El día que, a pesar de los tupamaros,
Uruguay se convirtió en el primer país latinoamericano en extraditar a etarras
Nuevo libro analiza vínculo MLN-ETA y el contexto de los hechos del Hospital Filtro hace 27 años
Stencil de Fernando Morroni durante la Marcha del Filtro de 2019.
Nº 2136 – 19 al 25 de Agosto de 2021
escribe Sergio Israel
“¡Prepárense que esta noche vamos a pelear contra los tupas!”, clamó un oficial de Policía a sus subalternos, según escuchó un periodista en los alrededores del Hospital Filtro durante la jornada en que Uruguay se convirtió en el primer país de América Latina en extraditar etarras.
La muerte a quemarropa del joven Fernando Morroni, durante la caótica represión para el cumplimiento de una resolución judicial de extradición de tres vascos a Madrid, de la que el próximo martes 24 de agosto se cumplirán 27 años, pudo haber sido evitada. Para eso, la Policía debió contar apenas con mejor información, cierta organización y buen equipamiento.
Es que habían pasado más de ocho años desde el retorno de la democracia, pero el Ministerio del Interior, salvo en las cárceles, no disponía de balas de goma ni carros lanza agua en condiciones de operar, así que para cumplir con la ley tuvo que emplear escopetas que disparaban balines de 6 y 9 mm y revólveres calibre 38 que causaron unos 90 heridos y pudieron haber provocado más muertos.
Así lo reconocieron los principales responsables: el entonces presidente Luis Alberto Lacalle y su ministro del Interior Ángel Gianola. El presidente lamentó “no haber planificado mejor la operación” y el ministro, durante una interpelación de la frentista Carmen Beramendi, se refugió en que no había presupuesto para armas no letales “por ingenuidad democrática”.
Por el otro lado, la por momentos violenta resistencia al traslado de los tres vascos acusados de crímenes de sangre (España pidió ocho extradiciones, pero la Justicia solo concedió esas tres) fue vista como la última gran batalla callejera del MLN-Tupamaros, con una histórica vinculación con País Vasco y Libertad (ETA, por su sigla en euskera), para algunos una banda armada terrorista y para otros una hermana organización separatista del pueblo vasco.
La investigación de los hechos y el contexto de esta “asonada” está contada en el libro póstumo de Antonio Mercader que el sello Aguilar publicó esta semana bajo el título El último golpe tupamaro. El MLN y los etarras en el Filtro.
Clave 52 y “fogueo para los muchachos”
Aunque Mercader reconstruye buena parte de lo que pasó en torno a la extradición de los etarras Jesús Goitía, Miguel Ibáñez y Luis Lizarralde, uno de los momentos más relevantes es cuando describe cómo por la radio policial se emitió el mensaje de clave 52, que en el código interno significaba “policía en peligro”, lo que convocó a decenas de patrulleros que ingresaron sin control ni órdenes y a balazo limpio al teatro de operaciones.
Uno de los testigos, el bodeguero de Florida Julio Arocena Nocetti, que esa tarde tenía una entrevista con el presidente, relató que pasadas las ocho de la noche vio por la ventana del Edificio Libertad, entonces casa de gobierno, donde hoy funciona ASSE, que “desde el grupo de personas apostadas en la esquina de Luis Alberto de Herrera y bulevar Artigas disparan una ráfaga de balazos contra la caravana” de coches policiales y ambulancias que llegaban para llevarse a los tres vascos.
Finalmente, a pesar de los tiros, el chofer del patrullero 37, un sargento de apellido Barreiro, solo había sido herido en la cabeza por una piedra o similar, pero hasta que llegó la orden de retirada transcurrieron 14 minutos, en los que “pasó de todo”.
Ya desde la madrugada previa el clima en la zona era tenso. El entonces presidente del Frente Amplio Liber Seregni y el candidato presidencial Tabaré Vázquez habían ido a saludar a disgusto, cumpliendo una ajustada resolución de la Mesa Política, pero se quedaron poco rato y no fueron bien recibidos por los manifestantes “radicales”. Según el libro, al retirarse, el militar, que tenía reservas con los tupamaros, vio en la zona a “civiles armados”.
Los viejos dirigentes del MLN estuvieron sin duda presentes, pero el mayor problema para la seguridad lo representaban jóvenes deseosos de entrar en acción para así recibir un bautismo de fuego al que habían sido convocados por CX 44 Radio Panamericana y CX 36 Centenario, controladas por los tupamaros y el Movimiento 26 de Marzo, respectivamente.
La desaparecida revista Posdata recogió expresiones de “un dirigente radical” en diálogo con un sindicalista de la construcción: “No tenemos fierros, esto es solo un fogueo para los muchachos”.
“Peleamos a mano vacía, pero hasta las últimas consecuencias contra una horda armada hasta los dientes que tiró a matar contra masas inermes”, relataron años después en una carta pública enviada a ETA José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro y Julio Marenales a nombre del MLN para pedir por la vida de un concejal que finalmente fue asesinado.
