El Congreso de la Libertad de la Cultura es un paso adelante de campo cultural de la izquierda uruguaya

 CON LA HISTORIADORA VANIA MARKARIAN

«El Congreso por la Libertad de la Cultura fue

parte del campo cultural de las izquierdas»

Aníbal Corti
23 diciembre, 2020

Acaba de publicar Universidad, revolución y dólares (Debate), un libro en el que, a través de tres polémicas de los años sesenta y tempranos setenta en el Uruguay –una a propósito del financiamiento extranjero de actividades en el área de las ciencias básicas, otra en el campo de las ciencias sociales y una tercera acerca de la planificación familiar–, se exploran aspectos de la guerra fría cultural en el país. Sobre la cultura en tiempos de polarización, sobre los intelectuales, sobre las izquierdas y las derechas, sobre viejos camaradas anarquistas que se juramentaron en la lucha contra el estalinismo, sobre las vidas paralelas de Aldo Solari y de Vivian Trías, entre otras cosas, versa esta entrevista.

 —Una parte importante de tu libro tiene que ver con las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) en el Uruguay. ¿Qué fue el CLC?

—El CLC se funda en la inmediata posguerra, en 1950, en París, por una serie de intelectuales anticomunistas quienes todos o casi todos se definían a sí mismos como liberales o progresistas. El CLC tiene una actividad pública definida en el campo de las izquierdas. Pero a los 20 años de fundado, empieza a traslucirse de dónde viene la financiación –de la CIA–, y qué otros objetivos políticos tiene, que están más vinculados al campo de las derechas. Entonces, es una situación compleja. La acción cultural del CLC es real, tiene efectos constatables y es enorme. En el campo de la música contemporánea, por ejemplo, de la renovación del mundo musical europeo, es impresionante. Todos los nombres importantes pasaron por ahí. En la pintura también. Es muy impresionante su acción cultural.

Después está el tema del desembarco del CLC en América Latina, que es muy rápido. La figura central es Julián Gorkin [cuyo verdadero nombre era Julián Gómez García, español, militante del POUM, nacido en Benifairó de los Valles en 1901 y muerto en París en 1987]. En ese momento, el CLC todavía tiene ese primer discurso de la Guerra Fría: un anticomunismo, un antisovietismo muy poderoso. Lo que marca el cambio de rumbo es Cuba. Entre Guatemala y Cuba, los intelectuales empiezan a definirse por un bando u otro. Es más complicada esa definición en el bando demócrata —si querés llamarle así— de la Guerra Fría. Y es ahí que aparece la figura de Louis Mercier-Vega [cuyo nombre verdadero era Charles Cortvrint, belga, militante libertario y anarcosindicalista, nacido en Bruselas en 1914 y muerto en Colliure en 1977]. Para mí es un personaje. Debería haber películas sobre él. Es, en mi trayectoria como historiadora, uno de los personajes más fascinantes con que me encontré. Mercier-Vega desembarca en Montevideo en 1962 e instala aquí la sede regional del CLC. El foco había estado antes en México y en América Central, vinculado a la figura de Gorkin. Las redes del CLC, que ya antes habían llegado a Montevideo, a Santiago, a Buenos Aires, en nuestro país pasaban por el Ateneo, por Emilio Frugoni, por el socialismo liberal, por algunos de los viejos anarquistas. Cuando viene Mercier-Vega, rápidamente se da cuenta de que para la nueva misión del CLC esos no son los puntos de apoyo adecuados. Y eso pasa en todas las capitales de América Latina. Ya no le interesan aquellos viejos anticomunistas que nunca se van a embarcar en ser procubanos, sino todo ese campo que no son comunistas –los comunistas, obviamente, están fuera de su interés–, pero que pueden sentir una atracción por Cuba. Y ahí me parece que el tercerismo es lo que hace de Montevideo un lugar interesante para este tipo de actividades.

