Belela Herrera, vida y accionar de una mujer excepcional

ILUSTRE CIUDADANA

Belela Herrera: «La vida que nunca

                              soñé vivir»

La exvicecanciller habló de su vida, sus sueños y las causas pendientes de la Justicia en relación a las violaciones de los derechos humanos. Elogió el rol de los feminismos y dijo que las nuevas generaciones «son las que están tomando las banderas de la memoria».

POR ALFREDO PERCOVICH 

20 AGOSTO, 2021 

En un living sobrio, pulcro y luminoso, una mujer «común y silvestre» abrió las puertas de su vida a las historias de otras vidas recuperadas, en años en los que el terrorismo de Estado atravesaba fronteras en coincidencia letal del espanto y el horror. Por milímetros y segundos logró rescatar cientos de vidas que estaban condenadas al secuestro, tortura, desaparición y muerte. Por decisión de vida, abrazó causas, defendió los derechos humanos en tiempos en los que los genocidas elaboraban listas -ciertamente paritarias e inclusivas- de las próximas víctimas.

La señora común y silvestre lo recuerda todo. Nombres y señas, sus miradas tristes, temerosas, desesperadas, urgentes. Repasa calles, esquinas, colores y hasta el sonido de los vuelos de la muerte. María Bernabela Herrera Sanguinetti nació en Montevideo en 1927, entre privilegios y cariño de hogar. «Nunca me gustó hacer alarde de la cuna en la que nací». Alumna ejemplar del Colegio Alemán, estudió allí hasta que su familia consideró que debía buscar otro ámbito educativo, cuando las noticias hablaban del inexorable ascenso de Adolf Hitler en Europa. Se formó en la docencia y antes que naciera el Instituto de Profesores Artigas se recibió de profesora de inglés.

En tiempos aún más patriarcales y machistas que los actuales, fue «la esposa de», aunque rápidamente fue reconocida por su imponente trabajo humano y solidario, en días inhóspitos para la vida, cuando el entonces presidente Salvador Allende hablaba del futuro y de las grandes alamedas mientras la casa de gobierno, el Palacio de la Moneda, era bombardeado por las Fuerzas Armadas de Augusto Pinochet, bajo las precisas y estrictas premisas de la CIA. Aún recuerda cada latido de aquellos días, entre susurros de auxilio, salvoconductos y recovecos más o menos legales que gestionó en la residencia diplomática en la que vivió con su esposo, el encargado de negocios uruguayo, César Charlone. Casi sin respirar, trazó su vida entre misiones por América Latina, el Caribe y África, como parte del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Su persistente trabajo le valió diversos reconocimientos internacionales de personalidades, estados y organismos. Y especialmente, el de quienes no olvidan su valentía, su obstinada actitud en defensa de la vida, sus abrazos salvadores y su corazón intenso. El gobierno argentino la condecoró con la Orden de Mayo al Mérito en Grado de Gran Cruz «por su trayectoria de compromiso con la defensa de los derechos humanos». En Uruguay fue declarada Ciudadana Ilustre de la ciudad de Montevideo, recibió el Premio Internacional a los Derechos Humanos y la Solidaridad Mario Benedetti, fue integrante de la Comisión Nacional Pro Referéndum por el voto verde y se abrazó a la causa -que aún la desvela- por el derecho al voto consular de las y los uruguayos que viven en el exterior. En 1995 asumió como directora de Cooperación y Relaciones Internacionales de la Intendencia de Montevideo y en 2005 el doctor Tabaré Vázquez la designó Vicecanciller del Uruguay. Pero casi nunca quiere hablar de su vida sino de quienes compartieron el camino.

En espacio de ideas y reflexión, Belela Herrera habló de Salvador Allende, Raúl Alfonsín, Estela de Carlotto, Adolfo Pérez Esquivel, Tabaré Vázquez, Luisa Cuesta y Luis Almagro, entre otros.

¿La vida fue lo que esperabas?

