COLECTIVO DE NIÑAS, NIÑOS Y ADOLESCENTES VÍCTIMAS DE LA DICTADURA
Mamar el terrorismo
En el marco del 20 de mayo, el colectivo Memoria en Libertad, presentó una campaña de sensibilización por la memoria y el rescate de las historias de vida de las víctimas del terrorismo de Estado. Las personas que integran este colectivo se encuentran en pie de lucha, desde el 2008, para ser reconocidos como víctimas directas de la dictadura.
En la foto: Amanecer por la Memoria, convocado por la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) en la Explanada de la Udelar.
POR MERI PARRADO
30 MAYO, 2021
“Cuando era una niña no entendía, y me daba mucha vergüenza explicar, que mi papá era un desaparecido”, expresó Victoria Prieto, hija de Rubén Prieto, desaparecido en 1976. “No tenerlos es como armar un puzle y que me falten dos pieza únicas y fundamentales. Los extraño”, dijo Gabriela Michelena, hija de José Enrique Michelena y Graciela de Gouveia, detenidos desaparecidos en 1977. “Hacía un mes había desaparecido mi padre, no tengo recuerdos de él, pero sí memoria”, fueron las palabras de Valentín Río, hijo de Miguel Ángel Río, detenido desaparecido en 1977. Estos son solo algunos relatos que forman parte de la campaña que realizó el colectivo para este 20 de mayo, fecha en la que se conmemora a los desaparecidos durante la dictadura militar en Uruguay (1973-1985).
Esta iniciativa pone el foco en el sentir de niñas, niños y adolescentes que sufrieron las acciones directas del terrorismo de Estado, como la pérdida de sus seres queridos, pero de quienes se habla poco y nada. Desde el colectivo, sienten que la situación que padecieron durante sus infancias y adolescencias sigue siendo invisibilizada para la sociedad, ya que, generalmente, solo se reconoce a las personas adultas como las únicas víctimas directas del terrorismo de Estado. Sin embargo, el colectivo Memoria en Libertad reúne las experiencias de niños, niñas y adolescentes que padecieron torturas, exilio, secuestro, robo, persecución, clandestinidad, abuso sexual; tanto en sus hogares, como en centros de reclusión clandestinos, penales y cuarteles.
Caras y Caretas dialogó con Victoria Sequeira, una de las integrantes del colectivo, quien contó que la campaña se realizó con la intención de visibilizar las historias de niñas, niños y adolescentes, a quienes la dictadura les arrebató familiares directos, trastocando el desarrollo físico y emocional de estas personas. “Se nos ocurrió pedirles a hijos, hijas, sobrinos y sobrinas que, mirando las fotos de sus familiares desaparecidos, expresaran algunas palabras, desde el lugar de esas infancias y adolescencias. Al principio costó, porque no es algo fácil de hacer, pero el resultado fue hermoso”.
La lucha
Memoria en Libertad surgió en el año 2008, con el objetivo de reconstruir la memoria y la experiencia de niñas, niños y adolescentes. En 2018 se inscribieron como organización de derechos humanos y fueron reconocidos por la Institución Nacional de Derechos Humanos (Inddhh). En 2019 la Inddhh emitió una resolución (751/2019) en la que se le recomendó al Poder Ejecutivo «realizar un acto público de reconocimiento de responsabilidad, que incluya un pedido de disculpas por parte del Estado uruguayo a las personas que siendo niñas, niños y adolescentes durante el período de facto, sufrieron graves vulneraciones a los derechos humanos por el accionar ilegítimo de agentes del Estado, reconociéndose asimismo que son víctimas directas del terrorismo de Estado».
En 2021 estas niñas, niños y adolescentes siguen sin ser reconocidos como víctimas directas del terrorismo de Estado. Las disculpas tampoco llegaron y el colectivo continúa trabajando para lograr el reconocimiento y la reparación integral, tanto en el ámbito de la justicia, como en la rehabilitación física y mental. Además, exigen las garantías de la no repetición. “El problema es que el reconocernos tiene varias aristas, entre ellas la reparación integral. Lo que observamos es que los gobiernos de turno hacen los números y se dan cuenta de que somos miles de personas. Hemos pensado que, quizás, no nos reconocen para no repararnos”, opinó Sequeira.
De todas formas, aseguró, “la reparación no es lo principal para el colectivo”. “Reconocer públicamente que somos víctimas directas y pedir disculpas son otras de las aristas y eso tampoco sucedió con ningún gobierno”, agregó.
