Murió “Pino” Solanas, cineasta y político

 Desaparición del cineasta y político

argentino Fernando « Pino » Solanas

 

El cineasta, político y actual embajador argentino ante la Unesco, Fernando Solanas falleció en París a los 84 años como consecuencia del Covid

Es una gran figura comprometida en la vida cultural y política argentina que ha desaparecido. A fines de la década de 1960, fue uno de los fundadores y teóricos del grupo argentino Cine Liberación, que forma parte de un movimiento de la escala del continente latinoamericano, que pide un « Tercer cine », que no sea una extensión del Cine europeo o de Hollywood. En 1968 codirigió en secreto con Octavio Getino el documental La hora de los Hornos, un manifiesto del compromiso estético y político del movimiento, prohibido hasta el final de la dictadura argentina.

Exiliado en París durante la dictadura militar (1976-1983), dirigirá durante y después de este período varias películas premiadas como « El exilio de Gardel » (1985) precisamente sobre el exilio, « Sur » en 1988 y « Le Voyage » en 1992. En la década de 2000, Pino Solanas produjo una serie de notables documentales sobre la crisis económica argentina, los fracasos y las posibilidades de su país : « Memoria del saqueo », « La dignidad de los nadies », « Argentina latente », « La próxima estación ».

Político, fue diputado del partido de centroizquierda Frepaso (Frente para un país solidario) entre 1993 y 1997, luego asumió la cabeza del movimiento Proyecto Sur y fue elegido senador en 2013. En junio de 2019 se había afiliado Frente de Todos para apoyar la candidatura de Alberto Fernández y Cristina Fernández Kirchner. Actualmente era Embajador de Argentina ante la Unesco, y recientemente se había reunido con el Papa Francisco, sobre la lucha contra el cambio climático y los derechos de la Madre Tierra.

El Correo envía sus condolencias a su familia.

El Correo París, 7 de noviembre de 2020

El cineasta y ex senador falleció en París

Pino Solanas: El nombre de la militancia,

el talento y el testimonio

Fernando “Pino” Solanas tenía 84 años y se había contagiado de coronavirus. El creador de La hora de los hornos y El exilio de Gardel fue un artista y dirigente comprometido, y dejó una obra que revolucionó la manera de hacer cine político en Argentina.

08 de noviembre de 2020

Por Mario Wainfeld

Pino Solanas era actualmente embajador argentino ante la Unesco. 

Fernando Solanas falleció en París, la ciudad de su exilio y el de Gardel que inventó en una de sus películas. Tenía 84 años, su biografía contuvo multitudes. Para sintetizar su legado se hace imprescindible imitarlo: recuperar viejas palabras nobles y por eso pasadas de moda para ciertas ideologías. Se fue un militante, un luchador, un creador del carajo. Un compañero, un artista comprometido que transitó muchos registros alcanzando marcas brillantes, un dirigente político que hizo vibrar al Congreso con sus catilinarias, dividiendo aguas, sin acertar siempre ni resignar coherencia.

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La hora de los hornos, que dirigió junto a Octavio Getino funciona como símbolo. Filmarla fue una proeza, ir a verla un acto de iniciación política. Se presenciaba en exhibiciones semiclandestinas, se vibraba colectivamente. El medio era el mensaje: militantes la película y el público, amucharse era la consigna. Por una vez pero para toda esta nota se recomienda leer el brillante texto de Luciano Monteagudo, publicado en la edición web de este diario.

En Los hijos de Fierro transita del documental a la alegoría, apelando a recursos de vanguardia. Para predicar en la pantalla no alcanza con tener razón, hay que condimentarla con calidad.

El exilio de Gardel, tan creativa como las mencionadas y tan distinta, logró tender un puente entre el exilio exterior y el interno, entre otros logros.

Solanas recontó añoranzas de la tradición nac & pop y la enriqueció con iluminaciones propias. Hace ya décadas entreveró en una historia al último Roberto Goyeneche y a Fito Páez, anticipando mixturas de la música popular.

Memorias del saqueo, opina este cronista (espectador asiduo y raso), completa su póker de ases, despuntando una saga de documentales urgentes. Lo mueven la denuncia, el escándalo que tanto mentaba.

El director se hace protagonista con llamativo autocontrol. Como su indignación es genuina grita poco con la cámara en mano. Da la palabra a “los nadies”, los obreros del ferrocarril, los habitantes de ciudades otrora prósperas y laboriosas transformadas en fantasmas por la entrega de YPF. Pino entra a sus casas, comparte un mate, agradece que le den helado. Más que reportearlos los induce a conversar, filo monologando, a recordar los tiempos felices. Escucha, como un compañero. No sonsaca agitado como un fiscal o un periodista mainstream.  