Es un cambio de época. Esto es la segunda Guerra Fría, que fue caliente, como sabemos, en el Sur global y, especialmente, en América Latina. Un tipo como Mercier-Vega, que está vinculado al CLC desde sus comienzos, empieza a darse cuenta de que están quedándose aislados: que las viejas ideas del anticomunismo, del antisovietismo de la inmediata posguerra, en el contexto posterior a la revolución cubana, no van a atraer a nadie. Esto no lo investigué yo, pero está más o menos estudiado. Hay una buena historia del CLC, la de Patrick Iber, y varios artículos de la investigadora argentina Karina Janello.

Cuando llega Mercier-Vega, se vincula con Benito Milla [militante libertario español, editor, fundador de las editoriales Alfa, en Montevideo, Monte Ávila, en Caracas y Laia, en Barcelona, nacido en Villena en 1918 y muerto en Barcelona en 1987], a quien conocía desde tiempo atrás [ambos habían sido militantes libertarios en Barcelona, durante la guerra civil]. Milla dice que no quiere trabajar para él. No me queda claro al comienzo cuánto entiende de cuál es la organización por la que viene Mercier-Vega a Montevideo. Milla está embarcado en su proyecto editorial, todavía muy modesto comparado con lo que llega a ser con el apoyo del CLC. Esa en sí me parece una historia interesante, porque no se ha contado la historia de Alfa en esa dimensión. Hay una historia de Alfa publicada que no tiene una sola mención al CLC.

—¿Alfa crece como editorial esencialmente por el apoyo que le da el CLC?

—El CLC les compra por adelantado ediciones enteras de libros, les financia ediciones, los pone en contacto con autores, les facilita traducciones. El ojo de editor sigue siendo de Milla. Para mí eso es interesante, y sí, hace más compleja la imagen, pero es lo mismo que ocurre al pensar a Vivian Trías en las redes de los checos. Ninguno de estos personajes con los que me topé son soldados de nadie. Todos tienen agenda propia, dentro de los márgenes de autonomía que los humanos tenemos en general. Sobre todo, tratándose de humanos que tienen, en este caso, el ethos de la autonomía: que parten de la base de que son autónomos, aunque después los ves enfrentados a las constricciones que tenemos todos, todos los días. Me parece claro que muchos de estos proyectos culturales por sí solos no habrían tenido la misma fuerza o el mismo desarrollo que tuvieron si no hubieran contado con el apoyo del CLC.

Entonces, Mercier-Vega llega a Montevideo, se contacta con Milla, le pide para usar su casilla de correo. Y Milla le dice que lo apoya, que lo ayuda, pero que no quiere trabajar en eso. Y le presenta a Nancy Bacelo. Milla había estado involucrado en el proyecto de la feria del libro. Se conocen de ahí. Pero Mercier-Vega poco a poco convence a Milla de que es la persona indicada para trabajar con él. Esto es 1962 o 1963. Al momento del Seminario sobre Élites y Desarrollo en América Latina [un evento muy importante que el CLC organizó en Montevideo en 1965 y del que se ocupa extensivamente la segunda parte del libro], Milla ya es algo así como el encargado de la logística; se encarga de todo. En Milla, de todos modos, siempre hay una distancia, y siempre pone en su argumentación –quizás frente a sí mismo– la vieja amistad que tiene con Mercier-Vega. Es bien una relación entre dos viejos camaradas. En cierto momento, Milla viaja a Europa y Mercier-Vega le organiza unas entrevistas en la sede parisina del CLC. Milla no se siente cómodo, todos con quienes se encuentra allí le parecen unos burócratas. Milla, Mercier-Vega, todo ese núcleo que viene de la guerra civil española, son anticomunistas con muy buenas y muchas razones que no tienen nada que ver con el conflicto de la Guerra Fría. Eso me parece que es muy interesante recuperarlo. Porque todo nuestro conocimiento del período está filtrado por el diario del lunes, pero esto hay que entenderlo con el diario del sábado.

