En los momentos de epidemia, una visión

 LA EPIDEMIA TOCÓ LA PUERTA

El largo camino a casa

Por Alberto Grille.

3 ABRIL, 2020 

La pandemia provocada por el coronavirus es una de las tantas epidemias que han azotado a la humanidad, no obstante, parece que es la peor que ha ocurrido a lo largo de nuestras vidas. El virus Covid-19 ha perforado todas las defensas y ha conmovido los cimientos culturales, sociales, económicos y sanitarios de todos los grandes países del mundo.

¿Dónde estamos y a dónde vamos?

Las consecuencias, con ser devastadoras, no son aún previsibles en su magnitud y su profundidad. Como siempre que nos enfrentamos a lo desconocido, es mejor bajar la pelota y mirar a lo lejos para no dejarse encandilar.

Esto que está ocurriendo en el mundo y en nuestro país es una situación que parece superarnos y deberíamos  enfrentarla con energía, inteligencia, prudencia, transparencia y solidaridad.

Para escribir estas líneas hay que afinar el análisis y poner todas las piezas en el casillero, pero resultaría  presuntuoso pretender esbozar ideas muy originales.

Quizás no estemos solo ante una epidemia que puede costar centenares de miles de vidas, conmover toda la geopolítica y azotar a las principales economías del mundo; quizás estemos, como dicen algunos sabios y otros muchos que presumen de serlo, ante un nuevo modelo civilizatorio, para mejor o para peor. Por eso, hay que pensar el hoy, pero también hay que pensar para más adelante, sabiendo que el mundo de hoy lleva en la panza el del mañana. Pensar en lo que vendrá es recurrir a la historia, a la experiencia, a las teorías, a la ciencia y a la ideología, por lo tanto, menospreciar la política es pura demagogia.

Sabemos desde ya que según las predicciones más serias, «la crisis sanitaria creada por la pandemia de Covid -19 provocará una crisis económica muy parecida a una economía de guerra».

América Latina pasará de crecer 1,8%, como se previó antes, a caer entre 1% y 3% de su Producto Interno Bruto, o sea de su actividad económica, y aumentarán enormemente la desigualdad, la pobreza y la pobreza extrema.

Lo dijo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), por boca de su secretaria ejecutiva, Alicia Bárcena, aunque cualquiera puede pensar que se quedó corta.

Como el Uruguay no hay

Desde el 1º de marzo han ocurrido cosas muy  importantes en Uruguay y en todo el mundo.

Cesaron las autoridades del gobierno anterior y asumieron las del nuevo gobierno, una coalición de partidos que conducen el Partido Nacional y su líder, Luis Alberto Lacalle Pou.

Este gobierno tiene, vale la pena repetirlo porque a veces se olvida, una impronta oligárquica, impuesta sobre todo por el Partido Nacional, herrero-lacallista. Las primeras medidas, en los diez días que siguieron al 1º de marzo, provinieron de un equipo económico de sesgo muy neoliberal que conduce Isaac Alfie y de un grupo de amigos del presidente que delinearon un proyecto de ley de urgencia para ejecutarlo como programa de gobierno y despacharlo en los primeros tres meses de la nueva administración. Este núcleo recontraneoliberal creyó que, sobre el pucho, tenían permiso para matar.

Hasta ahí, un desastre: aumento de las tarifas públicas, disparada del dólar, declaraciones del ministro de Ganadería y de la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, empujando el aumento del dólar y silencio del Banco Central dejando que suba la marea. Los ganaderos, felices, y la gente viendo como el salario se esfumaba devorado por la inflación. El País titulaba en esos días que el poder de compra de los ganaderos había crecido 30% en el año.

Las primeras medidas de ese gobierno, que fueron permitir una fuerte devaluación que hizo que el dólar pasara de $ 39,50 a $ 44,50, una suba de tarifas en promedio de 10% y el anuncio de que “la semana próxima se enviaría la ley de urgencia”, mostraban las cartas sin necesidad de orejearlas.