La utopía de Solanas, casi siempre o siempre, mora en el pasado, con el Estado benefactor, en el país igualitario que construyó el primer peronismo.

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Existen tópicos cuyo uso puede derrapar al panfleto o (lo que es peor) a la redundancia. Pino gambeteaba el riesgo. Una escena de Memoria muestra una bandera argentina gigantesca, descomunal, de sueño o de fantasía, enarbolada por miles de personas en diciembre de 2001. La bandera, lo sabemos, da para un barrido o un fregado. En manos de gente común, acariciada por la cámara de Solanas, la banderaza escapa a la obviedad porque la blande el pueblo altivo, que se la banca, resiste y no se deja arrear. El lugar común cede paso a las ganas de salir del cine para romper todo o, mejor todavía, para militar.

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El final de Memoria contiene un tramo profético, mujeres de pueblo batiendo redoblantes. Dura lo suyo, Pino no escatimaba colores, tiempo, sonidos. Humo abundaba también. Plebeyas, osadas, aguerridas, toreando “al enemigo” y a la estética convencional, las percusionistas son un tableau vivant de la gesta callejera y de la bravura política de la mujer argentina. Un anticipo de la gesta feminista más reciente, la que pintó de verde calles y plazas.

Ya que estamos, vámonos al Congreso. Al gran discurso durante el debate sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Cálido y coloquial, Pino rescató un recuerdo conmovedor de la adolescencia: “A los 16 me enamoré profundamente. Ella quedó embarazada. Al tiempo desapareció. Perseguida por el miedo a la represión social terminó haciéndose un aborto clandestino. Casi muere de una infección. Lo viví, viví el pánico de esa chica. Yo no quiero una juventud con pánico”. En otro tramo imborrable reivindicó el derecho humano de la mujer al goce, exaltado por las feministas y, de ordinario, esquivo o hasta exótico al discurso político y al tonto pundonor machista.

Hablemos del dirigente político, pues.

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“Peronistas somos todos”, bromeaba Juan Domingo Perón. Solanas supo serlo también, lo que conlleva un rosario de enfrentamientos con otros peronistas. Hacer política en serio implica aborrecer. El vocabulario de Pino machacaba en “traiciones”, “despojos”, “entregas”, “desguaces” y condenaba a sus autores. Se ensañaba con los conversos, otra tradición imbatible.

Enfrentó por medios pacíficos a las dictaduras, a la derecha peronista. El menemismo lo sacó de quicio. Pasó a oponérsele casi desde el inicio, denunció corrupción, fue baleado y herido. Nunca se investigó en serio, es sencillo sospechar culpables.

Buen orador, empecinado y tenaz formó sus propios partidos, llegó al Congreso con su fuerza o en coaliciones que incluyen una efímera con la diputada Elisa Carrió.

Enfrentó al kirchnerismo tras algunos acercamientos iniciales. La puja cesó en los últimos años, pródigos en reconciliaciones entre peronistas. Olvidos, necesidad de unirse ante un adversario poderoso.

Los motivos de su encono anti K, opinables desde ya, guardan congruencia con el ideario de Solanas. La política ferroviaria, la defensa del medio ambiente, el antagonismo con el modelo extractivista. Derechos y valores que linkeaban de volea con el peronismo original, con el glorioso artículo 40 de la Constitución de 1949. De nuevo, el faro para el futuro enraizaba en el ayer, en un gran país que supimos conseguir.

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Para la síntesis en borrador baste señalar que no se equivocó contra el neoliberalismo o las dictaduras. Que el promedio le da coherencia, con picos elevadísimos.

Rayó más alto como cineasta que como referente político pero su trayectoria es única y congruente. Lo animaba un ethos opositor, acunado acaso en sus orígenes de izquierda peronista. Hay quien cree que el kirchnerismo supo reperfilar ese pasado. No fue su caso… al despedirlo sería berreta hacer centro en esa circunstancia.

Como dirigente, por ahí, incurrió en exceso de binarismo. En una de esas el modelo al que dedicó elegías se estaba agotando o era irrepetible. Como fuera, su vida despilfarró coherencia. Dio testimonio en todas sus facetas.

Pasional, hiperactivo siguió haciendo cine vocacional mientras fue legislador. Comparte con Hugo del Carril y Leonardo Favio el podio de los grandes cineastas nacional populares. Su memoria, sus alegatos, su obra, forman parte de esa identidad que revisitó, embelleció y construyó. Paladín brillante y empedernido polemista, integra desde ayer ese Panteón que ayudó a edificar.

Se lo llora ahora, sus imágenes continuarán haciendo escuela y perdurarán en las retinas de millones. Acompañadas por la más maravillosa música porque en eso también fue un maestro.