Creo que la vida me fue llevando por lugares inesperados. Yo me considero una mujer absolutamente común y silvestre que tuve el privilegio de venir de una familia que me brindó una muy buena educación pero fui una niñita normal que pensaba seguir abogacía. Primero estudié en el Colegio Alemán y luego completé mis estudios en el Sacre Coeur, donde se formó mi madre. Pero cuando me fui a Chile se me abrió otro mundo. Ahí conocí Latinoamérica que sinceramente no la conocía. Porque acá vivía otra realidad. En el colegio, hablaba alemán a la perfección pero no sabía nada de Latinoamérica. De todos modos, te aclaro que no me gusta ser una privilegiada -parece una pedantería- pero nunca quise hacer alarde de la cuna en que nací, ni del vientre en que nací. Tuve una infancia feliz, me recibí de profesora de inglés y cuando llegué a Chile se me abrió otro mundo. Yo soy cristiana y en el tiempo que llegué a Chile estaba muy intensa la Teología de la Liberación, a la que adherí y tuve la suerte de poder asistir al primer congreso latinoamericano de la Teología de la Liberación que se hizo a los pocos meses de haber asumido el gobierno del presidente Salvador Allende. Y dentro de mis tareas diplomáticas, siempre me hacía un ratito para escuchar mucho de lo que se estaba gestando por aquellos años. Aprendí mucho, me hice persona y sentí los cambios y las transformaciones que se producían con el gobierno de la Unidad Popular y todo lo que pretendía lograr.

¿Qué soñaba Salvador Allende y por qué te marcó tanto?

Que lo pobres pudieran alimentarse en condiciones dignas, comer como los ricos. Eso como punto de partida. Lo mismo en la educación. Cuando llegué a Chile me llamaba muchísimo la atención la diferencia brutal que había entre las empleadas que teníamos en casa y el resto del barrio en el que vivíamos, que era de clase alta, privilegiada. Las vidas de las empleadas y las del resto de nosotros eran tan distintas. Por un lado un campo de golf, comodidades, autos caros y por el otro las necesidades brutales de las empleadas. Ahí entendí y sentí la necesidad de los pobres. Ese fue un cambio en mi vida, porque yo había leído mucho a Perico (Pérez Aguirre), lo conocía por familia, y él siempre había sido una inspiración. Pero en Chile comprendí mucho de lo que decía, eso de sentir el dolor ajeno como en las tripas de uno. En Chile, casi sin darme cuenta, comprendí eso.

Y también casi sin darte cuenta, al poco tiempo salvabas vidas de la muerte segura.

No soy una heroína ni mucho menos. Soy una mujer corriente, pero el dolor y el miedo fueron los que me hicieron actuar y ser lo que fui. Yo hice lo que pude hacer. Ayudé a la gente para que se protegiera. Hice lo que pude.

Salvaste cientos de vidas.

Sí, algunas sí, otras no pude y esa fue mi gran frustración. Porque hacíamos lo que podíamos dentro de las posibilidades. Porque la verdad que en muchas ocasiones no fue posible. Y eso duele hasta hoy. Por eso nosotros tenemos uruguayos desaparecidos en Chile. Uno de los casos fue el de Nelsa Gadea Galán, una mujer de Paysandú, cuya hermana conozco bien por todos los trámites que ha hecho para saber de su hermana desaparecida. Nelsa se quedó trabajando en su lugar, en vez de irse para su casa. Ella no estaba «metida en nada» y un día la desaparecieron, la torturaron brutalmente hasta que murió. Ese tipo de historias que íbamos conociendo en el día a día hicieron que me fuera acercando cada vez más al sufrimiento de los otros. Y lo que una podía hacer desde el lugar en el que estaba, era intentar paliar un poco esa situación que enfrentábamos en ese momento. Después que tuve que salir de Chile, recorrí toda América. Tuve el privilegio de vivir experiencias muy conmovedoras, conocer lugares impensados, tratando de hacer algo por los refugiados. Mi trabajo era además explicarle a las autoridades que no podían devolver a los refugiados a sus países de origen porque era condenarlos a muerte segura. Eso además está incluido como una de las premisas más importantes de la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados. Recordemos que el Plan Cóndor nació en Chile por aquellos años y sabemos todas las consecuencias que trajo.

Plan Cóndor cuya existencia fue negada sistemáticamente por algunos actores de la escena política de nuestro país.

Sí, pero que recientemente el Tribunal de Casación de Roma puso en su lugar. Si pensamos en términos históricos de la verdad y la justicia, Argentina fue pionera. El presidente (Raúl) Alfonsín, el juicio a las juntas militares, el Nunca Más, fueron marcas en la historia. Yo admiro los avances que ha conquistado Argentina y todo lo que ha hecho para el conocimiento de la gente en general, de lo que son los crímenes de lesa humanidad y la importancia de los derechos humanos en su totalidad. Lo tienen como muy instaurado. En cambio aquí falta eso. Más allá de que por suerte tenemos la Institución Nacional de Derechos Humanos, pero nos falta mucho.