Fueron solamente diez días en los que el Ministerio de Salud Pública anunciara, por su director general, Dr. Asqueta, que el país estaba preparado para recibir la epidemia de coronavirus. El general Manini, ocupado en blindar a su ministro, ha pretendido culpar al gobierno anterior de las supuestas imprevisiones sanitarias, pero el 1º de marzo el nuevo gobierno convocó a una concentración para festejar la investidura Presidencial sin advertir lo que se venía. Es verdad que, como sucedió después, no se esperaba mucha gente. Desde esos primeros días de juerga, en que Jorge Larrañaga exhibió sus protocolos represivos para que no tuviéramos más miedo y nos dijo -no sé si recuerdan- que pidiendo documentos en la calle había agarrado muchos delincuentes, parece haber pasado una eternidad. Pensemos que hace recién un mes la fiesta se hizo con todos los besos que se puedan imaginar, los que se repitieron, mejilla a mejilla, hasta que en otra fiesta, “la del arroz”, Sanguinetti llamó a Lacalle para avisarle que parara con los besos porque ya teníamos el coronavirus entre nosotros.

Y entonces llegó el doctor con su inmenso cuatrimotor

Y miren lo que pasó. Una señora recién llegada de Milán tuvo la idea de ir a un casamiento donde estaba “lo mejor” de Carrasco. Y la señora u otros asistentes llegados del exterior expandieron el virus de manera que llegara hasta los pulmones de 40 personas, incluyendo a alguno de los guardias de seguridad, que fue a parar con su diagnóstico a un balneario de Rocha, donde dicen que le intentaron prender fuego el rancho como hacían en otras épocas con los leprosos. De esa fiesta en adelante, el drama convive con nosotros, que seguimos mirando plácidamente el espectáculo como si fuera ciencia ficción.

El maldito virus llegó en avión, de Milán a Carrasco, y se instaló en una fiesta con bufete de lujo y, no podía ser de otra manera, con buena parte de la fauna del British, que también resultó infectada.

¡Que pésima impresión se habrá llevado el virus de nosotros!

En un mes el coronavirus se instaló en Uruguay.

Aún no sabemos a cuántos uruguayos infectó porque por ahora se hacen solamente 200 análisis de muestras por día según un protocolo muy discutido que probablemente deja a muchas personas infectadas fuera de la estadística oficial.

Pero en veinte días, desde el primer caso, ya hay 350, 11 casos positivos cada 100.000 habitantes, una cantidad grande, expresiva, muy preocupante, pero que aún no parece haber angustiado al gobierno ni a la oposición, ni desesperado a la población que aún pasea, va al súper, recorre la feria y sueña con que las cosas se están haciendo bien y Uruguay va a ser el único país del mundo en el que el virus se va a detener por compasión.

Desgraciadamente, tengo que decirlo porque lo creo y porque dispongo del lugar apropiado para decirlo. Yo he leído que en la experiencia universal de la lucha contra el virus, hay dos maneras de ganar o de perder menos. Haciendo muchísimos tests o con el más estricto distanciamiento social. Aquí no se está haciendo ni lo uno ni la otra. Se va por el camino del medio. Y sin temor a equivocarme, por lo que se sabe, el camino del medio va al fracaso. No temo a equivocarme, por lo que pido más responsabilidad y más medidas y no menos. Los que deberían temer a equivocarse son los que imprudentemente escatiman medidas invocando razones económicas que ya han sido discutidas en todo el mundo y han demostrado que solo sirven para retrasar las únicas conductas útiles.

¿Qué hacemos hoy?