—Vos dijiste que el CLC estaba inserto en el campo de las izquierdas.

—Como organización cultural, sí.

—¿Eso era percibido de esa manera en aquel momento?

—Bueno, no sé si toda la izquierda lo percibía así. Sabemos que en las revistas y en las publicaciones y eventos del CLC participaron un montón de personas que eran claramente del campo de las izquierdas. En el propio seminario de Montevideo, en 1965, después de la invasión a Guatemala, la revolución cubana y la intervención en República Dominicana, están Darcy Ribeiro y Aníbal Quijano, que es el único que pone algunos reparos, pero viene.

—Ahora, con la distancia y sabiendo lo que se supo más tarde, uno tiende a ver al CLC como un instrumento de la CIA y de la geopolítica estadounidense en el marco de la Guerra Fría. Pero ¿era percibido así entonces?

—Yo creo que no, hasta las denuncias concretas, que llegaron a Uruguay muy rápidamente porque Ángel Rama las recoge del New York Times, en 1966, y las publica en Marcha. A mí me parece que si vos mirás la lista de colaboradores, de personas involucradas, seguro que no se definían como de derecha ellas mismas. Milla, por ejemplo. Hay que tomar en cuenta lo que significó la editorial Alfa para la construcción del campo intelectual de la nueva izquierda en Uruguay.

—La acción del CLC se tiende a enmarcar, o se ha enmarcado hasta ahora, básicamente en la historia de las derechas.

—Para mí es fundamental en la historia de las izquierdas. Tuve esta conversación con Marcelo Ridenti, que es un historiador brasileño que trabaja sobre las izquierdas latinoamericanas. Y él me dijo: «¿Cómo yo, que soy un historiador de las izquierdas, estoy trabajando sobre el CLC?». Pero vos mirás lo que hizo el CLC y es obvio que cualquier persona a la que le interese el campo cultural de las izquierdas tiene que trabajarlo. Porque las polémicas que lo atraviesan son las polémicas de las izquierdas. Para mí no cambia demasiado de dónde viene la financiación. Se supo en su momento que la financiación venía de la CIA y que había una agenda, pero yo ni siquiera creo que la agenda de Mercier-Vega fuera la agenda de la CIA. Creo que tenía agenda propia, que se explica por su recorrido personal. Creo que él consideraba estar usando al CLC para sus propios objetivos.

—¿A ese extremo…?

—No, porque no estoy en la cabeza de Mercier-Vega.

—¿Pero vos creés que tenía tanta autonomía como para…?

—No sé si tenía tanta autonomía; me parece que es lo que él pensaba y lo que pensaban muchos de los que trabajaban para el CLC. Es lo que les permitía suspender el pensamiento sobre quién financia. Es que hay un momento, cuando la plata es tan dulce y tanta plata… ¿Queremos traducir? Sí. Tenemos plata. ¿Queremos publicar? Sí. Tenemos plata. En algún momento, uno se pregunta de dónde viene la plata. Lo que les hacía poder suspender esa pregunta, de algún modo, creo yo, incluso dormir pensando que quizás la plata venía de tal o cual lado, es que ellos pensaban que la agenda cultural del CLC la estaban armando ellos, y que era una agenda en el campo de las izquierdas, para desestalinizar a las izquierdas, para descubanizar a las izquierdas. Y por eso el tercerismo es tan importante. El antimperialismo tercerista está virando a procubano. Eso es lo que ellos ven. Y piensan: «Acá tenemos un problema». Entonces, es un campo que está en disputa, y esa disputa es una interna de la izquierda. Esas personas no van a ser reclutadas para el campo de las derechas, ni por la CIA, ni por algo que venga directamente de los Estados Unidos. Entonces, para mí, como disputa, es claramente parte de la historia de las izquierdas, y eso es lo que la hace fascinante. Y, de nuevo, me parece que nada de lo que hace o tiene que ver con su sustento material cambia ese aspecto.

