LOS MOVIMIENTOS EN EL TERRENO POLÍTICO DE CARA AL REFERÉNDUM
Las fuerzas se organizan
Gabriel Delacoste
8 octubre, 2021
El oficialismo eligió dar la batalla en defensa de la LUC en el terreno de la seguridad. Los partidarios de la derogación eligieron decir que «la LUC no es Uruguay». ¿Qué quieren decir estos énfasis? ¿Qué tipo de disputa política adelantan?
Atrás de la parada de ómnibus que está en la rambla y Luis Alberto de Herrera, una pintada firmada por la agrupación Futuro Nacional dice: «No volvamos atrás. LUC = menos delitos». Es importante detenernos en el signo de igual. Porque este no quiere decir, simplemente, que la Ley de Urgente Consideración (LUC) baje los delitos (por cierto, es altamente discutible que efectivamente los haya bajado, pero ese es otro tema), sino algo mucho más fuerte: que esta no es nada más ni nada menos que esta baja de delitos. En la misma línea, el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, dijo en un almuerzo de la Asociación de Dirigentes de Marketing: «Si la sociedad vota eso, tendremos que abrir las cárceles y decir: “Señor, se acaba de derogar la LUC y la pena que lo llevaba a mantenerse preso para ser reinsertado a la sociedad hoy cayó”».1 Estos son buenos adelantos de la estrategia oficialista de cara al referéndum. La defensa de la LUC se concentrará en un punto, la seguridad, que, como una fortaleza inexpugnable en un campo de batalla, prevén les asegure la victoria, sin importar lo que ocurra en el resto del campo. El objetivo del oficialismo será, entonces, transformar el referéndum de la LUC en un plebiscito sobre el punitivismo.
Por supuesto, la LUC no trata solo de seguridad. Y es cierto que los distintos actores del oficialismo se han referido a los otros temas. Muchas de estas intervenciones comparten un hilo conductor. Veamos un par de ejemplos. Uno: el senador Gustavo Penadés publicó una contratapa sobre la LUC en el semanario Crónicas. Allí, repasó los contenidos de la ley en cuestión, enfatizando la seguridad, pero mencionando también la regla fiscal, la educación y el precio de los combustibles. El título de la nota: «La Comuna de París, la LUC y la coalición». El lector se preguntará qué tiene que ver la Comuna de París con todo esto. La respuesta es que no queda del todo claro, y el texto del senador no termina de explicarlo. Pero no deja de ser interesante que estas cuestiones aparezcan puestas una al lado de la otra. Otro ejemplo puede echar luz sobre esto: el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, también se refirió a la LUC, diciendo que si se derogara, esto implicaría que la educación volviera a un «esquema soviético».2 Qué tiene que ver la Unión Soviética con la existencia de colegiados con representación docente en el organigrama de la institucionalidad educativa es algo que tampoco queda del todo claro. Pero vemos aparecer un patrón: el fantasma del comunismo.
Como Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, Jair Bolsonaro, en Brasil, y Javier Milei, en Argentina, el gobierno uruguayo ha decidido hacer campaña contra el comunismo, invocando la retórica de la Guerra Fría, lo que demuestra que el partido neoliberal global está bien coordinado. Cabe preguntarse el porqué de este delirio anticomunista en una situación en la que no parece cundir el riesgo revolucionario. El politólogo argentino Diego Sztulwark propone esta hipótesis: «Hay una cierta lucidez alucinada de una derecha paranoica y ultrasensible a la crisis […]. Esta sensibilidad y esta paranoia de propietario llevan al acto agresivo anticipatorio. Es decir, la derecha imagina preventivamente un enemigo y proyecta contra él maniobras bélicas. […] No deja de ser interesante el hecho de que parte de las elites sean las que confiesan el carácter precario de toda dominación histórica, el riesgo de que las grietas crezcan, de que se generalicen las resistencias. ¡Lo que sorprende más es que solo sea la derecha la que anuncie la revuelta!».3
De todos modos, la relación de todo esto con la LUC puede parecer lejana. Pero funciona como una segunda capa de las defensas, alrededor de la fortaleza de la seguridad. Es que, por su alto nivel de generalidad, todos los temas son potencialmente organizables en la lucha cósmica entre comunismo y libertad, y esto funciona como una especie de bruma que lo envuelve todo. Si la seguridad y el anticomunismo pueden señalarse como componentes que aparecen en el discurso oficialista sobre la LUC, también podemos señalar lo que no aparece de forma protagónica. Y ese es un discurso reformista neoliberal, lo que es llamativo, teniendo en cuenta que precisamente eso es lo que hace buena parte de la LUC. Raramente se ve a dirigentes oficialistas desplegando un optimismo modernizador que promete aumentos de eficiencia, mejoras de gestión y cosas del estilo. Será que piensan que ese tipo de discurso noventoso no les va a rendir, que el horno no está para bollos para hablar directamente del ajuste y la privatización. Quizás por eso han decidido atrasar 20 años su discurso, llevándolo de los noventa a los setenta.