La cuestión no es si el gobierno decreta o no la cuarentena estricta rígida voluntaria u obligatoria. Ese tema me parece que está laudado. Cuando los casos empiecen a manifestarse con el número que sensibilice a la gente, y me temo que falta poco, los uruguayos nos meteremos en la casa, lo decrete o no el presidente de la República, que por más que me haya propuesto no criticarlo, tengo que decir que en esto, creo que está muy equivocado. Mejor es que lo decrete para que las cosas sean más organizadas. La pregunta real es si estamos en condiciones de afrontar las necesidades económicas básicas de la gente que debe quedarse en sus casas, y si el gobierno puede afrontar la demanda social con los recursos del Estado o con la asistencia que logre obtener de los organismos internacionales o si tiene el liderazgo como para requerir la solidaridad de los que aún pueden ayudar a los que menos tienen. No estamos discutiendo la preocupación de la ministra Azucena Arbeleche para que los motores de la economía continúen encendidos. Por el contrario, apoyamos con las dos manos ese propósito, incluyendo la obsesión por mantener la actividad en el campo, que parece contar con bastante buena salud, al menos por las informaciones de los remates rurales en los que se está vendiendo casi toda la hacienda que sale a la venta con precios más que aceptables. Tratemos de que los motores continúen prendidos para que cuando puedan arrancar, lo hagan rápido.

¡Que podemos, podemos!

Para eso, para convocar a los uruguayos a mantener la distancia social y cumplir todos los requerimientos sanitarios individuales, distancia, codos, besos, tapabocas, guantes y lavado de manos, Uruguay nos tiene como un solo hombre. Para solicitar a los uruguayos su aporte solidario a los merenderos y para ayudar desde la revista, nuestra comunidad y nosotros mismos, también nos encontrará con los puños muy, muy apretados.

Para sugerir ideas como las que aportó el Frente Amplio al presidente, estamos prontos. Para apoyar las medidas solidarias y de notoria sensibilidad social del gobierno, estamos de pie. También lo estamos para saludar los aportes de productores rurales y de asociaciones de productores de arroz, carne, leche, madera y soja, insumos fundamentales para la economía del país. También estamos de acuerdo en crear el fondo coronavirus porque hay que asumir que estamos muy mal, que hay gente que tiene su economía muy comprometida y que probablemente esté aún peor, que los sistemas de salud no están aún prontos para lo que puede venir y hay que prepararlos, porque hay que preparar a los médicos, enfermeras, estudiantes y personal de la salud para manejarse con esta enfermedad porque los afectados por las consecuencias económicas y sociales de lo que está pasando serán los indigentes, los pobres, los informales, los jóvenes, las mujeres , sobre todo las que son pobres en hogares monoparentales y con varios hijos, pero también buena parte de la clase media, pequeños y medianos empresarios, arrendadores de sus pequeños negocios, unipersonales, parejas jóvenes que alquilan, peluqueros, compradores por planes de vivienda, cuentapropistas o personas ligadas a cuotas en dólares de vehículos y electrodomésticos.

Unidad , solidaridad y Estado.

No voy a sugerir medidas concretas porque cada cosa que proponga tendrá objeciones y dificultades y porque hay gente mucho más capacitada para proponerlas. Queremos sugerir algunas cosas para que la solidaridad no llegue renga. No estamos criticando ni haciendo política mezquina. Como recordara Mujica, Uruguay tiene una larga tradición en solidaridad y en derechos. Uruguay fue pionero en la ley de 8  horas, la pensión a la vejez, los seguros de enfermedad, las asignaciones familiares, las jubilaciones, la educación pública gratuita y obligatoria, la salud universal del Fonasa, la pensión por invalidez, el Fondo Nacional de Recursos y el mutualismo.

Hasta las injustas y excesivas exenciones impositivas a las iglesias y a la enseñanza privada son el resultado de un país que muchas veces pensó en clave de “nosotros”, sin egoísmo, con altruismo y generosidad. Y esto lo hicieron también buenos blancos y los colorados.

Hace muchos años escuché la historia de que Francisco Pintos, un historiador que fue el único uruguayo que conoció a Stalin -quien fue sorprendido porque Stalin se dirigió a él entre muchos extranjeros, diciéndole que conocía a Uruguay, pero no por el Mariscal Nasazzi, ni por las medallas olímpicas de Ámsterdam y Colombes, ni por Leandro Andrade, la Perla negra, que no dejó títere con cabeza entre las bailarinas del Moulin Rouge, ni por el hundimiento del Graf Spee ni por el tesoro que buscaron en el Cementerio Central las hermanas Masilotti. Conocía Uruguay por Pepe Batlle y la llamada “ley silla”, que obligaba a los patrones a proporcionar una silla a cada trabajador para que no permaneciera de pie las 8 horas de trabajo y pudiera descansar en su tiempo libre.