—En el archivo del CLC en Chicago, encontraste la documentación que prueba que el famoso libro de Aldo Solari sobre el tercerismo, el que desencadenó la polémica entre Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa, le fue encargado por el CLC. Solari tuvo una intensa participación en las actividades patrocinadas por el CLC en Uruguay y en otras partes del continente. Pero a Solari no le dijeron lo que tenía que poner en sus libros, ni lo que tenía que pensar. Escribió y pensó lo que quiso…

—Es que hay una coincidencia de ideas. Ese es mi punto. Mercier-Vega y Solari están de acuerdo. Solari no es un soldado, para usar de nuevo esa imagen, es un intelectual con preocupaciones, un universitario que se encuentra con gente que tiene las mismas preocupaciones que él, gente que viene de otros lados. A Mercier-Vega le importa que el conocimiento y el discurso sobre lo social se produzcan en unas instituciones específicas con unas metodologías específicas –que son las de las ciencias sociales anglosajonas–. El reemplazo de la figura de Gorkin por la de Mercier-Vega en el CLC, que es un poco el de las letras por las ciencias sociales, es por ese motivo: porque hay una visualización de este campo de disputa como un campo que tiene que tener unas reglas institucionales. Porque todo lo que Solari hace para el CLC, como colaborar con la Revista Paraguaya de Sociología, ir a Bolivia o a Paraguay a congresos, todas sus intervenciones son dentro de ese campo disciplinario. Mercier-Vega tiene una visualización del proceso de institucionalización del conocimiento de lo social muy fuerte, muy definida.

Solari venía intentando hacer eso mismo con menos medios, menos recursos y menos redes, desde que había fundado el Instituto de Investigaciones Sociales en la Facultad de Derecho. Ese era su propósito, la institucionalización de un pensamiento de lo social que no fuera el de los intelectuales de café, que reconociera en la crisis una oportunidad para pensar el desarrollo y que se sirviera de unas metodologías más científicas. Esa era su agenda. Él ya tenía sus redes, era un personaje con cierta trascendencia. Entonces, fue como un buen casamiento. Hubo un encuentro de intereses. O sea, no es que sean inocentes las redes en que uno se inserta… Me parece que el paralelismo con Trías es muy bueno…

—Eso mismo te iba a preguntar. Creo que no está en el libro, pero son como dos personajes, Solari y Trías, que parecen tener…

—Vidas paralelas.

—¡Vidas paralelas! ¡Eso!

—Lo escribimos con Aldo Marchesi. Está en revista Prismas, del Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes. Salió el año pasado. Creo que ni lo cito en el libro.1

—Me parece interesante el hecho de que la actuación de este tipo de redes, necesariamente, para que funcionen en algún nivel, tiene que dejarle libertad, margen de acción a los individuos. No pueden ser marionetas.

—Es lo que te decía del ethos. El soldado obedece órdenes y para eso lo entrenan, y es lo que hace. Pero estos tipos son intelectuales y pertenecen a estas redes en calidad de intelectuales. Si dejaran de ser intelectuales, dejarían de pertenecer. Trías es un intelectual. Fue agente, estuvo a sueldo, y no me parece irrelevante ni banal, y me parece que cambia al Trías que creíamos conocer. Creo que todos los que hablaban de socialismo nacional deberían pensarlo. No estoy minimizando el hecho. Pero Trías es un intelectual. Y si hubiera dejado de serlo, no tendría importancia que hubiera sido agente.

Es difícil saber por qué alguien empieza a hablar con una persona, por qué establece una relación, un vínculo que lo va condicionando… Yo creo que hay un punto de convergencia, de acuerdo. Tienen unas ideas, tienen una agenda, coinciden. En el caso de Trías y los checos, es el antimperialismo, el lugar de Cuba, un montón de cosas que tiene que ver con los alineamientos de la Guerra Fría. En el caso de Solari y el CLC, es el tercerismo como traba, como impedimento para la modernización, en el sentido desarrollista, y eso sobre todo llevado al campo de las ciencias sociales. Hay agendas que son comunes. Hay coincidencias.