En París de madrugada, murió el cineasta

y político argentino «Pino» Solanas

En París, durante la madrugada del 7 de noviembre, el Covid-19 se llevó al cineasta argentino Fernando «Pino» Solanas: director de la memorable película «La hora de los hornos», «El exilio de Gardel» y «Sur», entre tantos otros filmes Referente político fue en su último período embajador de Argentina ante la Unesco

POR JOSÉ LÓPEZ MERCAO 

7 NOVIEMBRE, 2020 

En París, en horas de la madrugada y a los 84 años, murió el cineasta y político Fernando «Pino»Solanas. Su muerte se produjo a causa del Covid-19 luego de varias semanas de internación en un hospital parisino.

Solanas se proyectó como cineasta con «La hora de los hornos», película filmada en la clandestinidad en 1968, en la que hacía una magistral descripción del estatuto de colonia asignado a la Argentina y al continente americano en su conjunto, una recapitulación de sus luchas históricas hasta llegar al momento de la filmación, en el marco de un país dominado por una dictadura militar Juan Carlos Onganía y en estado de ebullición social. Pese a estrenarse en la Argentina recién en (1973), la obra ya había trascendido mundialmente, al punto de obtener varios premios en festivales europeos.

Pero «La hora de los hornos» fue mucho más que un filme que rompió con los estereotipos del cine hollywoodense que dominaba las pantallas de las salas argentinas, sino que planteó una nueva estética que era al mismo tiempo una ruptura ideológica con el colonialismo cultural de entonces.  «La hora de los hornos» debe mucho a Osvaldo Getino, fundador del Grupo Cine Liberación y de la Escuela del Tercer Cine, junto al cual realizó un minuciosa recopilación documentalista, que ilustraba los acontecimientos vividos en su país desde el golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón, a los conflictos sociales que un año después de la filmación de esa película precursora desembocarían en el «Cordobazo».

En el contexto latinoamericano, «La hora de los hornos» registra el precedente del «Cinema Novo» brasileño, orientado en la misma dirección rupturista y liberadora, que inaugurara Glauber Rocha con su film «Dios y el diablo en la tierra del sol» (1964), que influyó decisivamente en la orientación de Solanas, Getino y la nueva generación de cineastas argentinos.

«La hora de los hornos», dividida en tres partes que conforman una secuencia histórica, es una película muy larga (4 horas y 20 minutos) y no obstante su extensión, mantiene al espectador expectante interpelándolo de manera directa. Así, cada pocos minutos, aparecía una placa reproduciendo la frase de Franz Fanon: «Todo espectador es un cobarde o un traidor». Es decir, era también una película que convocaba al compromiso.

En 1971, también junto a Getino, filma «Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder», una extensa entrevista a Juan Domingo Perón realizada en la Puerta de Hierro de Madrid entre junio y octubre de 1971, una película que se volvería emblemática para la Juventud Peronista argentina, que tomaba como leit-motiv de su militancia el retorno del líder derrocado y proscripto.

En los años posteriores, cuando la radicalización de las luchas políticas y sociales y la criminalidad creciente de la represión se acentúan, aun le queda aliento -cuando ya había sido amenazado de muerte por la Triple AAA-para filmar su largometraje «Los hijos de Fierro» (1975). En 1976 un comando de la Marina intenta secuestrarlo y se exilia en Francia, tras un breve pasaje en España.

Al regresar de Francia, intenta reconstruir (no ya desde la perspectiva documentalista de «La hora de los hornos») el drama del etnocidio perpetrado en su patria y las vicisitudes de la diáspora, y lo hace en dos películas memorables: «El exilio de Gardel» y «Sur» (1988), con banda sonora del bandoneonista Astor Piazzola.

Enemigo jurado del por dos períodos presidente Carlos Saul Menem, en 1991 recibió cuatro disparos en las piernas cuya autoría Solanas atribuyó a sicarios del mandatario. En los años siguientes filmaría películas como «El viaje» (1992), «La nube» (1998), «Memoria del saqueo» (2003), «La dignidad de los nadies» (2005), «Argentina latente» (2007) y «La próxima estación» (2008). Su última película: «Tres en la deriva del caos», filmada en 2020 uno pudo ser exhibida en razón de la pandemia que terminó por arrebatar la vida de «Pino» Solanas.

En su último período se proyectó hacia la política institucional, fundando el movimiento Proyecto Sur, por el cual sería electo diputado nacional en 2009 y senador nacional en 2013, por el distrito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). En julio de 2020 fue designado embajador de Argentina ante la Unesco, residiendo en París, donde lo abrazó la muerte en esta madrugada.

 

 

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