Norita Cortiñas:
“Si hacemos partidismo político
volvemos a ser esclavos”
La militante Norita Cortiñas, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, estuvo en Uruguay invitada por Serpaj. Expuso sobre derechos humanos en la región y militancia social en épocas de neoliberalismo.
22 DICIEMBRE, 2019
Por Sofía Pinto Román
Nora Cortiñas es una señora bajita que camina apoyada en su bastón violeta. Camina, camina y camina. De eso sabe. Hace 43 años sale a la calle a caminar con Madres de Plaza de Mayo en busca de respuestas sobre sus hijos e hijas detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar (y eclesiástica, reafirma ella) argentina.
Entra al salón con la foto de su hijo colgada al cuello. De lejos no se ve, pero encima del rostro sonriente dice Carlos Gustavo Cortiñas. Tiene el pelo tapado con su pañuelo blanco bordado también con el nombre de su hijo.
Se sienta entre el público a esperar la señal de que debe subir a la tarima y un montón de gente la rodea. Norita no deja de sonreír. Saluda a cada persona con un beso. Conversa. Pregunta si puede dar entrevistas ahora o tiene que ser después. Vivaz, llena de esperanza, incansable. Así la describen. Norita, a los 89 años, no tiene intenciones de parar.
Escuchó las intervenciones de la periodista Soledad Platero y del historiador Aldo Marchesi y después tomó la palabra: “Yo hoy les puedo decir que los argentinos estamos con otro espíritu”.
Sobre la situación de Argentina durante los últimos cinco años de gobierno macrista, aseguró que fue la resistencia, el amor al pueblo y “el amor entre el pueblo” lo que les permitió seguir “un día más y un día más” para “ahora sí celebrar la vida de otra manera”.
La lucha de las Madres (como se refiere a Madres de Plaza de Mayo), el siguiente tema del que habló, ha sido durante más de cuarenta años “con el amor puesto en la lucha”. Remarcó que es increíble que todavía tengan las respuestas guardadas, que los jueces no abran los expedientes de las adopciones falsas, que no se conozca la verdad.
Sin embargo, aseguró que en Argentina tuvieron logros. Es el único país de Latinoamérica, dijo con sorpresa, en el que hay juicios de lesa humanidad y hay procesados. Eso es: “Lo que reconforta la esperanza de que algún día vamos a poder saber qué pasó con todos y todas”. Los juicios no fueron “gestión de bondad de nadie”, se lograron saliendo a la calle.
Norita resaltó, con voz firme pero suave, como habla ella, que el terrorismo de Estado fue tan grave que le resulta hasta inexplicable: “Fue todo planificado para el horror”. Destacó el carácter latinoamericano de la época dictatorial, que en cada lugar tuvo “diferentes metodologías”. Las Madres argentinas vinieron en varias oportunidades a Uruguay a buscar a sus desaparecidos, pero también a caminar con Madres y Familiares acá.
“En el conjunto de la sociedad argentina decimos que no perdonamos, no olvidamos y no nos reconciliamos”, afirmó. Madres no juzga las decisiones individuales o familiares, se expresa a nivel político, social. No se reconcilia con torturadores, con genocidas, como los llaman.
Los desaparecidos, recordó, son de los pueblos. En estos 43 años en la calle fueron acompañadas “de una gran parte del pueblo”, que quizás no tenía un familiar desaparecido, pero “sentía que era también de ellos, que era de todos”.
En un momento, ella cortó el hilo de lo que venía contando para compartir lo que le parece fundamental, qué significa tener un desaparecido: “Es como si te amputaran una parte de tu cuerpo que sangra, que es el gran dolor que no para aunque pasan los años, que se mitiga con la lucha, con el acompañamiento, el sentir que no estás sola y que estás luchando para que eso no vuelva a pasar, que no se haga una práctica para siempre”.
Buscar a los hijos y las hijas desaparecidas fue algo “visceral” que se dio de forma espontánea porque no podían hacer otra cosa, no podían quedarse esperando. Salieron y no pararon ni un día. La herida “solo se va transformando con el reclamo, con la exigencia y con eso que dije antes del no olvido y el no perdón”. Parte de sanar es “ir a contar”, reunirse y compartir lo que se está viviendo, “realimentarnos del deseo de que esa memoria se plasme realmente y no vuelvan a ocurrir estas cosas”.
Norita recordó el asesinato de Santiago Maldonado como un hecho que demuestra que el Estado tiene acciones criminales cada tanto, aunque no haya dictadura. “Dijeron que [Santiago] había estado 80 días en la orilla de un río, no es verdad. A Santiago lo desaparecieron, lo mataron, lo mantuvieron en un lugar especial”, denunció. Pero luego comentó con esperanza: “Ya vamos a saber la verdad. En esta etapa que se inicia vamos a saber la verdad”.
La impunidad no dura para siempre, aunque “los milicos se creyeron en Argentina que no iban a ser juzgados jamás”. Madres quiere que los torturadores vayan a la cárcel, no que sean torturados.
Volvió a hablar del gobierno de Mauricio Macri, al que llamó “fascista”. Hizo recuento de los recortes presupuestarios que se implementaron y derivaron en que los juicios no pudiesen seguir adelante por falta de recursos. Norita aseguró que Macri fue “indiferente a los derechos humanos”.