Entonces, personas como Solari y como Trías terminaron enganchadas en unas cadenas de producción de conocimiento que, en última instancia, en los dos casos, llevan a agencias de vigilancia y de inteligencia de los dos poderes fundamentales de la Guerra Fría. Para mí, lo interesante de esto es cómo terminan enganchados. Y los dos terminan enganchados allá abajo, y eso es lo otro: son el último eslabón de esas cadenas. La historia de Trías es desgarradora, además, porque, cuando le sueltan la mano, es cuando Secundaria lo destituye, y no tenía plata para sobrevivir. Es muy dramático. Y, además, conocemos su historia porque se enganchó en uno de los poderes perdedores de la Guerra Fría. Si hubiera sido con la KGB, capaz que no sabíamos nada, porque ese archivo no está abierto. Y del otro lado, está Solari, que es más exitoso, si se quiere, en su carrera intelectual, universitaria, académica. Aunque tampoco fue tan exitoso. Estuvo en el lugar indicado en el momento correcto. No lo desmerece, pero ubica geopolíticamente a los personajes.

O sea que no siempre por defender esto o aquello vas a ser un agente, pero puede ocurrir que lo defiendas porque seas un agente. Esa es la diversidad que es importante entender. Sobre todo, entender el tipo de conflicto que fue la Guerra Fría, un conflicto que nos organiza el pensamiento de esa época a tal punto que nada parece poder existir afuera.

—La Guerra Fría parece haber sido un fenómeno total, parece haberlo impregnado todo.

—Porque no eran dos que se peleaban, eran dos que querían conquistar todo el mundo. Son los dos triunfadores de la Segunda Guerra Mundial dividiéndose el mundo. Son dos potencias con pretensión universalizante en el sentido del planeta y de la vida. O sea, todo… Entonces, empezaban a caer unas cosas de un lado y otras cosas, del otro. Pero caían cosas cuyo origen estaba en otra parte. La Guerra Fría terminó haciendo eso. Terminó haciendo caer a anarquistas de la columna Durruti, de un lado, haciendo caer a las izquierdas nacionales procubanas, del otro, pero no porque fueran eso antes de la Guerra Fría, sino porque esta barajó y dio de nuevo. Y eliminó los márgenes de autonomía de los campos. Cuando hablamos de la polarización, la radicalización, se trata, en el fondo, de la reducción de esos márgenes. Esa es la escena dramática de la Guerra Fría.

—Una pérdida de márgenes de autonomía que se nota en la trayectoria universitaria del ingeniero Óscar Maggiolo, por ejemplo. ¿No?

—Sí, se nota muchísimo. Igual, está bueno destacar que personas que, haciendo un tránsito –en el caso de Maggiolo, desde el batllismo a la izquierda, al Frente Amplio, incluso cercano a las posiciones de los comunistas–, mantienen la idea de que hay una misión de las instituciones científicas que les es propia, específica, y que siempre sigue estando, y eso los hace, por momentos, estar un poco bajo dos fuegos cruzados. Incluso una figura como la del ingeniero José Luis Massera, muy comprometida políticamente, mantiene siempre esa visualización de las instituciones del conocimiento, que es la que les da un campo de diálogo con el desarrollismo, con la idea iluminista moderna de que la educación, el desarrollo y el progreso son fundamentales.

  1. «Solari y Trías. Dos trayectorias intelectuales en la guerra fría», Prisma, n.o23, julio-diciembre de 2019, Quilmes. Disponible en https://historiaintelectual.com.ar/OJS/index.php/Prismas/issue/view/Prismas23_Num2(2019)

 

 

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