EL SÍ
Del otro lado, se prepara la campaña por la derogación. Mientras, hay que esperar a que la cosa se haga oficial. El conteo de la Corte Electoral, al 6 de octubre, daba que, ingresadas 442.710 papeletas, 394.792 habían sido aprobadas, por lo que se había llegado al 14,697 por ciento del padrón. Una regla de tres nos muestra que, cuando se hayan contado las algo más de 795 mil papeletas que se entregaron, el 25 por ciento del padrón será ampliamente superado (aun si no se aprobara ninguna de las papeletas que se separaron para la revisión adicional). Por esto, no deberían esperarse problemas por ese lado. Esperar esta formalidad no impide que la cosa se mueva. Hace unos días, la campaña por el sí a la derogación presentó un logo, en el que se ve, sobre un fondo azul, una mano que pone en una urna un sobre pintado con rayas azules y blancas, como la bandera de Uruguay. El eslogan que se presentó junto con el logo va en la misma dirección: «La LUC no es Uruguay». Esto hace imaginar una campaña nacionalista, en la que lo que va a oponerse a la LUC es cierta idea de Uruguay, relacionada con la defensa de lo público (que, bien llenada de contenido, puede ser una idea interesante).
Una campaña basada en una idea amplia, envuelta en símbolos nacionales, también puede ser útil para salir a buscar «el centro», lugar donde, para muchos militantes, se dirimirá el resultado del referéndum. También por esto la campaña por el sí salió a buscar a dirigentes blancos y colorados para que se sumen. Durante la campaña de firmas, este rol lo jugaron algunos dirigentes colorados de Salto. Hace unos días, se sumó el exconvencional blanco de Paysandú Sergio Rodríguez.4 Aunque no sean dirigentes de primera plana, pueden servir para producir la narración de que la coalición oficialista empieza a perder votantes, que, sin dejar de adherir a sus partidos, están en contra de la LUC y lo que representa. Esto puede ser especialmente importante en el interior. Al mismo tiempo, la campaña por el sí está intentando apuntalar su dimensión territorial, reorganizando las estructuras barriales que se fueron creando durante la campaña de firmas en comisiones por municipios. Estas comisiones ya están haciendo actividades en los barrios. Y se prevé, también, empezar con los actos masivos, arrancando con un Velódromo el sábado 23. Hay, también, cambios en la conformación de la Comisión Nacional Pro Referéndum. Mientras que la Intersocial Feminista salió del comando político (pero sigue apoyando el referéndum), se sumaron a la campaña quienes habían juntado firmas contra toda la LUC.
CHOQUE DE ESTRATEGIAS
Tenemos, entonces, algunas pistas de cómo se está armando el terreno para la campaña que se viene. Si ponemos todo esto junto, podemos imaginarnos algunas dinámicas del campo de batalla. En principio, podemos decir que la derecha está a la defensiva mientras la izquierda ataca, por una razón muy sencilla: la derecha debe defender una ley que la izquierda plantea dejar sin efecto. Pero, al mismo tiempo, la estrategia de la izquierda parece pensarse a sí misma, en un terreno más amplio, como una defensa de lo público y de cierta idea de Uruguay, contra una ofensiva neoliberal más amplia. Pareciera que la derecha va a intentar concentrar sus fuerzas en un tema, la seguridad, y organizar lo demás en torno a un discurso fuertemente ideológico, mientras que la izquierda va a atacar desde varios temas al mismo tiempo, articulando el discurso en una narración nacional más difusa y solo implícitamente ideológica. Qué de esto funciona lo dirá el resultado. Quizás, el margen de decisión para quienes piensen las estrategias no es tan grande como a veces se cree, viniendo estas, de algún modo, determinadas por las inercias previas, las relaciones de fuerzas internas y ciertos estados de ánimo ideológicos que operan globalmente.
Es interesante, de todos modos, detenerse en que el oficialismo haya decidido desplegar un discurso ideológico, basándose en la oposición típica del liberalismo autoritario de la Guerra Fría: democracia (capitalista, securitaria) versus totalitarismo (comunista, bajo el que se representa toda protesta y toda demanda de igualdad). En la izquierda suele pensarse que los discursos abiertamente ideológicos son piantavotos y que es preferible, para llegar a mucha gente, hablar de cosas más prácticas y desde ciertos discursos nacionalistas light. Pero habría que pensar por qué a la derecha últimamente le va tan bien cuando polariza parándose en versiones explícitas y radicales de sus ideas. Esto nos podría llevar a una discusión interesante sobre si los votos en disputa realmente están en «el centro», si lo que caracteriza a los indecisos es su postura ideológica moderada o, más bien, zonas llenas de pasiones, ideas y tensiones difíciles de codificar, que pueden arrancar para muchos lados distintos.