¿Pensás que falta formación en derechos humanos o una mirada más amplia de la sociedad?

Nos faltan muchas cosas. Faltan películas por ejemplo, cine, televisión para la historia y especialmente para los jóvenes. Porque cuando hay reuniones sobre temas relacionados a los DDHH, falta gente que asista. Es cierto que los jóvenes han tomado el tema con mucho entusiasmo y eso es muy notorio cada 20 de mayo. Cada día se van sumando más los jóvenes. Y eso es muy bueno porque los viejos como nosotros los necesitamos.

Que otros tomen la bandera.

Exacto. Por suerte el 20 de mayo ha sido tomado por los jóvenes como una causa propia, de su generación. Y te reitero que para mí eso es fundamental. Más allá que a las reuniones de los viejos vayamos siempre los mismos, la causa necesita a los más jóvenes. Y verlos tomar la bandera es una gran tranquilidad para nosotros.

Imagino que te duele ver cómo se van muriendo las madres y viejitas sin saber qué pasó con sus seres queridos.

Eso es muy duro, que no sepan dónde ponerle una florcita al lugar en el que está enterrado su hijo, eso es muy cruel. Es una herida abierta que seguimos teniendo los que creemos que la verdad y la justicia son imprescindibles.

¿Qué sentís cuando escuchas voces desde la coalición de gobierno que piden terminar de una vez con «el tema desaparecidos»?

Siempre nos provoca una angustia muy grande porque no sabemos lo que va a pasar. Nosotros nos vamos a ir, yo tengo 94 años, no me queda mucho, y yo quiero para mis hijos y mis nietos que puedan vivir en un país que respete los DDHH, donde se pueda recuperar la memoria y venerar a sus muertos. Ahora los españoles lo están haciendo con las víctimas de la Guerra Civil Española, algo que sucedió hace muchos años. Los nietos y los bisnietos españoles están buscando todavía restos de sus antepasados.

Viviste la intensidad de un presidente de izquierda como Allende que aún sigue siendo un ejemplo ético para el continente y posiblemente para el mundo. Y al mismo tiempo, la ferocidad de Pinochet que fue tomada también como modelo pero por los fascistas de América Latina y Europa.

Sí, es muy cierto. Y lo del dictador es terrible porque en la sociedad chilena sigue habiendo mucho pinochetista convencido.

¿Cómo ves la reivindicación de la teoría de los dos demonios en Uruguay actual y ciertas justificaciones del golpe de Estado?

Más allá que provoca escalofríos, naturalmente eso nos tiene que colocar en un estado de prevención y alerta porque nunca estamos seguros de lo que podría llegar a pasar. Cuanto más unidos estemos en nuestras convicciones y en el trabajo por el bien común, la democracia se verá fortalecida.

¿Cómo ves la construcción feminista de este tiempo y las nuevas batallas que están librando?

Creo que cada vez más se nota el rol de la mujer en cuanto a su sensibilidad y su deseo de que tengamos un mundo más justo y más solidario. Y eso se contagia, se transmite, creo que se puede construir desde la edad más tierna, con los chicos. Yo veo que hay muchas chiquilinas jóvenes que están haciendo trabajos fantásticos. Soy pro juventud a muerte porque me alienta ver cuando las chiquilinas -y también los muchachos jóvenes- abrazan una causa y la siguen porque ven que es necesaria y que con eso pueden mejorar este mundo tan duro y tan difícil por el cual hemos luchado siempre, para que haya justicia, libertad y respeto por los DDHH. En cambio me siento muy frustrada particularmente por una causa que los de mi generación aún no hemos podido lograr: que los uruguayos que están en el exterior puedan votar. Es muy injusto que en nuestro país pueda votar solo el que la tiene plata para pagarse su pasaje y que todos los demás que viven en el exterior y no pueden costear su pasaje no puedan hacerlo. Hay una obcecada decisión de quienes no quieren resolver este tema. Somos el único país de América Latina que no tiene ese derecho.

¿Por qué creés que hay sectores que lo resisten?

Porque piensan que todos votan al mismo partido y porque se aferran a una teoría que debería estar superada porque fue contundentemente refutada por grandes juristas que dejaron sus posiciones muy claras, como fueron los doctores y profesores Alberto Pérez Pérez y Héctor Gros Espiell.

¿Te parece si hablamos de Luisa Cuesta?