Actualmente, en materia legislativa, niñas, niños y adolescentes víctimas del terrorismo de Estado se encuentran incluidos en una ley de amparo de salud (Ley 19.859), promulgada en 2019, que se titula “Prestación gratuita y vitalicia a víctimas del terrorismo de estado, comprendiendo a hijos, nietos, biológicos o adoptivos”.
Según Sequeira, esta ley “no funciona como debería funcionar”, motivo por el cual “se nos sigue revictimizando”. “No solo que la ley nunca se instrumentó de forma correcta, sino que este año, con la nueva administración, se nos quitaron muchas de las prestaciones en salud que teníamos. Actualmente se está incumpliendo una ley”.
“No sabemos si el problema es la falta de compromiso político o si no saben cómo instrumentarla. El reglamento nos ampara de igual forma que a funcionarios y funcionarias de ASSE por lo cual entendemos que deberían saber aplicarlo”. Por otro lado, Sequeira recordó que durante los 15 años de gobiernos progresistas, se enfrentaron “una y otra vez” a auditorias, presentadas por el exdiputado nacionalista y actual ministro del Mides, Martín Lema, que trancaron las partidas de dinero destinadas a cubrir la ley.
Sobre el proceso de lucha del colectivo, aseguró que ha sido de “mucho trabajo y dolor”, pero que continuará. “Ahora la idea es presentarnos ante la Comisión de Derechos Humanos en el Parlamento, para ver si obtenemos alguna respuesta. Necesitamos recuperar las prestaciones en salud, a las cuales tenemos cada vez menos acceso, porque los daños han sido muchos, incluso en las terceras generaciones”. Las prestaciones que el colectivo está reclamando incluyen atención en salud mental, óptica, odontología, ortopedia, entre otras. “Tenemos una compañera que, por un abuso sexual durante un allanamiento, tiene graves secuelas físicas y necesita utilizar bastón. Ese tipo de prestaciones tampoco se nos están facilitando”.
Historias mutiladas
Las heridas y secuelas del terrorismo de Estado son muchas e irrumpen en diversos terrenos de la vida de aquellos niños, niñas y adolescentes que no solo fueron testigos, sino protagonistas de historias familiares guionadas por el terror. Los primeros años de vida de Victoria Sequeira, están marcados por las rejas. Tenía menos de tres meses de vida, cuando la secuestraron junto a su madre, Alma Rodríguez, expresa política, en el mismo operativo que en el que cayó Elena Quinteros. Como quien dice, se pasó su infancia visitando la cárcel. También la marcó la soledad, sus compañeros de escuela tenían orden de no acercarse a ella, “había que cuidarse”. A eso se sumó la tortura psicológica que sufrió por parte de una maestra, esposa de un militar, que al pasar la lista, siempre le hacia algún comentario hiriente sobre su apellido.
Marisa Busakr, hija de José Busakr, recordó su infancia como “una etapa durísima” y “mutilada”, como muchas de su generación. Tenía cuatro años el día que su padre, militante sindical, cayó preso por ser vinculado con el Movimiento de Liberación Nacional (MLN). Junto a él, apresaron a otro compañero que vivía en el mismo domicilio. La detención fue en el hogar, donde también estaban presentes su madre, su hermana de 14 años y su hermano de 6. “A partir de que se lo llevaron comenzó el periplo: allanamientos, desmantelamiento de la casa, la búsqueda de mi padre por todos los cuarteles y pasar seis meses sin tener noticias de él, hasta que un día lo encontramos”. Pero la pesadilla no había terminado, comenzó su etapa como preso político y su familia tenía que ir a verlo al penal. “Después de un año y medio lo liberaron, pero lo que vino también fue duro. Había secuelas familiares que reparar y, además, tuvo que reinsertarse y comenzar de cero, ya que le habían desmantelado su taller de trabajo”. Pero el terror tampoco terminó ahí. A Busakr, durante la dictadura, se lo seguían llevando, sistemáticamente, y por cualquier razón. “Cada vez que lo venían a buscar, se reavivaba el momento inicial. Nunca sabíamos si lo íbamos a volver a ver, ni en qué condiciones, o si íbamos a tener ingresos para vivir. La sensación de miedo e inseguridad siempre estaba presente. Tuvimos la oportunidad de exiliarnos, pero mis padres se quisieron quedar acá y colaborar con el fin de la dictadura”.
Además de crecer con miedo, para Marisa, una de las cosas más difíciles fue tener que guardar silencio durante tanto tiempo. “Teníamos una realidad en nuestra casa y otra para el exterior. Fue muy difícil, a esa edad, ser consciente de que nuestra vida corría peligro. Convivir con el impacto permanente de que entraban a tu hogar y rompían todo”.