Pasemos a la cuestión de la concentración y la dispersión. La campaña contra la LUC, desde el principio, tiene el problema de que esta ley toca todo tipo de temas dispares, algunos de cierta complejidad técnica. En parte, la LUC está diseñada para causarles este problema a quienes quieran criticarla. Mientras tanto, el oficialismo simplifica al máximo: LUC = seguridad. El sentido común político suele indicar que, cuando se trata de una campaña, entre un discurso simple y uno complejo, suele ganar el simple. Esto puede solucionarse de varias maneras. Una es intensificar el discurso en torno a algún «significante maestro» que organice todo lo demás. Esto puede hacerse de muchas maneras. Una posibilidad es la ya mencionada idea de Uruguay, pero también podría ser un discurso directamente opositor al gobierno o elegir alguna de las cosas que la LUC hace para representar a las demás. También podría hacerse planteando una idea de democracia en la que la democracia directa y la organización popular se opongan a los mecanismos de urgencia y las elites. Seguramente, discusiones sobre estos distintos énfasis y matices se están dando en muchos espacios de militancia social y política.
Pero hay otra posibilidad, que, por lo menos, intriga a este cronista: la de atacar directamente a la fortaleza de la seguridad. Las encuestas y el sentido común político-mediático insisten en la existencia de amplias mayorías punitivistas, por lo que esto sería algo riesgoso. La izquierda, en estos años, ha oscilado entre impugnar el discurso securitario desde una perspectiva garantista y de derechos y sumarse a la ola punitivista, con discursos apenas menos agresivos que los de la derecha. El tema, por ahora, no ha tenido solución, y cunde, incluso entre la militancia de izquierda, la idea de que la demagogia punitiva es un mal necesario y el antipunitivismo es cosa de progres y chetos. Pero algunos hechos pueden desestabilizar esta narración. El primero es que en este país ya hubo dos plebiscitos punitivos, en 2014 y 2019, y ninguno logró materializar en las urnas la supuesta mayoría popular punitiva. La izquierda, traumada por las acusaciones de ser blanda con el crimen, nunca logró sacar conclusiones políticas de esto ni del hecho de que si se miran esos resultados en el territorio, se ve claramente que los que votan por más palo son los barrios de clase alta, mientras que estas iniciativas son rechazadas por la periferia de Montevideo.
Pocos días después de que Heber defendiera la LUC diciendo que si se derogaba iba a ser necesario soltar presos, explotó el escándalo sobre un caso de torturas en el ex-Comcar. Que las cárceles uruguayas son un infierno no es ninguna novedad. Estos escándalos aparecen de forma cíclica, para luego disiparse. Pero no debería subestimarse su impacto en la conciencia colectiva y el terreno político. Podríamos, en este punto, permitirnos una especulación: es posible que, aunque esté preocupada por la violencia que cunde en nuestra sociedad, la mayor parte de la gente no necesariamente piense que haya que agrandar los campos de tortura que solemos llamar cárceles y que, a la hora de votar, sea capaz de pensarlo dos veces, demostrando un raciocinio mayor que el que imaginan los demagogos que, simulando halagar al pueblo, en realidad, lo subestiman.
¿No será que la fortaleza a la que el oficialismo apuesta todo es más vulnerable de lo que parece? Antonio Gramsci (el pensador preferido de la derecha uruguaya) dijo alguna vez que si en el terreno bélico era necesario atacar al enemigo allí donde es más débil, en el político-intelectual era necesario hacerlo donde es más fuerte. Luis Lacalle y los suyos entendieron bien esto. Derrotaron a la izquierda en la batalla narrativa atacando el centro de su legitimidad y su proyecto: la narración sobre la crisis de 2002 (véase «Recordar la crisis», Brecha, 19-VI-20). En el debate presidencial de 2019, Lacalle se animó a atacar directamente en un tema en el que parecía que tenía todas las de perder. Y ganó, porque se había preparado y sabía qué decir. Y sabía que si se caía esa pieza central, caía todo el discurso frenteamplista.
¿Cómo se vería, ahora, un ataque a la fortaleza de la seguridad? No lo sabemos: es algo que está por inventarse. Seguramente sea necesario un pensamiento científico que aporte claridad sobre las verdaderas razones por las que la criminalidad sube o baja y sobre las medidas que efectivamente funcionan. Pero seguramente también haya otros caminos a explorar, que ya han sido trabajados por la militancia antipunitivista: hablar de lo que efectivamente ocurre en las cárceles y los territorios, del crimen organizado y la corrupción, de cómo los problemas de los barrios no se solucionan con palo y también de la legitimidad de la rebeldía y la protesta. Recordando que en La Meca securitaria, Estados Unidos, el año pasado las protestas masivas lideradas por la militancia negra sacudieron el país en reclamo de un cambio profundo en el modelo de seguridad y una reducción drástica del presupuesto policial, cambiando radicalmente el terreno de la discusión.
- https://www.elobservador.com.uy/nota/heber-dijo-que-si-se-deroga-la-luc-van-a-tener-que-abrir-las-carceles-y-liberar presos-2021922113212
- https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Para-Da-Silveira–se-deben-recuperar-valores-perdidos-hace-mucho-en-centros-educativos-uc800027
- https://ctxt.es/es/20211001/Politica/37417/entrevista-Diego-Sztulwark-nueva-derecha-narrativas-America-Latina-libertad-comunismo.htm
- https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Militante-blanco-en-Paysandu-dijo-que-la-LUC-es-nefasta-e-insta-a-votar-su-derogacion-uc800128