Mujica, en 1994 candidato a diputado, fue visto en la zona mientras hablaba por un walkie talkie, pero quien más detalles reveló acerca de la participación de los tupamaros en la jornada fue el exdirigente Jorge Zabalza. Este exrehén de la dictadura, que poco después de estos hechos se apartó de la organización, contó al periodista Federico Leicht que ese día, en solidaridad con los vascos, tenían un vehículo cargado con grampas miguelito y cócteles molotov y que la dirección se había reunido en el interior de una camioneta combi para decidir qué hacer en la compleja situación.
El libro recoge también que, en Radio El Espectador, Zabalza recordó en 2007: “Yo mismo desarmé a algunos compañeros. Lo hice para evitar que lo que podría ocurrir entre militantes y policías se transformara en una situación de violencia general”.
“Operación Dulce”
El libro no se ocupa solo del 24 de agosto, un peculiar Día de la Nostalgia y sus consecuencias. También bucea en los antecedentes. Por ejemplo, en la llamada “Operación Dulce”, donde el Ministerio del Interior conducido por Juan Andrés Ramírez vigiló y detuvo a los tres vascos finalmente extraditados y a 15 en total que estaban radicados en Uruguay y que se movían en torno a los restaurantes Boga Boga y La Trainera.
Mercader revisa los viejos vínculos entre ETA y el MLN, que arrancan en 1964 en Cuba y que pasan por una supuesta colaboración económica desde Euskal Herria para financiar CX 44, arrendada al grupo Scheck, blanqueo de dinero y el asalto a una sucursal del Sindicato de Canillitas en la que apareció la cédula del tupamaro Ricardo Perdomo, en cuya casa vivía la vasca Lourdes Garayalde.
El libro también repasa el papel jugado por el gobierno de España, presionando a Lacalle y frenando una visita del rey Juan Carlos y los factores que influyeron para que Uruguay pasara a formar parte de la retaguardia de la organización. Por un lado, la caída, en 1992, de una dirección de ETA en la ciudad vasco-francesa de Bidart, así como la actuación de parapoliciales españoles, financiados por el gobierno socialista de Felipe González, bajo el nombre de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que realizaron una treintena de asesinatos en España y Francia.
Opinión pública y elecciones
Mercader recorre las repercusiones que tuvo el caso del Filtro en las reñidas elecciones de 1994, que finalmente ganó el Partido Colorado y que llevaron a Julio Sanguinetti por segunda vez a la presidencia.
Los tupamaros, concluye el autor, salieron desprestigiados y, a pesar de que Mujica resultó electo diputado y comenzó su brillante carrera, la votación del Movimiento de Participación Popular fue relativamente baja en comparación con el resto.
El libro recoge una frase del entonces dirigente comunista Jaime Pérez: “En el Filtro perdimos la elección”, en alusión a que Vázquez logró una muy buena votación, pero finalmente quedó tercero detrás de Sanguinetti y el expresidente de UTE Alberto Volonté.
El Partido Nacional, opina el autor, también resultó perjudicado por el desgaste que supuso la caótica represión y, aunque el libro pretende balancear responsabilidades, admite que ese mal desempeño llevó agua al molino colorado, aunque el candidato a la vicepresidencia, Hugo Batalla, que venía del Frente Amplio y había sido abogado de Raúl Sendic, era partidario de asilar a los vascos y evitar así su extradición, mientras que el jurista Héctor Gros Espiell estaba en contra.
Es que la cuestión del asilo a los vascos dividió a todos los partidos. Mercader recuerda la declaración a favor de esta medida de parlamentarios blancos y colorados y las gestiones de última hora del senador nacionalista Alberto Zumarán.
También repasa las divisiones que se produjeron en el Frente Amplio, sobre todo del lado del Partido Socialista. Los dirigentes José Díaz y Reinaldo Gargano, que habían vivido el exilio en Barcelona y estuvieron muy vinculados con los socialistas catalanes, no compartían para nada la postura de tratar a los etarras como refugiados políticos.
Para el luego ministro de Defensa José Bayardi, el Frente “quedó mimetizado por los objetivos que marcaron sectores de ultraizquierda que creen que la acumulación crece en clima de confrontación”.
En España también se prestó atención al poco común episodio ocurrido en Montevideo. “Muchos uruguayos identificaron a los miembros de ETA con una idea romántica, viendo en ellos a jóvenes idealistas que luchan por la libertad de un pueblo oprimido y asociándolos con el mito de la guerrilla urbana de los años 70, que todavía ejerce cierta fascinación en Uruguay”, fue la lectura que hizo un periodista del diario español El Mundo, mientras Diario 16 fue frontal: “Ningún país civilizado y ninguna sociedad decente se moviliza para impedir que se haga justicia con unos sujetos acusados de asesinar inocentes”.
Mercader insiste en el libro en que no solo los tupamaros, que tenían lazos solidarios, sino el Frente Amplio y el PIT-CNT se plegaron entonces, al menos hasta cierto punto, a la estrategia de ETA, una organización que contaba con más de 800 víctimas, incluyendo civiles inocentes.
También analiza las repercusiones internas que tuvo para el MLN este “último golpe” que influyó para cambiar la táctica y concentrarse de lleno en la lucha electoral, ahora sin empleo de las armas. Mercader, que no quiere esconder su posición, recuerda el resultado de una encuesta de entonces que daba cuenta que, entre los uruguayos, quienes rechazaban la extradición eran una pequeña minoría.
Video documento sobre la represión en hospital El Filtro