Este es el Uruguay que yo quiero, el de los trabajadores unidos en que no se nos pretenda dividir entre privados y estatales, el que confía en el Estado, el que se enorgullece y no denigra a Ancap, al BROU, al Banco Hipotecario, a Antel, a la OSE, a la UTE, a AFAP República y a la Agencia Nacional de Vivienda. El Uruguay vareliano, con túnica y moña, el de la maestra con polvo de tiza entre las uñas, el que confía en la Dinagua, en el INAC, en el INIA, en la Udelar y en la UTEC

Pero los derechos conquistados, los beneficios sociales obtenidos, las empresas estatales construidas, no lo fueron sin oposición. Los aportes necesarios casi nunca fueron voluntarios ni generosamente cedidos por quienes detentaban privilegios y tampoco lo serán ahora. El Estado deberá requerir el esfuerzo de todos, pero sobre todo de los más privilegiados porque del aporte de ellos dependerá que la crisis sea menos dolorosa y la recuperación más rápida. Con el apoyo de todos podrá hacerlo equilibradamente, sin provocar resistencias mayores ni daños involuntarios, pero  demandando más del que tiene más para apoyar al que tiene menos.

El SMU y el compromiso con la respuesta a la pandemia de SARS-Cov2

Los médicos hemos desplegado un innumerable conjunto de iniciativas que van desde lo más puntual y pequeño en cada lugar de trabajo o entorno personal (estudiamos, preguntamos, damos explicaciones, promovemos acciones, creamos materiales, intentamos generar cambios, entre otros) hasta el nivel organizativo en instituciones, núcleos de base, sociedades científicas u ONG. En un entorno desbordado de directivas contradictorias y en el marco del cambio de gobierno, necesitamos que las instituciones respondan uniformemente liderando este proceso, lo necesita todo el equipo de salud y toda la población. Quienes trabajamos en el nivel asistencial tenemos el deber de estar a disposición en esta emergencia sanitaria para realizar el trabajo que se requiera, poner nuestra energía, incluso realizar tareas muy diversas para las cuales no nos hemos especializado y distintas a las que hacemos habitualmente. Estamos dispuestos a hacerlo, solo necesitamos directivas claras, liderazgo y las condiciones locativas con los equipos de protección personal adecuados para evitar enfermarnos y transmitir el virus a otras personas en los hospitales y en la comunidad. Quienes han aceptado el desafío de gobernar el país y el de gestionar cada institución de salud tienen el deber de liderar, organizar el sistema de manera que sea más eficiente, que respete los derechos de las personas, sobre todo el derecho a la atención de calidad, manteniendo la respuesta a los problemas de salud en todos los niveles de atención. No podemos tolerar que haya daño en personas por incapacidad de atención adecuada en el sistema de salud. El trabajo del SMU, liderado por el presidente Gustavo Grecco, no hace más que demostrar una vez más nuestro compromiso con la salud de la población, disposición al trabajo incansable y la suma de esfuerzos en el sistema de salud para disminuir el impacto de esta pandemia y la crisis sanitaria y social. *** Dra. Zaida Arteta, secretaria médica del SMU, profesora agregada de la Cátedra de Infectología-Facultad de Medicina.

¿Porque no contribuyen los privados con ingresos elevados?

Según datos de la Dirección General Impositiva relacionados con la liquidación del IRPF, hay 14.280 personas en Uruguay que ganan más de $ 2.500.000 al año y 2.794 que ganan más de $ 5.000.000. La inmensa mayoría de los primeros -casi todos- son privados y todos los segundos, con la excepción de cuatro o cinco casos. Si a los primeros se le gravara con un 5% adicional por tres meses y a los segundos con un 10% adicional por el mismo lapso, se obtendrían aproximadamente 20.000.000 de dólares. No se ha explicado aún porque no se ha incluido a estos y sí a los altos ingresos estatales.

 

 

 

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