Para mí fue un ser adorable, un ejemplo de madre sufriente y de mujer fuerte. Acordate que Jorge Batlle tuvo su gesto de crear la Comisión para la Paz y ella fue convocada, porque él le tenía muchísimo respeto a Luisa. Peleaba con ella y discutían, y eso muestra un poco el temple de Luisa, el ejemplo que fue como una mujer luchadora que hasta el final buscó a su hijo y se murió sin saber nada de Nebio.

¿Estela de Carlotto?

La conocí apenas llegué a Argentina para hacerme cargo de la oficina de Acnur. Ella trabajaba con Chicha Mariani, eran las dos abuelas de Plaza de Mayo referenciales y tratábamos de acompañarlas porque todavía estaba el general Reynaldo Bignone como presidente, por más que ya se veía que la dictadura se terminaba porque la guerra de la Malvinas había terminado con todo. En esos años acompañé a Estela en todo lo que pude. Ella y Chicha van a ser recordadas como grandes luchadoras, admirables.

¿Tabaré Vázquez?

Un gran hombre. Para mí fue un honor muy grande cuando me llamó y me dijo que quería que fuera la vicecanciller. Después me tocó una tarea muy gratificante, en contacto con el mundo entero. Abrimos fronteras, llegamos lugares impensados. A Tabaré siempre lo recuerdo con mucho cariño más allá que tuvimos alguna pequeña discrepancia normal como las que hay en cualquier ámbito.

¿Raúl Alfonsín?

Marcó un momento de la historia, un hombre muy cálido, muy humano. Me encantó conocerlo en aquellos años tan complejos. Fui a verlo acompañando a María Ester Gatti de Islas cuando ella estaba en plena búsqueda de Mariana. Su presidencia marcó el juicio a las juntas militares y ese es un mojón en la historia de la justicia y de los derechos humanos. Único caso en América que se pudo lograr un pronunciamiento tan categórico de la justicia.

¿José Nino Gavazzo?

Fue un ser absolutamente inhumano y despreciable desde todo punto de vista. Imperdonable todo su accionar con los perseguidos y con los prisioneros, así como lo que hizo durante todo su tiempo de vida. Siento un desprecio absoluto por él y por todo lo que representa.

¿Luis Almagro?

Yo lo quise muchísimo, fue un compañero admirable en toda su gestión en la cancillería y, sobre todo, en temas de DDHH. Los tomó muy a fondo. Y también destaco el gesto -junto con Pepe (Mujica)- de posibilitar la llegada de los refugiados de Guantánamo. Lo que vino después, una desilusión espantosa y un horror verlo actuar en este momento. No puedo comprender, no me entra en la cabeza. En este tiempo no he hablado con él, pero insisto, no puedo comprender cómo una persona pueda cambiar de un día para otro. Hoy, un ser despreciable, porque en este momento, es un ser que yo no puedo apreciar.

¿Adolfo Pérez Esquivel?

Lo quiero muchísimo, hablo con él, estoy en contacto, he estado en contacto siempre desde que lo conocí y lo considero un ser admirable, por su presencia, por lo que significa en el ámbito de los DDHH y de la justicia.

¿El movimiento sindical?

Destaco siempre la construcción colectiva en defensa de sus derechos. Siempre. Además, conocí a Pepe D’Elía, un referente de su época para el movimiento sindical. Y actualmente me parece fantástico Fernando Pereira, me encanta su visión, su jefatura, su rol como dirigente sindical, un ejemplo de lo que debe ser un dirigente sindical en este país.

¿Tu familia?

Mi familia es casi todo en mi vida. Soy una agradecida por haber tenido los padres que tuve y que me hicieron la persona que soy. Mi padre a quien admiré profundamente, fue fundador del Frente Amplio por su absoluta convicción que marxistas y cristianos podían construir juntos un proyecto político para una sociedad más justa y humana. Y mi madre -a quien también admiré tanto- fue una mujer cristiana, buena, entrañable. En la familia está casi todo lo importante de mi vida. Mis hermanos, mis hijos, mis 8 nietos y 12 bisnietos. Tenemos vínculos amorosos, intensos. Ellos son lo más valioso de mi vida.

¿Cómo te gustaría que te recordaran?

Como una ciudadana común, simplemente así.

¿Y cómo creés que te van a recordar?

No lo sé. Yo ya no le pido nada más a la vida. En todo caso, lo último que puedo pedir es que, al igual que como sucedió con mi hija, quiero que me cremen y tiren las cenizas al Río de la Plata, frente a mi casa, donde viví siempre.

 

 

 

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