Su esperanza (porque lo que le sobra es esperanza) son los hombres y mujeres que una y otra vez van a testificar lo que vivieron en la época de la dictadura. Los que lograron escapar y tener “una vida normal” y se vuelven “a desangrar” en cada tribunal recordando partes de su historia porque no se olvidan “de los compañeros que quedaron soterrados en ese infierno de los campos de concentración”.
También la ilusionan las abogadas y abogados que con ética “llevan toda la verdad al papel”, los y las fiscales que “quieren hacer justicia”, que manejan los casos con respeto. Los jueces y juezas “que quieren dejar en su carrera toda la justicia”. Para ella todo eso “es un logro importante”.
Frente a la realidad de que en muchos países de la región los responsables de crímenes de lesa humanidad siguen libres, Norita dijo convencida que hay que seguir insistiendo. Habrá gobiernos malos y buenos, interesados o desinteresados en los derechos humanos, pero tenemos que “caminar juntos”.
La dictadura, para ella, fue cívico-militar eclesiástica. La Iglesia Católica fue cómplice “con el silencio”. De los curas y los obispos “no se escuchó ni una voz”. Los que hablaron fueron silenciados. Ahora, entonces, ninguna religión “tiene que meterse en cosas que son de los seres humanos que no estamos todo el día rezando y culpándonos por todo”.
Contó entre risas que quiso hacer la apostasía, pero como sus “curitas” amigos le dijeron que sí en lugar de frenarla, se le fueron las ganas.
Tras ese quiebre humorístico cambió el tema de la exposición. Le preocupa especialmente la deuda externa y la injerencia del Fondo Monetario Internacional (FMI). Milita de forma activa por muchas causas porque “a todo hay que ir”, porque no le gusta ese discurso de que ella ya lo hizo y ahora le toca a otros: “Yo no me puedo acostumbrar a volver a casa de noche y ver una familia que duerme en la calle. Tengo que ir a casa y sentir un gran dolor. Tengo que salir a la calle a protestar para cambiar el mundo”.
Sobre el futuro, dijo: “Tenemos fe, tenemos confianza. Tenemos esperanza, pero no paciencia. El gobierno nos va a tener que escuchar. Al menos las Madres vamos a tener nuestra política reflexiva crítica. Si aplaudimos otra vez, si un día aceptamos una cosa, otro día otra, si hacemos partidismo político volvemos a ser esclavos”.
Antes de bajar de la tarima prometió que van a seguir luchando: “Que no nos vencerán, que vamos a seguir hablando con todos los pueblos, juntarnos para hacer un mundo ideal, real, donde no haya hambre, donde no haya persecuciones políticas, donde todos los niños puedan jugar y estudiar y hacerse grandes con los placeres de la vida”.
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La veo con el pañuelo de Madres en la cabeza y el del aborto legal en la muñeca. ¿Qué destacaría de este momento de fuerte diálogo intergeneracional?
En este tiempo hubo una explosión de entusiasmo con las mujeres. Más bien una eclosión. Muchos años fuimos invisibles, hasta que dijimos “basta”. Las madres también fuimos invisibles a los ojos del mundo, en Argentina especialmente. Ahora la mujer toma un rol muy importante. Dice “bueno, acá estamos”. Si con la batuta de los hombres no avanzamos como tenemos que avanzar, quiere decir que juntos vamos a lograr ese otro mundo que es posible. Así lo vamos a hacer y vamos a demostrar que tenemos toda la intención de cambiar el mundo, que sea un mundo humano donde quepamos todos. Lo que tiene que haber es libertad para ejercer cada una el espacio que desea.
En Uruguay asumirá el gobierno un partido de derecha. Argentina acaba de terminar un período de gobierno del mismo tenor. ¿Qué le diría al pueblo uruguayo en este contexto?
Que tienen que salir a la calle a hacer la protesta, es lo único válido. Quedándose adentro de su casa no se logra nada. Tienen una oportunidad, tienen una juventud muy hermosa. El pueblo uruguayo tuvo etapas muy importantes de luchas sociales cuando sucedieron cosas que afectaban los servicios [durante el período de Luis Alberto Lacalle, que quiso privatizar las empresas públicas]; yo lo seguí de cerca. Tuvieron la actitud de salir a la calle durante la dictadura cívico-militar y eclesiástica, porque la Iglesia tuvo que ver. Solamente el hecho del callar ya muestra su participación.
¿Cómo evalúa la relación de la Iglesia católica con el Estado en Argentina?
Se tienen que separar. Es una gran cosa que acá lo estén. Lo que pasa que está separado [el Estado] de la Iglesia Católica, pero no de la evangelista
¿Vienen por caminos paralelos?
Sí, sí. Hay que moderar la incidencia de las iglesias evangélicas, no permitir que la religión quiera domesticarnos ni modelar a los pueblos. Tienen que estar en sus parroquias con lo suyo. En lo suyo sí es ayudar, pero no hacer lavado de cabeza a los pueblos para que sean sumisos. Le corresponde a los pueblos despertar, un despertar de decir “hasta acá llegamos y no más, no pasarán”.
Allá directamente los políticos asumen poniendo una mano sobre la Biblia
Sí. No hay que permitir que la iglesia esté metida en la civilidad de los pueblos.