienes estuvieron involucrados: la dictadura no se aplicó para algunos, se aplicó para todos. Hay ideólogos y cómplices de los ideólogos que siguen teniendo mucho poder hoy en día. Uruguay tiene que saber quiénes son y quiénes los representan ahora.