Camilo Casariego fue un hijo del exilio. Pasó la infancia huyendo por algo que casi no entendía, sufrió un secuestro y las consecuencias de una familia que se desmembró. Hijo de Lilián Celiberti, militante de la Federación Anarquista y luego del Partido de la Victoria por el Pueblo, y de Hugo Casariego, militante de la Federación Anarquista. “Vivimos exiliados en Italia y en 1978 mi madre, por razones políticas, decidió que nos fuéramos a Brasil, pero mi padre se quedó en Italia. Ella quería ser un contacto entre Uruguay y el mundo y nos instalamos en Porto Alegre, lo más cerca de Uruguay que se pudo. Desde ahí ayudaba a las personas a salir de Uruguay o a ingresar cosas al país”. El día que “comenzó el calvario” lo recuerda muy bien, fue en noviembre del año 1978. Tenía 8 años y su hermana 3 cuando entraron al apartamento y los secuestraron. “Alguien cantó a mamá, la detuvieron en Porto Alegre y la llevaron al apartamento, donde estábamos nosotros. Nos trasladaron a Uruguay y estuvimos cautivos 18 días, en lugares diferentes. Mi hermana y yo por un lado, y mi madre por otro. Nos separaron inmediatamente”. Camilo tiene muchas imágenes de esa etapa, recuerda, por ejemplo, que en su primer día de cautiverio, no sabía dónde estaba, pero escuchó el mar. Eso lo motivó a querer abrir una ventana, pero al ser advertido, le pegaron. Después supo que se encontraba en Santa Teresa, Rocha, y recuerda que estuvo secuestrado al menos en dos lugares más. “En determinado momento nos devolvieron a nuestros abuelos, en Montevideo. Ahí perdimos a nuestra madre y la volvimos a ver en la cárcel, dos años después. Yo me volví a vivir a Italia, con mi padre, y Francesca se quedó con mis abuelos en Uruguay. Mamá estuvo presa cinco años. Terminamos todos separados”,
Crecer con esa carga fue muy difícil para él. Contó que creció con mucha bronca y que se transformó en un niño violento y conflictivo, de lo cual no se enorgullece, sino que se avergüenza. “En Italia vivía solo con mi padre, que no estaba muy bien, y sin madre. Eso fue muy complicado. Era el único niño de toda la escuela que no tenía a su madre, en esa época, en un país tan católico, la gente no se divorciaba, ni siquiera se hablaba de divorcio. Fue una carga muy fuerte”.
Camilo confesó que pasó muchos años enojado con su madre y sintiendo que los hijos e hijas fueron las verdaderas víctimas. “Mi madre sabía lo que hacía, pero nosotros no teníamos nada que ver y nos metió en todo eso. Varias veces me pregunté por qué me había tocado una madre revolucionaria y no una que se quedara en la casa”. Esas respuestas las tuvo cuando creció y entendió lo que significó el terrorismo de Estado. “Actualmente soy consciente de que nuestra historia, en definitiva, terminó bien. Cuando nos secuestraron íbamos en camino a ser unos desaparecidos más. Dijeron que nos detuvieron en la frontera, cruzando con armas, una mentira burda, y nos detuvieron en nuestro apartamento, yo recuerdo muy bien ese momento. Nos llevaron a una dependencia de la policía brasileña y quedó demostrada la colaboración específica entre el aparato militar brasileño y el uruguayo. Los militares coordinaban entre ellos, algo que se sabía, pero no había pruebas”, explicó Camilo.
“Y no nos entregaron por que sí, mi madre, inteligentemente, les hizo una jugarreta y quedaron escrachados. Tuvieron que asumir el secuestro y entregarnos, lo que significó una derrota para la dictadura. Hoy me duele el pasado, siempre va a doler, pero entiendo que mi madre fue una heroína y puedo sentirme orgulloso de haber sido parte de ese momento histórico”.
Las víctimas directas del terrorismo de Estado, nucleadas en el colectivo Memoria en Libertad, seguirán persiguiendo sus objetivos, que Marisa sintetizó: “El gran debe es el reconocimiento del Estado y que se hagan cargo de lo que nos hicieron. Necesitamos salud integral. Muchas personas nunca pudieron trabajar porque no tuvieron las herramientas psicosociales para hacerlo, quedaron muy mal. Por otro lado, queremos que existan garantías reales de no repetición de lo que sucedió. Eso es un gran debe, no solo para el colectivo, sino para toda la sociedad. Nunca más”.